CARLOS IV DE ESPAÑA


De Borbón y Sajonia, séptimo hijo, segundo de los varones, de Carlos III de España y de María Amalia de Sajonia. Quinto rey, en España, de la Casa de Borbón. N. en Portici (Nápoles), el 11 nov. 1748. Casó en 1765 con su prima hermana Luisa de Borbón y Borbón, hija de Felipe de Parma. M. en Roma el 19 en. 1819.
      Fue jurado heredero de la corona el 19 jul. 1760. Subió al trono, muerto su padre, el 14 dic. 1788. Abdicó en su hijo Fernando VII el 20 mar. 1808.
      Fue hombre alto y corpulento, como lo muestra Goya en el retrato con toda su familia; de carácter bondadoso y sencillo, sin malicia; de inteligencia limitada, no gobernó, sino que puede decirse fue gobernado por la inteligencia más viva, despierta e inquieta de su mujer, aun en los negocios de Estado; muy amante de la caza, como su padre, y de la vida hogareña y recogida, en contraste con la solemnidad y empaque de la corte de Carlos III. Este retraimiento y la sencillez de su vida, muy unido a su mujer, hacen muy difícil sostener todavía, atendido y valorado debidamente el rígido protocolo de la corte, la vieja leyenda que ha cubierto de sombras la honestidad de la reina Luisa y la debilidad de carácter del rey (cfr. J. Pérez de Guzmán, o. c. en bibl.). Como era común entre los monarcas del s. XVIn, enaltecedores de los conocimientos y de los trabajos manuales, aprendió el oficio de carpintero-ebanista, que practicaba con maestría; tuvo también verdadera pasión por los relojes. Fue rey por el dictado inexorable de la herencia, pero sin espíritu de gobernante, ni voluntad de gobernar, aunque deseó la felicidad de sus súbditos. Un enviado de Napoleón informaba a éste sobre la vida y costumbres de C. «Indudablemente, ningún rey ha poseído la rara virtud de la paciencia en tan alto grado», con lo que parece sobreentendida la actitud del monarca frente a la fuerte amistad que le unió con Manuel Godoy (v.) («no tenemos más amigo que tú, ni quien como tú nos sea fiel y afecto») y su influencia conjunta con la de la reina. No obstante, despreciando los efectos profundos de, la calumnia, fue ciertamente un hombre cuya mayor pesadumbre consistió quizá en ser rey.
      1. Concepto del reinado. Durante siglo y medio a partir de 1808, la historiografía sobre el reinado de C., exceptuada la obra apologética de Pérez de Guzmán, ha subrayado reiteradamente el escandaloso ascenso de Godoy, el poder absoluto ejercido sin trabas por el favorito, la sumisión constante de la política española a Francia, revolucionaria e imperial, resuelta con la invasión de los ejércitos napoleónicos y el alzamiento del indignado pueblo español; finalmente, la ruina del Imperio y de la nación, que deben atribuirse con más precisión a la guerra de la Independencia (v.) y no a la política general del reinado, aunque su consecuencia última fuese la invasión napoleónica. Desde la paz de Basilea (1795), todas las monarquías europeas padecieron, en grado más agudo y con efectos más desastrosos que los reinos peninsulares, las invasiones de los ejércitos franceses. Territorialmente, las pérdidas de la monarquía española fueron mínimas y se debieron a las constantes agresiones de Inglaterra. La decadencia o debilitación económica de la monarquía debe valorarse situándola en el cuadro general europeo de la crisis económica, con alzas de precios y devaluación de la moneda (17891814, movimientos largos Kondratieff), que en España se corresponden con la guerra de la Convención, la guerra marítima con Inglaterra (1796-1802, 1803-08) y la guerra de la Independencia.
