Fundador de la Orden de predicadores o dominicos, apóstol de la fe
católica en la crisis religiosa promovida por albigenses y valdenses
Primeros años. N. en Caleruega (diócesis de Osma, actualmente
diócesis y provincia de Burgos) ca. 1170, seguramente de linaje Guzmán.
Fue su madre la b. Juana de Aza, cuyo culto ha sido reconocido por la
Iglesia. La familia era poderosa en Caleruega. Los primeros años del santo
son poco conocidos, escasos datos envueltos en leyendas típicamente
medievales. Parece cierto que se inició en las letras al lado de un tío
suyo sacerdote. Más tarde cursó estudios de artes y teología en la
entonces prestigiosa escuela episcopal de Palencia. Los primeros biógrafos
de D. al referirse a este periodo narran algún episodio revelador de su
talante espiritual: venta de sus códices para socorrer a los hambrientos,
intento de ofrecer su persona para rescatar a un cautivo, etc.
Desde el comienzo de sus estudios, dirigió sus pasos al estado
clerical y recibió las órdenes sagradas hasta el sacerdocio; ignoramos,
sin embargo, datos concretos sobre momentos y demás circunstancias. Se
hallaba aún en Palencia cuando fue invitado por el obispo de Osma, Martín
de Bazán (1189-1201), a formar parte del cabildo reformado de su catedral.
Era prior del citado cabildo y poco después, elevado a la sede episcopal
de Osma (1201-1203), Diego de Acebes, el hombre que mayor influencia
espiritual ejerció en D. y en la orientación de su vida. En plena
juventud, tendría unos 25 años, profesó D. en el cabildo regular de Osma,
según regla de S. Agustín. Muy pronto fue nombrado superior del cabildo y
comenzó una vida de gobierno y de ministerio sacerdotal que no sufriría
interrupción pero sí una evolución notable, decisiva en la historia de la
Iglesia. Insisten los primeros biógrafos del santo, que durante este
periodo oxoniense D. insistió mucho en el estudio personal y en la vida de
oración aprovechando la paz claustral de su cabildo regular; así conoció y
experimentó un sistema de perfección religiosa y un estilo de vida
clerical que se integrarían en su obra futura.
En 1203 D. acompañó a su obispo Diego de Acebes formando parte de
una delicada misión diplomática referente a la proyectada boda del infante
D. Fernando, hijo del rey Alfonso VIII de Castilla (v.) con una princesa
danesa. En 1205 tuvieron que realizar un segundo viaje con el mismo
motivo, sin lograr un feliz resultado por el fallecimiento de la princesa
desposada. Estos viajes sacaron a D. de su retiro castellano, cruzó los
Pirineos, estableció contacto con Europa y conoció sus problemas, vio de
cerca las tierras del conde de Tolosa (Toulouse), espiritualmente
destrozadas por los herejes albigenses (v.) y valdenses (v.),
políticamente desgarradas por las luchas religiosas y feudales.
El obispo de Osma, acompañado de D. se trasladó a Roma con objeto de
visitar al papa Inocencio 111 (v.) y pedirle licencia para estar un tiempo
fuera de su diócesis dedicado a una labor apostólica. De retorno a Francia
visitaron la abadía del Císter (v. CÍTEAUX, MONASTERIO DE) y después se
dirigieron a las tierras del Mediodía. En Montpellier se unieron a los
legados pontificios monjes cistercienses, para realizar una acción
apostólica en las comarcas dominadas por los albigenses. Diego de Acebes
tomó la iniciativa del testimonio público de pobreza como nuevo estilo de
vida apostólica para legados y predicadores, abriendo una nueva etapa
ministerial de gran alcance para el futuro. El Papa bendijo y alabó la
empresa y, en consecuencia, en 1207 comenzó la obra de la predicación
antiherética, siendo D. la figura más eficaz en el ministerio de la
palabra. Durante algún tiempo las tierras de Montpellier, Carcasona y
Toulouse fueron el campo de un apostolado intenso y eficaz, aunque lleno
de obstáculos. Como primer fruto de aquella empresa apostólica y por
iniciativa del obispo de Osma se fundó el monasterio femenino de S. María
de Prulla (Prouille). D. fue el alma de la fundación y su superior
inmediato. al correr de los años Prulla llegaría a ser el primer
monasterio de monjas dominicas.
