1. Notas históricas. La lectura pública de la Biblia, con motivo de
festividades o de actos de culto, se practicaba desde antiguo en el pueblo
de Israel; de ello da testimonio el mismo A. T. Además, los judíos de la
diáspora (v.), alejados por las circunstancias del templo de Jerusalén y
de los sacrificios, no por eso abandonaron el culto de Yahwéh, sino que lo
continuaron mediante reuniones religiosas, en las que la lectura y
comentario de la Biblia se acompañaba de oraciones y cantos de alabanza y
gloria a Dios, tomados generalmente de los Salmos. Así nació el culto
sinagoga], eminentemente parenético y laudatorio, que ha persistido
incluso en el judaísmo después de Cristo (v. SINAGOGA; JUDAíSMO II). Estas
celebraciones normalmente estaban integradas por: a) la oración; b) las
lecturas (de la ley: Perascha, y de los Profetas: Hajtara); c) el
comentario u homilía (Misdrash); d) la bendición final; a veces se termina
con una colecta en favor de los pobres de la comunidad.
El culto cristiano (V. CULTO II; LITURGIA), por su carácter
esencialmente sacrificial y eucarístico, sobrepasa con creces los límites
de una catequesis religioso-moral. Sin embargo, ésta existe, tanto dentro
como fuera del culto litúrgico. La primera parte de la Misa (v.) tiene ese
carácter: una catequesis a base de lecturas de la S. E., a las que
acompañan oraciones y salmos; de ahí que muchas veces se haya llamado, a
esa primera parte, «Misa de los catecúmenos», que guarda cierto
paralelismo en su estructura y finalidad con el culto judío sinagogal.
Igualmente en la oración pública de la Iglesia, u Oficio Divino (v.), las
lecturas de la S. E., y de comentarios a la misma por los Santos Padres,
ocupa un lugar especialmente importante en la hora llamada maitines u
oficio de lecturas. Desde muy pronto los primeros cristianos (v.), al
reunirse para celebrar el sacrificio de la Eucaristía (v.), leían
previamente con atención textos del A. T., las cartas de los Apóstoles y
los Evangelios; ello además de las lecturas privadas, producía ese
contacto con la p. de D., necesario para la educación moral y espiritual.
A lo largo de los siglos, dicho contacto de los fieles cristianos
con la p. de D. escrita en la Biblia ha presentado diversas vicisitudes,
que sería largo estudiar aquí; para ello puede verse la historia de las
traducciones de la Biblia en BIBLIA vi, así como las cuestiones relativas
a la lectura cristiana de la Biblia en BIBLIA VIII, e igualmente los arts.
relativos a CATEQUESIS y CATECúMENO. Recordemos únicamente que el Conc. de
Trento (v.), al tiempo que, entre otras cosas, para evitar cualquier
deslizamiento hacia las arbitrariedades protestantes, reglamentó con
cuidado la liturgia y lo relativo a la lengua (v.) litúrgica, recordó
también a los párrocos y sacerdotes con cura de almas su deber de explicar
y comentar las lecturas de la Misa (V. HOMILÉTICA). En tiempos más
recientes, el movimiento bíblico (v.) y el movimiento litúrgico (v.), que
se desarrollaron bastante en paralelo desde mediados del S. XIX,
promovieron además traducciones del Misal a las diversas lenguas
vernáculas, para que los fieles pudiesen participar más activa y
conscientemente de la liturgia, de sus oraciones y lecturas. Fue éste, sin
duda, uno de los mejores frutos de dichos movimientos, que empezaron a
cuajar a principios del S. XX bajo el gran pontífice Pío X (v.).
La primera parte, pues, del Santo Sacrificio de la Misa siempre la
han formado las lecturas bíblicas con su comentario y con oraciones. El
Evangelio se escucha de pie, en disposición de seguirlo protamente; las
lecturas del A. T. y de los Apóstoles, sentados, en actitud de meditación
y atención. Es una lectura solemne, que deben hacer los ministros
competentes, sacerdote o diácono, y que trata de hacer comprender a todos
el valor santificador y educativo de la p. de D., al mismo tiempo que los
prepara para una mejor celebración de los misterios litúrgicos.
Análogamente, la administración de los sacramentos también es frecuente y
tradicional que vaya precedida de lecturas bíblicas adecuadas; así en las
Ordenaciones, Matrimonio, además de los sacramentos de la iniciación (v.)
cristiana.
Los movimientos bíblico y litúrgico, el estudio cada día más
profundo y exacto de la S. E., las importantes encíclicas y documentos
pontificios que se ocuparon del tema (v. BIBLIA Ix), el resurgir de la
responsabilidad apostólica de los laicos (v.), etc., ayudaron a difundir,
entre otras cosas, las inagotables riquezas espirituales y catequéticas de
la Biblia, suscitando al mismo tiempo en todos los ambientes un deseo de
conocer cada vez mejor la p. de D. contenida en ella. Se multiplicaron los
Misales para los fieles y las traducciones de la Biblia.
En estas circunstancias, y ante la evidencia del hecho de ser la S.
E. excelente cátedra de educación religiosa y manantial inagotable de vida
espiritual, nació hacia 1945 en algunos medios la idea de las «Vigilias
bíblico-litúrgicas». Esta expresión, y otras con que se denominó a estas
celebraciones, dieron motivo a diversidad de criterios ya que, en la
práctica, además de fluctuantes, resultaban equívocas. La Const.
Sacrosanctum Consilium, sobre la Liturgia, del Conc. Vaticano II, vino a
poner fin a este problema, denominándolas «Celebraciones de la palabra de
Dios» y recogiendo la intención de ayudar a hacer más frecuente y
provechosa la lectura de la Biblia: «Foméntense las celebraciones sagradas
de la palabra de Dios en las vísperas de las fiestas más solemnes, en
algunas ferias de Adviento y Cuaresma y en los domingos y días festivos,
sobre todo en los lugares donde no haya sacerdote, en cuyo caso debe
dirigir la celebración un diácono u otro delegado por el Obispo» (Sacros.