      La guerra contra Inglaterra tuvo gravísimos efectos, por el corte de las comunicaciones con los reinos y provincias de ultramar, en el floreciente comercio y el desarrollo de la industria peninsulares. La guerra de la Independencia, con la destrucción de la ganadería, las pérdidas en la agricultura, el hundimiento de la industria, la quiebra del comercio, la pérdida de las rentas de la corona en los reinos de América, las deudas de la guerra, la ruina de los pueblos, etc., dejó un saldo general de pobreza que la historiografía posterior acumuló sobre las responsabilidades del Antiguo Régimen y los errores de la política de C. Cabe decir lo mismo del notorio y acusado nivel científico y cultural («Hasta los mozos de esquina compran la Gaceta», escribía a Forner el P. Estala) que, en pleno desarrollo desde Carlos I11, quedó cortado desde 1808. El reinado de C. visto por el filtro de la guerra contra Napoleón (v.), los sucesos de Bayona y la sumisión a la política francesa desde 1795, reclama un estudio más amplio que el que hasta ahora se le ha venido dedicando.
      2. La política internacional. Giró en torno a tres centros de atracción: a) la defensa de los reinos hispanoamericanos; b) la Península italiana, y c) el reino de Portugal (v. PORTUGAL v). En el primer caso, persiste la tradición política del siglo, frente a Inglaterra, confirmada reiteradamente en los sucesivos pactos con Francia para lograr el equilibrio del potencial marítimo mediante la unión de las Armadas española y francesa. La actitud de Inglaterra, después de la paz de Basilea, condujo a la renovación de esta alianza con el tratado de S. Ildefonso (18 ag. 1796). En los ministerios del conde de Floridablanca (v.), que continuó tras la muerte de Carlos III, hasta su destitución y destierro (febrero 1792) y de su sucesor, interinamente el conde de Aranda (v.) (hasta noviembre 1792), se mantiene esta política racionalista, neutral ante la Francia revolucionaria en guerra con las potencias del Norte, limitándose el conde de Floridablanca a situar un frente defensivo (cordón sanitario) de tropas al N del Ebro; y el conde de Aranda, a oponerse a la intervención militar en Francia, después del destronamiento y prisión de Luis XVI (v.), por el deficiente estado del ejército para una guerra que en nada afectaba a los intereses de la monarquía española.
      Manuel Godoy, nombrado secretario de Estado y del Despacho Universal (15 nov. 1792), se convirtió en el intérprete de los impulsos sentimentales, irracionales, de C. y de su mujer Luisa, que se impusieron a lo largo del reinado y decidieron en las situaciones críticas:
      1) en la guerra contra la Convención a la muerte de Luis XVI; 2) en la guerra de las Naranjas (1801), con la paz de Badajoz; 3) con la creación del reino de Etruria para los infantes-duques de Parma y la cesión de la Luisiana a Francia (1802); 4) con la firma del tratado de Subsidios de 1803, que renovó la guerra con Inglaterra; 5) con el tratado de Fontainebleau (v.) (27 oct. 1807), que hizo posible la invasión francesa. La preocupación constante de C. y de la reina Luisa por sus hijos los reyes de Portugal y los infantes-duques de Parma quebrantaron las líneas de una política de razón de Estado (v.) ante el Directorio francés, ante el cónsul y luego emperador Napoleón. Es preciso, sin embargo, hacer constar, en favor de Godoy, su voluntad de mantener la independencia y la libertad de decisión frente a las presiones francesas e inglesas; pero esta postura nacionalista fue abandonada por el temor ante las amenazas, a veces vacías, o por la necesidad de obtener la aquiescencia de Napoleón a pretensiones en favor de la familia borbónica o por la necesidad de lograr su apoyo ante la presión interna de las fuerzas de oposición a su poder.
