AUTENTICIDAD
Filosofía
Diferentes acepciones. A través
del latín authenticus aparece el radical griego authentés, que es, a su
vez, una contracción de autoentes; etimológicamente, el término designa
aquél o aquello que tiene en sí mismo su principio, una acción
practicada de propia mano, el que es original; y, por analogía, el que
es señor (el verbo authentéo significa la mayor parte de las veces
«dominar»). En los campos histórico, jurídico y bíblico, la a. adquiere
una significación objetiva, designando en los actos y documentos su
carácter original o de conformidad con el original, y consecuentemente
al que tiene autoridad y puede dar fe o constituir una prueba en estos
diferentes sectores. Así, en armonía' con el primer significado, se dice
de una epístola paulina que es auténtica para indicar que tiene
realmente al apóstol Pablo como autor. En la línea de la segunda
acepción, el ejemplo más sugestivo se encuentra en la historia de la
teología medieval de los s. xii y XIII. Auténticos son considerados los
representantes de la Tradición revestidos de autoridad, acatados
universalmente en la Escuela como argumentos válidos. Así son tenidos
los Santos Padres, incluyendo entre ellos a S. Bernardo y S. Anselmo; S.
Agustín es calificado de auténtico entre todos (M. D. Chenu, La
Théologie au XIIe siécle, París 1957). La tendencia actual, sea en el
uso común o en la literatura filosófica y teológica, tiende a enriquecer
el término a. de una connotación personal o subjetiva. Más que el
contenido neutro se pone de relieve el pronombre personal authos,
sobresaliendo así lo que es propio al hombre, lo que le caracteriza y le
hace destacar de entre los demás seres; en este sentido es auténtico
aquello que tiene el debido valor humano.
En la filosofía de tipo existencial. Fueron las diferentes
corrientes de la filosofía de la existencia quienes dieron al término
una gran popularidad. Como pensador más representativo e influyente
destaca Martín Heidegger (v.), cuya visión filosófica (expresada en su
versión inicial en El ser y el tiempo) fue introducida en la teología
por Rudolf Bultmann (v.). Según Heidegger, el hombre en su existencia (Dasein)
está como rechazado en sí mismo, al mismo tiempo que es un proyecto
histórico; está abandonado, desamparado, sin poder contar con algún
apoyo externo, entregado al cuidado, sometido a la angustia (v.),
inexorablemente orientado hacia la muerte.
Con una experiencia radical de finitud, como cercado por la
muerte, condenado a la libertad (v.), el hombre está expuesto a la total
decadencia, a dejarse dominar y absorber por la banalidad cotidiana, es
solicitado a distraerse de la condenación a la muerte, a autorrenunciar
a su condición propia, a nivelarse en el anonimato de las cosas, muy
especialmente en lo que se dice o en lo que se hace a su alrededor. El
hombre se ve así entre la existencia inauténtica y la auténtica: pues,
por una decisión resuelta, puede asumir su vida de manera responsable,
volverse señor de su destino. Se afirma, triunfa de la muerte que
confiere a todos los proyectos un carácter pasajero, contingente. Por
esa misma decisión, el hombre encuentra a los otros en una especie de
coincidencia de destino; y por opciones concordantes, la comunidad de
los hombres puede caminar unida en el descubrimiento siempre renovado,
siempre inventado, de la a. La a. es llamada aquí a traducir el término
Eigenlichkeit, la propiedad singular del existir humano. Heidegger se
niega a emplear el término como acepción moral; sin embargo, su
descripción de la condición humana, la dependencia radical de la a. en
relación a la decisión resuelta ha llevado a un buen número de sus
comentaristas y a la mayoría de sus lectores a interpretarlo en el
sentido moral. Esa noción de a. se encuentra sustancialmente idéntica en
casi todos los filósofos existencialistas. En Kierkegaard tiene una
formulación nítidamente religiosa. El tema tuvo una vasta penetración,
particularmente a través de las obras principales de JeanPaul Sartre,
Simone de Beauvoir y Gabriel Marcel en Francia.
