BAUTISMO.


1. Elemento precristiano del Bautismo. El simbolismo del agua (V. AGUA VI) COMO signo de purificación y de vida es frecuente en la historia de las religiones. La virtud o eficacia atribuida al baño sagrado era sobre todo la purificación de impurezas legales o rituales e, incidentalmente, también el aumento de fuerza vital o incluso el don de la inmortalidad (v. I). Esas «costumbres bautismales» tienen su origen en la universal inclinación humana hacia lo simbólico (v. SIMBOLISMO RELIGIOSO) y en la necesidad humana de expresar las realidades suprasensibles por medio de signos o símbolos (V. SIGNO).
      En el judaísmo, la Ley de Moisés (v.) conocía e imponía el baño de agua como medio legal de purificación para personas (Lev 14, 8; 15, 1618; Num 19, 210), y a veces también para objetos (Lev 11, 32.40; 15, 57; etcétera). A estas disposiciones mosaicas añadían los rabinos (v.) muchas otras de una minucia extremada (cfr. Mc 7, 15; v. I, 2; PURIFICACIÓN II).
      2. El bautismo de Juan. Desde la mitad del s. II a. C. hasta ca. el 300 d. C., hubo en Palestina y por toda Siria un considerable movimiento baptista que comprendía grupos distintos y muy diversas concepciones. Inmediatamente antes de la aparición de Jesús surge en Palestina la figura de Juan, a quien sus contemporáneos llamaron el Bautista (v. JUAN BAUTISTA, SAN).
      El b. de Juan es: a) una acción que se recibe una sola vez; b) a él ha de someterse todo el pueblo judío; c) para así, por la penitencia, librarse del juicio venidero; d) todos han de ser bautizados por el Bautista, pues nadie puede administrárselo a sí mismo; e) prepara un pueblo de Dios santo para el tiempo mesiánico, pues poco después de Juan ha de venir el Mesías, para juicio y salvación. El b. de Juan es esencialmente un acontecimiento fuera de serie. Es un b. único, conferido en el desierto con miras al arrepentimiento y al perdón (Me 1, 4). Comporta la confesión de los pecados y un esfuerzo de conversión definitiva que debe expresar el rito (Mt 3, 6 ss.). Su significación más honda es la conversión (v.) moral del que lo recibe.
      Pero el b. de Juan sólo establece una economía provisional: es un b. de agua, preparatorio para el B. mesiánico en el Espíritu Santo y en el fuego (Mt 3, 11; Act 1, 5; 11, 16), que es la purificación suprema
      También se distingue claramente el b. de Juan, contra lo que han llegado a decir ciertos críticos, del b. de los prosélitos y del baño o b. de los misterios helenísticos (v. i). El b. de los prosélitos partía de una simple concepción legal de la impureza y no iba más allá. El b. de los misterios helenísticos era menos aún; en éste la conversión moral interna era reemplazada por una actividad de fuerzas mágicas.
      3. El Bautismo cristiano. El B. cristiano comparte con el de Juan tres cosas: la unicidad de su administración, la administración por otro, y el carácter escatológico salvador. Desde los tiempos apostólicos el B. cristiano es la realización de un designio expreso de Cristo; realización preparada por el Bautista como Precursor, y cumplida después plenamente por los Apóstoles. Podemos, pues, señalar varias etapas en la realización del B. cristiano.
      A. El Bautismo de Jesús en él Jordán. Todos los evangelistas narran el hecho (Mt 3, 1317; Me 1, 911; Lc 3, 21 ss.; lo 1, 2934). Y los cuatro Evangelios unen lógica e históricamente el B. de Cristo con la obra del Bautista, porque el B. de Cristo era la señal oficial con la que el Bautista reconocería a Cristo como Mesías.
      El B. de Jesús constituye juntamente con la predicación y el b. de Juan, un elemento importante de la catequesis (v.) cristiana. Jesús es bautizado por Juan; se somete al b. de Juan y así cumple «toda justicia», (Mt 3, 15), es decir, como significa ese hebraísmo, todo el plan de Dios, todo lo que estaba ordenado por Dios. El B. de Jesús en el Jordán anuncia y prepara su otro B. «en la muerte» (Le 12, 50; Mc 10, 38), encuadrando así entre dos B. toda su vida pública.
