Cisneros, Francisco Ximénez de


Cardenal y estadista español (1436-1517). Gonzalo (Francisco desde 1484) n. en Torrelaguna (Madrid), de familia hidalga oriunda de la villa de Cisneros (Palencia). Realiza los estudios en Roa, junto a un tío clérigo, en el Estudio Viejo de Alcalá y en la Univ. de Salamanca, coronados con el título de bachiller en Derecho que le capacitan para aspirar a cargos y beneficios eclesiásticos. Proveído por Paulo II arcipreste de Uceda (22 en. 1471) se enemista con el arzobispo de Toledo Alfonso Carrillo, que le sanciona con largos años de cárcel. En 1480 se encuentra ya en Sigüenza, bajo la 'protección de su amigo el card. Pedro González de Mendoza (v.), como capellán mayor y vicario general de la diócesis. En 1484 da un viraje radical a su vida, ingresando en la observancia franciscana y emulando el retiro y las austeridades de fray Pedro de Villacreces en los recónditos eremitorios de El Castañar y La Salceda.
     
      Arzobispo de Toledo. Pero su arraigada vocación eremítica se ve cada vez más comprometida. La reina Isabel I de Castilla (v.) le elige como confesor en 1492. Los franciscanos observantes de Castilla le nombran vicario provincial en 1494. El 20 feb. 1495, por una decisión personalísima e inusitada de la reina, es creado arzobispo de Toledo, ante la sorpresa general. Vive momentos de vacilación que sus amigos se empeñan en disipar. Inaugura su ministerio elaborando un amplio programa de renovación de su iglesia e incluso de toda la provincia eclesiástica toledana. Para llevarlo a cabo obtiene facultades de Alejandro VI (v.), reúne sínodos diocesanos en Alcalá (1497) y Talavera (1498), promulga nuevas constituciones inspiradas en criterios profundamente pastorales, organiza una serie de visitas a los arciprestazgos y dicta importantes normas prácticas para la mejor realización de la cura de almas, claramente precursoras de las leyes tridentinas (v. TRENTO, CONCILIO DE) que regulan la vida pastoral.
     
      Al propio tiempo promovía y dirigía desde la Corte la reforma en curso de los religiosos españoles, especialmente de su Orden franciscana. Alejandro VI le encomendaba el 5 jul. 1495 la visita y reforma de los religiosos de su diócesis. El 26 dic. 1496 le constituía visitador de los franciscanos españoles con funciones de vicario general. El 1 sept. 1499 le nombraba reformador de las órdenes mendicantes en España. Se preocupó especialmente de la reorganización y fortalecimiento de los grupos reformados, que debía conducir a la definitiva superación del conventualismo, y de la dotación y adecuada dirección espiritual de los monasterios femeninos reformados, los cuales, por disposición de Alejandro VI, deberían depender, en adelante, de la parte reformada de su respectiva Orden. Su esfuerzo renovador se dirigió principalmente a las casas religiosas castellanas, pero alcanzó también a las aragonesas.
     
      Desde noviembre de 1499, siguiendo normas de la corte, dirigió personalmente una intensa campaña para la evangelización de los moros granadinos. La presión ejercida sobre éstos (dádivas, castigos, amenazas, etc.) entonces muy corriente y hasta justificada teóricamente por algunos teólogos, y especialmente la eficacia inmediata del método, provocaron levantamientos en Granada y en las Alpujarras. Las conversiones se produjeron a miles, causando una gran impresión incluso en Roma. C. vivió muy intensamente estas jornadas granadinas que él creía comparables a las de la primitiva Iglesia. Fueron las únicas experiencias misionales de su vida, cuyo rumbo, con el alborear del s. XVI, se iba alejando cada vez más de la cura pastoral directa. En adelante, a pesar de su contraria voluntad, se verá implicado y casi absorto en el panorama político castellano.
     
