Apócrifos Bíblicos


I. Libros apócrifos del Antiguo Testamento. II. Libros apócrifos del Nuevo Testamento.

 

I. LIBROS APÓCRIFOS DEL ANTIGUO TESTAMENTO. 1. El problema de vocabulario. Según la terminología católica se llaman a. del A. T. un conjunto de obras de título o temas bíblicos, pero que no forman parte de la S. E., es decir, que no pertenecen al canon de la Biblia. Los protestantes los llaman seudoepígrafos (esto es, inscritos con nombre falso). Según una leyenda, de la que se hace eco el IV libro de Esdras, Dios hace a éste una suprema revelación; le otorga una inspiración especial que le permite dictar en 40 días 94 libros, de los cuales debían ser hechos públicos inmediatamente 24, o sea, los libros del canon hebreo del A. T., mientras que los 70 restantes debían ser confiados a los sabios de los que evidentemente forma parte Esdras. De esos 70, los apocalipsis, compuestos, según se pretendía, por Henoc, Moisés y los patriarcas, habrían de permanecer escondidos desde la época en que habían sido redactados hasta el fin de los tiempos. De ahí el nombre de libros apócrifos (término griego, que significa escondido) (cfr. IV Esdras XVI, 45-48).

Los reformadores protestantes aplicaban el término a. a la pequeña colección de libros que se encontraban en la Biblia Vulgata latina y que los católicos designan con el nombre de deuterocanónicos; estos libros se han conservado en griego y eran reconocidos como sagrados por los judíos de Alejandría; son el Eclesiástico, la Sabiduría, Baruc, Judit, Tobías, los dos libros de los Macabeos y las partes griegas de Ester y Daniel. En cambio, los protestantes han reservado el nombre seudoepígrafos a todo un conjunto de libros atribuidos ficticiamente a grandes personajes del pasado: Adán, Henoc, etc. Así, en el s. XVII el alemán J. A. Fabricio publicó una edición de los a. (Libri V. T. apocryphi onines graece, Francfort 1644); después, en 1722, aparecieron en Hamburgo dos volúmenes, con el título Codex Preudoepigraphicus Veteris Testamenti. Desde entonces, es común entre los protestantes hablar de los a. y de los seudoepígrafos en los sentidos indicados. Ésta es la designación empleada en la edición inglesa de R. H. Charles (The Apocrypha and Pseudepigrapha of the Old Testament, 2 vols., Oxford 1913) y también en la alemana de E. Kautzsch (Die Apocryphen und Pseudepigraphen des A. T., 2 vols., Tubinga 1900-1920). La denominación de seudoepígrafos no es feliz, porque no todos los a. son seudoepígrafos y hay seudoepígrafos entre los libros canónicos, p. ej. el libro de la Sabiduría y el Cantar de los Cantares de Salomón. Ch. C. Torrey ha propuesto volver al uso que del término seudoepígrafo hacía S. Jerónimo y la primitiva Iglesia, que es el del libro IV de Esdras, y reservar el término de a. a todos los libros no canónicos. En este estudio nos atenemos a la terminología católica.

2. Lista de apócrifos y género literario. En primer lugar, digamos que no hay una lista fija de a. del A. T. Por tanto citamos sobre todo los escritos tenidos como apocalipsis o que tienen elementos apocalípticos: Libro de Henoc en etíope; Libro de los lubileos; Oráculos sibilinos; Testamentos de los doce Patriarcas; Salmos de Salomón; Asunción de Moisés; Ascensión de Isaías; Vida de Adán y Eva; Apocalipsis de Abraham; Testamento de Abraham; Testamento de Job; Apocalipsis siriaco de Baruc; Apocalipsis griego de Baruc; IV de Esdras; Libro de los secretos de Henoc, etc. Dejamos de lado la literatura apócrifa fragmentaria aparecida entre los documentos de Qumrán . Recordemos también que un cierto número de a. le ha perdido (cfr. M. R. james, The lost Apocrypha of the Old Testament, Londres 1920). Por su género literario, deben considerarse aparte ¡as antigüedades bíblicas del Seudo - Filón, y el libro de José y Asenet. En cuanto a las características de los libros propiamente apocalípticos. Queda, por tanto, hacer algunas anotaciones sobre el género literario de los Testamentos. Antiguos héroes, famosos por su sabiduría o por su piedad, hacen supremas revelaciones antes de morir; uno de los mejores ejemplos lo constituye la colección de los Testamentos de los doce Patriarcas. Todos siguen un plan idéntico: el Patriarca reúne a su familia, narra los hechos más importantes de su vida, poniendo de relieve alguna cualidad o algún defecto; después vienen los desarrollos parenéticos, a los que se añaden las predicciones sobre el futuro de Israel. Todo esto procede a la vez de las leyendas haggádicas, de la exhortación moral y de la apocalíptico. Este género literario parece haber tenido cierta influencia sobre el N. T.

3. Análisis de los apócrifos. l) El libro de Henoc: es el más importante a. del A. T.; se ha conservado íntegramente en etíope. El texto griego nos ha llegado sólo fragmentariamente; las grutas de Qumrán han proporcionado fragmentos de una decena de manuscritos en arameo. El Henoc etíope comprende escritos de época diferente, con una introducción (I - V) y cinco partes: la, caída de los ángeles y asunción de Henoc (VI - XXXVI); 2a, el libro de las parábolas (XXXVII - LXXI); 3a, el libro del cambio de luminarias del cielo (LXXII - LXXXII); 4a, el libro de los suefños (LXXXIII - XC); 5a, el libro de la exhortación y de la maldición (XCI - CV); y, por último, un apéndice (CVI - CVIII).

Una de las partes más importantes es el libro de las parábolas, en donde Henoc anuncia a los antiguos y a los hombres del futuro tres parábolas. En la primera, se amenaza a los pecadores con el castigo en el día del juicio, mientras que los justos después de su muerte habitan con los ángeles junto al Mesías, el Elegido de justicia; en la segunda se anuncia para los tiempos mesiánicos la transformación del cielo y de la tierra, y Henoc ve el fin de los días y al Hijo del Hombre, cuya función de juez le explica un ángel; la tercera se refiere a la felicidad de los justos y de los elegidos. La conclusión narra la asunción de Henoc al cielo. Se ha discutido si el libro de las parábolas era de origen judío o cristiano. Sostenido éste en el último siglo por numerosos autores, ha sido descartado debido a fuertes razones; en particular, la ausencia de alusiones a Cristo crucificado.

Con el descubrimiento de los textos de Qumrám vuelve a plantearse la cuestión; aunque se han encontrado diversos fragmentos del libro de Henoc, no ha aparecido ninguno del libro de las parábolas. Se ha pensado, en consecuencia, que las Parábolas podrían ser obra de un judeo - cristiano del s. II. El argumento del silencio es siempre delicado, y en el caso presente quizá se le hace decir demasiado. En todo caso, queda por explicar en esta hipótesis la ausencia de toda Cristología en la sección de las Parábolas. Por ello, seguimos pensando que este escrito es de origen judío. Se le data entre el 95 y el 63 a. C. (Lods), en todo caso, antes de la intervención de Pompeyo en Palestina.

