Del latín diluvium, significa la inundación de la tierra entera o de una
parte de ella, precedida de copiosas lluvias. En singular y con mayúscula,
se refiere por antonomasia al que tuvo lugar en tiempos de Noé (v.), y es
narrado por el Génesis (6,5-9,17). A él nos referimos a continuación.
1. El relato bíblico y su sentido. En el cap. tercero del Génesis se
describe la situación pecadora de la humanidad. Se hace ver cómo el pecado
(v.), después de la caída en él de los progenitores Adán y Eva, acecha,
como animal tendido a la puerta (Gen 4,7), y solicita continuamente al
hombre que, en vez de resistirle y dominarle (4,7), se dejó esclavizar por
él y se alejó cada vez más de Dios, para entregarse enteramente a los
placeres de la carne. En este estado de degradación religiosa y moral no
encontraba ya respuesta la llamada salvífica de Dios al hombre,
invitándole a la conversión (v.), por lo que decidió exterminar al hombre
pecador, pues su santidad le movía a perseguir el pecado dondequiera se
hallare, y su justicia le empujaba a aplicarle un justo castigo. Como toda
la humanidad había corrompido su camino (6,12), «y no era más que carne»
(6,3), y «todos sus pensamientos y deseos tendían al mal» (6,5), era
lógico que pereciera en su totalidad, saneando de este modo la tierra con
las aguas destructoras y purificadoras a la vez del d. Pero si su justicia
exigía que se castigara al hombre esclavizado por el pecado, su
misericordia le movía a que se compadeciera del que, entre tantos
pecadores, fuera hallado justo (hebr. saddzq) y perfecto (hebr. tamin). Y
había uno solo, Noé (6,9). Como la Historia de la economía de la salvación
(v.) está sujeta siempre y a la vez a la justicia y a la misericordia de
Dios, también en esta ocasión ésta acabó por triunfar en Él. Por su
justicia quiso Dios exterminar a la humanidad con un d. (hebr. mabúl),
pero su misericordia hizo que el castigo no fuera universal, sino parcial;
que lo que en principio debía ser un castigo exclusivamente punitivo,
fuera también de orden medicinal, y se convirtiera en una purificación,
una renovación espiritual de la humanidad y en un compromiso por parte de
Dios de no volver a maldecir la tierra por el hombre (9,21).
El libro del Eclesiástico (44,17-18) resume el contenido teológico
del tema del d., del que habla el autor del Génesis (6,5-9,17) con estas
palabras: «Noé fue hallado enteramente justo, y en el tiempo de la cólera
fue ministro de reconciliación. Por él se conservó un resto en la tierra
cuando ocurrió el diluvio; y mediante una señal eterna, Dios hizo con él
alianza de no borrar con diluvio la humanidad». Noé (v.) era el único
justo y perfecto que existía en el mundo en los días que Dios, ofendido
por los pecados de la humanidad, decidió castigarla con el d. de aguas.
Por su vida religiosa irreprochable se convirtió en ministro (gr.
antállagma) de reconciliación entre Dios, santidad infinita, y la
humanidad pecadora. Gracias a él, el género humano no pereció totalmente,
sino que una porción escogida, un resto (hebreo áeerit) sobrevivió y pobló
de nuevo la tierra. Por Noé se renovó espiritualmente el hombre y con él
comenzó una nueva humanidad. Mediante una señal eterna, Dios hizo una
alianza con Noé por la que se comprometió solemnemente a no exterminar en
adelante a la humanidad con d. El justo Noé puede considerarse como un
nuevo progenitor de una humanidad renovada y purificada por el castigo. S.
Pedro (1 Pet 3,20 y 2 Pet 2,5) hace referencia al d. como acto de justicia
de Dios.
Para una valoración de los datos numéricos, etc., que nos da el
texto conviene tener presente que nos encontramos en los primeros
capítulos del Gen, a los que se puede aplicar lo que dice la conocida
respuesta dada por la Pontificia Comisión Bíblica de 1909; es decir, que
se trata de una narración que refiere hechos históricos, pero con el
estilo propio de una narración popular, de modo que no debe buscarse
siempre en el texto una estricta propiedad científica (cfr. Denz.Sch. 3512
ss.).
