DIÁSPORA


El sentido etimológico de la palabra d. (en griego, diaspora) es dispersión, diseminación. Aparece en los Setenta para indicar «la dispersión de los judíos entre los paganos», o tan sólo «la dispersión». Puede aplicarse también a un grupo religioso minoritario que vive rodeado de otra comunidad mayor. En hebreo el término que corresponde a d. es gólah o galút y en arameo galúta, con el sentido más bien de deportación, exilio, cautividad; pero no se suele traducir por d. en los Setenta. Son varios los términos hebreos que han sido vertidos al griego por d. Unas veces d. equivale a ser rechazado, ser expulsado, ser proscrito, como en Dt 30,4 («tus proscritos»). En Dt 28,25, d. tiene el valor de intranquilidad, horror («y servirás de horror»). En Ier 15,7 tiene incluso el de aventar («yo los he aventado»).
     
      El sentido de d. al que nos referimos no es tanto el de la expansión colonizadora de un pueblo o bien el de una invasión al conquistar otras tierras, ni una transmigración de pueblos, sino la diseminación de un pueblo, el judío, al ser invadido, vencido y obligado a expatriarse a la fuerza. Hubo, sin embargo, algunas razones por las que los judíos abandonaron su país y, como los fenicios, fundaron colonias en el extranjero ejerciendo el comercio. Esta emigración voluntaria no fue una verdadera d. En el s. ix a. C. encontramos una colonia judía en Damasco, aunque en aquella época la emigración se dirigió a Egipto.
     
      1. Diáspora asiria del reino de Israel. La primera dispersión fue originada por la política de Tiglatpileser 111 (v. ASIRIA I) que intentaba deshacerse de sus enemigos llevando a cabo una deportación en masa. De este modo aprovechaba los valores de los pueblos vencidos, como artesanos y fácil mano de obra, y al mismo tiempo intentaba su desaparición por medio de una asimilación completa. Para llenar el hueco subsiguiente traía gentes de su nación que récibían las tierras y casas abandonadas. En tiempos de Peqah, rey de Israel, empezó Tiglatpileser III una campaña contra Siria y el reino de Israel o del Norte. Tomó `Iyyón, 'Abel-bét-Ma'r"tkah, Yanóah, Qades, Hasór, Galaad, Galilea (v.) y todo el país cíe Neftalí y las tribus de Transjordania (v.), cuyos habitantes llevó cautivos a Asiria (2 Reg 15,29). Deportó incluso al príncipe Bé'erah, descendiente de Rubén, así como a otros miembros de su tribu, a los gaditas y a la mitad de la tribu de Manasés, conduciéndolos a Halah, Habór, Hara' y el río Gózan (1 Par 5,26) y a las ciudades de Media (2 Reg 17,6). Respecto al número de cautivos se llega a la cifra de 3.000, según fuentes acádicas, sólo de cinco ciudades de Galilea, todos varones.
     
      El territorio conquistado pasó a ser provincia asiria y a los vencidos se les impuso un fuerte tributo. Israel buscó ayuda en Egipto para rebelarse contra Asiria, con lo que se originó la campaña de Salmanasar V (725-724), en la que asedió a Samaria (v.) durante tres años (2 Reg 17,5). Fue Sargón II (v. SARGóNIDA, DINASTÍA) quien conquistó la capital en el a. 721, haciendo cautivos a 27.290 habitantes, y tomó 50 carros para su ejército, según las fuentes asirias de los Anales de Sargón. Dejó a Samaria (v.) como centro de la provincia conquistada, y el lugar vacante dejado por los deportados fue ocupado por gentes traídas de Babilonia, Kútah, `Awwa', Hámat y Séjarwayim (2 Reg 17,24). Hay documentos asirios del s. vil a. C., en los que aparecen con toda claridad nombres israelíes y, a su vez, en nombres propiamente asirios se ven terminaciones que son propias del Dios de Israel. Por otra parte en las excavaciones de Samaria se encuentran nombres babilónicos. Estos habitantes afincados en Israel se mezclaron con las gentes que quedaron allí, consiguiéndose de esta unión la amalgama religiosa de los samaritanos, quienes además de servir al Dios de Israel daban culto también a los dioses babilónicos. Para evitar esta situación tan caótica vinieron algunos sacerdotes deportados para ayudar a aquellos que con tal mezcolanza entraban en la herejía (2 Reg 17,28.33).
     