La empresa apostólica del obispo de Osma fue de poca duración, no
pudo consolidarse, pues tuvo que volver a su diócesis en otoño de 1207,
donde falleció poco tiempo después. El asesinato del legado pontificio
Pedro de Castelnau y el azote de la guerra, acabaron arruinando la empresa
de predicación. D. quedó solo, y desde su retiro de Prulla, como centro,
continuó su acción evangelizadora al margen de las luchas sangrientas y de
las disputas políticas, apartado espiritualmente de los intereses
temporales de sus amigos Simón de Montfort y el obispo Fulco de Toulouse;
así mantuvo su prestigio moral en un momento dramático en el que tantos
otros quedaron ensombrecidos. La batalla de Muret (1213) decidió la suerte
militar en favor de los cruzados y, por un momento, la fortuna política de
Simón de Montfort. Vivió D. por aquellos días en Carcasona y en Fanjeaux,
hasta que se trasladó a Toulouse, al lado del obispo cisterciense Fulco,
el antiguo trovador Folquet de Marsella. El obispo monje fue uno de sus
mejores amigos y uno de sus más-eficaces protectores, se apoyó en él sin
comprometerse ni en sus tácticas apostólicas, ni vincularse a sus manejos
temporalistas. D. intentaría abrir nuevos caminos espirituales, con
sentido evangélico, con horizontes amplísimos y con valor permanente.
Fundación de los frailes predicadores. El 25 abr. 1214 la ciudad de
Toulouse fue reconciliada, el obispo y el clero volvieron a sus
ministerios; D. entró también para dedicarse a la predicación cuando la
ciudad sometida, con profundas heridas no cicatrizadas, necesitaba una
presencia evangélica activa, totalmente desvinculada de la acción política
de los nuevos señores. Desde la primavera de 1215 agrupó los primeros
compañeros, algunos de ellos pertenecientes a la mejor burguesía tolosana.
Entre tanto D. continuaba su labor como predicador en Toulouse y más allá
de sus confines diocesanos con misión canónica recibida del legado
pontificio Pedro de Benevento, como la había recibido antes del legado
Arnaldo Almalrico, abad de Citeaux y antiguo abad de Poblet, en Cataluña.
En verano de 1215, cuando D. tuvo reunidos los primeros compañeros y el
apoyo de una base sólida en los bienes inmuebles de uno de ellos, Pedro
Seila, recibió la aprobación del obispo Fulco que erigió y dotó
canónicamente la primera fundación dominicana como comunidad de derecho
diocesano totalmente consagrada a la predicación en los términos de la
diócesis tolosana.
D. acompañó a su obispo al IV Conc. de Letrán (v.) celebrado a fines
de 1215. Pudo entonces presentar su obra incipiente al papa Inocencio 111,
recibiendo, por el momento, estímulos verbales. De vuelta a Toulouse
recibió la iglesia de S. Román y su comunidad quedó constituida en casa de
canónigos regulares con la misión peculiar de predicadores diocesanos. El
22 dic. 1216 Honorio III (v.) confirmó con la plenitud de su autoridad
apostólica la fundación de S. Román. Un rápido proceso institucional,
jalonado por una copiosa serie de bulas papales transformó la obra
tolosana de S. Román, tan limitada, en una Orden religiosa de carácter
universal, de derecho pontificio, con mandato apostólico de predicación
itinerante, con estatuto de vida evangélica, sobre la ' base de la
profesión de la regla de S. Agustín y unas instituciones de tradición
canonical. Muy pronto esta nueva familia religiosa comenzó a llamarse
oficialmente Orden de los frailes predicadores.
El 15 ag. 1217 D. envió sus primeros discípulos a diversos lugares
de Europa: un grupo partió para París, otro se dirigió a España, algunos
quedaron en Toulouse y Prouille. D., con un compañero, partió para Italia.
Años de plenitud. Los pocos años que vivió D. después de la
confirmación de su Orden fueron de gran actividad, ocupado a un tiempo en
el gobierno de los frailes y fundación de conventos sin dejar su acción
apostólica personal. Camino de Roma visitó por primera vez Bolonia dejando
establecida una comunidad en la iglesia de S. María de Mascarella,
entonces de los canónigos de Roncesvalles (Navarra). A primeros de febrero
(1218) ya se encontraba en Roma, donde desarrolló una fuerte actividad
para conseguir del papa Honorio III una serie de bulas en favor de la
naciente institución apostólica. En esta tarea consiguió el apoyo de
ilustres eclesiásticos de la curia romana, pero sobre todo del card.
Hugolino Conti, el futuro papa Gregorio IX (v.). Mientras resolvía los
asuntos del gobierno de su Orden y las noticias poco optimistas de los
primeros frailes repartidos por Europa desarrolló una amplia labor como
predicador cuaresmal que le valió para ganar discípulos, entre ellos el b.
