CESÁREO DE ARLES, SAN


De familia galorromana, n. el. 470 en la comarca de Cabillonum, punto final de la navegación del Saona para el embarque y desembarque de los legionarios, y tierra entonces ocupada por los burgundos, cuya dureza provocó un movimiento migratorio de los naturales hacia el mediodía. Así fue como C., admitido como clérigo sin el consentimiento paterno, en la iglesia de Chalon el a. 488, abandonó su patria dos años después y, decidido a seguir la vida monástica, se detuvo navegando Ródano abajo, en la entonces importante ciudad de Arelate (Arles), donde fue acogido por algunos de sus parientes emigrados que le encomendaron al abad del monasterio, fundado 70 años atrás por S. Honorato en las islas de Lerins.
     
      No obstante sus pocos años, fue nombrado celerario; pero su falta de experiencia, su austeridad extrema, que creyó podía imponer a los demás monjes, y su rigidez económica, motivaron el descontento de los monjes y su destitución como despensero. El abad Porcario le orientó hacia los estudios: Fausto de Riez y S. Agustín fueron sus autores predilectos. Fogoso en todo, lo fue también en las tareas intelectuales, y de tal forma arruinó su salud, que hubo de ser enviado a unos parientes suyos residentes en Arles, el senador Firmino y su mujer Gregoria. Rápidamente repuesto, reanudó los estudios al lado de Julián Pomerio y del obispo Enodio de Pavía, sobre todo de este último, el cual, previa autorización del abad de Lerins, ordenó a C. de sacerdote y lo agregó al clero de su diócesis en el a. 496. Comprobadas las virtudes del nuevo presbítero y para aprovechar su experiencia monacal, tres años después el prelado lo nombró abad de un monasterio situado en una isla del Ródano. Eonio se preparaba conscientemente un sucesor; cuando m., el a. 503, el clamor popular fue a buscar a C., para ocupar la sede, a la necrópolis de Alyscamps, en una de cuyas tumbas se había escondido el abad fugitivo. Tenía entonces 33 años.
     
      Era a la sazón Arles una encrucijada de pueblos, lenguas y civilizaciones, más importante aún, en las Galias, que Marsella; además de las lenguas de los inmigrantes del norte y la de los dominadores visigodos, el latín y el griego eran corrientes en la conversación y el culto; y aunque el cristianismo había arraigado definitivamente, eran todavía importantes los resabios paganos, y sobre todo, eXIstía una poderosa influencia arriana (v. ARRIO Y ARRIANISMO) impuesta por los dominadores visigodos (v.). No habían transcurrido dos años de episcopado cuando, acusado C. de entenderse con los burgundios, fue eXIliado a Burdeos. De regreso a su sede y totalmente entregado a sus funciones pastorales, ocupan la ciudad los ostrogodos (v.) el a. 508, y C. se dedica a la pacificación del pueblo, a socorrer a los necesitados, a dar estabilidad y trabajo a multitud de familias, desplazadas por la agitación y por las guerras y, sobre todo, a promover la enseñanza de la religión en todas las clases sociales.
     
      La animosidad de los arrianos que veían en él un obstáculo político, motivó un viaje de C. a Rávena, donde Teodorico II le recibió inesperadamente con todos los honores. El rey y el obispo llegaron a un acuerdo sobre las relaciones de la Iglesia y las autoridades, de forma que nada volvió a ensombrecer las tareas apostólicas del obispo de Arles hasta la ocupación de los francos (v.) el a. 536.
     
      La entrevista de Rávena fue completada con una audiencia que en Roma le dispensó el papa Símaco, que ya entonces estimaba mucho a C. por las noticias que se habían anticipado a su llegada. Le concedió el pallium, dirimió en su favor las discrepancias de jurisdicción que le oponían a S. Avito, obispo de Viena del Delfinado. otorgó la primacía a la sede de Arles y nombró a su titular, al año siguiente (514), legado de la Santa Sede para las Iglesias de la Galia y de España, con la facultad de convocar concilios regionales.
     