      3. Los ministerios y los hechos del reinado. Por recomendación de su padre en el lecho de muerte, C. mantuvo al conde de Floridablanca como primer secretario de Estado y del Despacho Universal. En septiembre de 1789, se reunieron en Madrid las Cortes Generales para la jura y proclamación del príncipe Fernando como heredero del trono; en estas Cortes se pidió la abolición del Auto Acordado de 1713, que privaba a las hembras del derecho de sucesión al trono. Sin embargo, C. se abstuvo de publicar la Pragmática Sanción (v.) que restablecería la ley 11, tít. XV, Partida 11, sobre la sucesión a la corona y que derogaba el Auto Acordado. Como las Cortes se comprometieron a guardar el secreto sobre el acuerdo, quedó subsistente la validez del Auto ante el juicio público, dando lugar en 1833 a la presentación de los derechos de D. Carlos (v. CARLOS MARÍA ISIDRO DE BORBóN) a la sucesión en el trono de su hermano Fernando VII contra la reina Isabel II. Las Cortes se cerraron precipitadamente en octubre al manifestarse en ellas tendencias discursivas análogas a las de la Asamblea revolucionaria de Francia. Floridablanca, típico representante del despotismo ilustrado (v.), frenó enérgicamente la apertura a las fórmulas liberales de la Ilustración política para cerrar el paso a la penetración de la propaganda revolucionaria: suspensión de ciertos periódicos, cierre de las cátedras de Derecho natural en las universidades; censura de prensa y prohibición de publicaciones sobre materias políticas y establecimiento de una fuerza armada de 10.000 hombres a lo largo de la frontera pirenaica.
      Las reláciones con la Francia revolucionaria fueron cada vez más tensas. Por razón de Estado, Floridablanca trataba de evitar una ruptura con la única aliada posible contra Inglaterra y la intervención en los problemas internos de la nación vecina; pero, junto con la defensa ante la propaganda ideológica de los revolucionarios, Floridablanca mantenía relaciones en Madrid con representantes de los príncipes franceses emigrados. El conde de Fernán Núñez, embajador del rey en París, oficial y oficiosamente, intentaba, hasta por el soborno, liberar a Luis XVI. El incidente de la bahía de Nootka (apresamiento de barcos ingleses en la costa norteamericana del Pacífico) mostró el valor ilusorio de la alianza francesa y estuvo a punto de provocar la guerra con la Gran Bretaña. España solicitó la ayuda de Francia, pero la Asamblea se desinteresó de las obligaciones del Pacto y el conflicto se resolvió con la devolución de los barcos (1790). Floridablanca promovió la creación de una Liga con las potencias del Báltico, una nueva Liga de neutrales para proteger la navegación comercial contra las injerencias de la Armada inglesa, aunque no tuvo éxito. La oposición a Floridablanca, acusado de despotismo ministerial, por el rigor de su política reformista, acentuó las hostilidades. Godoy, en sus Memorias, precisa brevemente la situación del ministro en 1792: «Los amigos de este ministro eran raros: la grandeza, a quien tenía humillada, ansiaba su caída; los altos funcionarios, reducidos por él a una entera nulidad en materias de Estado, participaban del mismo descontento; el clero le aborrecía. Todos los informes que tomó el rey desaprobaban la. conducta del ministro». Fue exonerado del gobierno en febrero de 1792 y el conde de Aranda le sometió a proceso, bajo el peso de numerosos cargos; condenado, fue enviado al castillo de Pamplona. Godoy le dio la libertad después de la paz dé Basilea.
      4. El conde de Aranda. El 26 feb. 1792, Aranda, por indicación de Godoy, acudió a una audiencia secreta con la reina Da Luisa, en la que se concertó su nombramiento de secretario del Despacho, con carácter interino, pues así lo pidió, como también el restablecimiento del Consejo de Estado, suprimiendo la junta Suprema de Estado, creada por Floridablanca en 1787. La Junta constituía una concepción moderna del gobierno bajo la autoridad coordinadora de Floridablanca (cfr. J. A. Ferrer Benimeli, o. c. en bibl.). Aranda había enviado a C., siendo príncipe (París, 21 abr. 1781), un plan de gobierno, forma de polisinodia (sistema múltiple de Consejos) para contener el «poder despótico» de los ministros y vigilar el ejercicio del poder con un Consejo de Estado y la participación más eficaz de la nobleza (cfr. R. Olaechea, El conde de Aranda y el partido aragonés, Zaragoza 1969). La rivalidad entre Floridablanca y Aranda era antigua y debe entenderse como enfrentamiento de concepciones políticas. Éste reivindicaba para los próceres la función gubernativa de la que habían sido desplazados por la monarquía autoritaria y absoluta; sus ideas implicaban una limitación del poder real, contenido por instancias políticas infraestatales históricas. No fueron las absurdas tachas de volterianismo y de simpatía con los revolucionarios franceses las que produjeron su caída, sino la escasa simpatía que inspiraba a los reyes y su enfrentamiento a Godoy y a la política irracionalista levantada por la caída y prisión de Luis XVI. Aranda era contrario a la intervención militar en Francia por considerarla impolítica y ruinosa para los intereses nacionales, además de peligrosa, dado el estado del Ejército y de la situación del erario público. Su actividad ministerial se conoce deficientemente.