      Después, el B. de Jesús por Juan es coronado por la bajada del Espíritu Santo y la proclamación por el Padre celestial de que Jesús de Nazaret es Hijo suyo muy amado (Mt 3, 17); hay aquí dos cuestiones muy importantes: la venida del Espíritu Santo y la filiación divina de Jesús. La venida del Espíritu Santo sobre Jesús es una investidura que responde a las profecías del A. T. (Is 11, 2; 42, 1; 61, 1); es, al mismo tiempo, el anuncio de Pentecostés (v.), que inaugurará el B. en el Espíritu para la Iglesia (Act 1, 15; 11, 16) y para todos los que entran en ella (Eph 5, 2532). El reconocimiento de Jesús como Hijo de Dios anuncia la filiación adoptiva de los creyentes (v. FILIACIÓN DIVINA), participación de la de Jesús y consecuencia del don del Espíritu (Gal 4, 6). Ciertamente, la frase de Mt 3, 17 es de gran contenido teológico; está en función y dependencia del pasaje de Isaías 42, 19 sobre el Siervo de Yahwéh (v.), pero Mt 3, 17 tiene modificaciones fundamentales que lo enriquecen. Como el Siervo de Yahwéh en Isaías, de igual modo en el B., al comienzo mismo de la obra mesiánica pública, Cristo aparece movido, poseído y dotado plenamente de los dones del Espíritu para su obra de Mesías (v.). En el B. de Juan, Cristo recibe, por así decirlo, su investidura oficial mesiánica. Es la consagración y proclamación oficial de lo que Cristo ya es desde la Encarnación (v.).
      La Tradición ha visto en el B. de Jesús la idea de que, por el contacto de la humanidad de Jesús con el agua, se le comunicó a ésta la virtud santificadora que ella ejerce en el sacramento cristiano del B. Ha visto en el B. de Jesús la institución del B. cristiano, aunque éste sólo fue administrado después de la muerte y resurrección de Jesús (cfr. S. Atanasio, PG 26, 1080; S. J. Crisóstomo, PG 57, 206). También puede verse en el B. de Jesús el prototipo del Sacramento, en cuanto por el B. se hace al creyente hijo de Dios y entra así en una relación con Dios, semejante a la de Jesús en su B. del Jordán.
      B. Necesidad del Bautismo cristiano. Jesús dialoga con Nicodemo. La escena del diálogo de Jesús con Nicodemo (v.), se narra en lo 3, 121. Vivamente impresionado por los milagros que Cristo hace, y que eran rúbrica divina de su misión, pero que chocaban fuertemente con el tradicionalismo farisaico, Nicodemo, fariseo él también, quiere escuchar la doctrina de Jesús personalmente. En esta entrevista dice Jesús: «En verdad, en verdad te digo, que quien no naciere del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de los cielos» (lo 3, 5). Sin duda, Jesús hace esta afirmación solemne a Nicodemo, porque pensaba que éste, como maestro que era en Israel, estaba capacitado para entenderle y para medir el alcance de su afirmación. Después de la escena del B. de Jesús en el jordán, el instrumento de salvación estaba dispuesto y preparado: el B. de agua y de Espíritu. He aquí, pues, la Carta magna de Salvación: Nadie puede pretender conseguir la salvación sin recurrir a la virtualidad de este instrumento designado por Jesús mismo (v. SALVACIÓN II y III). Ciertamente, las palabras de Jesús a Nicodemo tienen el valor de una declaración de principio: nadie puede entrar en el cielo más que por la puerta del B. Esta es la ley general. La enseñanza que aquí da Jesucristo es de un alcance dogmático excepcional: la necesidad del B. cristiano.
      También es interesante destacar el sentido mesiánico de esta escena, especialmente por lo que toca a esa necesaria «regeneración» por obra del Espíritu (Ioel 2, 28; Ez 37, 514). Los profetas repiten con frecuencia esta idea de la efusión del Espíritu, que produciría una renovación espiritual en las almas (Ez 19, 20; Ier 31, 3334; Ps 51, 1213).
      C. Promulgación oficial del Bautismo por Jesús resucitado. Toda ley entra en vigor al ser promulgada. Cristo resucitado promulga la ley del B. cristiano. Dos evangelistas testifican este mandato de Cristo: Mt 28, 1820 y Me 16, 15 s. «Jesús, acercándose, les dijo: Id, pues, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19). Después de su resurrección, Jesús manda a sus discípulos convertir a todos los pueblos y bautizarlos; mandato que funda en el poder universal que le fue dado sobre el cielo y la tierra. Los Apóstoles actúan en nombre de Cristo. Queda también fuertemente acusada, además, la universalidad de su obra, la universalidad de la salud mesiánica anunciada por los profetas. Los Apóstoles, según este mandato de Cristo, habían de llevar su mensaje evangélico («enseñad»), y su renovación e incorporación a su reino («el Bautismo», a «todas las gentes, a todo el mundo»). Tenemos aquí un auténtico esquema de catequesis bautismal desde el punto de vista redaccional (cfr. D. Yubero, La formación de los Evangelios, Madrid 1966, 170 ss.).
