Giacomo Antonelli


Cardenal secretario de Estado de Pío IX, una de las figuras más controvertidas de toda la Iglesia moderna. N. en 1806 en Somnino y m. en Roma el 3 nov. 1876. Hijo de una familia burguesa enriquecida en los primeros años de su infancia, su padre, que pretendía introducirlo en la administración de los Estados Pontificios, le envió a Roma, donde estudiaría (1820-27) jurisprudencia y Filosofía, sin mostrar en ningún momento interés por las Ciencias sagradas, que le serían siempre, en general, desconocidas.

Los jalones de un destino meteórico. Tras haber realizado un concienzudo aprendizaje con uno de los juristas más renombrados en los medios de la Santa Sede, ingresó en la carrera curial en 1830, de donde pasaría años más tarde a formar parte de los cuadros administrativos del gobierno pontificio. Puesto al frente sucesivamente de las delegaciones de Orvieto, Viterbo (1837) y Macerata (1839), el celo desplegado en la supresión de los brotes oposicionistas a las directrices que informaban la política de Gregorio XVI, le granjeó la estima de éste y de sus colaboradores, siendo llamado a Roma para desempeñar un cargo sobresaliente en la dirección de los asuntos internos de los Estados Pontificios al tiempo que era agraciado con una canonjía de San Pedro. Una carrera meteórica se abría así para él en menos de un lustro, coronada en 1845 con su elevación al Ministerio de Hacienda.

Pese a no haber recibido órdenes sacerdotales - fue sólo diácono- (conforme a una vieja costumbre aún Operante en la época, aunque ya en franca decadencia) le fue otorgada la púrpura cardenalicia por Pío IX (junio de 1847), quien le dispensó una confianza siempre en aumento. Dentro de la primera fase del pontificado del Papa Mastai, A. ocupó la presidencia del célebre organismo, centro y foco de las reformas que se proyectaban para los Estados Pontificios, Consulta di Stato, en cuyo cargo desplegó una importante labor de orden práctico. No obstante, poco después divergencias con el ideario que informaba la actitud Oficial de la Santa Sede le impulsaron a presentar su dimisión del citado cargo y abandonar todo protagonismo activo en la política de la corte pontificio. Esta renuncia no eclipsaría, sin embargo, el afecto que desde su ascensión al Pontificado le había mostrado Pío IX, que seguiría hasta su huida de Roma, en el otoño de 1848, solicitando sus consejos, La estancia del Papa en Gaeta llevó a A. al rango de su principal colaborador y le convirtió en la personalidad más importante de la Santa Sede mediante su nombramiento de secretario de Estado. Su gestión en tal puesto en una de las épocas más críticas de la historia de la Santa Sede ha sido y es diversamente interpretada y enjuiciada.

juicio histórico sobre su personalidad. Sus panegiristas han puesto de relieve los grandes éxitos alcanzados por las reformas practicadas en el interior de los Estados Pontificios, que A., en la línea trazada por Consalvi y por Gregorio XVI, orientó de forma incansable hacia la modernización del aparato burocrático de la administración pontificio. En el plano de las relaciones internacionales, tales autores colocan en el haber de A. un exacto sentido de las realidades con que se enfrentaba la Iglesia y que le llevaría a comprender, no obstante su inquebrantable defensa, que era inexorable la desaparición de la soberanía temporal de los Papas en la Europa de la segunda mitad del s. xix. Sus detractores entenebrecen el cuadro anterior al contemplar la figura de A. desde el ángulo de sus defectos personales, que trasvasaron el ámbito íntimo para manifestarse en la vida oficial de la Santa Sede. Dichos críticos disminuyen aún más su personalidad al atribuir la mayor parte de los aciertos logrados en aspectos concretos de su labor, a la tarea de sus colaboradores, de quienes fue siempre muy receloso. Por último, estos censores culpan a A. de haber sido el principal responsable de la postura sin futuro en que se situó Pío IX en la segunda fase de su Pontificado. Piedra de escándalo y de toque, respectivamente, para las dos corrientes que se disputan en la actualidad la prevalencia en el campo de la historiografía eclesiástica contemporánea, A. ha carecido hasta la fecha de un biógrafo que arrojara sobre su existencia luz científica y desapasionada.

BIBL.: P. RICHARD, Antonelli, en DHGE, III, 832-837 (ditirámbico); R. AUBERT, Le pontificat de Pie IX, XXI, 85-86; P. DALLA TORRE, Antonelli, Giacomo, en Enciclopedia Cattolica, I, 1514-17.

M. CUENCA TORIBIO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991