Apolinarismo


Herejía cristológica la cual, manteniendo que Cristo es realmente Dios y que en Él se halla la Persona divina, o sea, el Verbo, defiende que ese Verbo va unido a una naturaleza humana incompleta, a un cuerpo sin alma, cuyas funciones las viene a cumplir el mismo Verbo

Exposición del apolinarismo. Hemos de buscar su origen a través de las controversias arrianas y semiarrianas, que se fueron prolongando en la Iglesia a través del s. IV. Los arrianos no negaban solamente la divinidad de Cristo, sino que mutilaban también su misma humanidad, negando que tuviera un alma humana y haciendo que el Verbo asumiera solamente un cuerpo sin alma. Atribuían, pues, las manifestaciones de la vida del alma en Cristo al mismo Verbo, presentándole de esa manera como algo mudable y creado. Los católicos no se preocuparon al principio de esta modalidad del error, pero cuando al fin se le quiso combatir en serio, ya en tiempos del sínodo de Alejandría (362) reunido por S. Atanasio y luego por las condenaciones del papa S. Dámaso (377), se vio que no eran solamente los arrianos los que sostenían tales sentencias, sino más en concreto el obispo Apolinar de Laodicea, en Siria (m. ca. 390).

Era Apolinar un hombre de ingenio, erudito y teólogo versátil; amigo de S. Atanasio y ferviente defensor del credo niceno contra los arrianos. Se había distinguido por sus escritos contra paganos y maniqueos.

Poco se conserva de sus escritos, fuera de algunos pasos falsamente atribuidos a escritores ortodoxos. Se han perdido sus numerosos Comentarios del A. y N. T., sus Obras apologéticas contra Porfirio (30 libros) y otras de carácter dogmático y polémico contra Orígenes y otros diversos autores. Se conservan: Paráfrasis de los Salmos en hexámetros (ed. A. Ludwich, 1912), la Profesión de fe (entre las obras de S. Gregorio Taumaturgo) y otras presentadas al emperador joviniano como obra de S. Atanasio, así como tres escritos bajo el nombre del papa julio l: De unione corporis et divinitatis in Christo, De Fide et incarnatione y la Carta al presbítero Dionisio. Su principal obra dogmática, Demostratio incarnationis divinae, puede rehacerse en gran parte a base de los pasajes recopilados por S. Gregorio de Nisa en su obra Antirrheticus (PG 45).

En un afán de conciliar a católicos con arrianos, expuso la idea de la unión de las dos naturalezas, humana y divina, en Cristo de manera extravagante y peligrosa. Queriendo conciliar en Cristo la debilidad humana con la majestad divina y pretendiendo formular filosóficamente el concepto de S. Atanasio de que «Dios se hace hombre para divinizarnos», adopta la tricotomía de Platón, que distingue en el hombre: el cuerpo (soma), el alma sensitiva o animal (psiié) y el alma pensante, intelectiva o espiritual (nous o pneuma), y con ella enseña que el Verbo divino asume de la naturaleza humana solamente el cuerpo con el alma sensitiva, haciendo en el mismo las veces del alma intelectiva. Según él, dos naturalezas perfectas y completas, la humana y la divina, no podían formar un solo supósito personal. De donde, para no mutilar a la naturaleza divina, había de ser mutilada la humana, despojándola de su alma espiritual, para realizarse con ello, una perfecta unión con la primera. De repudiarse esta explicación, afirmaba, era imposible salvar la impecabilidad del mismo Cristo, ya que donde hay un hombre completo allí debe de existir el pecado, concretamente en la voluntad, en el espíritu humano, que es necesario descartar por ello mismo del Redentor. En confirmación de su doctrina recurría al vers. 1, 14 del evangelio de S. Juan («y el Verbo se hizo carne»), en un sentido estricto, en vez de extender su significado a la entera naturaleza humana. Como, de otro lado, para Apolinar la naturaleza se identificaba con la persona, de donde dos naturalezas suponían necesariamente dos personas, de aquí que al principio apareciera como ortodoxo que enseñaba la unicidad de la persona en Cristo.

En toda esta demostración y con la idea de salvar la divinidad de Cristo contra los arrianos, Apolinar seguía únicamente el sentido litera¡ de la S. E., sin querer saber nada de alegorías. Es cierto que por entonces era difícil distinguir bien estos dos sentidos, así como el significado concreto de las nuevas acepciones que entonces se iban acuñando, como las de persona, supuesto, naturaleza, hipóstasis, etc. El error era, con todo, pernicioso, pues echaba abajo todo el sentido de la humanidad en Cristo, pero los apolinaristas se mostraron tenaces desde el principio, distinguiéndose tanto por su audacia como por la propaganda de sus falsos escritos.

