PERSONAJE HISTÓRICO. De «maravilla del Creador» califica el musulmán Ibn
Bassám al más famoso héroe de la historia medieval y de la épica
españolas. Sus contemporáneos, salvo en Castilla, y toda la floración
literaria surgida en torno a su figura, vieron en ella la personificación
del héroe invencible en la guerra y del vasallo ideal, incluso para con un
mal señor. La investigación histórica desde el s. XVli ha oscilado en la
interpretación del C. entre dos polos opuestos, considerándole unos como
héroe y otros como un mercenario sin conciencia. Gracias a Menéndez Pidal
y a su magna obra La España del Cid, se puede valorar hoy en su exacta
dimensión la real grandeza del más famoso castellano.
Rodrigo Díaz n. ca. 1043 en Vivar, aldea de Burgos, fronteriza
entonces con el reino de Navarra. Por su padre, Diego Lainez, pertenecía a
la nobleza infanzona; por su madre, hija del magnate Rodrigo Alvarez, a la
alta nobleza. Huérfano en 1058, fue educado en el palacio real junto al
infante Sancho, quien lo armó caballero (ca. 1060) y nombró su armiger o.
alférez real cuando tomó posesión del reino de Castilla a la muerte de su
padre Fernando 1 (27 dic. 1065).
Rodrigo, alférez de Sancho II. Desempeñando las funciones del cargo
venció Rodrigo al navarro Jimeno Garcés en duelo judicial, defendiendo por
Castilla el litigio sobre la posesión de Pazuengos y otros castillos
fronterizos. Por esta victoria recibió el sobrenombre de Campeador (Campi
doctor); el de Cid se lo aplicaron los musulmanes y equivale a «señor».
Brazo derecho del rey Sancho, intervino activamente en el sometimiento del
reino de taifa zaragozano (1067) y en las batallas de Llantada (1068) y
Golpejera (1070), contra Alfonso VI (v.), pero no pudo evitar la muerte de
su señor en el cerco de Zamora (1072). Como alférez real fue el encargado
de tomar a Alfonso VI en la iglesia de S. Gadea de Burgos el juramento
eXIgido por los castellanos, para reconocerlo rey, de no haber tomado
parte en la muerte de su hermano. Habiendo jurado Alfonso VI, el C. le
besó la mano y se hizo su vasallo; el rey, como buen señor y mostrando su
interés por conciliar castellanos con leoneses, le buscó honroso
casamiento con su sobrina Jimena Díaz, hija del conde de Oviedo (1074).
Pero la muerte de Sancho II arruinó la destacada posición del C. en la
corte, en la que privaban los Beni Gómez y el favorito del rey, García
Ordóñez. A principios de 1080, estando el C. en Sevilla como embajador
para cobrar las parias que adeudaba al-Mu'tamid al soberano de Castilla,
tuvo que auXIliar a éste contra una incursión efectuada por el rey
granadino °Abd Alláh en compañía de García Ordóñez y otros castellanos, a
los que venció y apresó en Cabra. Y aunque les concedió la libertad a los
tres días, no pudo evitar en adelante la declarada enemistad del favorito.
A consecuencias de una cabalgada atrevida por tierras toledanas en
respuesta a un ataque musulmán a Gormaz, Alfonso VI le declaró incurso en
la ira regia, sanción que llevaba aparejado el destierro (1081).
Primer destierro de Rodrigo. Deja a su mujer e hijos en Cardeña y
con su mesnada tiene que abandonar Castilla y buscarse un medio para vivir
poniéndose al servicio de otro señor. Su ofrecimiento es rechazado en
Barcelona, pero no en Zaragoza, donde se convierte en consejero y jefe
militar de al-Mu'tamin. Desde entonces, sus victorias bélicas se suceden
una tras otra hasta su muerte. Defendiendo a al-Mu'tamin, derrota al
hermano de éste, al-háyib Mundir, rey de Lérida, y a su aliado Berenguer
11 de Barcelona en Almenar, a 20 Km. de Lérida, apresando a éste. Al
socorrer a Alfonso VI en Rueda (1083), donde estuvo en peligro a causa de
una traición del alcaide musulmán, el rey, según el Fuero, le devuelve el
favor regio y regresa a Castilla, pero temiendo las intrigas cortesanas de
sus enemigos, vuelve al servicio del de Zaragoza y en Morella vence a
Sancho Ramírez de Aragón y a Mundir (1084). Poco después, Alfonso VI pone
sitio a Zaragoza, jurando tomarla, y el C. tiene que permanecer inactivo,
ya que no desea combatir a su señor. La llegada de los almorávides (v.) y
la derrota de Zalaca (v.) producen una nueva reconciliación (1087) entre
monarca y vasallo, y Alfonso permite a éste que regrese a Levante,
concediéndole por juro de heredad todas las conquistas que pudiera hacer a
los musulmanes. Unido a Musta°in, que sucede a Mu'tamin de Zaragoza,
auXIlia a al-Qádir de Valencia y libera esta ciudad del cerco a que la
sometía Mundir de Lérida, con tropas castellanas a sueldo (1088). Como
protector de al-Qádir, al año siguiente, y con un refuerzo de 7.000
castellanos, obliga a levantar el nuevo sitio que pusieron a Valencia
Munddir y Berenguer 11 y consigue que queden sometidos a su rey Alfonso
los principados de Valencia, Albarracín y Alpuente (1089).
