ANTIOQUÍA DE SIRIA


ESCUELA TEOLÓGICA (Patrología). Según el historiador Eusebio de Cesarea (Historia ecclesiastica 4, 10: PG 20, 367), el primero en escribir obras catequéticas en A. es Teófilo, su quinto obispo. Antes, merece citarse a S. Ignacio mártir (v.), su tercer obispo, autor de célebres cartas. En los primeros momentos de la historia cristiana de A. se dejó sentir algo el gnosticismo (v.), pero influyó menos que en Alejandría. A. tardó en tener una Escuela que se pareciera a la de la capital de Egipto (V. ALEJANDRÍA vi), aunque siempre hubo en A. personas que se interesaban individualmente por el estudio de la S. E. y por la explicación de las verdades reveladas. La característica de estos doctores es una oposición radical a la exégesis alegórica de Alejandría. En A. se estudia la divina revelación con la ayuda de la historia y de la gramática, con un interés eminentemente práctico; así los presenta el historiador Sócrates (Historia ecclesiastica 6, 3: PG 67, 668): «Se atiende al sentido simple y literal de las divinas Escrituras, dejando a un lado el sentido alegórico».
      Orígenes de la Escuela. Cuando Pablo de Samosata (v.) ocupa la sede episcopal de A. empieza a enseñar «de Cristo cosas bajas y mezquinas, contrarias a la enseñanza de la Iglesia, como si hubiera sido un hombre ordinario» (Eusebio, Historia ecclesiastica 7, 27, 2). En seguida se celebran tres concilios en A. para examinar sus doctrinas (264-268), el tercero de los cuales condenó a Pablo y pronunció contra él sentencia de deposición. En la lucha contra éste se distinguió el presbítero Malquión, «varón docto, que era asimismo director de la enseñanza de retórica de las escuelas helenísticas de A.» (ib., 7, 29, 2). Pablo «enseña más o menos abiertamente la herejía de Artemón, el adopcionismo (v.), pero con tanta sutileza y arte que fue necesaria toda la habilidad de Malquión para convencerle de hereje» (C. Korolevskij, o. c. en bibl., col. 569).
      Es la primera vez que se da a conocer la existencia de una escuela en A. Asistía a ella el presbítero Luciano (V. LUCIANO DE ANTIOQUÍA, SAN), natural de Samosata o de la misma A., según otros, educado en Edesa en la escuela del exegeta Macario, aunque ahora venía de Cesarea, donde había seguido las lecciones de Orígenes (v.). Luciano, en compañía del también presbítero Doroteo, establecen la llamada Escuela exegético-teológica de A. De ella no sabemos ni las disciplinas que se enseñaban, ni qué relación guardaba con el obispo. Al hablar de Doroteo, dice Eusebio que le oyó sus lecciones en la Escuela; que era muy versado en las ciencias de la S. E., que leía con todo conocimiento de la lengua hebrea (Hist. eccl., 7, 32: PG 20, 721). La misma ciencia escrituraria le atribuye á Luciano (ib., 9, 6: PG 20, 809). Este centro, que más que propiamente Escuela debía llamarse Presbyterium, puesto que. nunca tuvo una organización que se pareciera al Didaskalion de Alejandría, ejerció una gran influencia exegética y teológica durante los s. III y IV.
      Personajes y evolución. Discípulos de Luciano fueron, entre otros, Eusebio de Nicomedia, Mari de Calcedonia, Leoncio de A., Teognis de Nicea, Eudoxio, Antonio de Tarso, Asterio de Capadocia, Arrio... (cfr. Filostorgio, Hist. eccl. 2, 14: PG 65, 477). En cuanto al movimiento teológico se distinguieron Diodoro de Sicilia o de Tarso (v.), Teodoro de Mopsuestia (v.), Juan Crisóstomo (v.) y Teodoreto de Ciro (v.). Filostorgio acusa de cambiar la doctrina de Luciano, a Teognis de Nicea, cuando dice: «El Padre puede ser llamado Padre aun antes de engendrar al Hijo, porque existía en Él el poder de engendrar» (ib. 11, 15: PG 65, 20); y a Asterio: «El Hijo es imagen exacta de la ousía, de la voluntad, del poder y de la gloria del Padre» (ib.). Todos los demás permanecieron fieles a Luciano (J. Tixeront, o. c. en bibl., p. 2022.27). A la escuela asistieron también algunas mujeres como Eustolium, Severa, Dorotea y Pelagia (cfr. G. Bardy, en DTC IX, 1024 ss.).