      5. Ministerio de Manuel Godoy. El 20 de noviembre el duque de Alcudia fue elevado a la jefatura suprema del gobierno de la monarquía. Aranda quedó exonerado y partió al destierro. Godoy tenía 25 años. Sus conocimientos del arte de gobernar eran muy limitados. Su política fue inspirada por los sentimientos de los reyes y por la experiencia política de sus áulicos; contó, al comienzo, con la entusiasta adhesión de amplios sectores, que fue perdiendo conforme se entenebrecía el horizonte económico interior y crecía la hostilidad de la nobleza y del clero amenazados por la continuación del reformismo ilustrado que, aun siendo de tonos moderados, continuó con la reincorporación de señoríos a la corona y con la política regalista. La guerra entre España y Francia se hizo inevitable después de la ejecución de Luis XVI (21 en. 1793), y fue declarada por la Convención (7 marzo). La adhesión nacional fue entusiasta y comenzó victoriosamente en el frente de los Pirineos orientales conducida por el general Ricardos. La reacción francesa no se hizo esperar y a partir del año siguiente las tropas galas llegaron hasta Miranda de Ebro y ocuparon también las plazas de Figueras y Gerona. Godoy negoció la paz que se firmó en Basilea el 22 jul. 1795. Francia restituyó los territorios peninsulares que había ocupado, pero hubo que cederle la parte española de la isla de Santo Domingo y permitir la extracción de caballos, yeguas y ganado merino que mejorarían la ganadería francesa, con pérdida para la exportación española. Godoy recibió el título de príncipe de la Paz.
      Las relaciones con Inglaterra se enfriaron cada vez más a causa de los daños causados por los ingleses en ultramar con el contrabando. Se renovó la alianza con Francia por el tratado de San Ildefonso (18 ag. 1796), que concertó el mutuo auxilio con fuerzas* navales y ejército en caso de guerra contra la Gran Bretaña. Esta se declaró el 7 de octubre siguiente y tuvo su escenario en los mares. La armada española fue derrotada en el cabo de San Vicente. El almirante inglés Harvey se apoderó de la isla Trinidad (16 feb. 1797); luego atacó Puerto Rico, pero fue rechazado por el brigadier Ramón de Castro. El almirante Nelson (v.) atacó y desembarcó en Santa Cruz de Tenerife, de donde fue obligado a retirarse por el general Antonio Gutiérrez. Nelson quedó herido y mutilado en esta acción. La crisis económica agudizó la gravedad del momento. Hubo una constante y continuada depreciación de la moneda con muy leve alza -de salarios. La guerra naval cortó las relaciones comerciales con las provincias ultramarinas y C. tuvo que autorizar el comercio por medio de barcos de países neutrales (1797) que habrían de hacer escala en los puertos españoles. De hecho, se realizó un comercio directo entre los puertos americanos y los países neutrales, preámbulo también del movimiento hacia la emancipación hispanoamericana (V. HISPANOAMÉRICA II).