      Este pueblo así establecido, a medida que decaía el poder de Asiria, iba extendiendo su influencia entre las tribus del norte y el reino de Judá, como se desprende por Jeremías (41,5) al narrar que llegaron hombres de Siquem (v.) Silo (v.) y Samaria para ofrecer incienso a Yahwéh. Según los documentos de Sargón, aún hubo otra sublevación contra Asiria, en la que tomaron parte 'Arpad, Simirra, Damasco y Samaria. La ciudad de Rapiju fue destruida y saqueada y 9.033 personas fueron deportadas. Con ello desapareció el reino de Israel. Los deportados se asentaron en Mesopotamia (v.) como trabajadores agrícolas, o colonos del rey, y con su esfuerzo y tesón lograron una situación económica y social más desahogada, llegando a desempeñar cargos importantes en la administración del estado (v. ISRAEL, REINO DE).
     
      2. Diáspora babilónica del reino de Judá. Esta segunda deportación empezó a consecuencia de las sublevaciones de Judá por desprenderse de la influencia babilónica, en el a. 601 a. C., en el reinado de Joaquim (Yéh6yagim). Nabucodonosor II (v.), rey de Babilonia, llegó a Jerusalén (v.) y la sitió, prendió a Joaquim con grilletes y lo condujo a Babilonia, saqueando los objetos de culto de la casa de Yahwéh (2 Par 36,6-7). Este ataque lo hizo con un ejército compuesto por caldeos, sirios y tropas moabitas y amonitas. En la primavera del 598 asedió nuevamente a Jerusalén, y apresó y deportó a Joaquín o Jeconías (Yéhóyakin), hijo de Joaquim, a Babilonia, en unión de su madre, servidores, jefes y eunucos, llegando a deportar a todo Jerusalén con sus magnates y soldados en número de 10.000, a sus herreros y cerrajeros, y no dejando sino a la gente más menesterosa de la población (2 Reg 24,10 ss.). En lugar del monarca depuesto entronizó a su tío, Mattanyah, a quien puso el nombre de Sedecías (2 Reg 24,10 ss.). Según ler 19,1, fueron deportados los dignatarios de la casa real así como los artesanos especializados.
     
      En una rebelión posterior de Sedecías (2 Reg 24,20) vuelve Nabucodonosor a poner cerco a Jerusalén con todo su ejército. Este asedio duró hasta el undécimo año del reinado de Sedecías (587 a. C.), padeciéndose hambre intensa en la ciudad. Por fin abrieron brecha en Jerusalén escapando el rey y algunos guerreros. El ejército caldeo salió en persecución de los fugitivos, logrando prender al rey en la llanura de Jericó juntamente con sus hijos. Éstos fueron degollados en presencia de Sedecías y a éste, después de sacarle los ojos, cargado de cadenas lo llevaron a Babilonia. El Templo fue presa de las llamas, así como el palacio real y todas las casas de Jerusalén (2 Reg 25,1 ss.). Nebuzaradán, que era el jefe de la escolta del rey de Babilonia, deportó al resto del pueblo que había en la ciudad y a los prófugos que se habían pasado al rey de Babilonia, dejando tan sólo a las gentes más humildes, con el fin de que cuidaran de las viñas y los campos (2 Reg 25,11 ss.). En cuanto al número de los deportados se habla de 10.000 soldados aguerridos en 2 Reg 24,14 y de 7.000 en 2 Reg 24,16.
     