Reginaldo de Orleáns, que tendría un papel decisivo en el primer
desarrollo de los frailes predicadores. El verano del mismo año partió D.
de Roma, sin que podamos seguir su itinerario con seguridad; se dirigió a
España, de donde había salido en 1205. En otoño se hallaba en tierras de
Castilla y se encontró con el arzobispo Jiménez de Rada (v.), se detuvo
con particular amor en Madrid donde fundó el monasterio femenino que con
el tiempo se llamará de S. Domingo el Real y en Segovia, donde estableció
el convento de S. Cruz, el primero de frailes dominicos de España. En
junio de 1219 llegó a París para conocer los comienzos difíciles del
convento de Santiago, animar a sus frailes y resolver dificultades
surgidas en la fundación. En el ambiente escolar de París multiplica su
actividad dirigiéndose a profesores y estudiantes en conferencias
familiares, collationes como entonces se llamaban. En este ambiente de
acción directa ganó, entre otras, la vocación de Jordán de Sajonia (v.),
tan decisiva en la vida dominicana de los primeros años. La comunidad de
París era ya suficientemente numerosa para que D. pudiera pensar en
algunas nuevas fundaciones, la primera Orleáns. Con todo, París no
entretuvo al santo fundador; a mediados de julio de 1219 partía para
Bolonia, su ciudad predilecta. La comunidad se hallaba ya trasladada al
nuevo convento de S. Nicolás de las Viñas, después conocido
universalmente, hasta hoy, como S. Domenico. La comunidad era numerosa,
selecta, bien nutrida de vocaciones universitarias, profesores y
estudiantes; era la obra del b. Reginaldo de Orleáns, y sobre todo, del
mismo D. en la acción proselitista de esta nueva visita. A fines de
octubre abandonaba momentáneamente Bolonia para establecer contacto con la
Curia pontificia, a la que alcanzó en Viterbo. Resolvió múltiples asuntos
y consiguió de Honorio III un apoyo fervoroso a su obra y al empeño de la
predicación con testimonio de vida evangélica. El Papa le entregó la
iglesia de S. Sixto, en Roma, destinada a reunir en una sola comunidad
monástica las monjas de diversos monasterios romanos. Por el momento
ocuparían S. Sixto los frailes predicadores; el santo partió para Roma,
desde Viterbo, al aproximarse la Navidad del mismo 1219. La comunidad de
los primeros dominicos en S. Sixto comenzaría a tener vida propia en los
primeros meses del año siguiente.
El 12 mayo 1220 Honorio 111 escribe unas letras a diversos monjes
pertenecientes a distintas familias religiosas para que se pongan a las
órdenes de D. para una gran campaña de predicación. La zona escogida es la
Italia septentrional. El santo desarrollará una gran actividad como
predicador en las ciudades italianas que tiene a su alcance, más allá de
la eficacia del equipo preparado por el Papa, que tuvo efímera existencia.
El 17 mayo 1220 D. se encuentra en Bolonia para presidir el primer
capítulo general de su familia religiosa. Terminado éste, D. se entrega
más de lleno a la predicación por tierras de Lombardía, Treviso y Venecia,
cumpliendo el encargo papal; principalmente buscaba los focos de la
herejía cátara, entonces muy fuerte en aquellas comarcas italianas (v.
CÁTAROS ).
Durante el último periodo de su estancia en Roma, en los primeros
meses de 1221 trabajó en realizar los planes pontificios de unión y
reforma de varios monasterios femeninos de Roma, particularmente los de S.
María in-Tempulo y S. Bibiana, reunió las religiosas en S. Sixto las hizo
monjas de la Orden de predicadores y puso al frente del nuevo monasterio a
un grupo de monjas de S. María de Prulla. Los frailes fueron trasladados a
S. Sabina, en el Aventino, que Honorio III entregó a D. y que aún hoy es
sede del Maestro General de la Orden de predicadores. Las crónicas
antiguas abundan mucho en relatos referentes a este periodo, muy
expresivos del grado altísimo de santidad de D., de su poder taumatúrgico
y de su habilidad extraordinaria para el gobierno de los hombres y la
dirección espiritual de las almas y para la gestión de los asuntos
temporales.
