Pequeño y precioso escrito de carácter apologético totalmente desconocido
hasta la edición príncipe realizada por Henri Estienne (Henricus Stephanus),
París 1592. Sorprende el silencio que sobre él guarda la Antigüedad, ya
que es desconocido incluso por autores como Eusebio, S. Jerónimo y Focio.
Transmisión del texto. La E. a D. es transmitida por un único
manuscrito, Cod. Graecus IX, designado con la sigla F por Otto (1. C. Th.
von Otto, Corpus Apologetarum christianorum saeculi secundi, v. 111, S.
Justini philosophi et martyris opera, 11, 3 ed. Jena 1879, VII). Dicho
códice, descubierto ca. 1436, en una pescadería de Constantinopla, perece
durante el incendio de la Biblioteca Municipal de Estrasburgo en 1870. La
E. a D. aparecía en dicho manuscrito como de S. Justino (v.), tras cuatro
opúsculos espurios atribuidos al mismo santo, entre una veintena de
títulos, todos ellos de carácter apologético. El contexto, pues, en que
nos viene transmitida es el de una «suma de apologética» compuesta por una
yuxtaposición de textos tomados de las obras de los Santos Padres. En el
texto que ha llegado hasta nosotros se señalan las siguientes lagunas: ad
11,2; 11,5; VII,7; V1I1,9; IX,2(?); X,1; XI,1. (Cfr. H. 1. ll'larrou, A
Diognéte, «Sources Chrétiennes», París 1965, 26).
Título y destinatario. En el manuscrito venía titulada: «Del mismo
(S. Justino, filósofo y mártir) a Diogneto». El título actual se debe a H.
Estienne, quien añadió la palabra «epístola». Algunos han pensado en
Diogneto como el maestro de Marco Aurelio. El nombre parece frecuente en
la época y difícilmente aplicable a un solo individuo. El apelativo que
antecede, «crátiste», traducible por «excelencia», no arroja más luz sobre
el asunto.
Autor. Atribuida primeramente a S. Justino por el título con que
aparecía en el manuscrito F, la E. a D. ha quedado rechazado como de tal
autor a causa de la crítica interna. Ha sido atribuida a los más diversos
autores: Apollos, Clemente de Roma, Cuadrato, Arístides, Marción, Melitón
de Sardes, Teófilo de Antioquía, Hipólito de Roma, Panteno (v. voces
correspondientes). No se ha llegado, sin embargo, a conclusión definitiva.
Fecha de composición. La E. a D. ha sido juzgada como perteneciente
a las épocas más diversas. Desde Tillemont que la sitúa antes del a. 70, a
Donaldson que la juzga perteneciente al s. xiv. Hoy parece fuera de duda
que no puede ser anterior al a. 120, y que no pertenece a la época de los
Padres Apostólicos (v.), sino a la de los Apologistas (v.). Tampoco parece
que deba ser posterior a la paz de la Iglesia (312-313), ya que menciona
las persecuciones romanas (v.) como presentes y no distingue todavía entre
los simples fieles y los monjes. Presentando estrechos contactos con los
apologistas del s. 11 y con autores pertenecientes al s. ni (Hipólito,
Clemente de Alejandría), puede darse como fecha probable de su composición
el tiempo que media entre los años 120-210.
Contenido. El autor presenta la obra como respuesta a una serie de
cuestiones planteadas por Diogneto: cuál es el Dios de los cristianos,
naturaleza del culto que éstos le rinden, actitud de los mismos ante el
mundo y la muerte, por qué rehúsan adorar a los dioses paganos y observar
las prescripciones judías, y, finalmente, en qué consiste el amor que se
tienen los cristianos, y por qué la aparición tardía de esta religión
nueva, de «este nuevo modo de vida», como recalca el autor. Cuestiones
tratadas por la generalidad de los apologistas, ya que la postura de los
mártires ante la muerte era interpretada por los paganos como suicidio
dictado por el espíritu de oposición, la repulsa a adorar los dioses
paganos como ateísmo, y el amor mutuo, causa de admiración, lo era
asimismo de interpretaciones infamantes. Sin embargo, sorprende la
ausencia de ciertos temas: discusión contra las calumnias habituales
(incesto, muerte ritual, el ateísmo cristiano causa de las catástrofes
meteorológicas), y los enfoques de orden jurídico. Ningún recurso a las
profecías o a los milagros; sólo a la superioridad de la moral cristiana.