La primera sección (VI - XXXVI) es una de las partes más antiguas; su fecha se remontaría al fin del reinado de Antíoco IV Epífanes, después de la composición del libro de Daniel. El libro de los sueños data también probablemente, de la época macabea. El libro de la exhortación y de la maldición, a excepción del apocalipsis de las semanas, no lleva indicación de fecha. El libro de las luminarias, que R. H. Charles data antes del 1 1 0 a. C., trata de las leyes que rigen los astros y de los problemas de los calendarios; el calendario lunar ha sido reemplazado por el solar, como en la secta de Qumrán.

2) El libro de los lubileos. Recibe distintos nombres. Los escritores eclesiásticos antiguos le llaman génesis o leptogénesis, es decir Pequeño Génesis (en el sentido de que es un Génesis detallado: tá leptá, los detalles). Se le denomina también Apocalipsis de Moisés. El autor se propone relatar los acontecimientos del Génesis y de los 16 primeros capítulos del Éxodo, en un cuadro cronológico contado en periodos de 49 años o jubileos, cada uno de los cuales se divide en siete semanas de años. El conjunto comprende 49 jubileos (un jubileo, de jubileos). La Iglesia etíope llama a la obra Kufale, «libro de la división». Se conserva íntegramente en una versión etíope publicada en 1850 y en 1859 por A. Dillmann, y un tercio solamente en versión latina publicada por A. M. Ceriani. Las grutas 1, 2 y 4 de Qumrán han proporcionado fragmentos de una decena de manuscritos hebreos, cuyo texto responde al arquetipo supuesto por el etíope. El origen hebreo del libro había sido visto por R. H. Charles, aunque todos sus argumentos no sean probatorios; los errores del texto etíope no pueden explicarse más que a partir de un original hebreo; dos midrál hebraicos publicados por R. H. Charles muestran sus coincidencias verbales con el texto etíope; sirviéndose de estos midrál, ha podido corregir el texto etíope. La versión latina, en la que ciertos nombres propios terminan en – in, no prueba necesariamente un original arameo, sino que los arameísmos son debidos al traductor (Rönsch). Uno de los principales fines del autor era hacer remontar a los orígenes las observancias del judaísmo y relacionarlas con la época patriarcal. Hoy día se está de acuerdo en que los jubileos pertenecen al judaísmo palestinense y más especialmente al de los esenios, como lo muestran los numerosos contactos con la literatura de Qumrán y, en particular, el uso de un mismo calendario solar. La fecha de composición, difícil de precisar, puede ser el s. II-I a. C.

3) Los Testamentos de los doce Patriarcas. El obispo de Lincoln, Robert Grossatesta, en el S. XIII, se procuró de Grecia un manuscrito de esta obra, lo tradujo al latín y de esta manera le dio gran difusión. Disponemos de numerosos manuscritos de la versión griega de los Testamentos, que se presenta bajo dos formas (a y B), y que presupone un original hebreo que también comprende dos recensiones (Ha y Hb). Hay una versión armenia conservada en dos recensiones (Aa y Ab), y una eslava bajo las formas S1 y S2. El Testamento tardío de Neftalí en hebreo contiene fragmentos del original. La Genizáh (v. SINAGOGA) de El Cairo y la gruta IV de Qumrán nos han proporcionado restos de un Testamento arameo de Leví distinto de los Testamentos griegos.

El libro seudoepígrafo de los Testamentos pretende relatar las recomendaciones que cada uno de los 12 hijos de Jacob dirigió a sus respectivos hijos antes de morir. El esquema de cada testamento es idéntico (cfr. supra). En estos textos aparecen dos mesías: el uno salido de Judá, el otro de origen sacerdotal, como en Qumrán. El origen del libro es discutido. Los críticos antiguos han admitido durante largo tiempo que la obra había sido compuesta desde el principio por un cristiano. Esta tesis ha sido aceptada de nuevo por de Jonge, para quien habría habido un redactor cristiano del a., de tal manera que los elementos cristianos y judíos de este escrito quedan unidos entre sí. Milik está de acuerdo con esta tesis y ve un confirmatur en el hecho de que no se han encontrado los Testamentos entre los manuscritos de Qumrán, pues los fragmentos arameos del Testamento de Leví son bien distintos del de los 12 patriarcas, a los que aquél habría servido de fuente. La tesis clásica comúnmente admitida es que el libro de los Testamentos es un escrito judío con interpolaciones de escritores cristianos. La semejanza con los escritos de Qumrán nos lleva a considerar el conjunto del libro como un escrito esenio del que conviene limitar el número de interpolaciones cristianas, sobre todo a los pasajes cristológicos. Una tesis extrema e inadmisible quiere aplicar al Maestro de Justicia de Qumrán , lo que era considerado como interpelación cristológica.

4) Los Salmos de Salomón. Estos 18 salmos conservados en griego fueron editados por primera vez en Lyon, en 1626, por el jesuita español Juan Luis de la Cerda. Durante largo tiempo se los consideró canónicos en muchas iglesias cristianas; también se han conservado en algunos manuscritos de la Biblia griega. El texto original ha debido ser hebreo. Los acontecimientos que dieron pie a la intervención de los romanos en los asuntos judíos, en el 63 a. C., están en el origen de esta pequeña colección: la lucha entre los hermanos Aristóbulo II e Hircano 11, la llamada dirigida a Pompeyo para decidir a favor de uno o de otro, la resistencia de Aristóbulo en el Templo, el sitio y las muertes que se siguieron, la profanación del Templo, la disminución del Estado de Hircano 11 privado del título de rey. El poeta ve en los romanos a los instrumentos providenciales del aplastamiento de la dinastía ¡legítima de los asmoneos , a los que reprocha el haber «usurpado el trono de David y de reemplazarle con orgullo» (salmo 17, 8), el entregarse a los vicios más abominables (salmo 8, 8 ss.). Uno de los salmos describe con rasgos inequívocos la llegada de Pompeyo a Jerusalén como un justiciero (salmo 8, 16); debió ser redactado poco después de los acontecimientos del 63. En el salmo 2 se percibe otro sonido distinto: Pompeyo es considerado el profanador del santuario, y el poeta describe su asesinato «en las colinas de Egipto»(2, 30), acontecimiento que se sitúa en el 48 a. C. La época de composición de estos salmos es dudosa; unos creen que se trata del 63 y otros del 48. Hay acuerdo en reconocer que el autor es un fariseo (siendo el título Salmo de Salomón, un seudónimo) que encarna el ideal de los fariseos cualificados de «santos» en oposición a los «pecadores», los asmoneos y sus partidarios. Espera un Mesías davídico que es exactamente todo lo contrario de los asmoneos (17, 37 ss.).