2. Antecedentes. ¿De dónde proviene la tradición antiquísima que es
recogida en estas páginas del Génesis? Los antepasados de Israel eran
originarios de la región meridional de Babilonia, de Ur Casdim (Gen 11,28;
v. ult), y eran frecuentes los viajes de los patriarcas a las tierras de
los mayores, sobre todo Harrán (v.). Nada tendría, pues, de extraño que
las tradiciones judaicas antiguas sobre el d. dependieran de narraciones
transmitidas en Babilonia, aunque interpretadas y valoradas a la luz de la
Revelación que Abraham y sus descendientes recibieron. La geografía física
de Palestina, con sus tierras altas y onduladas y cruzadas con escasos y
pequeños cursos de agua, no se prestaba a la experiencia de hechos del
tipo de d., cuyas aguas cubrieran todos los altos montes de debajo del
cielo (7,19), y ahogaran «cuanto bajo el cielo tiene hálito de vida»
(7,23). En cambio, las inundaciones en las tierras bajas y llanas de la
Baja Caldea se debían frecuentemente a la acción devastadora de las aguas
de sus grandes ríos, Éufrates y Tigris, y al rápido deshielo de la nieve
de los montes de Armenia y Kurdistán. De hecho, los relatos sobre el d. o
diluvios son numerosos en la literatura asiro-babilónica, como veremos.
Algunas de estas inundaciones tuvieron efectos catastróficos en vidas y
haciendas, y por lo mismo, pasaron a la posteridad con caracteres de
verdadera hecatombe. A medida que transcurría el tiempo, se ampliaba de
tal manera el recuerdo de aquel revés o reveses locales, y se les añadía
tantos elementos legendarios, que transformaron las diversas inundaciones
locales en cataclismos universales, tanto desde el punto de vista
geográfico como etnográfico, atribuyéndolas al designio y cooperación
común de los dioses del panteón babilónico. De ahí que en los relatos
babilónicos del d. se encuentren sensibles diferencias, tanto en la manera
de interpretar la naturaleza del d., como en señalar su duración y número
de personas que perecieron. El poema babilónico de Gilgamesh (v.), p. ej.,
señala como causas del d. la acción combinada de las tempestades, aguas,
vientos y fuegos. Beroso dice que el d. duró poco; Abydene habla de tres
días de duración. Según Gilgamesh la lluvia arreció seis días y seis
noches, mientras que el texto sumerio le señala una duración de siete días
y siete noches.
Los textos más conocidos con relatos babilónicos sobre el d. son el
de Beroso, el de Nippur, el Coloquio de Ea y Xisutros, el texto
fragmentario de Hilprecht y, sobre todo, el de Gilgamesh (v.), escrito
hacia el a. 2000 a. C., es decir, contemporáneo o ligeramente anterior a
Abraham. Las principales analogías entre éste y el relato bíblico son: 1)
Los dioses decretaron castigar a la humanidad pecadora con un d. 2) Dan a
Umnapistim la orden de construir un bajel (elippu), y le señalan sus
dimensiones. 3) Umnapistim entra en el arca con su familia y animales de
toda clase. 4) Umnapistim soltó una paloma, que regresó al arca. 5) La
nave se asentó sobre el monte Nisir. 6) Umnapistim ofreció después del d.
un sacrificio que agradó a los dioses. Pero existen diferencias radicales,
la mayor de las cuales es el carácter eminentemente monoteísta del relato
bíblico. Además de la omnipotencia y unidad divinas, en la Biblia se pone
de relieve su santidad, su justicia, su misericordia. Los dioses del
panteón babilónico no midieron el alcance del d. y, por lo mismo, ante
tamaño desastre lloran, vociferan, se amedrentan y se culpan mutuamente.
«La teología del diluvio, con su Dios único y santo, con el carácter
religioso y moral dado a la narración, es incomparable. Ella nos introduce
en un mundo religioso diametralmente opuesto al que existe en los textos
asiro-babilónicos» (Chaine, 138).