La E. a D. resulta así una apología original, sumaria y rápida, que se
coloca en una posición más espiritual e interior que polémica. La apología
deviene exhortación.
Dicho acento de exhortación se afirma desde el primer momento (1,2 y
II,1) donde muestra a D. la disposición interior con que debe escucharle.
Sigue desarrollando su pensamiento en los siguientes puntos: 1) Apología
propiamente dicha contra los paganos y los judíos (cap. I-IV); 2) La
famosa exposición sobre el quehacer de los cristianos en medio del mundo
(V-VI); 3) Catequesis sumaria (VII-IX); 4) Exhortación final (X y XI-XII).
La parte estrictamente apologética, PIV, expone en forma superficial e
irónica los lugares comunes utilizados contra el judaísmo y el paganismo.
Ni originalidad ni profundidad.
Los cap. V-VI inician un cambio notable de estilo y perspectiva,
aunque sigue presente la preocupación apologética. Responden a la cuestión
planteada en I,1 sobre la naturaleza del culto cristiano. En lugar de
describir las formas externas de éste, el autor prefiere elevarse a otro
plano analizando la situación del cristiano en el mundo -«moran en la
tierra y son ciudadanos del cielo» (V,9)- y señalando la existencia de un
orden de valores sobrenaturales. En I,1 se había aplicado a los cristianos
el apelativo de pueblo nuevo «kainón guénos». Ahora se recalca con vigor
que los cristianos en el seno del mundo -«de la tierra habitada»- no
constituyen ni pueblo ni raza particular: «No se distinguen de los demás
hombres ni por su país, ni por su lengua, ni por sus vestidos... viven
conforme a los usos locales en cuanto a los vestidos, el alimento y la
forma de vida, manifestando al mismo tiempo las leyes extraordinarias y
verdaderamente paradójicas de su ciudadanía espiritual» (V,1 y 4). La E. a
D. enfoca así en forma opuesta un tema muy tratado por la antigua
apologética: la división de la humanidad en razas o pueblos, de los que
los cristianos constituirían uno. El cap. VI describe el papel que los
cristianos, sin formar raza o pueblo especial, juegan en el mundo: «Los
cristianos son en el mundo lo que el alma en el cuerpo. El alma se
encuentra esparcida por todos los miembros del cuerpo, como los cristianos
por todas las ciudades del mundo» (VI,1-2).
En la parte catequética (VII-IX), se expone el origen divino del
cristianismo y la necesidad de la fe. La filosofía es tratada con la misma
intransigencia y sarcasmo que la idolatría y el judaísmo en 1-IV. De
insuperable belleza la descripción del amor cristiano (X,2-7).
Los cap. XI-XII. Las diferencias de estilo y contenido que existen
entre estos capítulos y el resto de la E. a D. son notables. Tras la
laguna señalada por el copista (ad X1,1) el autor se dirige a todos los
discípulos de la Verdad como transmisor de enseñanzas recibidas de los
Apóstoles y llamándose a sí mismo «doctor de las naciones» (X1,1). Por
estas razones ha sido puesta en duda desde los primeros editores la
pertenencia de dichos capítulos al mismo autor y obra. Dichos capítulos se
han atribuido con frecuencia a Hipólito (cfr. H. G. Meecham, o. c. en bibl.).
No se ha llegado a conclusión definitiva, y bastantes autores continúan
atribuyendo el «epílogo» al mismo autor y obra que los capítulos restantes
(cfr. P. Adriessen, L'épilogue de I'ppitre á Diognéte, «Recherches de
théologie ancienne et médiévale» 14, 1947, 121 ss.).
V. t.: APOLOGÉTICA 11, 1; PANTENO.
BIBL.: Ediciones: PG 3,1168
B-1185 B; F. X. FUNK, Patres Apostolici, I, 2 ed. Tubinga 1901; E.
BUONAIUTI, Lettera a Diogneto, Roma 1921; F. GEFFCKEN, Der Brief an
Diognetos, Heidelberg 1928; H. G. MEECHAM, The epistle to Diognetus,
Manchester 1949; D. Ruiz BUENO, Padres Apostólicos, Madrid 1950; H. I.
MARROU, A Diognéte, París 1965.
L. F. MATEO SECO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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