      La imposición del curso forzoso de los vales reales afectó a los negocios en el interior y a los pagos en el exterior, aumentando el malestar de la burguesía. Godoy intentó allegar recursos, iniciando la desamortización de los bienes de manos muertas y de la séptima parte de los de la Iglesia, lo que alcanzaría en 1801 de Pío VII. Se formó un fuerte partido de oposición al valido con la unión de la nobleza, el estado eclesiástico y la burguesía. En torno a Fernando, príncipe de Asturias, se formó el llamado «partido napolitano» por la mujer de D. Fernando, María Antonia de Nápoles. No existía apenas una opinión revolucionaria, pues la conspiración republicana del Cerrillo de San Blas, dirigida por Picornell, Lax y Andrés, en 1795, careció de significación; pero la ilustración política promovía una rectificación del sistema de gobierno, según la fórmula parlamentaria inglesa (informe a Talleyrand sobre Cabarrús, 1798; cfr. C. E. Corona, Revolución y reacción en el reinado de Carlos IV, Madrid 1957). Godoy incorporó al gobierno a Francisco de Saavedra y a Gaspar de jovellanos (v.), ministros prestigiosos, representantes de una posición política adversa al despotismo ministerial. Sin embargo, C. exoneró a Godoy el 28 mar. 1798, que sin quedar privado de sus honores y distinciones, vivió durante un año retirado en su palacio. Suele atribuirse la caída de Godoy a la pérdida del favor de la reina, a la actitud del inquisidor general, card. Lorenzano, o a la amenaza del embajador francés Truguet de denunciar a C. esta misma escandalosa materia. El intento de enviar a Cabarrús, como embajador, a París y el nombramiento de Azara, que lo era en Roma, para este puesto reclaman una consideración más cuidadosa de este problema político, sólo preciado y basado en los chismes e intrigas de corte, sin mejor prueba que su amplia difusión.
      6. Ministerios de Saavedra y de Urquijo. Francisco de Saavedra sucedió a Godoy, primer secretario del Despacho, pero su vida política fue efímera. A los tres meses le sucedió, por enfermedad, Mariano Luis de Urquijo, con quien no se aprecia una variación sustancial en la línea política del reinado. Continuó endurecida la relación con el Directorio francés. Menorca fue conquistada por los ingleses (noviembre 1798). Fracasó la mediación de España para la paz de Portugal con Francia.
      En febrero de 1798, fue destronado Pío VI (v.) y se proclamó la República romana. El Papa fue conducido preso a Francia, donde murió. C. no aceptó la propuesta del Directorio de confinarle en la isla de Mallorca. Urquijo vio la oportunidad de llevar a efecto las viejas aspiraciones regalistas y publicó la real cédula del 5 sept. 1799, en la Gaceta, reservando el rey, durante la prisión del Papa, las facultades que correspondían a la Curia romana sobre provisión de vacantes, y atribuía otras a los obispos, lo que desató una fuerte corriente de opinión contra el ministro, aprovechada por Godoy. El nombramiento de Napoleón Bonaparte como primer cónsul favoreció las relaciones hispano-francesas. Los asuntos de Parma, que preocupaban a C. y a su mujer, llevaron a los preliminares de San Ildefonso (1 oct. 1800), confirmados en Aranjuez (21 mar. 1801), que resolvieron la situación de los infantes Luis y María Luisa, yerno e hija de los reyes. Se creó el reino de Etruria para ellos, a cambio del territorio de la Luisiana, devuelto a Francia, conservando Parma el duque Fernando hasta su muerte.
