CORO II. LITURGIA Y PASTORAL. En castellano la palabra c. suele designar el lugar que los cantores ocupan en las iglesias. También se llama c. o coral al conjunto de los cantores.


El canto y el coro en el culto cristiano. Sin duda, por influjo del culto israelita (v. IUDANMO II), la Iglesia, desde sus comienzos, dio en sus funciones una gran importancia al canto, que hoy es «parte integrante de la liturgia solemne» y la forma normal e insustituible de la expresión comunitaria. La porción de la asamblea cristiana, especializada en el canto litúrgico, es la Schola, que no existió hasta el s. VII. La salmodia (v.) era responsorial: a cada versículo cantado por un solista, el pueblo respondía cantando un estribillo (v. RESPONSORIO). Cuando más tarde se introdujo en el Introito de la Misa la salmodia antifonal o alternante, que exigía conocer de memoria todos los versículos del salmo, se sintió la necesidad de tener un grupo de cantores especialmente preparados. S. León Magno (440461; v.) fundó cerca de la basílica de S. Pedro una comunidad monástica encargada del servicio de las horas canónicas, que puede considerarse como el origen de la Schola Cantorum. Esta institución fue protegida por los Papas siguientes, sobre todo por S. Gregorio Magno (v.), quien estableció un convictorio para niños destinados al canto eclesiástico. El convictorio se convirtió más tarde en escuela de canto, no exclusiva para niños, que abría las puertas a la carrera eclesiástica.
      Al desarrollarse la Schola dejó de intervenir la comunidad con la activa participación que tuvo al principio. Pero la Schola no era un elemento extraño en el conjunto del culto, sino un vínculo entre el altar y el pueblo. Su emplazamiento estaba en el centro de la nave, en la parte más próxima al cancel. Hasta el s. VIII parece quetodo el pueblo participó, al menos, en el canto del Ordinario, de la Misa; sólo en la época carolingia esas partes, a excepción del Sanctus, se reservaron a la Schola. En los s. XII y XIII eran los clérigos de las catedrales e iglesias capitulares, presentes en el presbiterio que por esa razón hoy se llaman c. en algunas lenguas modernas, los que interpretaban esos cantos (v. PRESBITERIO II); entre esos clérigos habría un grupo más preparado que se encargaría de cantar el Propio de la Misa y tomaría la dirección del canto. Ya para entonces se había introducido el canto a varias voces que exigía personas especializadas; así, se admitieron en el c. algunos seglares, y, por tanto, el grupo coral se separó del resto del clero. Esta independencia se manifestó incluso en el lugar que ocupaban; en la época carolingia, cuando el obispo se colocaba a la derecha del altar, los cantores se situaban enfrente de él; en plena Edad Media se les veía también en el lectorium o sube, alta estructura monumental, de lo alto de la cual se hacían las lecturas al pueblo, y que, subdividida en tres o más arcadas, separaba la nave del presbiterio. Cuando, en el Renacimiento, se suprimieron estas estructuras, los cantores subieron a las tribunas laterales que dominaban el presbiterio, para acabar, en la última época, retirándose a una tribuna sobre la entrada principal del templo. A esta autonomía de la música sagrada y a su progresivo alejamiento del altar contribuyó el desarrollo de la polifonía (v.) y la importancia creciente que la Iglesia fue concediendo al órgano (v.).
      Emplazamiento actual de la Schola y del órgano. El motu propio de S. Pío X Tra le sollecitudini (1903) inició en este siglo la rehabilitación del canto comunitario en la asamblea litúrgica. Luego han sido la enc. de Pío XII Musicae Sacrae (1955) y, sobre todo, las Instrucciones de 1958 y 1967 las que han precisado el papel del c. Cuando la Schola, como ocurre en monasterios y catedrales, es un grupo de clérigos que ejerce el «servicio ministerial directo», o cuando está compuesta de hombres o niños agrupados en Schola y que canta según las rúbricas, ejerciendo un «servicio ministerial directo, pero no propio sino delegado». En ambos casos, su puesto, y con vestidos litúrgicos, debe ser el c. propiamente dicho, cuyo emplazamiento hay que ponerlo junto al altar, mejor delante que detrás. Hay un tercer tipo de Schola, que pertenece a la nave; en ella pueden participar mujeres, intervenir profesionales del canto, sobre todo en fiestas solemnes, niños o adultos más o menos especializados, o simplemente una parte selecta de la comunidad. Naturalmente conviene que tengan un lugar fijo.
      Según la Instrucción de 1958, el órgano debe colocarse «cerca del altar mayor». Si no puede evitarse su visibilidad desde la nave, ha de cuidarse que su aspecto se adapte estéticamente al estilo arquitectónico. Es necesario además que el organista, desde su consola, pueda seguir las ceremonias y se sienta ligado a ellas, que oiga al celebrante y a sus ministros, a los lectores y a los que cantan, y que vea al director del c.
      La última Instrucción de 1967 permite, además del órgano, otros instrumentos, con permiso del obispo; y no sólo recomienda la participación del pueblo en el canto del Ordinario de la Misa, sino, en cuanto sea posible, también en el Propio, señalando tres grados de participación cantada (v. PARTICIPACIÓN Iv). En cuanto a la colocación de los cantores, ordena que, teniendo en cuenta la disposición de la iglesia, se sitúen de manera que aparezca clara su función como parte de la asamblea, que resulte fácil la realización de su ministerio, y que a cada uno le resulte asequible a la participación plena en la Misa. Conforme a este criterio habrá que determinar, en cada caso, el lugar que corresponde en el templo al tercer tipo de Schola, tan corriente en las parroquias. Su colocación en una tribuna sobre la entrada de la iglesia, aunque sea ventajosa acústicamente, es la menos apta para fomentar la participación. El emplazamiento entre el altar y el ábside, aunque cercano al altar, se presta al mismo aislamiento espiritual, a no ser en plantas que permitan a la comunidad agruparse circularmente en torno al presbiterio. Los dos lugares más aptos para la Schola; en la mayoría de los casos, parecen ser, como en las primitivas basílicas, a la cabeza de la nave junto al presbiterio o también a un lado de éste.
     
      V. t.: CANTO III; SACRA CRISTIANA, MÚSICA; ACLAMACIÓN III. Para el aspecto arquitectónico, o artístico del c., v. TEMPLO IV y V.
     
     

BIBL.: H. LECLERCQ, Chantre, en DACL 3,351 ss.; F. PICARD, Le róle de la Schola, «LaMaisonDieu» 60; 1. GÉLINEAU, Le chant du peuple, sa nécessité, sa beauté, ib; íD, La nel et son organisation, ib., 63 (1960); H. HUCKE, La música en la liturgia, «Concilium» 2 (1965) 111129; 1. FERNÁNDEZ DE LA CUESTA, Instrucción sobre la Música en la Sagrada Liturgia. Comentario, «Liturgia», abril 1967, 129164; 1. GÉLINEAU, Canto y música en el culto cristiano. Principios, leyes y aplicaciones, Barcelona 1967.

 

PLAZAOLA ARTOLA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991