3. Examen detenido del texto del Génesis. Si se analiza el relato
bíblico del d. se cae pronto en la cuenta de que las repeticiones se
suceden: 1) Dos veces comprueba Dios la malicia de los hombres (6,5.12);
2) Dos veces anuncia el d. (6,17; 7,4); 3) Dios manda a Noé dos veces que
construya un arca y entre en ella con su familia (6,18-20; 7,1-3); 4) Noé
obedece dos veces al mandato divino (6,22; 7,5); 5) Dos veces se dice que
Noé entró en el arca (7,7-9.13); 6) El d. comienza dos veces (7,10. 11);
7) Dos veces se narra el fenómeno del crecimiento de las aguas y la
elevación del arca (7,17.18); 8) Dos veces se habla de que perecieron
todos los seres vivientes (7,21.22); 9) Dos veces promete Dios que no
mandará otro d. (8,20-22; 9,9.15). Hay además algunas divergencias entre
unos pasajes y otros. Señalemos las principales: 1) En cuanto al número de
animales que debían introducirse en el arca, a veces se habla de un par de
cada especie (6,19-20; 7,15-16), otras, de siete pares de animales puros
(7,2-3). 2) Según 7,4.12 y 8,2b, el d. sobrevino a causa de una lluvia
torrencial (hebr. gésem, es decir, lluvia de invierno), mientras que en
7,11 y 8,2a se atribuye a la irrupción de las aguas del abismo sobre la
tierra y a que se abrieron las cataratas del cielo. 3) Noé supo que acabó
el d. por el comportamiento de las aves que había mandado fuera del arca
(8,6-12.13b); según 7,14-17 lo supo por revelación divina. 4) Según
7,4.12, la lluvia duró 40 días y 40 noches; pero 7,24 dice que «150 días
estuvieron altas las aguas sobre la tierra»; al cabo de los cuales
empezaron a bajar. Sumando los números indicados en 8,6-7 y 8,2.10.12, se
saca la conclusión de que el d. duró 101 días. Otro cómputo puede hacerse
partiendo de otros datos: el d. empezó el a. 600 de la vida de Noé, el 17
del segundo mes (7,11); las aguas estuvieron sobre la tierra 150 días
(7,24); a partir de este momento empezaron a disminuir (8,3b), de manera
que el 17 del mes séptimo el arca descansó sobre el monte Ararat (8,4),
apareciendo las cimas de los montes el día primero del mes séptimo (8,5);
«el año 601, en el primer mes, el primero del mes, comenzó a secarse la
superficie de la tierra» (8,13), y estaba totalmente seca el 27 del
segundo mes (8,14). Así, pues, el d. duró desde el 17 del segundo mes del
a. 600 de la vida de Noé hasta el 27 del segundo mes del a. 601 de Noé, es
decir, un año lunar de 354 días, que con la adición de los 11 días
suplementarios, se llega al año solar de 365 días (Clamer, Arnaldich).
Algunos autores explican esos datos diciendo que se trata de
recursos literarios o de alteraciones del texto, etc. Otros, en cambio,
sostienen que el texto actual del Génesis es el resultado de haber
entremezclado dos relatos precedentes, que atribuyen a la tradición
yahwística y la sacerdotal, respectivamente (v. PENTATEUCO), y que habrían
sido combinados entre sí mediante algunas frases que sirven como puntos de
enlace y de transición. Según esta teoría, pertenecerían al autor yahwista:
6,5-8; 7,1-5.710.12.16b.17b.22-23; 8,2b.3a.6-12.13b.20-22. Textos propios
del sacerdotal: 6,9-22; 7,6.11.13-16a.17a.18-21.24; 8,1-2a.3b-5.13a.14-19;
9,1-17. Textos propios del autor o compilador final: 6,7; 7,8.9a; 7.7.23.
Cada uno de los dos relatos transcritos separadamente tienen un sentido
completo.
Dios castiga a la humanidad con las aguas de un espantoso d. (hebr.
hammabttl, con artículo, para denotar que se trataba de una inundación
especial, catastrófica; Setenta, kataklismós). El término mabúl procede
quizá del babilonio nabalu, destruir. De este cataclismo se salvó Noé, que
«andaba con Dios» (6,8), de una santidad extraordinaria, excepcional (Gen
5,22), por lo que «encontró gracia ante Dios» (6,8). Por su piedad, y por
el principio de solidaridad religiosa de la familia (Gen 19,22), se
salvaron también su mujer, sus tres hijos, Sem (v.), Cam (v.) y lafet (v.)
y sus respectivas esposas (7,13), ocho personas en total (1 Petr 3,20).
