ANABAPTISTAS


Del griego ana, de nuevo, y baptismos, inmersión; se aplicó este nombre a los adeptos protestantes que, en el s. xvi, enseñaban que el Bautismo de los niños no era válido, y que todos necesitaban ser bautizados de nuevo después de la conversión como adultos.
      Históricamente los brotes originarios de estas tendencias se remontan al s. xii y se fortalecieron con ocasión del protestantismo (v.), que los a. aprovecharon para tratar de establecer lo que llaman una «Iglesia no institucional». En el s. xvi diversas comunidades de prosélitos tomaron el nombre de a. y aunque muchas de éstas fueron desapareciendo con el tiempo, sin embargo las ideas que patrocinaban acerca del Bautismo, de la búsqueda de Dios a través de la Biblia por la acción directa del Espíritu Santo y al margen de la Iglesia, han permanecido más o menos en otras confesiones como los mennonitas (v. MENNO Y MENNONITAS), cuáqueros (v.) y baptistas (V.).
      Principales doctrinas. Creían en un contacto libre e inmediato con Dios a través de Cristo, sin actividades eclesiásticas institucionales o rituales, es decir, sin los sacramentos (v.). Por esto rechazaban el Bautismo de los niños. Sólo los adultos podían creer y ser convertidos. Enseñaban que la conversión (v.) significaba una vida nueva, y esto era lo más importante; pero consideraban que la conversión total y su vida nueva no son fruto del Bautismo (v.), sino que primero hay un bautismo interior, y luego el agua como signo de conversión. Menno (v.) escribía: «No somos regenerados porque hemos sido bautizados..., sino que somos bautizados porque hemos sida regenerados por la fe y la palabra de Dios (1 Pet 1, 23). La regeneración no es resultado del Bautismo, sino que el Bautismo es resultado de la regeneración». Por tanto, «el Bautismo no es un instrumento de la gracia, sino una expresión de que la gracia está ya presente». Practicaban sólo el Bautismo de creyentes, y esto es lo que les granjeó su nombre (v. BAUTISMO III).
      Para los a. la Biblia era la única autoridad decisiva en cualquier disputa religiosa. En algunos casos hubo quienes antepusieron a la Biblia la doctrina del «contacto directo con el Espíritu», pero no eran auténticos a. (muchos grupos independientes usaron el nombre sin seguir la doctrina). Los a. no confiaban en los teólogos ni en los sacerdotes, sino sólo en el hombre corriente que recibía la 'Mamada divina a predicar. Según ellos, el Espíritu Santo les daba sabiduría y criterio para interpretar correctamente la Biblia (1 lo 2, 20). Algunos dirigentes estaban versados en griego y hebreo. Hacían especial hincapié bn la vida en Cristo y la práctica de la fe, de modo que dejaban intactos muchos problemas teológicos, tales como el de la libertad (v.) y la predestinación (v.).
      La Eucaristía (v.) era también diferente. Para ellos no era la Misa (v.) sobre el altar sacrificial, sino la mesa, como signo de confraternidad. Baltasar Hübmaier escribía: «Ésta es la verdadera comunión de los santos, que no es una comunión porque se parte el pan, sino que el pan se parte porque la comunión lo ha precedido y ha sido inscrita en el corazón, ya que Cristo vino en la carne. Porque no todos los que parten el pan son partícipes del cuerpo y sangre de Cristo, lo que demuestro con el traidor Judas. Pero los que están ahora en comunión interiormente y en espíritu, pueden usar también valiosamente este pan y vino exteriormente». No sucede nada especial en los elementos de la Cena del Señor, que, según ellos, sería sólo expresión externa de una comunión y comunidad preexistentes, de la confraternidad de los pecadores perdonados que son santos (todos los creyentes son santos).
      Según los a., la Iglesia debía ser restaurada como una asociación voluntaria de cristianos, y no en la forma de «Iglesias-Estados» que cuajó en la mayor parte del protestantismo. Esto distingue a los a., fundamentalmente, del resto del protestantismo primero: lo que llamaban nueva vida en Cristo, frente a la justificación por la fe. Incluso consideraban más importante que la Biblia a la llamada «experiencia de la presencia de Cristo» (éste era otro de sus errores, pues no puede conocerse la presencia de Cristo sin la Biblia y sus consecuencias). Sin embargo, más que debilitar la Biblia querían acentuar enérgicamente la nueva vida en Cristo dentro de la Iglesia, entendidas ambas a su modo peculiar. Para ellos no había distinción entre clérigos y laicos; consideraban que «los que tenían el Espíritu Santo» eran cristianos y fuente de verdad y acción. Y así reconocían solamente el sacerdocio común de todos los fieles (v. IGLESIA III, 4), pero no el sacramento del Orden (v.) ni el consiguiente sacerdocio (v.) ministerial instituido por Cristo. Se denominaban entre sí hermano, discípulo o creyente; surgió el Pastor (v.), pero sus funciones eran mera delegación de los creyentes. La comunidad, considerada como «Iglesia», debía estar separada del mundo, conservando su pureza mediante la estructura disciplinaria interna.
      Esto, lógicamente, llevó a la creencia de que la Iglesia está totalmente separada del Estado. Los' a. negaban al Estado no sólo el derecho a imponer o regular la religión, sino a intervenir de cualquier modo en ella. Algunos grupos extremaron esto hasta prohibir a sus miembros la aceptación de cargos públicos. Era la comunidad local la que marcaba la disciplina, y no el Estado.. El mundo no podía ser cristiano—y lo abandonaban a su suerte.