      No hay indicios de que se trajeran habitantes de otras regiones, como se hizo con Israel, pero es de suponer que los pueblos vecinos se infiltrarían en los territorios abandonados, aunque no todas las ciudades llegaron a sufrir por igual con la deportación.
     
      En tiempos de Godolías, a quien el rey de Babilonia había puesto al frente de su país, el poder quedó centralizado en Mispah, ciudad en la que el mismo Godolías fue asesinado, como colaborador del enemigo (ler 41,3). Para evitar las represalias de los caldeos, los judíos emprendieron una marcha hacia Egipto, en contra de los vaticinios de jeremías (v.), que propugnaba porque cada uno siguiera en su puesto y que hubiera un entendimiento con el enemigo (Ier 37 y 38). Los nuevos exilados llevaron consigo al profeta Jeremías y a su secretario Baruc (v.), estableciéndose en el delta del Nilo y en Patros, al S. Parece ser que estos inmigrantes se asimilaron con los egipcios y se hicieron idólatras, desapareciendo como grupo étnico judío. En la isla de Elefantina (v.), en Egipto meridional, ocurrió un fenómeno curioso: el establecimiento de una colonia judía de habla aramea. Por los documentos hallados se descubre que había un puesto militar con autoridades civiles y religiosas e incluso tenían un templo. No se sabe a ciencia cierta la época de su instalación ni sus razones. Es posible que ya existieran allí a mediados del s. vi a. C. y que una nueva avalancha de emigrantes se les uniera. Así piensa Néher, aunque no se explica cómo utilizaban el arameo, que fue posterior, a no ser que lo hicieran como lengua oficial. Igualmente es difícil comprender su concepto religioso que no se acomodaba al del judaísmo (v.) de la época, ya que tenían un templo, en contraposición con el Templo único de Jerusalén (v. TEMPLO 11).
     
      A la muerte de Nabucodonosor le sucedió en el trono Evilmerodad, que fue mucho más benévolo. Indultó y sacó de la cárcel a Joaquín e incluso lo colocó en el trono, por encima de otros reyes que también estaban en Babilonia (2 Reg 25;27 ss.). Los lugares donde quedaron reunidos y establecidos los deportados fueron varios: Tel Abib, a orillas del río Kébar (Ez 3,15), Tel Melah, Tel Harsa', Kérúb, Addan e 'Immer (Esd 2,59) y también en Kasifya' (Esd 8,17). Al principio los deportados se ocuparon de la agricultura y edificación de los grandes palacios de Nabucodonosor en Babilonia, o construyeron casas para ellos y cultivaron sus huertos, llegando a crear familias (Ier 29,5). Al paso del tiempo mejoró su situación y fueron dedicándose al comercio, como lo atestiguan los documentos de ~Nippur (v.), del s. v a. C., en los que aparecen los judíos ocupando puestos relevantes dentro de la economía del país. Sus colonias pasaron a ser centros de vida social y económica. Prueba de este auge son las ofrendas que espontáneamente donaron para la reedificación de la casa de Dios en Jerusalén, que consistían en 62.000 dáricas de oro, 5.000 minas de plata y 100 túnicas sacerdotales (Esd 2,68.69). El terreno de cultivo les ayudó por ser más fértil que el de Palestina, y ellos, buenos trabajadores. Y sobre todo tuvo mucha importancia el que llegaran a ocupar puestos de responsabilidad en el gobierno caldeo. Daniel (v.) mismo da testimonio de ello al presentarse como hijo de la d. de Judá y explicar cómo llegó a recibir una cultura caldea, junto con sus compañeros Sadrak, Mésak y `Ábed-Négó, quienes ocuparon cargos importantes en la administración del Estado (Dan 2,49).
     