      Ya antes, en el a. 506, apoyado por aquel mismo rey Alarico que le había desterrado, C. celebró el conc. de Agde en la Narbonense. Contribuyeron poderosamente al renacimiento de la disciplina religiosa, la liturgia, el ordenamiento del clero y a la renovación de las costumbres, los sucesivos conc. de Arles (524), Carpentras (527), Orange y Vaison (529), y Marsella (533). Lógicamente poca importancia podían tener estos sínodos desde el punto de vista dogmático, dados los estrechos y continuos contactos que mantenían las Iglesias de Roma y de Arles. Sin embargo, el de Orange trató de los problemas de la gracia y del libre albedrío, y condenó el semipelagianismo a través de resoluciones que revelan la influencia de S. Agustín, notoria en todos los escritos y las actuaciones de C. Personalmente, o por delegación en el conc. de Valencia del Ródano el a. 538, desempeñó sus funciones con tanta sabiduría, santidad y celo, que muy pronto el gran prelado arelatense fue la lumbrera de la Iglesia en Occidente y sobre todo en la Galia meridional.
     
      Paralelamente a los concilios, su acción pastoral desarrollada en medio de la herejía arriana hasta que en el a. 535 llegaron los francos de Childeberto no es tanto teológica cuanto didáctica y moral. No sólo predica incansablemente, sino que escribe sus sermones, los entrega a los copistas a su servicio y los distribuye a los clérigos para que, a su vez, puedan utilizarlos y propagarlos. Unos 200 sermones, compuestos en estrecha colaboración con varios autores, principalmente S. Agustín, con una duración aproXImada de un cuarto de hora, sirvieron de arsenal de predicación durante siglos, e incluso se los apropiaron sin escrúpulo otros autores. Su temática versa sobre la lucha contra los residuos del paganismo y las herejías, y la observancia de las leyes de Dios y de la Iglesia. Ninguna preocupación literaria le guía en sus escritos: conceptos comunes, ejemplos claros tomados de la vida y del campo, admoniciones imperativas contra los vicios, exaltación de las virtudes, y al final alguna breve recapitulación que los fieles podían propagar entre sus vecinos.
     
      Monje por vocación, cenobita en Lerins y en Arles, lo fue también en su residencia episcopal y a lo largo de toda su vida. Frente al individualismo monacal que caracteriza a S. Martín, para C. la estabilidad del monje y el amor al monasterio son un medio de perfección, causa y consecuencia a la vez de las otras dos características fundamentales según su concepto del monacato: la pobreza y la vida común reales, iluminadas por la alegría en los límites de «la razón, la posibilidad y la santidad». Para dar efectividad a sus ideas, e inspirándose en S. Agustín y en Macario, redactó una Regula ad monachos y una Regula ad virgines para que fueran aplicadas en la iglesia que regía. Excepcional influencia tuvo la segunda, hecha realidad en el convento a cuyo frente puso a su hermana Cesárea, el a. 513. A este monasterio de Alyscamps acudieron para instruirse, con vistas a nuevas fundaciones, santas mujeres procedentes de distintos países, entre ellas la reina S. Radegunda. Fue la matriz espiritual de miles de monasterios femeninos.
     
      Pocos días antes de morir, más gastado por sus incesantes trabajos que por la enfermedad, fue a despedirse de sus monjas. El 27 ag. 543, víspera de la fiesta de su gran maestro S. Agustín, m. en Arles.
     
      Pastor de incansable celo; promotor del culto litúrgico, al que entendía debía asociarse activamente el pueblo, mediante el canto en latín o en griego de los salmos más comprensibles o de himnos populares; partidario de la colaboración con la autoridad civil en beneficio de todos, pero dejando a salvo el estatuto de la Iglesia; reformador de la instrucción de los sacerdotes, a los que no ordenaba antes de los 30 años de edad; responsable de uno de los textos capitales de la teología de la gracia en el conc. de Orange; predicador de homilías al nivel de los fieles de su tiempo; abnegado favorecedor de las clases sociales más humildes, de los prisioneros y los desplazados, C. fue uno de los más grandes obispos del S. VI. Su culto es inmemorial, pues nada más morir el pueblo lo veneró como Santo. No fue canonizado formalmente, pero figura en el Martirologio romano. Sus reliquias fueron destruidas durante la Revolución francesa.
     
      V. t.: SEMIPELAGIANISMO.
     

     

BIBL.: Acta Sanct. 27 agosto; Acta Sanctorum Ordinis S Benedicti, 1, 659; PL 67,1001; DHGE 12,186-196; Bibl. Sanct. 3,1148-1150.

 

MANUEL RODRSGUEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991