      Político y gobernante. Desaparecida la reina Isabel (26 nov. 1504), C. siguió apoyando al regente don Fernando (v. FERNANDO II DE ARAGÓN). Tras una serie de discusiones y divergencias entre éste y el nuevo rey de Castilla Felipe 1 (v.), se llegó, por mediación del arzobispo, a la Concordia de Salamanca (24 sept. 1505) claramente favorable al aragonés. Fallecido Felipe 1 (25 sept. 1506), se constituyó inmediatamente una regencia presidida por C., a quien doña Juana (v. JUANA DE CASTILLA) concedió amplios poderes. El esfuerzo del arzobispo se dirigió entonces a mantener el orden amenazado por los bandos nobiliarios y a acelerar el retorno de D. Fernando a Castilla. Éste, en recompensa, le gestionó el capelo cardenalicio (17 mayo 1507) y le encomendó (17 jun. 1507) la dirección de la Inquisición (v.). Desde entonces la figura política de C. se agiganta en el escenario español. Mientras D. Fernando realiza obras maestras de política europea, C. concentra sus esfuerzos en las conquistas africanas, para las cuales tenía proyectos de largo alcance. Financia en 1507 la conquista de Mazalquivir. Dirige personalmente en 1509 la conquista de Orán. Y sigue muy de cerca las expediciones de los años siguientes que no puede dirigir por intrigas de la corte. Interviene en la organización eclesiástica de los nuevos territorios, especialmente en Orán, que pasa a depender de Toledo.
     
      Al morir el rey D. Fernando, C. queda constituido regente por disposición testamentaria (23 en. 1516), a pesar de los manejos contrarios del partido flamenco, que, imposibilitado de elevar su candidato Adriano de Utrecht mantuvo siempre al lado de C. personajes avisados (Adriano de Utrecht, La Chaulx, Amerstoff), que fiscalizasen el gobierno del cardenal. Pero la energía y sagacidad de C. logró deshacerse fácilmente de estas trabas y gobernar solo, situándose en Madrid, el punto más estratégico para el control del reino castellano. Hubo de enfrentarse durante la regencia con graves problemas internos y externos: brotes de insumisión en Baeza, Úbeda, Cuenca y Burgos; pleitos dinásticos (Pedro Girón-Alonso de Guzmán, duque de Alba, villa de Huéscar); bandos nobiliarios capitaneados por el condestable de Castilla, el conde de Benavente y los duques de Medinaceli, Albuquerque e Infantado; intrigas en la corte de Bruselas. Como instrumento de disuasión de toda clase de revueltas, creó C. la Gente de Ordenanza, milicia ciudadana permanente, a cuyo reclutamiento se opusieron decididamente varias ciudades (Valladolid, Burgos, León). Con la dispersión de algunos intrigantes consejeros de D. Fernando se eliminó un peligroso foco de conspiración que amenazaba la sucesión de Carlos I en Aragón.
     
      En el exterior el regente hubo de enfrentarse también con serias amenazas. El intento navarro-francés de restablecer a Juan de Albret en Navarra fue contenido enérgica y certeramente, con la victoria de las tropas castellanas, la destrucción de diversas fortalezas y la designación del duque de Nájera como virrey. No fue posible, en cambio, hacer frente a las acometidas de Horuc Barbarroja contra las posesiones españolas del norte de África (ataques a Bugía, El Peñón, Melilla, Arcila y, sobre todo, a Argel en 1516). En los nuevos territorios americanos urgían serias reformas administrativas. La evangelización se promovía intensamente desde 1500 con frecuentes envíos de misioneros (entre ellos varios colaboradores de C.) y la organización de nuevas sedes episcopales. Buscando informes y soluciones al problema candente de las encomiendas fueron enviados a las Antillas tres frailes jerónimos, con instrucciones muy precisas para la organización de poblados indios y para la reforma de la administración. Pero la situación era compleja y tardó muchos años en encontrar soluciones aceptables.
     
      Obra benéfico-cultural. Además de asceta, reformador y político, C. fue un genial creador y mecenas de instituciones y obras culturales de corte renacentista. La Univ. de Alcalá de Henares fue la más excelsa de sus creaciones en este campo. Comenzada eJ 14 mar. 1498, pudo ya abrir sus aulas en 1508. A su cabeza estaba eJ Colegio Mayor de S. Ildefonso, cuyo rector era ex officio rector de la Universidad. La antigua Colegiata de S. Justo y Pastor fue ampliamente reorganizada y dotada por C. para que pudiese constituir un centro de vida sacerdotal modelo; 18 colegios mayores deberían completar el cuadro previsto por el cardenal. El propósito de C. era crear una academia humanístico-teológica, fragua de una teología renovada al contacto directo con las fuentes en sus textos originales. Se concedía amplia libertad de opiniones, ofreciendo albergue generoso a las tres escuelas más en boga: tomismo, escotismo y nominalismo.
     