Para que pudieran salvarse de las aguas, Dios mandó a Noé que se
construyera un arca (hebr. tebáh; Setenta, kibotós) de grandes
dimensiones. El término tebáh únicamente se emplea en este relato y en Ex
2,3, para designar la cesta de papiro en que fue colocado Moisés en su
niñez. Para poder albergar a las ocho personas y al gran número de
animales, con los alimentos necesarios para un año, era necesario que el
arca fuera grande. Dice el texto que medía «300 codos de largo, 50 de
ancho y 30 de alto» (6,15). El codo ('ammah) hebraico correspondía al codo
ordinario de los babilonios (amatu), de lo cual se infiere que las medidas
del arca eran aproximadamente las siguientes, traducidas en metros: 150 m.
de largo, 25 m. de ancho, 15 m. de alto. Estas grandes dimensiones
suponían un grave problema de construcción, mayormente si se tiene en
cuenta que se construyó en tiempos en que todavía no se trabajaban los
metales. ¿Era posible la construcción de unidades de este tonelaje en
tiempos de Noé o debe dársele a las cifras un valor simbólico? ¿Cuánto
tiempo empleó éste en su construcción? No lo dice el texto. No conviene
olvidar que en esta fase de la humanidad, los antiguos, cualquiera de
ellos, tuvieron una idea de los números distinta de la que tenemos
nosotros hoy (A. Parrot. Déluge et Arche de Noé, 43-46).
Los prismas W.B.444 y W.B.62, que dan el catálogo de los reyes que
reinaron en Babilonia antes del d., aluden a una gran inundación que puso
fin a aquella dinastía. Los arqueólogos L. Woolly y S. Langdon hallaron en
Mesopotamia estratos geológicos de un aluvión en la antigua Ur (v.) de
3,70 a 2,70 m. de espesor. Otros restos de grandes inundaciones fueron
encontrados en Kish, en Uruk, en la antigua Shurrupak, en Tello y en
Nínive, pero acaecidas en tiempos distintos. Por todos los datos, se llega
al acuerdo sobre la manera de explicar la tradición sumerio-acádica y
bíblica sobre el d. como una tradición popular que recoge el fenómeno
natural de una inundación en el valle del Tigris y del Éufrates (Lambert,
v. bibl. 715). El d. parece que no pudo ser un fenómeno universal
geográfica y etnográficamente. Las frases bíblicas (6,7.18; 7,4.16) que
sugieren esta universalidad (Gen 41,55-57; Ex 5,12; Dt 2,25, etc.) pueden
ser interpretadas como refiriéndose a una universalidad relativa. Ya hemos
dicho al principio que para el autor sagrado el d. reviste una
significación teológica, y no tiene como fin primario enseñar en qué
consistió el hecho físico e histórico del d., ni cuándo tuvo lugar ni el
tiempo de su duración aunque presupone su historicidad sustancial. Tenemos
en este relato la expresión de la verdad que Dios quiso se consignara para
salvación nuestra, a fin de promover en nosotros el santo temor de Dios,
Todopoderoso, que castiga a los pecadores y salva a los justos (Vaticano
II, const. Dei Verbum, 3,12).
V. t.: Noé; ARCO IRIS 11; SET.
BIBL.: P. DHORME, Le déluge
babylomen, «Rev. Biblique» 39 (1930) 481-502; G. LAMBERT, 11 n'y aura plus
de déluge (Gen 9,11), «Nouvelle Revue Théologique» 87 (1955) 581-601,
693-724; J. ENciso, El duplicado de la narración del diluvio, Vitoria
1935; L. ARNALDICH, El origen del mundo y del hombre según la Biblia,
Madrid 1958 (con copiosa bibl.). V. t. la parte correspondiente al d. en
los comentarios bíblicos como: P. HEINISCH, Das Buch Genesis, Bonn 1930;
1. CHAINE, Le Livre de la Genése (Lectio divina), París 1949; E. F.
SUTCLIFE, Génesis, en Verbum Dei, I, Barcelona 1956; R. DE V.Aux, Le lime
de la Genése, París 1962; A. COLUNGA, M. GARCIA CORDERO, La Biblia
comentada, t. I, Pentateuco, BAC, Madrid 1962; F. ASENSIo, La Sagrada
Escritura, A. T. 1, Pentateuco, BAC, Madrid 1967. Los textos
asirio-babilónicos sobre el d. se recogen en las obras clásicas de H.
GRESSMANN, Altorientalische Texte zum Alten Testament, Berlín 1926, y en
J. B. PRITCHARD, Ancient Near Eastern Tests, Princeton 1955.
LUIS ARNALDICH.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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