5) Los oráculos sibilinos. Colecciones de oráculos sibilinos han ejercido gran influencia en el mundo pagano antes de la Era cristiana. En estos escritos la Sibila daba a conocer la voluntad de los dioses. Sibila era un nombre propio, pero después pasó a ser una especie de nombre genérico para designar a una profetisa. Al principio sólo se hablaba de una sibila, pero muchos lugares desde Babilonia hasta Italia se enorgullecían de tener una; Varrón contaba diez de ellas. La sibila de Cumas, cerca de Nápoles, inmortalizada por Virgilio, habría vendido a Tarquino el Soberbio los libros sibilinos que se conservaron en el Capitolio hasta el 83 a. C., en que se incendió el templo de Júpiter. Estos oráculos han desempeñado un papel importante en la historia romana. Después del incendio, fueron reemplazados por otros provenientes de Jonia y Eritrea. Como no estaban sometidos a ningún control, los judíos helenísticos se sirvieron de ellos para su propaganda; interpolaron los que existían componiendo otros nuevos sobre el y modelo de los antiguos. Una de las características de esta literatura, en versos hexámetros griegos, es el predecir acontecimientos ya sucedidos. Los libros sibilinos, que presentan el aspecto de un caos, son 15. El libro III constituye la parte más antigua y es de origen judío; fue redactado hacia el 140 a. C. Describe el fin de la idolatría cuando reine un nuevo rey, del que concreta varias circunstancias; se trata de Ptolomeo VII Fiscón. Se anuncia también la invasión de Egipto por un gran rey de Asia que es Antíoco IV Epífanes (171-168), y la ruina de Cartago que tuvo lugar en el 146 a. C. El libro III es la primera tentativa de judaización de la sibila en Egipto. Virgilio, en su Égloga IV, parece haber conocido Is 11, 6 ss. a través de los oráculos sibilinos.

6) La Asunción de Moisés. Orígenes conocía este libro bajo el nombre de Analepsis MoyseosEn 1861 A. M. Ceriani publicó un fragmento latino de este apocalipsis encontrado en un palimpsesto de la Bibl. Ambrosiana de Milán. El libro trata de las predicciones hechas por Moisés acerca de los principales acontecimientos de la historia de Israel. El cap. 9 introduce un personaje misterioso de la tribu de Leví, llamado Taxo, sobre cuya identificación todavía no hay acuerdo. El libro parece compuesto entre el 4 a. C. y el 30 de nuestra Era. Josefo, que habla de una desaparición de Moisés y deja entender que no ha muerto, supone una tradición sobre la asunción de Moisés. También hay huellas de esta tradición en el relato de la transfiguración de Jesús y en el Apocalipsis de S. Juan (1 1, 1-14). De La Asunción de Moisés, la epístola de S. Judas (cap. 7) ha tomado la extraña tradición según la cual el arcángel Miguel y Satán se disputaban el cuerpo de Moiséspero.

7) La Ascensión de Isaías. Se ha conservado íntegramente en etíope, y en parte en latín. Según R. H. Charles, sería una compilación, hecha por un cristiano, de tres escritos distintos: el martirio de Isaías, de origen judío, el testamento de Ezequías, y la visión o éxtasis de Isaías; estos dos, de origen cristiano. Charles sitúa la obra del compilador en el s. I d. C. En un pasaje (IV, 3) se menciona el martirio de S. Pedro bajo Nerón.

8) La Vida de Adán y Eva. Originalmente escrita en arameo, puede ser reconstruida a partir de las versiones griegas y latinas. Algunas veces se le ha designado, equivocadamente, en griego bajo el nombre de Asunción de Moisés. Es una obra judía con interpolaciones cristianas. Es una obra judía con interpolaciones cristianas. Se trata de una haggadah referente a las vidas de Adán y Eva. El elemento apocalíptico es poco importante, pero significativo. Adán ve el don de la Ley, el exilio y el retorno, la construcción del Templo. Su composición se fecha antes del 70 de nuestra Era.

9) El Testamento de Abraham. Este libro, distinto del Apocalipsis de Abraham, se ha conservado especialmente en griego en dos recensiones A y B, una larga y otra corta. El texto griego fue publicado en 1892, en Cambridge, por Montague Rhodes lames, quien estimaba que era de origen cristiano y que se remontaba al s. II d. C. Box lo ha traducido al inglés y ha sostenido con razón su origen judío; le asigna la fecha del s. I y señala algunas interpolaciones cristianas. El libro es interesante por su enseñanza escatológica. Abraham ve todas las cosas creadas y el mundo, que durará siete edades, cada una de mil años. Después es transportado por Miguel a las puertas del cielo, donde ve tres juicios diferentes. No contiene ninguna alusión clara a la Era mesiánica.

10) El Apocalipsis de Abraham. Se ha conservado en una versión eslava traducida, al parecer, del griego. Es un libro judío, con adiciones cristianas, compuesto después de la ruina de Jerusalén en el a. 70. Tiene dos partes: L - VIII, relato midrásico sobre la conversión de Abraham de la idolatría; IX - XIV, revelación hecha a Abraham sobre el porvenir de su raza.

11) El Testamento de Job. El card. A. Mai publicó por primera vez en 1833 su texto griego, según un manuscrito de la Bibl. Vaticana. En 1858, el Diccionario de los apócrifos de J. - P. Migne daba una traducción francesa. M. R. James publicó un texto griego según un manuscrito de la Bibl. Nacional de París. Finalmente, Brock ha publicado la primera edición crítica del texto griego teniendo en cuenta, además de los dos manuscritos parisinos, el de la Bibl. Vaticana y uno conservado en Mesina. A punto de morir, Job llama a sus siete hijos y a sus tres hijas y les cuenta lo que le había sucedido. Distribuye sus bienes entre sus hijos, mientras que a sus hijas les da unas maravillosas echarpes. Muchos autores sostienen el origen judío del libro (R. H. Pfeiffer, Kohler, P. Riessler, M. Delcor). Probablemente data del s. I a. C.

12) El IV de Esdras. El título de este apocalipsis le viene del lugar que ocupa en muchos manuscritos latinos: los libros canónicos de Esdras - Nehemías son denominados libro 1 de Esdras; el libro II de Esdras designa los dos capítulos que habitualmente figuran al principio del IV de Esdras, y que son una adición cristiana al mismo IV de Esdras; el III de Esdras constituye la forma un poco divergente que toma el libro canónico de Esdras en la traducción de los Setenta, se le llama también Esdras griego; el IV de Esdras es un apocalipsis que en las ediciones impresas ocupa los cap. III - XIV del IV de Esdras. Por V de Esdras se entienden los cap. XV - XVI que se añaden como apéndice a dicho apocalipsis. El IV de Esdras se ha conservado en latín y habitualmente se coloca como apéndice en la Vulgata. R. L. Bensly y M. R. James publicaron en 1895 una edición crítica. La edición más reciente es de Bruno Violet, 1910. Box hizo en 1917 una traducción inglesa. Existe, además, una francesa, de Basset, hecha en 1899. Se coriocen, entre las antiguas, una versión siriaca y otra etíope, y hay referencias también de versiones árabes, coptas, armenias y georgianas.

La obra se divide en siete visiones. En las tres primeras Esdras plantea a Dios toda clase de cuestiones sobre los problemas religiosos que le atormentan, recibiendo la respuesta divina. Las otras tres encajan en el cuadro de los apocalipsis históricos como Daniel 7-12 y versan sobre la época del fin: visión de la mujer, del águila y del hombre. La séptima se refiere a la leyenda de Esdras y a sus revelaciones sobre los libros santos (cfr. supra). Hay acuerdo en datar el IV de Esdras a fines del s. I d. C.