Segundo destierro. Cuando Alfonso VI iba a acudir en defensa de
Aledo, sitiada por el emir almorávide Yúsuf b. Tásfin (1089), ordenó al C.
que se le uniera con sus tropas, pero por circunstancias imprevistas no
pudo alcanzar la hueste real. La ira del rey, justificada en esta ocasión,
le hace incurrir de nuevo en el destierro, a pesar del deseo cidiano de
probar su inocencia mediante juramento.
El Cid domina Levante. La enemistad del rey con el C. hizo que éste
perdiera su anterior posición en Levante y que tuviera que empezar de
nuevo sin ningún respaldo, pero con tesón y prudencia, su obra en las
tierras del Oriente peninsular, a las que aún no habían llegado los
almorávides. Ante los estragos causados por el C. en tierras de Orihuela y
Játiva, Mundir de Lérida y al-Qádir de Valencia volvieron a reconocer su
protectorado. Este dominio sobre las taifas levantinas despertó un natural
recelo de Berenguer 11, quien, viendo cortadas sus aspiraciones de
intervenir aquellos reinos musulmanes en provecho propio, organizó una
gran coalición contra el C. Pero éste venció y apresó al barcelonés en el
pinar de Tévar, y con insólita generosidad le concedió la libertad sin
eXIgirle rescate. Resultados inmediatos fueron una alianza de Berenguer II
con el C., el sometimiento de algunos alcaides y de Mundir y su hijo, que
mediante tributo pusieron Lérida, Tortosa y Denia bajo la protección del
C. En 1090, éste dominaba prácticamente todo el Levante español. Ese mismo
año auXIlió a Alfonso VI en su campaña contra Granada, pero una acción del
C. fue mal interpretada por el monarca, que volvió a enemistarse hasta el
punto de intentar Alfonso la conquista de Valencia, con auXIlio de Aragón,
Barcelona, Pisa y Génova (1092), sin respetar el protectorado que sobre
ella ejercía el C. Éste respondió con un ataque devastador a tierras de
Calahorra y Nájera, las de su enemigo García Ordóñez, lo cual obligó a
Alfonso a levantar el sitio de Valencia para acudir en protección de su
favorito.
Por este tiempo se estaba preparando en Valencia una revolución
contra el rey al-Qádir, cuyas consecuencias conducirían a la conquista de
la hermosa ciudad. Aprovechando una ausencia del C., el cadí Ibn Yahháf
conspiró contra el inepto al-Qádir en favor de los almorávides, que ya
estaban en Alcira. Al-Qádir huyó y logró ocultarse, pero fue descubierto y
asesinado (1092), apoderándose Ibn Yahháf de su tesoro. Las fortalezas de
Valencia fueron entregadas a los almorávides y la ciudad comenzó a ser
regida por una comisión de notables. El C. volvió dispuesto a vengar el
asesinato de su protegido; conquistó Yuballa y sometió Valencia a estrecho
cerco hasta que se rindió (julio 1093). La guarnición almorávide fue
expulsada a Denia y los valencianos se comprometieron a pagar al C. el
valor del trigo almacenado en Valencia a la muerte de al-Qádir y 1.000
dinares semanales.
El Cid, señor de Valencia. En noviembre, sin embargo, ante la
proXImidad de un ejército almorávide, triunfaba en el interior de Valencia
el partido africanista que cerraba a los cristianos las puertas de la
ciudad. Pero los almorávides se retiraron sin combatir y el C. estableció
un cerco durísimo a la ciudad, que hubo de rendirse a discreción (15 jun.