      La finalidad, pues, de la misión de los Apóstoles por el mundo es doble: enseñar el Evangelio y bautizar. Las dos son esenciales y necesarias. Y este B. cristiano exige ser administrado en nombre de las tres Personas de la Sma. Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Todos los pueblos han de unirse bajo el poder universal de Cristo por medio de la predicación de los Apóstoles, que hace surgir la fe necesaria para recibir el B.
      D. El Bautismo en la Iglesia primitiva. De la actuación de los Apóstoles con relación al B. en la primitiva Iglesia se deduce un hecho cierto: la vinculación estrecha y necesaria que une la administración del B. a la predicación apostólica desde sus orígenes. El hecho aparece claramente en cada página de los escritos apostólicos, pero sobre todo en los Hechos de los Apóstoles. En muchos pasajes de este libro (Act 2, 3741; 8, 12 ss.; 9, 1018; 10, 4448; etc.) resalta la costumbre de administrar el B. a los que creían por la predicación de los Apóstoles y otros misioneros evangélicos.
      También se desprende de los escritos apostólicos que, desde los comienzos, el B. se considera como una institución permanente. Ésta era la conclusión normal a la que llegaba la predicación de la salvación. Aunque a veces administraran el B. otros y no el propio predicador. Parece que el B. se administraba en la Iglesia primitiva por inmersión; la Didajé (7, 3; v.) permite también en caso de necesidad el B. por infusión; pero sobre la forma concreta de realizar el rito, el N. T. no nos dice explícitamente nada.
      Que el bautizante acompañaba la acción con una fórmula bautismal se deduce de Mt 28, 19, donde encontramos la fórmula trinitaria («en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»), que es la misma usada actualmente. En Act encontramos también la idea de una profesión de fe por parte del bautizando.
      4. Valor teológico del Bautismo en el Nuevo Testamento. El B. es una realidad fundamental en la Iglesia. Todo el N. T. lo considera como un rito de iniciación necesario para el que quiera pertenecer a Cristo, al Reino de Dios (v.), y a la comunión de los fieles (v. IGLESIA III, 2). Es la condición de entrada en el reino de Dios, como dijo Cristo mismo a Nicodemo (lo 3, 5) y también el medio necesario de salvación (Me 16, 16). Consagra al catecúmeno (v.) a Dios, introduciéndole en la Iglesia visible y por ella en la comunión con Cristo y con el .Padre en el don del único Espíritu (Eph 2, 15). Los bautizados, unidos a Cristo en la Iglesia, constituyen una familia única cuya alma es el Espíritu de amor (Gal 3, 254, 7) (V. CUERPO MÍSTICO; PUEBLO DE DIOS).
      El B. significa y produce la purificación moral interna que se opera en virtud de la obra salvífica de Cristo (Heb 10, 22). Al recibir este Sacramento, el hombre, creyendo en la virtud redentora de la muerte y resurrección de Cristo, pasa, por su unión con Él, de la muerte a la vida. La regeneración bautismal no es una manera de ser estática, adquirida de una vez para siempre (V. JUSTIFICACIÓN; GRACIA SOBRENATURAL). Es la entrada en un estado dinámico, vida superior de la que no debe decaer el alma. De ahí la exigencia de un constante esfuerzo espiritual para hacer cada día más efectiva la muerte al pecado y la vida para Dios (Rom 6, 12 ss.). La vida cristiana es vida pascual. En ella, el B. como recuerda la liturgia de la Noche pascual (Sábado Santo; v. SEMANA SANTA), supone promesa de vivir renacidos en Cristo, voluntad de conservar sin mancha la blanca vestidura recibida y de guardar la gracia simbolizada por la vela encendida. El creyente, unido por su B. a la Pascua de Cristo (V. PASIÓN Y MUERTE; RESURRECCIÓN; ASCENSIÓN) es invitado a entrar un día en su reino glorioso (Col 1, 12) y en posesión de la herencia celestial (Eph 1, 14 ss.).