13) El Apocalipsis siriaco de Baruc. Baruc plantea al Señor cuestiones de teodicea análogas a las del libro IV de Esdras. ¿Por qué sufre el pueblo de Dios y por qué prosperan sus enemigos? Dios asegura a Baruc que el mundo futuro está reservado a los justos y que la destrucción de Sión anticipará la edad futura. La visión del bosque es un rasgo histórico sobresaliente: el bosque es el Imperio romano destruido por la viña, el reino del Mesías. La obra ha sido compuesta después de la ruina de Jerusalén en el a. 70.

14) El Apocalipsis griego de Baruc. La edición griega fue publicada en 1897 por M. R. james en sus Apocrypha Anecdota, pero el a. era conocido antes, a través de una versión eslava. Aunque fue traducido en las grandes colecciones, no se le ha dedicado ninguna monografía. El libro es de origen judío, pero contiene al menos una interpolación cristiana. Es interesante por la doctrina de los siete cielos que se encuentra también en el Testamento de Leví, en la Ascensión de Isaías, en la literatura rabínica y en la teología de la mediación de los ángeles que llevan a S. Miguel las oraciones de los hombres y los méritos de los justos.

15) El Libro de los secretos de Henoc. Es conocido solamente por una versión eslava, pero originariamente estaba escrito en griego. Los críticos pensaban que era anterior a la ruina de Jerusalén y que había sido compuesto por los judíos helenistas de Alejandría, pero se ha puesto en duda esta fecha a causa de la presencia en el cap. 11 de un calendario pascual que se desarrolló en el s. VII. Se ha sostenido además que el Apocalipsis de Pedro podría ser una fuente de este escrito, considerado como un Henoc judío - cristiano, contrapartida del Henoc judío anterior.

4. Conclusión. Como se ha visto, la literatura apócrifa, en gran parte apocalíptico, se sitúa sobre todo en dos grandes momentos de crisis política para Israel, en el s. II a. C., y alrededor de la ruina de Jerusalén en el a. 70.

BIBL. : Las ediciones y fuentes se hallan citadas en el texto. Estudios: R. J. FOSTER, Los apócrifos del A. y N. T., en Verbum Dei (Comentario a la S. E.), 1, Barcelona 1960, no 92-99; l. B. FREY, Apocryphes de l'A. T., en DB (Suppl.) 1, 354-460; íD, De libris apocryphis, en Institutiones biblicae, 1, 5 ed. Roma 1937, 158-210; A. OEPKE, Bibloi apocryphoi, en TWNT III, 987999; E. SCHÜRER, Geschichte des iüdischen Volkes, 111, 4 ed. Lipsia 1909, 268-468; R. H. PFFIFFER, en G. A. BUTTRICK, The Interpreters' Bible, Nueva York 1951-57, 1, 391-436; A. BENTZFN, Introduction to the 0. T., II, 2 ed. Copenhague 1952, 218-252; 0. EisSFELDT, Einleitung in das A. T., 3 ed. Tubinga 1964, 777864; S. ZÉKELY, Bibliotheca apocrypha, Friburgo Br. 1913; W. FERRAR, The uncanonical lewish books: a short introduction to the Apocrypha, Londres 1918; W. 0, E. OESTERLEY, An Introductioiz to the Books of the Apocrypha, Londres 1935; R. H. MALDEN, The Apocrypha, Londres 1936; E. EVANS, The Apocrypha: The Origin and Contents, Londres 1939; C. C. ToRREY, The Apocryphal Literature: A Brief Introduction, New Haven 1946; M. F. AMIOT, D. Rops, La Bible Apocryphe, París 1952; l. BONSIRVEN, La Bible apocryphe. En marge de l'A.T París 1953; B. M. METZGER, An Introduction to the Apocryph" Nueva York 1957; F. ASENsio, El espíritu de Dios en los apocrifos judíos precristianos, «Estudios Bíblicos» 6 (1947) 5-33; V. VILAR HUESO, La recompensa de los justos inmediata a su muerte en IV Mach y Parábolas de Henoc, «Anthologica annual 3 (1955) 521-549.

MATHÍAS DELCOR.

 

 

II. LIBROS APÓCRIFOS DEL NUEVO TESTAMENTO. Son llamados así entre los católicos los libros que presentan una forma semejante a los del N. T. (Evangelios, Hechos, Cartas y Apocalipsis), pero en los que la Iglesia no ha reconocido la inspiración divina y, por consiguiente, no forman parte del Canon del N. T. Los hay de muy diversas clases: ortodoxos, heterodoxos; algunos estuvieron en gran honor en algunas Iglesias, otros fueron desde el primer momento rechazados. Orígenes da una lista de narraciones evangélicas, sin utilizar el nombre de a., en su Homilia I in Lc (PG 13, 1801). Eusebio de Cesarca (Historia ecclesiastica PG 20, 268 ss.) distingue entre los libros que se presentan como de la Nueva Alianza, en primer lugar los recibidos por todos, tú en bmotogouménois: nuestros protocanónicos; en segundo lugar los discutidos pero admitidos por un gran número, tú ántilegómena: nuestros deuterocanónicos; y, finalmente, los ¡legítimos, notha: nuestros a., que subdivide en dos categorías según su carácter ortodoxo o heterodoxo. S. Jerónimo emplea el término a. para indicar los notha de Eusebio. En el decreto de Gelasio, a. tiene mayor extensión, siendo sinónimo de libro no aprobado totalmente por la Iglesia romana. En el s. XVI el nombre se aplica también a los escritos que no forman parte del Canon protestante. Casi todos los escritos son seudoepígrafos, es decir, se presentan bajo autor fingido.

Los a. del N. T. constituyen una fuente de estudio muy importante, bien como confirmación de la Revelación, bien como reflejo del ambiente literario en que han nacido los escritos del N. T., bien por el influjo que han tenido en la formación de tradiciones religiosas populares, bien, finalmente, porque descubren muchos rasgos de los herejes, interesantes para la historia del primitivo cristianismo y para la de la Iglesia.

l., Los Evangelios apócrifos. Son narraciones relativas a la vida de Jesús o de la Virgen que presentan diversa gama de géneros literarios: de corte sinóptico, como el Evangelio según los hebreos; amplificaciones noveladas, como el Protoevangelio de Santiago. Unos se interesan sobre la infancia de Jesús o de la Virgen, otros sobre los misterios de la Resurrección o del más allá, en especial con motivo de la descripción de la bajada de Jesús a los Infiernos y de su Ascensión, como el Evangelio de S. Pedro. Finalmente, los hay de tendencia claramente gnóstica, como el Evangelio de S. Felipe. Nos detendremos en los más importantes, bien por su género literario, bien por su dimensión teológica.

l) El Evangelio según los hebreos o de los nazarenos. Cuanto sabemos de este evangelio se debe a las menciones de Clemente de Alejandría (Stromata 11, 9, 45; V, 14, 96), de Orígenes (Comnzeí-ítarium in Iohannem, 11, 12; Com. in Mt, XV, 14), de Eusebio y de S. Jerónimo (los textos en E. Preuschen, Antilegómena, 2 cd. Giessen 1905, 2-9; y A. de Santos, Evangelios apócrifos, ed. BAC, Madrid 1956, 37-50).