Bultmann introdujo en teología la noción de la a. con la
convicción de haber encontrado una feliz expresión filosófica para
describir la realidad esencial de la vida cristiana. Para Bultmann la
decisión resuelta que hace pasar de la existencia inauténtica a la
auténtica es el acta de fe (v.). Las antítesis del N. T., especialmente
paulinas (vuelta del pecado a la gracia, de la muerte a la vida), son
interpretadas en sentido existencial: todas ellas designarían la
posibilidad concreta ofrecida al hombre de escapar a la existencia
inauténtica. Es, sigue Bultmann, por el acto de fe (y no por la decisión
de mantenerse firme ante la muerte como decía Heidegger) por lo que el
hombre realiza tal proyecto, alcanzando la palabra de la cruz que le
anuncia Cristo: Éste, por su muerte, se vuelve el paradigma de la
existencia auténtica. Conviene tener en cuenta que lo que Bultmann
afirma no es la necesidad de que la conversión y la fe impliquen una
decisión auténtica, sino que y esto es lo característico de su
pensamiento reduce toda la fe a pura decisión negando prácticamente el
entero contenido del kerygma cristiano, y reduciéndolo a la presentación
de Cristo como paradigma de actitud de entrega (v. BULTMANN;
DESMITOLOGIZACIÓN). Entre los teólogos católicos, la reflexión
existencial ha inspirado particularmente los trabajos de Karl Rahner
(v.) y sus discípulos.
La autenticidad como virtud moral. En líneas generales la a.
coincide con la noción de moralidad (v.), con la primera calificación
moral del obrar humano, tal como la elaboró la teología clásica,
especialmente la escuela de S. Tomás. Tanto en esta perspectiva como en
la existencial, domina como fundamento la libre opción: el hombre se
cualifica moralmente o accede a la existencia auténtica en virtud de una
decisión que tiene su fuente en la libertad. Pero, ¿cuál es el contenido
de esa decisión? He aquí el punto de diferencia, y radical. Prolongando
de manera personal la filosofía crítica de Kant, Heidegger distingue el
dominio del análisis existencial y el del pensamiento objetivante, que, dice, está despojado de toda capacidad de
alcanzar el ser en sí mismo, en su forma original. El recurso a lo que
es objetivo, y especialmente ef reconocimiento de normas exteriores,
engendraría inautenticidad, la caída del hombre en el nivel del
anonimato. Semejante crítica puede tener algo de válido, referida a
cierto tipo de conformidad con las formas objetivas el falso o exterior,
pero carece de sentido (o, por mejor decir, lo tiene sólo desde una
perspectiva agnóstica y desde un desconocimiento de la intimidad de
Dios) si se pretende aplicarlo a las normas morales mismas. Debemos
decir de la norma aquello que S. Tomás afirma a propósito de la ley:
«debe tender a promover la perfección del hombre, comenzando por su
libertad, su colaboración racional y espontánea al bien común» (S. Th.
12, q92 al). Semejante concepción integral se traduce en un doble
principio complementario, susceptible de superar la antinomia
subjetividadobjetividad que el existencialismo encuentra en su reflexión
sobre el destino humano. Primeramente, la raíz del carácter obligatorio
de toda norma objetiva es la existencia intrínseca de la propia
finalidad humana, en la cual la libertad es esencialmente ordenada. La
finalidad afecta al sujeto desde su interior; tal presencia intencional,
experimentada como una llamada, como una aspiración (de la que la
angustia puede ser a veces su expresión negativa) hace de ese sujeto un
proyecto, una apertura hacia el infinito o, por lo menos, para lo
indefinido: una existencia (en la acepción de Heidegger). En
consecuencia, la norma acogida como traducción de la exigencia
proveniente de la finalidad humana en el momento actual, no sólo no
destruye la capacidad de opción, sino que la actualiza. Escoger,
comprometerse (engagement) no es una actitud de restricción sino
ampliación de la libertad. La decisión es un paso de la indeterminación
a la resolución; cuantitativamente puede parecer pérdida, renuncia a
todas las posibilidades no escogidas, pero cualitativamente semejante
determinación es la afirmación del sujeto en el sentido de su finalidad
y es la llamada a disponerlo a nuevas opciones que se revestirán de las
mismas propiedades. Contrariamente a la concepción de una libertad vacía
de contenido, privada de sentido, simple universalización del capricho,
esa visión integral coloca en la raíz de la libertad a la verdad (v.)
como dimensión complementaria de la sinceridad (v.). La a., que las
filosofías existenciales tan justamente exaltaron, resplandece así como
un proyecto siempre exigente y arduo, no como un absurdo dispuesto a ser
acogido en la lucidez o en la ambigüedad inevitables. Especialmente para
el cristiano, brilla como la llamada de una plenitudque pasa por el
sacrificio y el don de sí mismo.
V. t.: MORAL I; SITUACIÓN, ÉTICA DE.
C. J. PINTO DE OLIVEIRA.
BIBL.: E. MOUNIER, Introduction aux existentialismes, París 1962; J. WAHL, Les philosophies de l'existence, París 1954; A. DE WAEHLENS, La filosofía de Martin Heidegger, Madrid 1945, 177 ss.; íD, Les mgthes de l'authenticité, en D~thologísation et Morale, París 1965, 91103.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991