      Generalmente, atendiendo a la cronología y al desarrollo de las ideas, se distinguen tres etapas en la Escuela de A.: 1) Periodo de formación (290-370) constituido por Malquión, Doroteo y Luciano hasta Diodoro de Tarso. 2) Periodo de madurez y de esplendor (370-430), empieza con el obispo Flaviano (m. 404), pero es Diodoro de Tarso (m. 394) quien le infunde vigor, aunque no supo evitar ciertas expresiones demasiado aventuradas que despertaron sospecha sobre su ortodoxia. Diodoro tiene como auxiliar en la enseñanza al presbítero Evagro, amigo de S. Jerónimo (y.) (De viris illustribus, 125: PL 23, 711), y cuenta entre sus alumnos a Teodoro de Mopsuestia, que aplicó en la enseñanza un método seguro en la exégesis, pero se dejó llevar de un racionalismo exagerado, y a S. Juan Crisóstomo, del que no hablaremos porque nunca enseñó en la Escuela. 3) Periodo de decadencia (a partir del a. 430). Con Nestorio (v.), discípulo de Teodoro, la Escuela de A. cae en la herejía, al enseñar la dualidad de personas en Cristo, siendo condenado por el conc. de Lfeso (431; v.). Con ello la Escuela se dispersó, y sus discípulos formaron diversos núcleos de la herejía por el Oriente.
      Carácter de la 'Escuela. La escuela de Alejandría (v.), bajo la influencia de Filón (v.), seguía una tendencia especulativa, intuitiva y mística; la antioquena, por el contrario, buscaba lo práctico, lo experimental, lo racional, lo lógico. En Alejandría se prefería a Platón por sus vuelos contemplativos y su elevación ideológica; en A. se inclinaban hacia un eclecticismo que surgía de una mezcla de la Estoa y del Liceo, porque el carácter preciso y riguroso de Aristóteles se avenía mejor con su modo de ser. En cuanto al dogma, los alejandrinos insistían en el elemento racional y se contentaban con demostrar que las verdades reveladas no se oponen a la razón. Sistema que luego se apropió la Escolástica (v.). Con todo, la oposición más sobresaliente la mantienen en el campo exegético. Mientras en Alejandría se busca en la S. E. sobre todo la. alegoría y el sentido místico, en A. se apoyan en el sentido literal, histórico y gramatical. En Alejandría se celebra la cultura de los maestros; en A. su sentido crítico. Si el alegorismo alejandrino no careció de peligros, cuando se llevó al extremo, tampoco el realismo exagerado de A. fue un camino sin tropiezos, como dice S. Jerónimo: «si turpitudinem litterae sequatur et non ascendat ad decorem intelligentiae spiritualis» (In Amos, 2, 1: PL 25, 1003).
      Enseñanzas teológicas. Toda la enseñanza teológica de la Escuela antioquena versa principalmente sobre tres puntos: la cristología, la soteriología y la antropología. La primera aparece desde sus comienzos afectada de subordinacionismo, por el que había sido condenado en 268 su obispo Pablo de Samosata. Sobre las enseñanzas de Luciano en este punto sabemos lo que indica S. Epifanio: «Luciano y todos los lucianistas niegan que el Hijo de Dios haya tomado un alma, dicen que tomó solamente una carne, para atribuir sin duda a Dios-Verbo las pasiones humanas, el hambre, la sed, la fatiga» (Anacoratus, 33, 4: PG 43, 77). El Hijo y el Espíritu Santo tienen una divinidad secundaria respecto al Padre. El Padre es verdaderamente Padre, el Hijo es verdaderamente Hijo, y el Espíritu Santo es verdaderamente Espíritu Santo. En la Trinidad hay tres cosas por la hipóstasis, una sola por la voluntad y la inteligencia (G. Bardy, 1. c.). El documento más antiguo que se conserva sobre las enseñanzas de Luciano es una carta que el obispo Alejandro de Alejandría dirigió a los obispos de Egipto, Siria, Asia y Capadocia diez años después de la muerte de Luciano. El historiador Teodoreto conserva este párrafo en su Historia Ecclesiastica, 1, 4: «... su sucesor Luciano estuvo excomulgado largo tiempo bajo tres obispos; las heces de la impiedad de aquellos herejes han sido absorbidas por estos hombres que se han levantado de la nada... Arrio, Aquilas y toda la cuadrilla de sus compañeros de malicia». Luciano, pues, aunque lavó sus errores con su sangre de mártir en el a. 312, dejó un hondo sendero de herejía. Arrio y todos sus futuros partidarios que fueron educados por Luciano en A., se jactaban de llamarse «colucianistas» y formaban un grupo de apoyo para conseguir las sedes episcopales (S. Epifanio, Haer. 69, 6; Teodoreto, Hist. eccl. 1, 4; E. Buonaiuti, o. c. en hibl.). El adopcionismo de Pablo de Samosata, aunque algo modificado, sobrevive en la doctrina de Arrio (v.).