      El programa humanístico y teológico preconizado por C. necesitaba un esfuerzo editorial previo de textos sagrados y profanos. La primera gran empresa cisneriana, en este sentido, fue la Biblia Sacra Polyglota, llamada Complutense, considerada como la obra más representativa del Renacimiento español. La realización corrió a cargo de un equipo de humanistas, filólogos y orientalistas que trabajó directamente sobre los textos originales, sirviéndose de los códices que C. pudo reunir. Se publicó en seis vol., que ofrecen paralelamente los textos originales griego, hebreo y caldeo, con traducción latina interlineal y un diccionario hebreo con su correspondiente gramática (vol. VI). C. tuvo la alegría de ver terminada esta obra que fue la ilusión de su vida (V. t. BIBLIA vi, 8; ALFONSO DE ZAMORA). Otros planes similares de ediciones de textos clásicos y teológicos se quedaron en proyectos, porque la vida de C. no dio ya margen para empresas de esta envergadura.
     
      Al mismo tiempo que se llevaban a cabo estas magnas empresas editoriales, se editaban, igualmente bajo el mecenazgo de C., muchas otras publicaciones menores de literatura espiritual, obras nacionales y extranjeras traducidas, a través de las cuales se difundía y arraigaba en la España del s. XVI la literatura ascético-mística bajomedieval de la mística renana y de la Devotio moderna (v.). De ella se nutrieron, en gran parte, los grandes místicos del Siglo de Oro español. Al lado de estas grandes realizaciones cisnerianas que consagraron para la historia su fama podrían colocarse muchas otras de menor categoría, en general muy poco conocidas incluso de los biógrafos de C., que revelan tal vez con más sencillez y claridad su fisonomía espiritual. De ejemplo podrían servirnos sus numerosas obras benéficas y sociales y sus esfuerzos en pro de la reforma de los procesos civiles y eclesiásticos. Citemos escuetamente algunas. Doce iglesias, ocho monasterios, cuatro hospitales y un elevado número de fundaciones pías y de dotaciones son las estrellas menores en ese luminoso firmamento en que brillan las grandes empresas cisnerianas.
     
      La muerte le sorprendió en plena acción y lucidez en Roa (Burgos) cuando se dirigía al encuentro del nuevo rey Carlos I (v.), el 8 nov. 1517. Los rumores entonces originados y ampliamente difundidos posteriormente sobre un supuesto envenenamiento y la pretendida ingratitud de Carlos I hacia C. no pasan de ser vulgares infundios que rechaza el más elemental sentido histórico. C. dejó tras de sí una imperecedera fama de asceta y santo que le granjeó la admiración y veneración de los españoles. Su causa de beatificación, iniciada en la sede toledana en 1530 y llevada con gran calor a lo largo del s. XVII, no pudo coronarse con la elevación de C. a los altares. Las objeciones elevadas contra ella carecen hoy de valor. Se trata sobre todo de interpretaciones de su-, cesos inspiradas por criterios muy circunstanciales.
     
     

J. GARCÍA ORO.
 

BIBL.: Fuentes: Cartas del Cardenal Don Fray Francisco Jiménez de Cisneros dirigidas a Don Diego López de Ayala, ed. P. GAYANGOS Y V. DE LA FUENTE, Madrid 1867; Cartas de los secretarios del Cardenal Don Francisco Jiménez de Cisneros durante los años 1516 y 1517, ed. de los mismos autores, Madrid 1875; J. DE VALLEJO, Memorial de la vida de Fray Francisco Jiménez de Cisneros, ed. A. DE LA TORRE, Madrid 1913; CONDE DE CEDILLO, El Cardenal Cisneros gobernador del reino, 3 vol., Madrid 1921-28.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991