Filósofo griego, sistematizador de la teoría atomista, esbozada
anteriormente por Leucipo de Mileto. Por ello se le considera como el
padre del atomismo. Su influencia en la historia del pensar filosófico ha
sido muy notable y profunda (v. ATOMISMO).
La cronología sobre D. es dudosa, debido a la existencia de dos
fuentes contradictorias entre sí, Apolodoro y Trasilo. Aceptando la
primera como la más segura, n. entre los a. 460-457 a. C., en Abdera,
ciudad de la Tracia, región situada al SE de la Península Balcánica, entre
el Ponto Euxino y Macedonia. Hizo numerosos viajes, y estuvo en Atenas en
uno de ellos. Parece ser que sobrepasó los 100 años de edad (Diógenes
Laercio, IX,43). Alcanzó gran fama y recibió honores públicos (íd, IX,39).
Su estilo como escritor fue muy apreciado por los antiguos, que le
asemejaban a Platón (Cicerón, De oratore, 1,20,67). M. entre 370-360. Nos
ha llegado un catálogo de sus obras, debido a Trasilo de Mendes (Diógenes
Laercio, IX,45-49), en el que aparecen divididas en cinco grupos: Libros
físicos, matemáticos, éticos, filológicos y técnicos. Pero muchas de ellas
no son auténticas.
Física. Es la parte fundamental del pensamiento de D. En ella
intenta resolver el principal problema planteado por los presocráticos
(v.), el del arqué o principio originario de las cosas, que concilia el
inmovilismo de Parménides (v.) y el movilismo de Heráclito (v.). Para
explicar el origen y nacimiento de lo real, de las cosas visibles, D.
establece tres principios (Diels, 67A6): el ser material y compacto
(reflejo de Parménides), el movimiento (de filiación heraclítea) y el
vacío (condición necesaria para el movimiento). El ser, desgarrado por el
vacío, se divide en una pluralidad de partículas elementales, cuya
característica fundamental es su indivisibilidad; de ahí que las
denominara, con gran fortuna, atómoi (indivisibles). Además de esta
propiedad, los átomos gozan de otras muchas. Son eternos, compactos,
indestructibles, infinitos en número, sin distinción cualitativa entre
ellos, invisibles. Las diferencias entre los átomos se deben a motivos
puramente cuantitativos, al tamaño (megetos) y a la forma (squema)
(Aristóteles, Física, III,4,203al6). Basándose en su atomismo, D. nos dará
una explicación radicalmente mecanicista (v. MECANICISMo) de la
constitución de los cuerpos. El movimiento de los átomos en el vacío es el
deus ex machina que producirá los seres reales. Se ha discutido cuál sería
la causa originadora de este movimiento. Zeller sostiene que D. la
atribuyó a las diferencias de peso, o al menos a la pesantez (bayos) de
los átomos. Pero la mayor parte de los críticos niegan que D. haya
asignado peso a los átomos (esto sería una aportación de Epicuro (v.),
correctora de las tesis de D.), explicando el movimiento de los mismos
como una propiedad connatural a ellos; tal es la opinión de Burnet,
Hamelin y Brun. Los átomos, en su movimiento, chocan entre sí y de estos
choques se producen uniones de átomos que dan lugar a los cuerpos. D. no
explica cómo es posible que los átomos, al moverse en el vacío,
experimenten colisiones; en efecto, el movimiento atómico debería
realizarse, lógicamente, en trayectorias verticales y paralelas entre sí;
para resolver esta dificultad, introduciría posteriormente Epicuro la
noción de clinamen o desviación de los átomos.
Todo cuerpo no es sino una agregación de átomos. ¿Cómo explicar la
pluralidad y diversidad de los seres reales? Los cuerpos deben sus
diferencias a dos causas. Una, derivada de la misma estructura de los
átomos, ya que éstos se diferencian entre sí por el tamaño y la forma.
Otra, a las relaciones de los átomos entre sí en el seno de los cuerpos.
En efecto, la unión de átomos del mismo tamaño y forma pueden dar lugar a
cuerpos distintos, según el orden de colocación (taxis) y la posición
(tesis) de los mismos. Aristóteles (Metafísica, 1,4, 985b4) ilustra esta
cuestión tomando como átomos las letras del alfabeto. La unión de dos
átomos, A y N, puede dar lugar a diversos cuerpos, ya a causa del orden de
colocación (AN o NA), ya debido a la posición (AN o d esta última en
posición invertida respecto de la primera). Con esta concepción sobre la
constitución de los cuerpos, D. defiende un mecanicismo a ultranza. Todo
se explica por la materia y el movimiento de la misma, regido por leyes
estrictamente mecánicas. Las cualidades sensibles se reducen a datos
puramente cuantitativos. La rugosidad de un cuerpo se explica porque los
átomos que lo integran son picudos. La suavidad, porque son redondeados. Y
así ocurre con todas las demás cualidades.