      La idea que domina la cristología de la Escuela es demostrar que las dos naturalezas conservan en Cristo todas sus propiedades, sin confusión alguna. Al estudiar la unión existente entre la naturaleza divina y la naturaleza humana llegan a estas conclusiones: esta unión no puede ser física, ni hipostática, porque cualquiera de estas dos uniones alteraría la integridad a la vez de la divinidad y de la humanidad (Teodoro de M., Perí enanthropéseos: PG 6.6, 981). Desde el momento de la unión de las dos naturalezas el Verbo habita en Jesús por la gracia, por la benevolencia, no sustancialmente, sino como en un templo (íd., Adv. Apoll., ed. Swete, III, p. 313). Por consiguiente, esta unión no es más que de relación, una unión moral de sentimientos y de voluntad, como entre dos buenos amigos. En Cristo, como hay dos naturalezas, hay también dos personas, porque naturaleza y persona se identifican (íd., Per! enant.: PG 66, 981). Según esta doctrina, María no puede llamarse Madre de Dios, título que impropiamente se le da; ella es madre del hombre, pero es imposible que una virgen engendre a Dios (íd., Adv. Apoll., ed. Swete, 1345). Estas ideas son las que difundiría Nestorio y la herejía nestoriana (v. NESTORIO Y NESTORIANISMO).
      Las ideas antioquenas sobre la soteriología no son fáciles de precisar. La persona humana de Jesucristo tiene su desarrollo paralelo al de los demás hombres, en medio de luchas, de combates y de vencimientos. En todo hombre hay una posibilidad de vencer sus pasiones y superar sus concupiscencias por medio de la virtud; esto se realiza plenamente en Cristo. Esta virtud conseguida por Jesucristo no es solamente meritoria para Él, sino también ejemplo para nosotros, puesto que nos ha enseñado cómo aun en este mundo podemos conseguir una vida angélica. Jesucristo aparecerá de nuevo para arrastrarnos a su imitación. Y en esto consiste la Redención, según la Escuela de A., en la que,no se observa el hecho de un rescate, ni de un renacimiento, ni del perdón de los pecados.
      El hombre en la antropología de Teodoro de M. es un nexo entre el mundo espiritual y el mundo material, un heraldo de Dios en medio de la creación. Dios le ha dado todas las fuerzas necesarias para conseguir su fin, pero estas energías sólo se ponen en actividad por un principio de vida divina que recibe en su unión con Dios, y que deberá a su vez proyectar sobre las demás criaturas. Las tentaciones y las pruebas son necesarias para lograr su fin. El primer hombre fue creado mortal; si luego hablamos de una condenación después del pecado, es tan sólo en metáfora, para inspirar en el hombre la aversión al pecado. Dios ha permitido el pecado en el mundo, porque estaba seguro de que el hombre podría regenerarse por los méritos conseguidos en sus luchas contra las pasiones, preparándose de esta forma una resurrección bienaventurada.
      Juicio sobre la Escuela de Antioquía. En el método y en los resultados de esta Escuela se observan elementos positivos y negativos. Los grandes maestros de A. crearon un método rigurosamente científico que aplicaron en sus investigaciones, y dieron a la teología un movimiento que promovió disputas encarnizadas, y obligó a los espíritus a analizar con mayor sutileza los supuestos dogmáticos, preparando con ello las solemnes definiciones conciliares. Apoyándose simplemente en la razón se esforzaron en alcanzar el conocimiento de las verdades reveladas, previniendo con ello la explicación racional de los dogmas. Pero A. produjo también innumerables heresiarcas que ocasionaron la ruina de la misma Escuela. Al negar el pecado original y su transmisión a los nacidos de Adán, al insistir exageradamente en el poder del libre albedrío, al negar la necesidad de la gracia divina y los principios tradicionales sobre la redención, en Teodoro de M. se halla el germen y las bases de la herejía que posteriormente propagaría Pelagio (v.). V. t.: DIODORO DE SICILIA; TEODORO DE MOPSUESTIA; TEODORETO DE CIRO.
     
     

BIBL.: C. KOROLEVSKIj, Antioche, en DHGE III, 563-703; H. LECLERCQ, Antioche, en DACL I, 2359-2439; G. BARDY, Lucien d'A., en DTC IX, 1024-1031; A. HARRENT, Les écoles d'Antioche, París 1898; E. BUONAIUTI, Luciano martire, la sua doctrina e la sua scuola, «Riv. Stor. crit. delle science TeoL» 4 (1908) 330-337, 900-923; 5 (1909) 104-118; A. VACCARI, La «theoria» nella scuola esegetica di A, «BiblicaD 1 (1920) 3-36; 15 (1934) 93-101; J. TixERONT, Histoire des dogmes, II, París 1930; 20 ss.; G. BARDY, Recherches sur S. Lucien DA. et son École, París 1936; R. V. SELLERS, Two Ancient christologies, Londres 1940; J. GUILLET, Les exégétes d'Alexandrie et d'A. Conflit ou malentendu?, «Recherches de science religieuse» 34 (1937) 257-302; F. ALVAREZ, La «teoría» antioquena, «Estudios Bíblicos» 11 (1952) 31-67.

J. GUILLÉN CABAÑERO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991