Es un escrito judeocristiano, nacido probablemente en la comunidad de Jerusalén que permaneció fiel a la observancia de la ley i-nosaica (sábado, circuncisión, etc.). El escrito debió de acompañar a los miembros de dicha comunidad al emigrar para fundar comunidades filiales. Así lo encontramos en Berea, en manos de los herederos de la comunidad judeocristiana de Jerusalén, llamados nazarenos. En estrecha relación, no fácil de determinar, con el evangelio de S. Mateo, a veces es confundido con él, identificación a todas luces imposible. La lengua fue probablemente el arameo, aunque escrito en caracteres hebreos. Su contenido es paralelo al de los sinópticos, aunque con desarrollo original, como la función femenino - maternal del Espíritu Santo en relación con Cristo, la preeminencia de Santiago, etc. Su composición quizá hay que remontarla antes del a. 70. Su interés para la historia del judeocristianismo es manifiesto.

2) El Evangelio de los ebionitas. Se trata de una adaptación griega (?), hecha a base de mutilaciones y adiciones al Evangelio según los hebreos, por la secta de los ebionitas . Parecido procedimiento utilizan sus partidarios en relación con el A. T. (l. Daniélou, Théologie du ludéochristianisme, París 1958, 69). Han sido suprimidos o retocados los pasajes relativos a la comida de carne, p. ej., la comida de langostas por parte de Juan el Bautista, la Cena pascual de Jesús, etc.; se han introducido frases de Jesús aboliendo los sacrificios sangrientos; se emplean fórmulas adopcionistas (V. ADOPCIONISMO) para expresar la filiación de Cristo, ya que el ebionismo es fundamentalmente antitrinitario. Cristo ha venido sobre Jesús, puro hombre, en el momento del Bautismo, constituyéndole en profeta. Se excluye asimismo la concepción virginal de Jesús. Finalmente, se resalta la preeminencia de S. Juan y Santiago. El carácter judeocristiano heterodoxo de esta adaptación, que también se presenta como evangelio de S. Mateo, es evidente. Su datación hay que remontarla a la primera mitad del s. II, antes de Clemente de Alejandría que lo ha citado (las citas de Clemente y de Epifanio, en A. de Santos, o. c., 53-57). Son muchos los autores que creen que este evangelio es el de los doce apóstoles mencionado por Orígenes en su Homil. I in Lc (PG 13, 1802 A).

3) El Evangelio de los egipcios. Este evangelio, que no debe confundirse con el homónimo encontrado en NagHammadi en 1945, que es una obra totalmente gnóstica con muy poco material evangélico, hay que considerarlo como una adaptación, de acuerdo con las tendencias encratistas de las comunidades heterodoxas egipcias de Tebaida y Libia, hecha en la segunda mitad del s. II. pero anterior a Clemente de Alejandría, sobre una base parecida al evangelio de S. Mateo y de los hebreos. El texto puede verse en A. de Santos, o. c., 59-61. La conversación que relata de Jesús con Salomé resumiría las tendencias de este evangelio.

4) El Evangelio de S. Pedro. En la comunidad judeocristiana de Siria, probablemente en Antioquía, donde la actividad de S. Pedro había tenido tanto relieve, nació este evangelio, como muy tarde, al comienzo del s. II. La finalidad a que responde su contenido es fundamentalmente apologético (L. Vaganay, L'Evangile de Pierre, París 1930). Inspirándose en la tradición básica de los cuatro evangelios ha querido destacar el carácter divino de la persona de Jesús. Las categorías apocalípticas le han prestado numerosos elementos: cielos abiertos, voz del cielo, vestidos luminosos, dimensiones gigantescas, etc. La obra está en relación con la segunda epístola de S. Pedro y con el Apocalipsis de S. Pedro, del que hablaremos más adelante. Se advierte una lucha contra las corrientes judaizantes, a pesar de utilizar las expresiones del judeocristianismo ortodoxo, y una apertura al mundo grecorromano, p. ej., en la manera de presentar a Poncio Pilato. Los fragmentos de Akhmim, que se reducen a la Pasión y Resurrección, identificada ésta con la Ascensión, pueden verse en A. de Santos, o. c., 403-417. Este autor propone el a. 150 y lo atribuye a un cristiano helenista de los alrededores de Antioquía (p. 400-401).

5) El Evangelio de Nicodemo o Hechos de Pilato. Los manuscritos llevan más bien el título de Hechos de Pilato para lo que es hoy primera parte del Evangelio de Nicodemo, y Descendimiento de Cristo a los Infiernos para lo que hoy es segunda parte. Primitivamente se trató, sin duda, de dos obras independientes.

Los Hechos de Pilato, presentados por un cierto Ananías, contienen el relato del juicio de Jesús, algunos detalles de su crucifixión, sobre todo el episodio de Longinos, y su sepultura. La narración tiene como sustrato el material evangélico, sobre todo la Pasión según S. Juan. La presente redacción hay que datarla en el s. v y es probablemente una réplica a los Hechos de Pilato, de tendencia anticristiano, difundidos según cuenta Eusebio (Hist. eccl. 9, 5, 1, y otros lugares) durante la persecución de Maximino Daia en el a. 311 ó 312. El material es mucho más antiguo. Tischendorf cree que sustancialmente hay que identificarlos con los Hechos de Pilato, cuya existencia es atestiguada desde el s. II por Justino (Apología, 35, 38). Tertuliano (Apologeticus, 5) habla asimismo de un informe que Pilato envió a Tiberio, identificado por algunos con el Informe de Pilato al emperador Claudio que figura como un apéndice en la traducción latina del Evangelio de Nicodemo y como una adición en griego a los, Hechos de S. Pedro y S. Pablo (el texto en l. Quasten, Patrología, I, 120). El mismo Tertuliano (ib., 21, 24) habla del relato de toda la historia de Cristo hecha al César (Tiberio) por Pilato. Los Hechos de Pilato representan los cap. 1-16 del Evangelio de Nicodemo (J. Quasten, o.c., 1, 119, cree que los cap. 12-16, que versan acerca de los debates del Sanedrín sobre la Resurrección de Cristo, serían una añadidura a los primitivos Hechos de Pilato).

El descendimiento de Cristo a los Infiernos, cap. 17-27 del Evangelio de Nicodemo, contienen el relato que los hijos de Simeón el justo hacen de la entrada de jesús a los Infiernos. La obra, que sigue de cerca la tradición de 1 Pet 3, 19, y el Evangelio de S. Pedro, puede remontarse hasta el s. II aunque su presente redacción, como la de los Hechos de Pilato, sea del s. v. El texto y traducción española de las dos partes del Evangelio de Nicodemo se encuentran en A. de Santos, o. c., 426-500. Los escritos complementarios del llamado ciclo de Pilatos, en el mismo autor: lo Carta de Poncio Pilato a Tiberio (p. 501-502). 20 Carta de Tiberio a Pilato (p. 502-503). 30 Relación de Pilato (p. 507-514). 40 Correspondencia entre Pilato y Herodes (p. 514-520). 50 Tradición de Pilato (p. 520-526). 6" Muerte de Pilato (p. 526-532). 70 Declaración de José de Arimatea (p. 533-544). 80 Venganza del Salvador (p. 545-565). 9" Sentencia de Pilato (p. 566-569). Todos estos escritos complementarios pertenecen a la Edad Media.