Igualmente D. elimina de su sistema todo cambio sustancial o
cualitativo (v. CAMBIO). El cambio sustancial de generación se limita,
como hemos dicho, a una unión de átomos (sincrisis); el de corrupción, a
una disgregación atómica (diascrisis). Los cambios accidentales de
carácter cualitativo se reducen a mutaciones locales en la ordenación y la
posición de los átomos integrantes de un cuerpo. Materia y movimiento
local dan cumplida cuenta de todo fenómeno natural.
Psicología. El alma está integrada por átomos sutiles esféricos e
ígneos. El alma es el menos corpóreo de todos los seres naturales, debido
a la sutilidad de los átomos componentes (Filopón, De anima, 83,27). El
alma se nutre, mediante la respiración, de los átomos ígneos que hay en el
medio ambiente. Cuando cesa esta nutrición, el alma se destruye y se
produce la muerte (Aristóteles, De respiratione, 771b30). La sensación se
produce por el contacto entre los órganos sensoriales y ciertos efluvios (eidola)
emitidos por los cuerpos. Dichos efluvios, a modo de reproducciones
minimizadas de los cuerpos emisores, nos permiten conocer a éstos, si bien
hay que tener en cuenta que lo que posteriormente se llamarán cualidades
secundarias (V. MECANICISMo) no tienen para D. validez objetiva, siendo
sólo afecciones del sujeto cognoscente.
Epistemología. La distinción, en cierto modo ya clásica desde
Heráclito y Parménides, entre conocimiento verdadero y opinión, es
aceptada por D. Distingue entre el conocimiento claro, genuino, verdadero
(gnesie) y el oscuro, espúreo, falso (scotie). El primero es el que nos
lleva a admitir que lo único real es el átomo, sus propiedades
cuantitativas y el movimiento local. El segundo, el que nos induce a
error, haciéndonos creer en la existencia de lo cualitativo en el
Universo. De ahí que no se pueda, como se ha hecho en alguna ocasión,
asimilar el conocimiento oscuro con el sensible, con la sensación. Esta
nos puede llevar, ya a la verdad, cuando nos da a conocer las propiedades
materiales de las cosas, ya al error, si nos presenta como real lo
meramente cualitativo, caso, p. ej., de la sensación olfativa. Lo que es
preciso es depurar el conocimiento sensible mediante la razón, con lo que,
por una parte, corregiremos las sensaciones inadecuadas y, por otra,
llegaremos al conocimiento de realidades inasequibles a los sentidos, caso
de los propios átomos.
Ética. El ideal ético de D. es la epitimia, la tranquilidad de
ánimo. No se consigue mediante el placer, sino que consiste en un estado
en el que el ánimo está en calma, liberado del temor y de la pasión
(Diógenes Laercio, IX,45). La moral de D., aun careciendo de un fundamento
ontológico adecuado, es de gran elevación. Los deseos humanos deben ser
equilibrados, alejándose tanto de lo mucho como de lo poco, ya que los
extremos opuestos ni son seguros ni producen la tranquilidad (en esto
puede verse un antecedente del «justo medio» aristotélico). El hombre no
puede encontrar la epitimia ni en los placeres sensibles, ni en las
rique2as, ni en los honores, ya que por su naturaleza pueden perderse y de
hecho se pierden. El hombre que alcanza la tranquilidad de ánimo es
autárquico, se basta a sí mismo. No obstante, como condición de la vida
social, D. reconoce la necesidad de las leyes, que procuran grandes
ventajas a la vida humana, lo que especialmente se debe a que el estado
perfecto no es fácilmente asequible. Parece inclinarse a la democracia
como forma de gobierno.
La filosofía de D. tiene en su haber una gran aportación al saber
humano: la noción de átomo. El intento de explicar la Naturaleza mediante
los átomos y las leyes mecánicas que los regulan supone una anticipación
genial de las modernas concepciones físicas. Por otra parte, su ética,
pese a carecer de sistematización y de un fundamento sólido metafísico,
encierra una dignidad innegable. El defecto capital de D. ha sido el
querer extender su concepción mecanicista, válida en un orden
estrictamente físico-cuantitativo, a otros estratos de lo real, p. ej., el
psicológico, en el que es inadmisible, incurriendo en el fallo de todo
mecanicismo radical y absoluto.
V. t.: LEUCIPO; ATOMISTAS.
BIBL.: DEMóCRITO, Fragmentos, en
Diels-Franz, 68 (55); LEUCIFO y DEMÓCRITO, Fragmentos, Madrid 1964; Q. S.
KIRK y 1. E. RAVEN, Los filósofos presocráticos, Madrid 1969; V. E.
ALFIERI, Gli atomisti, frammenti e testimonianze, Bar¡ 1936; V. FAZIO-ALLMAYER,
Studi sull'atomismo greco, Palermo 1911; C. BAILEY, The greek atomists and
Epicurus, Oxford 1928; M. SOLOVINE, Démocrite. Doctrines et reflexions
morales, París 1938; F. ENRIQUESM. MAZZIOTTI, La dottrina di Democrito
d'Abdera, Bolonia 1948; F. MESIANO, La morale materialistica di Democrito
d'Abdera, Florencia 1951; V. E. ALFIERI, Atomos idea, Florencia 1953.
J. BARRIO GUTIÉRREZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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