1094). Ibn Yahháf fue confirmado en el cargo de cadí, tras jurar que no
ocultaba el tesoro de al-Qádir, y Rodrigo en un discurso pronunciado ante
los notables musulmanes dictó un benigno estatuto para el gobierno de la
ciudad: él sería juez supremo, pero los musulmanes conservarían sus
propiedades, la ciudad y la mezquita. Al poco, y considerando estable su
situación en Valencia, hizo venir, con autorización de Alfonso VI, a su
mujer e hijos. Hasta entonces el C. había visto sus dominios libres de la
directa intervención armada de los almorávides. Estos habían unificado
todos los reinos de taifas (v.) de al-Andalus, salvo los de Valencia,
Zaragoza, Lérida y Tortosa, es decir, los protegidos por el burgalés. No
se haría esperar, por tanto, un ataque contra Valencia, el cual se produjo
en diciembre de 1094 con la participación de un gran ejército almorávide
al mando de un sobrino del emir Yñsuf ibn Tásufin. El C. se mantuvo diez
días a la defensiva tras los muros de la ciudad, al cabo de los cuales
hizo una inesperada y ordenada salida y derrotó totalmente a los
africanos, en el Llano de Cuarte, cautivando a muchos y cogiendo un
fabuloso botín en el campamento enemigo. En Cuarte y a manos del C.
conocieron los almorávides, hasta entonces invencibles, su primera derrota
grave en España. Alfonso VI, que acudía a Valencia con refuerzos, no llegó
a tiempo de combatir, pero participó del botín.
Alejado de momento el peligro africano, y firmemente asegurado el
dominio sobre Valencia, el C. pensó que había llegado el momento de
cumplir con su deber vengando el asesinato de su antiguo protegido al-Qádir.
EXIstían sospechas sobre el cadí ibn Yahháf, las cuales se confirmaron al
encontrar en su poder joyas del tesoro del rey muerto, entre ellas el
famoso ceñidor de Zobeida. Convicto de regicidio, robo y perjurio, un
tribunal musulmán condenó al cadí a ser lapidado, pero murió en la hoguera
(mayo 1095) por decisión del C., que aplicó en este caso el Derecho
castellano. La medida fue impolítica e hizo de Ibn Yahháf un mártir ante
sus conciudadanos. Pronto se produjeron alborotos; muchos rebeldes
tuvieron que ser expulsados de Valencia y otros la abandonaron por deseo
propio. Ello motivó que el C. mudase el tolerante estatuto que había
concedido a los musulmanes por otro que en lo sustancial sería el aplicado
por los cristianos en sus conquistas durante el s. XII. Les aseguró el
dominio de sus propiedades, pagando sólo el diezmo, el respeto a su
religión, leyes y costumbres y la administración de la justicia por
autoridades musulmanas. La mezquita mayor, sin embargo, fue convertida en
iglesia y más tarde en catedral (1097) bajo la advocación de S. María. Al
frente del recién creado obispado puso al cluniacense Bernardo de Perigord,
monje culto y guerrero.
AuXIliado por su fiel amigo Pedro I de Aragón, decidió abastecer
Benicadell, la fortaleza que dominaba el acceso a la llanura valenciana,
ya que el dominio almorávide se extendía más allá de los pasos de Gandía y
Játiva. De regreso a Valencia, en Bairén, infligieron una gran derrota a
un poderoso ejército almorávide auXIliado por una flota (enero 1097). Con
esta segunda gran victoria se compensaban los serios descalabros sufridos
continuamente por Alfonso VI y sus capitanes frente a los africanos. Los
últimos actos bélicos del C. fueron las conquistas de Almenara y Murviedro
(1098), con lo que el territorio valenciano quedó en una seguridad total.
La prematura muerte del héroe tuvo lugar en Valencia el 10 jul.
1099, año en que la primera Cruzada europea conquistó Tierra Santa. La
solidez de sus conquistas permitió a su viuda sostenerse durante tres años
en Valencia. Sitiada en 1101, Jimena pidió auXIlio a Alfonso VI, que
acudió en su socorro y ante cuya presencia los almorávides se retiraron.
Pero el monarca consideró imposible mantenerse en la plaza, muy alejada de
Castilla, y ordenó que fuera abandonada e incendiada (mayo 1102). Los
restos mortales del C. fueron conducidos por sus vasallos al monasterio de
S. Pedro de Cardeña.
Tres hijos tuvo el C. de su esposa: Diego (n. ca. 1075), que murió
en Consuegra frente a los almorávides (1097); Cristina, que casó con
Ramiro de Navarra y cuyo hijo, García Ramírez, sería rey; y María, que
casó con Ramón Berenguer III el Grande, de Barcelona.
V. t.: ALFONSO VI DE CASTILLA Y LEÓN; RECONQUISTA.
BIBL.: En este caso concreto
conviene remitir únicamente a R. MENÉNDEZ PIDAL, La España del Cid, 4 ed.
Madrid 1947, obra fundamental de la investigación histórica española. En
ella se publica buen número de las fuentes acerca del Cid; se estudian en
su totalidad las fuentes latinas y árabes y se expone y critica
cronológicamente la bibliografía referente al héroe castellano.
I. M. Ruiz ASENCIO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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