A mediados de mayo de 1221 vuelve a Bolonia para presidir el segundo
capítulo general de su Orden. Después continúa su empeño de predicación
por tierras de Venecia, pero pronto tiene que rendirse por agotamiento
físico, vuelve a Bolonia enfermo y fallece el 6 ag. 1221 rodeado de sus
hijos que recogieron con devoción filial los últimos consejos del gran
Patriarca, restaurador de la vida apostólica. El 24 mayo 1233 fueron
trasladados solemnemente sus restos. El 3 jul. 1234 fue canonizado por el
papa Gregorio IX.
Fisonomía espiritual. D. fue una personalidad excepcional, muy rica
en matices, pero dotada de una fuerte unidad interior. Son muy escasos sus
escritos y poco expresivos, ocasionales. En la redacción de las
Constituciones primitivas tuvo, sin duda, una participación
principalísima, pero no puede decirse en rigor que sea un escrito suyo;
ignoramos en la mayoría de los casos el alcance de su intervención como
redactor y como inspirador de ciertos detalles. Tenemos, en cambio, para
conocer su personalidad el testimonio riquísimo de las Actas de Tolosa y
de Bolonia, sobre todo estas últimas, para su canonización. También
tenemos un copioso material en crónicas hagiográficas, sobre todo en la
del b. Jordán de Sajonia, de enorme valor histórico y de gran riqueza
psicológica.
En la imposibilidad de entrar en un estudio analítico, consignemos
la silueta espiritual de D. como la de un contemplativo, centrado en el
encuentro con Dios; nos dicen los viejos testigos que ordinariamente sólo
hablaba con Dios o de Dios. Activísimo durante la jornada diaria, pasaba
las noches en la lección de los libros sagrados, particularmente S. Mateo
y S. Pablo; también era devoto de la lectura de las Colaciones de Casiano
(v.). Sobre todo, dedicaba la noche a la oración secreta, personalísima,
oración muy rica en formas desde la paz contemplativa hasta verdaderas
explosiones afectivas. Daba a su oración y a las situaciones de su vida un
sentido martirial, corredentor, practicando con generosidad la
mortificación. Por los caminos de Europa, en su continuo peregrinar
apostólico, procuraba separarse algo de sus compañeros para contemplar,
rezar, cantar, en la línea del eremitismo itinerante tan repetido en el s.
XII.
Tan contemplativo, tan personal en su vida interior, era un espíritu
acentuadamente social; lo atestiguan su devoción por la vida comunitaria
en fraternidad evangélica, de tradición agustiniana, su empeño por el
oficio coral y la plegaria pública, su sentido del gobierno y de la
administración en una comunidad religiosa de base representativa, su
acusado talante apostólico, proselitista, enérgico, afable, amable,
comunicativo, cortés y notablemente apto para gestionar asuntos y atraer
almas.
En su actividad como apóstol no es solamente un predicador vigoroso,
razonador, ardiente y conmovedor; es director de almas con discreción de
espíritu, con carismas de gobierno, de consejo y de dirección vocacional.
Destacan en su vida el sentido profundo de su encuentro con Dios; el
seguimiento de Jesucristo por los caminos evangélicos; el heroico
desasimiento y el empeño de conversión de los hombres por el ministerio de
la palabra y los medios sobrenaturales de salvación. Esta unidad superior
explica su talante equilibrado coordinador de las grandes fuerzas de su
personalidad orientadas a la contemplación y a la acción.
V. t.: DOMINICOS.
BIBL.: V. J. KOUDELKA, Monumenta
diplomatica S. Dominici, Roma 1966; Monumenta Historica S. P. N. Dominici,
Roma 1935: V. 1. KOUDELKA-M. C. CELLETTI, Domenico, en Bibl. Sanct.
4,692734; M. GELABERT, J. M. MILAGRO, J. M. DE GARGANTA, Santo Domingo
visto por sus contemporáneos, Madrid 1966; H. D. LACORDAIRE, Vie de saint
Dominique, París 1960; J. GUIRAUD, Saint Dominique, París 1934; B. JARRETT,
Lile ol St. Dominic, 2 ed. Londres 1934; D. DíEZ DE TRIANA, Santo Domingo
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Vergara 1931; H. SCHEEBEN, Der heilige Dominikus, Friburgo Br. 1927; L.
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excepcional valor); P. MANDONNET, M. H. VICAIRE }' R. LADNER, Saint
Dominique. L'idée, 1'homme et 1'oeuvre, París 1937 (para el conocimiento
de su personalidad); V. D. CARRO, Ante el octavo centenario (11701970) del
nacimiento de S. Domingo de Guzmán, «Teología espiritual» XIV (1970)
291-321.
J. M. DE GARGANTA,O. P.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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