DIFUNTOS. RECOMENDACIÓN DEL ALMA.


Además del Viático (v.), sacramento del Cuerpo y Sangre de Cristo, con que la Iglesia conforta espiritualmente a sus hijos en la hora suprema de la muerte, la liturgia de los moribundos ha contenido siempre unas oraciones para ser recitadas junto a ellos con el fin de encomendarlas a la misericordia de Dios. Se trata del Ordo commendationis animae, o r. del a.
     
      La Iglesia desde muy antiguo hizo suya la práctica de encomendar a Dios el alma de sus hijos moribundos, siguiendo en ello el ejemplo del mismo Cristo, quien próximo ya a expirar, se puso en manos de su Padre con aquellas Palabras: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46). El nombre mismo de r. del a. parece derivado de estas palabras de Cristo. La importancia de esta práctica fácilmente se deduce de su misma naturaleza y de la trascendencia del momento en que se realiza. El cristiano, colocado a las puertas de la eternidad, es como introducido en ella y conducido a la presencia del juez divino con las credenciales infalibles de la oración de la Iglesia Esposa de Cristo. De aquí la norma dada al párroco en el antiguo Ritual (tít. VI, cap. 5,1) de que «al agravarse la enfermedad visite al enfermo más frecuentemente... y advierta a quien corresponda que, de amenazar peligro de muerte, se le llame inmediatamente con el fin de poder atender al moribundo y recitar junto a él la Recomendación del alma».
     
      Ésta, considerada de un modo amplio y general, comprende, según el Ritual Romano anterior a la reforma litúrgica del Conc. Vaticano II, tres partes: a) una serie de exhortaciones, admoniciones, preces y jaculatorias, destinadas a ayudar al moribundo a mantener el espíritu, en esa hora suprema de su vida, en una actitud de entrega generosa y confiada en manos de Dios; b) la r. del a., propiamente dicha; (-) el rito para el momento de expirar (tít. VI, caps. 5-8).
     
      Aspecto histórico. Por los testimonios históricos que actualmente conocemos se puede afirmar con toda certeza que la piadosa práctica de recomendar a Dios el alma de los moribundos es muy antigua en la Iglesia. En el s. vi era ya uso bastante generalizado. En el Sacramentario Gelasiano, muchos de cuyos formularios se atribuyen al mismo papa S. Gelasio (492-496), y otros a adiciones que fueron hechas en el s. vi o principios del vii, hallamos un eco de esta costumbre ya que en él aparecen varias fórmulas bajo el epígrafe: «Commendatio animae» (cfr. PL 74,1235).
     
      Parece, sin embargo, que estas fórmulas estaban destinadas a ser recitadas no ante el moribundo, sino después de muerto y sepultado, puesto que aparecen colocadas en el Sacramentario detrás de las oraciones post sepulturam. También en la vida de santa Austreberta (m. ca. 670) leemos que estando ya a punto de expirar muchas de las personas que se habían reunido alrededor de ella para recibir su bendición comenzaron a recitar los salmos y a invocar sobre ella el nombre de los santos seriatim (Acta Sanct. Febrero 11,423). La expresión seriatim hace clarísima referencia a las Letanías (v.) de los Santos como un elemento más del rito de la r. del a.
     
      Por otra parte, algunas de las oraciones que se contienen en el Ritual Romano son de una gran antigüedad. Así, p. ej., además de las Letanías de los Santos, en las que sólo unos pocos nombres han sido introducidos en época más reciente (Abel, en tiempo de Paulo V, 1614; S. Camilo de Lelis y San Juan de Dios, en tiempo de León XIII; S. José, introducido por S. Pío X) merecen destacarse por su antigüedad: la oración Proficiscere, anima christiana; las fórmulas de absolución Deus misericors, Deus clemens y Commendamus tibi, Domine; y, finalmente, las invocaciones litánicas que comienzan con las palabras: Suspice, Domine, servum tuum.
     
      Todas éstas son fórmulas ya conocidas en el s. v1, y no es aventurado atribuir su origen al s. v o quizá antes. Al menos, por lo que respecta a las innovaciones litánicas, Suspice, Domine, servum tuum, la autorizada opinión de H. Leclercq, tras considerarlas como el núcleo más antiguo y original de la r. del a., hace remontar su origen a la segunda mitad del s. III. Esta opinión la fundamenta el sabio benedictino, entre otras razones, en la forma arcaica del texto, así como en el testimonio de diversos monumentos arqueológicos cristianos en los que pueden leerse inscripciones que parecen calcadas en la fórmula litúrgica citada: «Libra, Señor, su alma (la del moribundo), como libraste a Daniel del lago de los leones: líbrala, como libraste a los tres jóvenes del horno de fuego; líbrala, como libraste a Susana de la falsa acusación...».
     
      En el formulario de la r. del a. del Ritual promulgado por Paulo V en 1614, además de las oraciones ya citadas se incorporaron otras varias entresacadas de diversos Ordines medievales. Así, p. ej., la fórmula exorcística Commendo te, omnipotenti Deo; la fórmula absolutoria Delicta iuventutis; y, finalmente, las tres hermosísimas oraciones dirigidas a Cristo para que acoja en el seno de su misericordia el alma que está a punto de partir de este mundo.
     
      Más tarde se incorporaron otras oraciones; p. ej., la oración a la Santísima Virgen Clementissima Virgo fue añadida por S. Pío X; y la dirigida a S. José Ad te confugio, por Pío XI, el 9 ag. 1922.
     
      En el «Ritual de los enfermos» promulgado por Paulo VI en 1972 y publicado en 1973 se dice sobre la asistencia de los moribundos que «una de las tareas más urgentes de la caridad es la solicitud con el hermano o la hermana que agoniza, uniéndose a él para implorar la misericordia de Dios y excitarlo a la confianza en nuestro Señor Jesucristo». Para ello ha insertado muchos formularios litúrgicos con lecturas bíblicas apropiadas, fórmulas breves o jaculatorias bíblicas a las que se han añadido al final las invocaciones a Jesús, José y María, ya conocidas. Entre las oraciones se ha conservado la plegaria Proficiscere que está en uso en la Iglesia, al menos, desde el s. vili, aunque ha sufrido algunos retoques en el transcurso de los siglos, así como la oración siguiente en que se pide la liberación del moribundo a ejemplo de la liberación de algunos personajes bíblicos, que en el nuevo Ritual se ha reducido algo.
     
      V. t.. MUERTE VII.
     
     

BIBL.: H. LECLERCQ, Défunts, en DACL IV,427-456; P. RADó, Enchiridium Liturgicum, Barcelona 1961, 1,498; L. GOUGAUD, Étude sur les Ordines Commendationis animae, «Ephemerides Liturgicae» 49 (1935); J. T. MAERTENS, La liturgie de la niort et son langage, «Le Supplément» n.° 108 (1974) 46-92; A. G. MARTIMORT, La Iglesia en Oración, 3." ed. Barcelona 1987, 680-682; J. A. ABAD, M. GARRIDO, Iniciación a la Liturgia de la Iglesia, Madrid 1988, 513-515.

 

RAÚL ARRIETA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991