      A. En los Hechos de los Apóstoles. El B. practicado por los Apóstoles inmediatamente después de Pentecostés tiene, según el testimonio de Act, el sentido y el fondo siguientes:
      a) Es expresión de la conversión realizada, y produce sacramentalmente el perdón de los pecados (Act 2, 38; 3, 19; 5, 31; 11, 18; 17, 30; 22, 16). La fe en Jesús, autor de la salud, la aceptación del mensaje cristiano, de la «Palabra de Dios», es condición previa para el B. (Act 2, 41; 4, 4; 8, 4; 10, 43; 16, 30 s.).
      b) El B. es administrado en el nombre del Señor, Jesús (2, 38; 8, 16; 10, 48; 19, 5; 22, 16).
      c) En el B. tiene lugar la efusión del Espíritu (2, 38; 2, 1721).
      d) Significa la incorporación a la comunidad de salvación de Jesucristo. Por medio de 61 agrega Dios a la primera Iglesia nuevos miembros, y de este modo crece ella aun externa y visiblemente (2, 41; 5, 14; 11,24).
      Brevemente, todo lo esencial de la doctrina del B. puede ya reconocerse en la comunidad primitiva, como lo reflejan los Hechos de los Apóstoles; los mismos elementos, a veces más desarrollados, los menciona el apóstol S. Pablo en sus Cartas.
      B. En las Epístolas paulinas. S. Pablo dio un impulso decisivo en la profundización de la doctrina sobre el B. Frente a la justicia de la ley, propone en primer lugar, teológicamente, la fe (v.). Presenta el B. como una institución indiscutible y lo inserta firmemente en la estructura total de su teología. Fe y B. no se excluyen sino que se reclaman mutuamente.
      Concretamente, en la enseñanza paulina, el B. es una purificación, que de una vez para siempre lava al cate cúmeno en nombre del Señor y por el Espíritu (1 Cor 6. 11); purificación no únicamente individual, sino de carácter comunitario y eclesial (Eph 5, 26). El B. es un nuevo nacimiento, un baño de regeneración y de renovación en el Espíritu Santo (Tit 3, 5), que hace al bautizado hijo de Dios. Es una nueva circuncisión, la circuncisión de Cristo, que agrega al nuevo Pueblo de Dios (Col 2, 11 ss.; Eph 2, 1122); un sello impreso para siempre
      en el alma por el Espíritu Santo (Eph 1, 13; 4, 30; 2 Cor 1, 22); una iluminación, paso de las tinieblas del pecado a la luz de Cristo resucitado (Eph 5, 814; Heb 6, 4).
      Otra idea importante en la doctrina paulina es la relación del bautizado con las personas divinas. El B. purifica, santifica y justifica al que lo recibe por el nombre del Señor y por el Espíritu de Dios (1 Cor 6, 11); el cristiano se convierte en templo del Espíritu Santo (1 Cor 6, 19), hijo adoptivo del Padre (Gal 4, 5 ss.), hermano y coheredero de Cristo en unión íntima con Él (Rom 8, 2.9.17; Gal 3, 28).
      Esta idea de la unión con Cristo, como el efecto capital del B., destaca sobremanera en la teología paulina (V. UNIÓN CON DIOS II). Aparece ya especialmente subrayada en la expresión «bautizado en el nombre de Jesús», para significar la unión interna de vida con Cristo (1 Cor 1, 13; 3, 23; 15, 23; Gal 3, 29; 5, 24). Los bautizados se revisten de Cristo, están enteramente sometidos al influjo divino; están además unidos entre sí en la unidad misma de Cristo y de su cuerpo glorificado (Gal 3, 27; Rom 13, 14; 1 Cor 12, 13: Eph 4, 4 ss.); ya no forman sino un mismo espíritu con Cristo. Pero la enseñanza paulina precisa y profundiza aún más esta idea, cuando presenta esta unión con Cristo por el B. como una inserción en Cristo crucificado y glorificado. La inmersión en el agua bautismal y la emersión que la sigue simbolizan y realizan la participación en la muerte y resurrección de Cristo; la unión sacramental con Cristo en el B. se puede considerar como un ser «crucificado» y «sepultado» con Cristo, como un «resucitar» y «ser vivificado» con 111, de suerte que el bautizado realiza en unión con Cristo lo que un día se cumplió en Cristo mismo (Rom 6, 48; Gal 2, 19 s.: Eph 2, 5 ss.; Col 2, 12; 3, 1). El B., dice el Apóstol, es un sacramento pascual: el bautizada muere al pecado, y vive para Dios en Cristo (Rom 6, 11), vive de la misma vida de Cristo (Gal 2, 20; Philp 1, 21). La transformación así realizada en el B. es radical: es despojamiento y muerte del hombre viejo y revestimiento del hombre nuevo (Rom 6, 6; Col 3, 9; Eph 4, 24; V. HOMBRE II, 3), nueva creación a imagen de Dios (Gal 6, 15).