      La figura principal de esta d. fue el profeta Ezequiel (v.), quien ante la destrucción del Templo presentó a Yahwéh como el verdadero santuario (Ez 11,16), y la reconstrucción como tarea de máxima incumbencia. Dentro del imperio caldeo los desterrados se gobernaban por los ancianos, sacerdotes y profetas (Ier 29,1), y se congregaban en sinagogas dispersas, que fueron a su vez el fundamento de la futura Sinagoga (v.). Aunque este residuo del pueblo elegido se encontrara en cautividad, se dio cuenta de su fuerza espiritual y se opuso al culto pagano, como en las épocas de Daniel y Ester (v.). Esta lucha por la libertad fue favorecida por Ciro (v.) II el Grande, quien en 538 a. C. hizo público un decreto por el que se permitía el regreso a Judá (Esd 6,2-5). Sin embargo, la mayor parte de los judíos optaron por permanecer en Babilonia, lo cual prueba que en aquel momento su situación era bastante buena. El grupo de judíos que emprendió el retorno estaba compuesto por 42.360 almas, con 7.337 esclavos y esclavas, 200 cantores y acompañados de profusión de caballos, mulos, camellos y asnos (Esd 2,65-67) y llegaron a traer incluso los objetos robados del Templo, que Ciro consiguió se les restituyesen. Se nombraron jefes para la operación del retorno, entre aquellos que esperaban en el resurgimiento de su pueblo como nación, y se hicieron los censos. El Templo empezó a ser reconstruido y se ofrecieron oblaciones a Dios. El Libro de la Ley de Moisés fue solemnemente entronizado y leído en público. El culto fue reorganizado. Las fiestas empezaron a celebrarse con toda pompa y la alegría se desbordaba al ver que Dios les había concedido el perdón, ya que la d. estaba considerada como un castigo por los pecados (Esd 9,7; Neh 1,8). Al mismo tiempo, para defender al residuo del pueblo se prohibieron con más insistencia los matrimonios miXtOS (V. ESDRAS).
     
      3. Diáspora en el mundo greco-romano. Muchos autores sólo emplean la palabra d. cuando se refieren a ésta y, deportación cuando hablan de la d. del reino de Israel o de Judá. Esta diseminación por el imperio de Alejandro Magno fue motivada por razones políticas y económicas, llegando a poblar los puertos y ciudades más comerciales de la cuenca del Mediterráneo. A veces formaban parte del ejército y luego se quedaban allí como colonos. En tiempos de los diadocos se establecieron en Egipto y Fenicia, con los mismos derechos que los ciudadanos griegos. Así, pasaron a Lidia de Frigia, Pérgamo, Capadocia, Siria y Celesiria, islas griegas, Macedonia y península helénica, Sicilia y Libia. Alejandría atrajo a muchos judíos de Palestina, desde su fundación. Otros inmigraron a esta ciudad en tiempos de Ptolomeo I, también con igualdad de derechos, llegando a ser, al paso del tiempo, un centro de irradiación del judaísmo (v.). Su población total llegaría a un millón de almas y una décima parte de ella sería judía. Las exigencias religiosas y el escaso conocimiento del hebreo en la comunidad hicieron necesaria la traducción de la Biblia al griego, versión conocida por el nombre de los Setenta (BIBLIA VI, 2). A pesar de la convivencia entre judíos y griegos había una enemistad latente entre ellos, por no aceptar aquéllos los dioses de la gentilidad ni sus juegos paganos, y ser además competidores suyos en actividades comerciales (V. ALEJANDRÍA V).
     
      Pompeyo (v.) conquistó Jerusalén en el 63 a. C. y Judea (v.) pasó a ser un departamento de la provincia de Siria e, incluso, provincia romana después de la toma de Jerusalén por Tito (v.) en el 70 d. C. Gran número de judíos fueron hechos prisioneros y vendidos como esclavos. Así pasaron a Italia, afincándose en Roma y otras ciudades del imperio romano, países germánicos, Galia meridional y septentrional, valle del Rin, África del Norte y España. En Roma hay inscripciones sepulcrales de esclavos judíos, que sirven de testimonio. Aunque también hubo alguna deportación, como la de 4.000 judíos a Cerdeña, sin embargo, obtuvieron en Roma los mismos derechos que gozaban en el mundo helenístico. Julio César (v.) les permitió que se establecieran en Roma, donde estaba vedado a los extranjeros. Los romanos llegaron incluso a protegerlos contra los griegos, que a veces exigían su expulsión de alguna de sus ciudades, tales como Alejandría y Antioquía, donde vivían en ciertos barrios determinados.
     