      7. Ministerio de Ceballos. Las buenas relaciones con Francia y la política eclesiástica de Urquijo dieron oportunidad a Godoy para recuperar su influencia y la confianza de los reyes. En diciembre de 1800, cayó Urquijo que fue preso y conducido a la fortaleza de Pamplona, siendo sustituido en la secretaría de Estado por Pedro Ceballos, primo de Godoy. La política y todas las disposiciones estuvieron bajo la dirección de Godoy, según se aprecia en las minutas y anotaciones de su mano en los despachos. Para negociar la paz con Inglaterra y disponer de compensaciones, el cónsul Bonaparte propuso a Godoy la conquista de Portugal, que privaría a los ingleses de bases marítimas. El tratado de 29 en. 1801 decidió la llamada guerra de las Naranjas (mayo-junio). El ejército portugués apenas ofreció resistencia. El ministro portugués Pinto de Souza negoció hábilmente el tratado de Badajoz (6 jun. 1801) que dio a España la plaza de Olivenza, pero que defraudó e irritó al cónsul Bonaparte, que no obtuvo territorios portugueses para negociar con Inglaterra. En la paz de Amiens (1802), Bonaparte se vengó desinteresándose de la pérdida de la isla Trinidad, aunque se reconoció la cesión de Olivenza, y Menorca fue devuelta a España. La paz de Amiens quedó rota en marzo de 1803. Bonaparte prefirió la ayuda económica de España al auxilio naval y militar pactado en el tratado de San Ildefonso de 1796. El tratado de Subsidios (19 sept. 1803) concertó la sustitución de las obligaciones militares y navales por el pago de seis millones de libras mensuales. Inglaterra no reconoció esta neutralidad y se reanudó la guerra (12 dic. 1804). Los combates de Finisterre (22 jul.) y de Trafalgar (v.) (21 oct. 1805) ocasionaron la pérdida de la marina de guerra española y la posibilidad de defender las provincias de América. La marina inglesa cooperó en marzo de 1806 en el desembarco en Vela de Coro (Venezuela), para proclamar la independencia. Buenos Aires cayó en poder de los ingleses el 26 de junio; el brigadier Liniers y Puyrredón los desalojaron en agosto; también Montevideo y la Banda Oriental fueron ocupados para intentar de nuevo la conquista de Buenos Aires; sin embargo, los rioplatenses les obligaron a capitular y a abandonar el continente.
      8. La caída de Godoy y la abdicación de Carlos IV. Desde 1801, el príncipe de la Paz, recuperada la confianza de los reyes, ejerció, sin ser nombrado titular de la Secretaría de Estado, la plenitud del poder. La situación económica de la nación la muestra la depreciación de los vales reales hasta el 75% de su valor (Hamilton). Según Canga Argüelles, la deuda del Estado, en este año, era de 7.000 millones, más una deuda consolidada de 4.108 millones, en España, y otro tanto en América, y un descubierto de 720 millones. La autoridad de Godoy, fortalecida por la recuperación del poder, provocó una reacción creciente que tuvo su foco de dirección en el «cuarto del príncipe» Fernando. El partido fernandino contaba con figuras destacadas de la nobleza, los duques del Infantado y de San Carlos, el marqués de Ayerbe y el conde de Montijo e ilustrados de la Corte, y se extendió por otras ciudades, donde se formaron centros hostiles a la privanza de Godoy y al sistema absoluto de la monarquía. La variedad de tendencias políticas coincidía en la animosidad, más o menos soterrada, que agrupaba a miembros de la nobleza, del clero, de la burguesía y, finalmente, trascendió al pueblo.
      Una hábil propaganda en torno al «oprimido príncipe de Asturias», a la docilidad de Godoy ante Napoleón y a las ruinosas consecuencias de la guerra contra Inglaterra revelaba una crisis aguda. Godoy decidió dar un giro a su política internacional y pensó en unirse a las potencias europeas de la cuarta coalición contra el emperador francés. Dio el 6 oct. 1806 la proclama de El Escorial, que envolvía una amenaza contra Napoleón, ocho días antes -de su victoria en Jena. La proclama, por la inoportunidad del momento, fue un error de gravísimas consecuencias, que sirvió, juntamente con las intrigas de la corte, para cambiar la actitud y los propósitos de Napoleóri sobre la monarquía -española. El 21 mayo 1806 murió la princesa María Antonia, esposa del príncipe Fernando. El partido fernandino vio la posibilidad de conquistar el apoyo de Napoleón solicitando «una princesa de su augusta familia» para contraer matrimonio con el príncipe, que se había negado a aceptar como esposa a una cuñada de Godoy. Las intrigas de palacio y la hostilidad entre los reyes, Godoy y el partido fernandino alcanzó su punto álgido en la conjura de El Escorial, descubierta él 31 oct. 1807. Se acusó al heredero del propósito de derribar del trono a sus padres y de atentar contra su vida. En él proceso instruido, el príncipe denunció a sus colaboradores; el fiscal pidió la pena de muerte para algunos, pero el Consejo y Cámara se pronunció contra Godoy y fueron absueltos. Mostrábase la potencia del partido fernandino.