Conc., n° 35,4).
2. Estructura de las celebraciones de la palabra. Además de las
celebraciones litúrgicas (v.) propiamente dichas de la p. de D., que
acompañan y forman parte de la Misa y de otros Sacramentos, el Conc.
Vaticano II prevé, pues, la posibilidad de otras celebraciones solemnes y
públicas de la lectura de la S. E. La Instrucción del 26 sept. 1964, dada
por el Consilium para aplicar la mencionada Constitución conciliar sobre
la Liturgia, reglamenta el tema en la forma siguiente:«En los lugares
donde no haya sacerdote y no se pueda celebrar la Misa, los domingos y
días de precepto, organícese, a juicio del ordinario, una sagrada
celebración de la palabra de Dios, presidida por un diácono, o incluso por
un seglar, especialmente delegado.
La estructura de esta celebración será semejante a la liturgia de la
palabra en la Misa: generalmente, se leerá en lengua vulgar la epístola y
el evangelio de la Misa del día, anteponiendo e intercalando cánticos,
tomados preferentemente de los salmos. Si es diácono el que preside,
pronunciará la homilía, y, si no lo es, leerá la homilía que le haya
señalado el Obispo o el párroco. La celebración terminará con la oración
común, o de los fieles, y el Padrenuestro.
Conviene que también las celebraciones de la palabra de Dios que se
organicen en las vigilias de las grandes festividades o en algunas ferias
de Adviento y Cuaresma, y los domingos y días de fiesta, se ajusten a la
estructura de la liturgia de la palabra de la Misa, aunque nada impide que
haya una sola lectura. Al ordenar las distintas lecturas, la del A. T.
precederá normalmente a la del N. T., y la lectura del santo Evangelio
será como la cima de la celebración, para que se vea claramente el
sucederse de la historia de la salvación.
Para que estas celebraciones se hagan con dignidad y piedad, cuiden
las comisiones litúrgicas de cada diócesis de indicar y proporcionar el
material oportuno» (art. X, n° 37-39; AAS 56, 1964, 884-885).
En estas celebraciones, semejantes a la liturgia de la palabra en la
Misa, en cuanto a las lecturas mismas es obvio destacar que han de
realizarse con la mayor dignidad y con cierta solemnidad, poniendo cuidado
en quesea comprensible y se utilicen versiones aprobadas oficialmente,
esmeradamente hechas y a propósito para una lectura pública. A las
lecturas y cánticos intercalados entre ellas seguirá la homilía,
cuidadosamente preparada a fin de que sea un eficaz complemento de la
siempre actual p. de D., que sirva para explicarla y aplicarla.
Finalmente, la oración común de los fieles viene a ser como una respuesta
inmediata de éstos a la p. de D.; es natural que el hijo que ha recibido
la palabra del Padre se dirija a Él con corazón humilde y confiado.
Conviene advertir que en esto, como en todo, ha de evitarse incurrir en
cualquier clase de exageración; non multa sed multum; no un cúmulo de
oraciones y palabras, sino más bien unas fórmulas de plegaria sencillas y
claras que al mismo tiempo que sean oraciones enseñen a orar.
Supuesta la finalidad con que estas celebraciones se idearon;
considerando la facilidad para que todos puedan seguir y entender las
lecturas en la liturgia de la Misa y de los Sacramentos, bien por el uso
del Misal traducido por los fieles, bien por el uso facilitado de hacer
directamente en lengua vernácula especialmente las lecturas; afirmada y
recordada de nuevo en el Vaticano II la conveniencia de la homilía;
multiplicadas y fácilmente accesibles a todas las traducciones de la
Biblia; cabe preguntarse si siguen siendo de utilidad estas «celebraciones
de la palabra». La respuesta puede ser afirmativa, aunque matizada. Las
«celebraciones de la palabra de Dios» pueden ser un valioso instrumento de
santificación y catequesis; especialmente en países de misión pueden
resultar un medio primordial y práctico para la formación religiosa y
espiritual de los fieles, donde por la escasez de sacerdotes éstos no
puedan celebrar la Misa y Sacramentos de modo normal los domingos y demás
días festivos, circunstancias estas en las que principalmente hace
hincapié la misma Constitución conciliar al tratar de estas celebraciones.
En cambio, allí donde la vida litúrgica pueda desenvolverse con toda
normalidad, estas celebraciones no podrán nunca asumir el papel primordial
que corresponde por naturaleza y derecho propio a la Santa Misa. Pueden
ser de utilidad, sin embargo, no sólo por lo que son en sí mismas, sino
también por lo que pueden ayudar a comprender y preparar mejor la Misa y
los misterios de las distintas festividades del año litúrgico. En ningún
caso, de todas formas, deben suplantar a otros ejercicios piadosos que
tanto las legítimas costumbres, como la tradición y el bien espiritual de
los fieles recomiendan.
BIBL.: M. RIGHETTI, Historia de
la Liturgia, II, Madrid 1956, 67-79, 168-260, 649-682; E. DE LA TOUR,
Vigilias bíblico-litúrgicas, «Liturgia», enero 1959; A. VEYS, Paraliturgie,
«Paroisse et Liturgie», 29 (1947); VARIOS, n« 42 de «La Maison-Dieu»
(1955); ÍD, Les Paraliturgies, «Paroisse et Liturgie», 32 (1950); C.
VAGAGGINI, El sentido teológico de la Liturgia, 2 ed. Madrid 1965,
424-472, 803-831.
R. ARRIETA GONZÁLEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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