Oposición y condena del apolinarismo. Tal era la doctrina de Apolinar, antitético en cierto modo de la escuela antioquena y del arrianismo y punto de partida de herejías posteriores, como la del monofisismo. Al negar la naturaleza humana completa en Cristo, le negaba al mismo tiempo su propio sentido de hombre, con lo que echaba por tierra la base de todo merecimiento y con ello de toda redención.

Por entonces la Iglesia contaba ya con una pléyade de Padres y de teólogos, que pronto se dieron cuenta del peligro. S. Atanasio y S. Basilio, y más directa mente S. Gregorio de Nisa, salieron en defensa de la verdad. En contraofensiva, los herejes quisieron atraerse al papa S. Dámaso quien, informado debidamente, lanzó el anatema contra ellos en los sínodos romanos de los a. 374 y 377. Por su consejo, el emperador Teodosio los condenó al destierro (388), sin que ello sirviera para amedrentarlos, extendiéndose cada vez más la herejía. El mismo Apolinar, ayudado por uno de sus más fieles seguidores, el obispo Vitalis, constituyó en Antioquía una comunidad apolinarista, dotándola de jerarquía propia. Por medio de folletos, de sermones y de cánticos populares fueron dando a conocer sus ideas por diversas regiones.

La Iglesia intervino directamente cuando se preparaba el 11 Concilio ecuménico, que había de celebrarse en Constantinopla en el a. 381. En anteriores definiciones eclesiásticas se había establecido la divinidad del Logos, y frente a arrianos y apolinaristas la completa e íntegra humanidad de Cristo. Ahora se trataba de precisar con más claridad las relaciones entre ambas naturalezas, 'la divina y la humana. Los contemporáneos de Apolinar habían usado a este propósito términos más o menos ambiguos, que daban lugar a no pocos malentendidos. Quedaba pendiente asimismo la doctrina acerca del Espíritu Santo, desfigurada por Macedonio, y la clarificación definitiva de la doctrina trinitaria contra las diversas manifestaciones del arrianismo y del semiarrianismo. A petición, pues, del papa S. Dámaso, el emperador Teodosio intimó la celebración de un nuevo concilio universal. Lo integraron 150 obispos ortodoxos y otros 36 macedonianos. En las altas esferas no era mucha la fuerza del a., si bien tuviera más tarde consecuencias más considerables. La presidencia la tuvieron, primero, Melecio de Antioquía, y al morir éste durante el concilio, S. Gregorio Nacianceno, quien se retiró pronto para dejar paso a Nectario que presidió hasta el final del sínodo. Muy pronto, ante el predominio de los ortodoxos, se fueron marchando los macedonianos, por lo que siguieron las discusiones, no sin vencer antes otras dificultades de los apolinaristas. En ellas tomaron parte, además de los ya indicados, S. Gregorio Niseno y su hermano Pedro de Sebaste, S. Cirilo de Jerusalén, Diodoro de Tarso, y más tarde, una buena representación de Egipto, capitaneada por Timoteo de Alejandría.

Los padres condenaron las herejías arrianas y macedonianas, confirmaron la doctrina del conc. de Nicea y anatematizaron los errores de Apolinar. A pesar de ello, todavía no quedó extinguida la herejía. Los apolinaristas continuaron haciendo prosélitos, si bien por el 420 no pocos de ellos volvieron al seno de la Iglesia. Otros siguieron en el error, que luego volvería a manifestarse con nueva modalidad, gracias al monje Eutiques, principal propugnador de la nueva herejía monofisita

 

BIBL.: H. LIETZMANN, Apollinaris von Laodicea und seine Schule (texte und Untersuchungen), Tubinga 1904; J. DRAESEKE, Apollinaris von Laodicea. Sein Leben und seine Schriften, Lipsia 1892; G. VOLSIN, La doctrina trinitaire d'Apollinaire de Laodicée, «Rey d'Histoire Ecclésiastique», II (1901) 35-55, 239-252; íD, L´Apollinarisme, París 1901; C. E. BEVAN, Apollinarisme, An essay on the christology of the early Church, Cambridge 1923; A. D'ALES, Apollinaire. Les origines des monophisisme, «Rev. Apologét.» XLII (1926-27) 131-149; H. DE RIEDMATTEN, Some Neglected Aspects of Apollinarist Christology, «Dominican Studies» 1 (1948) 239-60; íD, Sur les notions doctrinales opposées a Apollinaire, «Rev. Thomiste» 51 (1951) 553-72; íD, La Christologie d'Apollinaire de Laodicée, «Texte und Untersuchungen zur Geschichte der Altchristlichen Literatur» 64 (1957) 208-234; H. A. WOLFSON, Philosophical implications of Arianism and Apollinarism, «Dumbarton Oaks Papers» 12 (1958) 3-28.

F. MARTÍN HERNÁNDEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991