6) Evangelio de S. Bartolomé. Una serie de hallazgos afortunados han permitido reconstruir este evangelio que contiene una sucesión de preguntas de S. Bartolomé, ya a Cristo, ya a María, ya a Satán y donde se revelan los misterios de la bajada de Cristo a los Infiernos, de la concepción del Verbo en María y de los tormentos de los condenados con otros secretos del más allá y de la creación. El libro, aunque con una temática muy del gusto del gnosticismo, no contiene en general errores dogmáticos. Su lugar de origen hay que buscarlo en alguna secta cristiana no lejos de Alejandría y su datación es el s. IV. El texto y traducción española en A. de Santos, o. c., 576-608.

7) Protoevangelio de Santiago. Esta obra es el comienzo de un género de composiciones libres con fines de curiosidad y edificación y que tienen como tema la natividad de María y su vida. El título es reciente y quizá desafortunado. En la Iglesia griega se le llama libro de Santiago. Su contenido es la vida de la Virgen: su concepción milagrosa, su educación en el templo, su desposorio con S. José, la concepción milagrosa de Jesús y la virginidad en el parto de María. De una forma novelada teje una narración con fin apologético para defender el honor de María. El autor parece haber sido un helenista de Egipto o Asia Menor. De los 24 capítulos que contiene, los 21 primeros pueden remontarse al s. II y los tres últimos no son posteriores al s. IV. El libro, a pesar de su poderosa fantasía y de sus atrevimientos realistas, ha tenido gran influencia, sobre todo en Oriente, y ha sido el origen de muchas tradiciones que han pasado a la piedad popular, relativas a S. Joaquín y S. Ana, a la estancia de la Virgen en el templo, a la vida de S. José, etcétera. El texto puede verse en A. de Santos, o. c., 145-188, y una copiosa bibliografía en las p. 141-144.

8) De carácter parecido en cuanto al contenido y forma literaria y, sin duda, dependiendo del anterior, aunque con algunos elementos originales, es el llamado Evangelio del Seudo Mateo. Ha debido de ser compuesto a mediados del s. vi en un ambiente monástico. El texto latino ha sido publicado por Thilo en 1832 según el ms. de París 5557 (s. XIV). El texto puede verse en A. de Santos, o.c., 191-257. Una refundición del Seudo Mateo más cuidada de estilo y expurgada de todo cuanto pudiera extrañar, se halla en el Libro de la natividad de María (s. IX). La obra está impregnada de una tierna devoción a la Virgen. El texto íntegro ha sido incluido por Jacobo de Vorágine en la Leyenda Aurea. La traducción española se inserta en A. de Santos, o.c., 259. En el mismo autor, v. Liber de Infantia Salvatoris, p.276 - 292, también del s. IX y otros apócrifos de la Natividad, p. 293-294.

9) Historia de S. José Carpintero. Contiene un resumen de la vida de S. José, a base de los datos del Protoevangelio de Santiago y de los escritos canónicos con una aportación original sobre la muerte de S. José y el viaje que ha de atravesar el alma, guiada por el arcángel S. Miguel, a través del mar de fuego. Se afirma la incorrupción del cuerpo de S. José durante el Millenium. La patria de la obra es Egipto y su datación más antigua propuesta el s. iv. El texto puede verse en A. de Santos, o. c., 360-378.

Para otros evangelios de la infancia de Jesús, p. ej., el Evangelio del Seudo Tomás y el Evangelio árabe de la Infancia, cfr. Amann, Apocryphes du Nouveau Testament, DB (Suppl.) I, 484-486; para los evangelios asuncionistas, en,concreto para el Transitus Mariae, del s. IV o V, cfr. ib., 483-484, y A. de Santos, o. c., 686-700.

10) Noticias sobre Evangelios gnósticos: a) Evangelio de S. Tomás, usado por los naassenos, secta gnóstica del s. II: Este evangelio no debe confundirse ni con el de S. Tomás encontrado en Nag - Hammadi, que es sólo una colección de Logia, ni con el del Seudo Tomás (cfr. supra). b) Evangelio o Tradiciones de S. Matías, mencionado por Orígenes (Hom. I in Lc), por S. Ambrosio (PL 15, 1613), S. jerónimo (PL 26, 233), el Decreto Gelasiano (PL 59, 162) y la lista de los 70 Libros. Su patria parece ser Egipto y su datación a principios del s. II. Ignoramos su contenido.

e) Evangelio de S. Felipe, quizá relacionado con la secta de los ofitas, existía ya en el s. III y tiene asimismo como patria a Egipto. Un testimonio de S. Epifanio de Salamina habla de parte de su contenido: cómo debe responder el alma en su subida al cielo a cada una de las potencias celestiales. Se refleja la tendencia gnósticoencratista según la cual la procreación es pecado. Para el evangelio de S. Bernabé y otros apócrifos, v. J. Quasten, o. c., I, 128-130.

2. Los Hechos apócrifos. Las mismas condiciones que originaron los evangelios apócrifos están en la base de nacimiento de los Hechos apócrifos: una curiosidad insaciable, una credulidad ingenua y fantástica y una corriente acentuadamente antimatrimonial, aquí, sin embargo, con más fuerza que en los evangelios. El círculo donde van naciendo los Hechos de S. Juan, S. Pablo, S. Pedro y S. Andrés presenta un ambiente parecido; algo diferente, en cambio, los Hechos de S. Tomás. Focio considera todo el conjunto como una sola obra, atribuyéndola a Leucio Carino. Los gnósticos, maniqueos y priscilianistas han usado ampliamente estos escritos. La Iglesia los rechaza unánimemente. Los textos se han salvado gracias sobre todo a las versiones coptas, siriacas y etiópicas.

1) Los Hechos de S. Juan. Se trata de una narración de la actividad de S. Juan Evangelista a partir de su traslado de Éfeso a Roma por orden de Diocleciano. Se destaca la actividad taumatúrgico del apóstol. Gracias a ella es librado del martirio y desterrado a Patmos. Bajo Trajano recobra la libertad. Su paso por las iglesias de tejida con largos discursos del apóstol y se termina con Asia Menor está sellado por numerosos milagros. Finalmente fija su estancia en Efeso. La narración está entre su tránsito. Los discursos tienen ribetes gnósticos, p. ej. el himno cantado por Cristo, y son fáciles de observar la tendencia encratista y los apuntes de docetismo . A pesar de que estos aspectos pueden disimularse fácilmente, la obra ha sido eliminada del uso de la Iglesia. Hay que buscar su origen en Asia y se conviene en datarla en la segunda mitad del s. II. K. Scháferdiek propone el comienzo del s. III (E. Hennecke, Neutestamentliche Apocryphen, 11, Tubinga 1924, 110 ss.). Bajo el título de Hechos del Santo Apóstol y Evangelista Juan el Teólogo, compuestos por su discípulo Procoro ha circulado en la Iglesia griega a partir del s. V una obra fantástica de gran difusión, pero que no es comparable con los Hechos de S. Juan.