      Otros grupos añadieron doctrinas secundarias: acentuaban excesivamente el libre albedrío, despreciando la predestinación según Lutero y Calvino; tenían diversas opiniones sobre la segunda venida de Cristo, pues las crueles persecuciones provocaron un fuerte milenarismo (v.) en sus doctrinas, como recurso psicológico para fortalecerles ante el sufrimiento; rehusaban prestar juramento; se oponían al servicio militar; no contraían matrimonio fuera del grupo comunitario, y algunos practicaban el lavatorio de pies.
      El gobierno de las comunidades era muy simple, sin jerarquía. Todos eran «sacerdotes», y los negocios eclesiásticos los llevaba la congregación. Se hacían ofrendas voluntarias para el mantenimiento de los maestros de la Biblia (pastores) y la labor evangelizadora. Algunos grupos llegaron a formar sociedades donde todos compartían los bienes.
      Para una valoración de las doctrinas a. en comparación con las católicas, especialmente V.: BAUTISMO 111; CONVERSIÓN; IGLESIA.
      Desarrollo histórico. Hubo a. moderados y fanáticos, ejemplo de estos últimos fue la ciudad de Münster. La dificultad en distinguirlos ha originado que los baptistas (v.) modernos nieguen su relación con los a. de la Reforma, que fueron perseguidos más por los mismos protestantes que por los gobiernos católicos. Las presiones persecutorias hicieron que a. fanáticos de la baja Renania imaginaran que habían llegado los últimos tiempos. Pensaron que estaban justificados para tratar de levantar la Jerusalén Celestial en Münster por la fuerza. Jan Matthys, un panadero de Harlem, se proclamó el anunciado profeta Elías y declaró que había comenzado el reino de Cristo en la tierra. Católicos y luteranos huyeron de la ciudad, y los perseguidos a. llegaron a ella por millares. El obispo luterano y los príncipes vecinos pusieron sitio a Münster, dentro de cuyas murallas campeaban el crimen, el asesinato y la poligamia. Los a. defendieron la ciudad con celo, pero ésta cayó en junio de 1535. Hubo matanza de supervivientes y horribles torturas. Münster fue un desastre para todo el movimiento a., e hizo a sus enemigos más conscientes de los errores de sus creencias. Desde entonces la palabra a. se utilizó para toda forma de religión fanática en desacuerdo con la IglesiaEstado protestante.
      Un ejemplo de a. moderado fue Menno, fundador de los mennonitas (V. MENNO Y MENNONITAS). Estableció comunidades desde Francia hasta Rusia. Había sido sacerdote católico, pero abandonó la Iglesia. Se unió a los a. después de ver muertos o ahogados a centenares de ellos, incluido su propio hermano. Los a. entraron con él en una nueva etapa, pues Menno aceptó todas sus ideas, pero rechazó las formas de fanatismo.
      Otro dirigente en Wittenberg fue Andrea Carlostadio (v.). Insistía en la desaparición de todas las imágenes de las iglesias, y rechazaba la Misa. Otros «profetas» de Zwickau insistían en la posibilidad del conocimiento directo de Dios sin necesidad de la Biblia, y algunos extremistas hablaban de conocer a Dios sin referirse a la comunidad, pero eran individuos que utilizaban el movimiento para expresar sus propias ideas. Los a. insistían en la fe de cada individuo, pero no excluían la comunidad de creyentes.
      Muchos a. tenían buen carácter moral. Félix Mantz estaba bien instruido y conocía la Biblia en hebreo. Jorge Blaurock era muy elocuente, y le apellidaban el segundo Pablo. Éstos y algunos otros tuvieron contacto con Zwinglio (v.) hasta que abandonó el principio de «sola la Biblia». Entonces le rechazaron; Zwinglio los llamó separatistas, pero ellos replicaron: «Tenemos tanto derecho a separarnos de ti, como tú del Papa».
      El propagador de los a. fue Baltasar Hübmaier. N. en Friburgo a fines del s. xv e ingresó en 1503 en la Universidad, recibiendo alabanzas de John Eck (v.). En 1511 formaba parte de la Facultad de Teología. En 1515 fue nombrado vicerrector de la Universidad. No sabemos cuándo decidió separarse de Roma. Fue rebautizado en 1525 por William Reublin. Defendió las ideas a. básicas con gran éxito. En 1527 fue capturado, y muchos de sus antiguos amigos y discípulos trataron de hacerle retractarse, pero sin resultado. El 10 mar. 1528 fue decapitado.
      Los a. fugitivos llegaron a Inglaterra durante el reinado de Enrique VIII, pero el monarca hizo ejecutar a 14 a. holandeses, y deportó a los demás. El movimiento halló simpatizantes entre los lolardos. Se desarrollaron algunas sociedades, pero todos estaban contra ellos por el episodio de Münster. Nunca se organizaron en Inglaterra, por lo que los actuales baptistas ingleses no proceden (de los anabaptistas. Con las expulsiones y peligros mortales, las comunidades de a. se dispersaron por todo el norte de la Europa central: Berna, Basilea, Estrasburgo, Augsburgo, Nuremberg y Amsterdam. Unos a. morían o eran ejecutados, otros formaron nuevos grupos, o se unieron a otras sectas de ideas semejantes.
     
      V. t.: ALIANZA, TEOLOGÍA DE LA.
     

BIBL.: G. W. FORELL, Anabaptists, en New Catholic Encyclopedia, I,_ Washington 1967, 459 ss.; A. PIOLANTI, Protestantismo ieri e oggi, Roma 1958; P. DAMBORIENA, Fe Católica e iglesias y sectas de la Reforma, Madrid 1961; K. ALGERMISSEN, Iglesia Católica y confesiones cristianas, Madrid 1964, 934-935 y 11101129 (con abundante bibl.).

EDWIN L. VRELL.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991