      La firma del tratado de Fontainebleau (27 oct. 1807) pareció fortalecer la situación del valido, puesto que decidió la conquista de Portugal con la ayuda de las tropas francesas y el reparto del reino entre Godoy (sur de Portugal) y los reyes de Etruria (el norte) quedando en reserva el centro para negociar la paz general con Inglaterra. El ejército expedicionario francés ocupó, con este pretexto, las plazas fuertes del norte de la Península. En febrero, las tropas francesas entraban en Portugal y se cerraba el bloqueo continental que pretendía Napoleón. La guerra había terminado y seguían pasando tropas francesas por los Pirineos. El ministro comprendió los planes de Napoleón, pero era ya demasiado tarde. El 17 de marzo se produjo el llamado motín de Aranjuez (v.); de hecho fue un golpe de Estado patrocinado por la nobleza, altos funcionarios e ilustrados. El 18 de marzo Godoy fue destituido y al día siguiente, C. se vio obligado a abdicar. Al llegar la noticia a Madrid, grupos populares se lanzaron al asalto y quema de la casa de Godoy y de sus amigos y parientes. La noticia causó en los reinos hispanoamericanos análogas explosiones de alegría que en las ciudades peninsulares (cfr. D. Ramos, o. c. en bibl.). «Las tropas y los que gobernaban Madrid, dice Alcalá Galiano en sus Memorias, estaban parados, callaban y consentían, como si se ignorase qué había obligación de hacer, o quién mandaba». Godoy fue procesado y también sus amigos: Soler, Marquina, Simón Viegas, fiscal del Consejo, el P. Estala, Luis de Viguri, Diego Godoy, Espinosa y el tesorero Noriega. Las tropas francesas continuaban entrando en España y el 23 de marzo lo hicieron en Madrid al mando del mariscal Murat.
      Cuatro días después de su abdicación, el destronado C. escribió a Napoleón solicitando su ayuda para recuperar el trono. El Emperador francés logró atraer a Bayona a D. Carlos con su mujer, al caído príncipe de la Paz, puesto a salvo gracias a la intervención de Murat, y al nuevo rey Fernando. La orden de salida hacia Bayona de los infantes ex reyes de Etruria, y Francisco de Paula, dio lugar a la sesión de la junta en la noche del 1 hasta la madrugada del 2 de mayo, en que se decidió aceptar la salida de los infantes y organizar el alzamiento contra los franceses en diversas ciudades de la Península. Se nombró una comisión para este objeto y se señaló Zaragoza como centro de reunión de la nueva Junta para el gobierno de España. Sin la aprobación de todos los reunidos, quedó, de hecho, organizado el alzamiento «espontáneo», en Madrid, a la mañana siguiente, y el alzamiento en las principales ciudades de la Península.
      El 30 de abril se reunió la familia real española con el Emperador de los franceses. Las bochornosas escenas que se sucedieron terminaron con la devolución de la corona por D. Fernando a su padre C. y con el tratado del 5 de mayo, por el que el rey renunciaba el trono a favor de Napoleón. D. Fernando firmó el día 10 otro convenio con Napoleón, aceptando la renuncia de su padre y a los derechos que le correspondían como príncipe heredero. C. pasó a residir con su mujer, sus hijos y el príncipe de la Paz al palacio de Compiégne, que le cedió el Emperador; en octubre, fue a Marsella, recibió una pensión de 200.000 francos; en 1812, se trasladó a Roma y residió en el palacio Borghese, con ciertas estrecheces económicas, hasta su muerte en 1819.
     
     

 

CARLOS E. CORONA.

 

BIBL.: Fuentes: BARÓN DE BoURGOING, Voyage en Espagne, París 1789; CHEMINEAU, Memoires historiques y las Memorias de M. GODOY, A. ALCALÁ GALIANO, J. ESCOIQUIz, J. GARCfA DE LEÓN Y PIZARRO, VILLANUEVA y GARCINY.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991