2) Los Hechos de S. Pablo. Una narración novelada de la actividad de S. Pablo en diversas ciudades de Asia Menor (Antioquía de Pisidia, lconio, Mira, Sidón, tfeso, Filipos) y, finalmente, en Roma, junto con el martirio. El descubrimiento de C. Schmidt (1897) de un manuscrito copto con los Hechos de S. Pablo ha puesto de manifiesto la existencia de una obra única a la que corresponderían los tres fragmentos importantes que se han conservado y que han sido considerados como unidades en sí: Los Hechos de S. Pablo y S. Tecla, que narran el encuentro del apóstol en Iconio con esta joven, su conversión y pruebas consiguientes; la Correspondencia apócrifa entre S. Pablo y los corintios durante su estancia en Filipos; y, en tercer lugar, el Martirio con la conversión de Patroclo, el furor de Nerón, decapitación y apariciones del apóstol.

Los Hechos de S. Pablo, según el testimonio de Tertuliano (De baptismo, 17: PL 1, 1319), habrían sido compuestos por un sacerdote de Asia, probablemente en Antioquía de Pisidia entre los a. 160-170; el autor convicto de su engaño habría sido destituido. Schneelmelcher propone como datación una fecha algo posterior a los a. 180190, puesto que, según él, en nuestra obra habrían sido utilizados los Hechos de S. Pedro, a los que asigna dicha datación (E. Hennecke, o. c., 11, 110-372). A pesar de la insistencia encratista, la obra es doctrinalmente irreprochable y combate el gnosticismo por boca del mismo S. Pablo.

3) Los Hechos de S. Pedro. Según la reconstrucción de L. Vouaux, tras los estudios de C. Schmidt, la obra tenía una primera parte que narraba el conflicto entre S. Pedro y Simón Mago en Jerusalén. De ella sólo quedan fragmentos. Una segunda parte cuenta la actividad seductora de Simón Mago en Roma y la aparición de Jesús a S. Pedro en Jerusalén poniéndole en aviso de ella. Tras una serie de incidentes milagrosos, S. Pedro comienza en Roma a contrarrestar la influencia de Simón Mago con numerosos y espectaculares prodigios que tienen su cumbre en la confrontación en el Foro julio. S. Pedro hace caer a Simón Mago cuando está elevándose por los aires. Éste, derrotado, muere poco después en Arizzia. La comunidad romana se acrecienta y el seguimiento de la castidad cunde por todos los ambientes. El martirio de S. Pedro se narra con las características que han pasado a la tradición popular: su intento de huida, la aparición de Cristo que viene a morir de nuevo, el retorno del apóstol y su martirio en cruz cara abajo. La obra, de la misma tradición que los Hechos de S. Juan y de S. Pablo, ha podido nacer en el mismo ambiente: Asia Menor. Schneemelcher, como hemos dicho, la data hacia los a. 180-190. Su fin es de edificación y sus doctrinas en conformidad con las de la Iglesia. Tampoco aquí los resabios encratistas tienen nada de particular y la acusación de modalismo carece de fundamento.

4) Los Hechos de S. Andrés. Con el mismo estilo de composición e idéntica preocupación doctrinal que los de S. Pablo y S. Pedro, los Hechos de S. Andrés, a juzgar por la reconstrucción de Amann, comprenderían una descripción del viaje de S. Andrés de Jerusalén a Acaya. Ocupa un lugar importante la predicación sobre la continencia y se narra con detenimiento su influencia sobre Maximila, la mujer del procurador Egeates. El martirio del apóstol se describe con la advocación a la cruz que ha llegado a la liturgia romana. Parece posterior a los Hechos de S. Pedro por la influencia de la narración de la crucifixión. En la edición de E. Hennecke (cfr. supra), se propone como verosímil la segunda mitad del s. II.

5) Los Hechos de S. Tomás. Escrita en siriaco y traducida muy pronto al griego, la obra a partir del s. III ha sido muy utilizada por los herejes gnósticos. Comprende 13 acciones, 14 con el martirio. Comienza con la intervención milagrosa de Cristo en el momento de partir para la India. En Andrápolis lleva a la continencia a la hija del rey el mismo día de la celebración de la boda. La misma predicación se destaca durante su actuación posterior. Finalmente, se describe su martirio alanceado. En la narración se intercalan una serie de composiciones poéticas: el cántico sobre la unión mística del alma con la sabiduría eterna; el himno cantado durante la celebración del Bautismo; ídem sobre la Eucaristía; el himno del alma, interpretado por unos como el descenso - ascenso del alma, por otros como la carrera terrestre de Cristo. Si se suprimen estos cánticos, que podrían haber sido interpelados, la obra podría haber sido escrita por un católico. El carácter de los cánticos es de terminología claramente gnóstica. Se propone como lugar de origen Siria (¿Edesa?) y como fecha los comienzos del s. III. Otros Hechos pueden verse en E. Amann, o. c., col. 508511; la recopilación del Seudo Abdías, ib., col. 212-214; la literatura seudoclementina, ib., col. 514-518.

3. Los Kerigmas y cartas apócrifas. l) Kerigmas . Composiciones en forma de predicación apostólica. Son particularmente importantes: a) el Kerigma de Pedro, citado en distintas ocasiones por Clemente de Alejandría. Su contenido sería la condición del cristiano como un tertium genus distinto del pagano y del judío, en cumplimiento de la nueva economía, anunciada por los profetas (2 Pet 1, 15). b) Los Kerigmata de Pedro que forman el núcleo de la literatura seudoclementina. Para el Kerigma de S. Pedro, v. W. Schneemelcher, y para los Kerigmata de S. Pedro, G. Strecker, ambos en E. Hennecke, o. c., 53 ss.

2) Cartas. Ya hemos hablado con motivo de los Hechos de S. Pablo de la tercera carta a los corintios, escrita desde Filipos. En cuanto a la Epístola de los apóstoles, la incluimos por su contenido entre los Apocalipsis. De S. Pablo tenemos referencias de otras dos cartas apócrifas: a) Carta a los laodicenses, compuesta por un desconocido tomando ocasión de Col 4, 16. Es un centón de frases paulinas sin orden ni nervio. b) Carta a los alejandrinos, citada por el Canon de Muratori junto con la de los laodicenses. El escrito ha sido totalmente perdido. La hipótesis de Zahn de identificarla con un trozo del leccionario Bobbiense no ha tenido aceptación entre los críticos.