      Partiendo de este tesoro de ideas, S. Pablo desarrolla una importante parénesis bautismal, y saca serias consecuencias del hecho de la salvación en y por el B. para la conducta del cristiano en el mundo y en su vidá ordinaria. Entre otras, excluye el abuso de la gracia (Rom 6, 1 ss.) y un pensar sacramental mágico (1 Cor 10, 113); exige la más dura lucha contra las pasiones pecaminosas (Rom 6, 1214; Gal 5, 24; etc.); pide la pureza de la comunidad (1 Cor 5, 68); y ofrece múltiples motivos para un auténtico esfuerzo moral en la vida de los bautizados (Eph 5, 614; Philp 2, 15 s.; Col 3, 1217; 1 Thes 4, 38). La teología bautismal de S. Pablo es rica y profunda.
      C. En las Epístolas de S. Pedro. Merece la pena destacar la primera carta de S. Pedro, fuertemente empapada de la idea bautismal, en la que algunos autores ven una homilía a los neófitos, y otros pretenden descubrir toda una primitiva liturgia bautismal (M. E. Boismard, Une liturgie baptismale dans la Prima Petri, «Rev. Biblique» 63, 1956, 182 ss.). El autor de la carta comenta con entusiasmo los beneficios de la generación espiritual: el B. constituye la salvación para los creyentes (1 Pet 3, 21; 4, 18), obra la remisión de los pecados (1 Pet 3, 18 ss.). El bautizado es regenerado, posee una vida nueva y divina (1 Pet 1, 312). Los bautizados forman el Pueblo Santo de Dios en Cristo (1 Pet 2, 410).
      D. Otros detalles. Con respecto al B. de los niños el N. T. no se refiere directamente, aunque de algunos textos puede deducirse que ya se practicaba: concretamente cuando se nos dice que se bautizó una familia entera (cfr. Act 10, 148; 16, 15 y 3233, etc.). En cualquier caso la validez del B. de los niños se deduce, como una conclusión, de la doctrina general sobre el B. del N. T., que en éste, como en otros puntos, es aclarado y completado por la tradición doctrinal y la práctica de la Iglesia que lo continúa (v. III). Por lo que se refiere a la costumbre de «bautizarse por los muertos» a la que alude S. Pablo (1 Cor 15,29), parece que únicamente quiere decir o únicamente se refiere a quienes practicaban un cierto rito que manifestaba de ese modo su fe en la resurrección.
     
     

 

D. YUBERO GALINDO.

 

BIBL.: M. DE CASTELLVI, El Baptisme en el nom del Pare, del Fill i del Esperit Sant, «Estudios Franciscanos» 42 (1930) 433437; J. M. BOVER, El simbolismo bautismal en las epístolas pau. linas, «Estudios Bíblicos» 4 (1945) 393 ss.; F. M. BRAUN, Le baptéme d'aprés le quatriéme Évangile, «Rev. Thomiste» 68 (1948) 347393; A. BENOIT, Le Baptéme chrétien au. II' siécle, París 1953; Le baptéme dans le N. T., nos monográficos de «Lu. miére et Vie' 2627 (1956) (especialmente interesantes los art. de A. GEORGE, D. MOLLAT y J. DUPLACY); A. T. LOMBANA, El Bautismo en la Teología de S. Pablo, «Franciscanum» (1959) 757; L. TURRADo, El bautismo «in Spiritu et igni», «Estudios Eclesiásticos» 34 (1960) 807 ss.; A. IBÁÑEZ, La entrevista de Jesús con Nicodemo, «Lumen» 10 (1961) 428 ss.; M. BALAGUE, El bautismo, resurrección del pecado, «Cultura bíblicaD 18 (1961) 35 ss., A. COLUNGA, La Circuncisión y el Bautismo, en XIX Semana Bíblica Española, Madrid 1962.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991