      La ley romana llegó a permitirles la construcción de sinagogas, donde podrían orar, pero no ofrecer sacrificios, y tener sus cementerios particulares. De estos cementerios hay algunas lápidas en las que aparecen los símbolos de la religión judaica (cfr. la Lápida sepulcral trilingüe de Tortosa, en F. Cantera y J. M. Millás, Inscripciones hebraicas de España, Madrid 1956, n° 198). Igualmente podían seguir sus leyes dietéticas y sabáticas. Tenían sus propios tribunales de justicia de acuerdo con la Ley mosaica, ya que prescindían del Derecho Romano. Estaban exentos del servicio militar y podían administrarse imponiendo contribuciones obligatorias y tasas a los judíos de la comunidad. En un principio fueron considerados como extranjeros y peregrinos. En tiempos de Caracalla (v.) pudieron gozar de la ciudadanía romana por un edictq público. Las relaciones entre los judíos y los gentiles estaban motivadas por la necesidad de ejercer el comercio, ya que sus leyes religiosas eran muy severas y les prohibían la promiscuidad con los paganos. Hubo, sin embargo, gran influencia del medio ambiente en el judaísmo. Esto se ve en el campo de la filosofía, literatura y hasta en la organización comunitaria. El empleo de la lengua hebraica se circunscribió al culto sinagogal (v. JuDAÍSMO ii). Las lápidas sepulcrales utilizaban poco el hebreo, sólo lo imprescindible, más profusamente el griego y posteriormente el latín.
     
      4. Sentido de la diáspora. Para el pueblo judío la d., lo mismo que la destrucción del Templo, fue un castigo de Dios por sus pecados y su falta de fidelidad. Filón (v.) de Ai°.jandría, sin embargo, encontró la dispersión como cosa normal, por el continuo aumento de la población en Palestina. Siendo así que la d. bíblica no terminó, sino que dio origen a migraciones subsiguientes (de España pasaron a Portugal, Holanda, Inglaterra, África del Norte, Turquía y Grecia; de Alemania a Polonia y Rusia, y de allí a Europa occidental, América septentrional y meridional, Sudáfrica y Australia y últimamente a Israel), muchos adversarios de los judíos tomaron esta dispersión como signo de enemistad y abandono de Dios. Los judíos, por el contrario, reafirmaban que tales sufrimientos les acercaban más a Dios, les redimían y les hacían vivir una vida de fe más auténtica; les preparaba para la venida del Mesías (v.) y les servían para que el pueblo elegido se encontrara en todas las naciones. Para los cristianos la d. fue el medio providencial por el que se valió Dios para preparar a los gentiles a que se aceptasen las doctrinas neotestamentarias de Jesús.
     
      V. t.: HEBREOS; JUDAÍSMO.
     
     

BIBL.: K. L. SCHMIDT, Diaspora, en TWNT 2,98-104; G. RicCIOTTI, Historia de Israel, 2 vol., Barcelona 1947; A. y R. NÉHER, Histoire Biblique du Peuple d'Israel, 2 vol., París 1962; TH. REINACH, Diaspora, en Iewish Ene., 4,559-574; Y. F. BAER, Galut, Nueva York 1947; J. PRADO, Diáspora, en Ene. Bibl., 11,911-913; Y. LIVER, Galut, en Encyclopaedia Biblica, Jerusalén 1954, 496-506.

 

A. PERAL TORRES.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991