4. Los Apocalipsis apócrifos. l) Apocalipsis de S. Pedro. El Canon de Muratori lo menciona junto al de S. Juan. Clemente de Alejandría lo cita dos veces en sus Ecclogae Propheticae (41 y 48). Nacido probablemente en Siria, adquiere pronto difusión en Egipto. Presenta estrechas relaciones con el evangelio de S. Pedro y la 2 Pet. La obra pertenece al género literario de la apocalíptica cristiana con los mismos intereses que la judía: enseñanzas sobre las realidades ocultas del mundo celeste y últimos secretos del porvenir, puestos bajo el patrocinio de algún personaje famoso. Aquí se ponen como revelación de Cristo, en una amplificación de la escena de la transfiguración. Se revelan el fin de los tiempos y los suplicios de los condenados. Los apóstoles Dreferidos contemplan la ascensión a los cielos de Cristo. Esta enseñanza reservada presenta la característica de gnosis (enseñanza superior). Los hombres celestes y su identificación con Moisés y Elías están en conexión con la tradición sinóptica de la transfiguración, pero su asociación a los últimos tiempos procede probablemente de la tradición reflejada en los targum palestinenses en el poema de las cuatro noches (Ex 12, 42). En dicho poema aparecen Moisés y Elías al lado del Verbo de Dios en la intervención escatológica (cuarta noche). El texto etiópico y la traducción francesa han sido publicados por S. Grebant en «Rev. de I'Orient chrétien», 5, 1910, 208 ss., 308 ss. Los Paralelos judíos en A. Marmorstein, lüdische Parallelen zur Petrusapocalypse, «Zeitschrift für die neutestamentliche Wissenschaft» 10, 1909, 297-300. En la ed. de E. Hennecke, 1964, Ch. Maurer y H. Duensing dan una traducción de los textos griego y etiópico (p. 468498).

2) Apocalipsis de S. Pablo. Compuesto probablemente al fin del s. iv, en el consulado de Teodosio y Graciano (380), cuenta el éxtasis de S. Pablo y su viaje guiado por un ángel por las regiones del más allá; asiste al juicio particular de las almas; contempla la morada de los justos y el lugar de castigo de los impíos (la noche y el día del domingo hay una atenuación de los suplicios). Finalmente, el paraíso con el árbol de la vida y el de la ciencia del bien y del mal y la presencia de María rodeada de una muchedumbre de ángeles y de justos del A. T. En la citada ed. de E. Hennecke, Y. la traducción de H. Duensing (p. 536-567).

3) Epístola de los apóstoles. Aunque la forma externa es de una carta dirigida por los apóstoles a la Iglesia, el contenido es la revelación hecha por Cristo a los apóstoles entre el tiempo de la Resurrección y la Ascensión. Se narra el descenso a los Infiernos, la ascensión de Cristo a través de los siete cielos y su revestimiento de forma angélica; los signos cósmicos de la venida de Cristo y la cruz gloriosa. La obra procede seguramente de una corriente judeocristiana ortodoxa emparentado con la tradición joánica y probablemente del Asia Menor. El texto etiópico y la trad. francesa, en L. Guerrier, Patrologia Orientalis, IX, 143-236; su encuadramiento literario – ideológico (en l. Daniélou, o. c., 36-37).

5. Otros escritos apócrifos del Nuevo Testamento. Según la extensión que se da al término, son incluidos por muchos autores como a. del N. T. los siguientes escritos (cfr. en E. Amann, o. c., col. 464 ss., la discusión sobre la oportunidad de esta inclusión que supone una perspectiva más amplia del concepto de a., iniciada por Hilgenfeld y continuada por Hennecke): a) Los Ágrala (en A. de Santos, o. c., 115-127). b) Interpolaciones cristianas en los apócrifos del A. T. (l. Quasten, o. c., 1, 113 ss.); particular interés tiene la Ascensión de Isaías, de manera que la ed. de E. Hennecke (1964) da una traducción íntegra de la versión etiópica por J. Flcmming y H. Duensing, 454-468; asimismo los libros 5 y 6 de Esdras (la traducción por H. Duensing en E. Hennecke, o. c., 488-498). e) Oráculos sibilinos cristianos (en E. Hennecke, trad. por A. Kurfess, p. 498-528). d) El Libro de Elchasai (ib., trad. por J. Irmscher, 529-532). e) Las Odas de Salomón (ib., como apéndice con trad. de W. Bauer). f) La Literatura seudoclementina (ib., la trad. de J. Irmscher, 373 ss.).

 

BIBL.: a) Indicaciones generales: Una bibliografía a cada una de las secciones en l. QUASTEN, Patrología, I, Madrid 1961, cap. III, 110-154; para las col. de la literatura siriaca, armenia, etiópica y copta, E. AMANN, Apocryphes du Nouveau Testament, DB (Suppl) I, col. 469, y l. QUASTEN, O.C., 112-113. b) Colecciones más antiguas de textos y traducciones: l. A. FABRIc'ius, Codex apocryphus Novi Testamenti, 3 vol., Hamburgo 1703, 1719 y 1743; J. C. THILO, Codex apocryphus Novi Testamenti, 1, Leipzig 1832; K. VON TISCHENDORF, Evangelia apocrypha, 2 ed. Leipzig 1876; íD, Acta apostolorum apocrypha, Leipzig 1851; íD, Apocalypses apocryphae, Leipzig 1866; E. PREUSCHEN, Antilegomena, Die Reste der ausserkanonischen Evangelien, Giessen 1905; R. A. Lipsius-M. BONNET, Acta apostolorum apocrypha, reed. de la 2 parte de K. TISCHENDORF en 3 vol., Leipzig 1891, 1898 y 1903; M. R. JAMES, Apocrypha anecdota, en Texts and Studies, III, fase. 3, Cambridge 1893, V, fase. 1, ib. 1897. c) Colecciones más recientes: M. R. JAmEs, The Apocryphal New Testament, Oxford 1950; W. MICHAELIS, Die apokryphe Schriften zum Neuen Testament, Bremen 1956; E. HENNECKE, Neutestamentliche Apocryphen, nueva ed. por W. SCHNEEMELCHER, I, 1958, 11, 1964 (existe trad. inglesa con el título New Testament Apocrypha); F. AMIOT, La Bible apocryphe: Évangiles apocryphes, París 1952; l. HERVIEU, Ce que les Évangiles n'ont pas dit, París 1958; A. DE SANTOS, Los Evangelios apócrifos (BAC), Madrid 1956; M. ERBETTA, Gli Apocrifi del Nuovo Testamento, 2, Atti e Leggende, Turín 1966. d) Algunos textos y estudios monográficos: E. AMANN, Le Protoét,angile de jacques et ses remaniements, París 1910; H. R. SMIDT, Protoeziangelium lacobi, A Commentary, trad. Por G. E. VAN BAARENPAPE, Apocrypha Novi Testamenti, 1, Aassen 1965; L. VAGANAY, L'Évangile de Pierre, París 1930; M. VANDONI-T. ORLANDI, Vangelo di Nicodemo, parte 1 del texto copto según los papiros de Turín, parte II, trad. del copto y comentario de T. ORLANDI, Milán-Varese 1966; E. REVILLOUT, Actes de Pilate, Patrologia Orientalis, IX, París 1913; L. VOUAux, Actes de Pierre, París 1922; íD, Actes de Paul, París 1913; S. GREBAUT, Littérature éthiopienne pseudo-clementine, «Rev. de I'Orient chrétien» 5 (1910) 198 ss,, 307 ss., 425 ss. e) Como estudio introductorio se recomienda E. AMANN, Apocryphes du Nouveau Testament, DB (Suppl.), I, col. 460-533.

D. MUÑOZ LEÓN.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991