AMÉRICA

RELIGIONES NO CRISTIANAS


Las religiones de las poblaciones aborígenes y precolombinas del Nuevo Mundo no influidas por posteriores aportaciones ofrecen un excepcional interés. Nos encontramos con un inmenso continente doble, que se extiende de N a S, desde el Ártico hasta la Antártida, a través de todas las zonas geográficas y ecológicas del Globo. Es evidente que tras los más remotos poblamientos prehistóricos el hombre se dispersó, asentándose en variadas condiciones de medios geográficos, que al configurarse en diversas áreas culturales darán vida a distintas concepciones religiosas, en las que influirán de una manera decisiva el medio ecológico, los géneros de vida que éste impone y las necesidades económicas. Las primeras noticias que tenemos llegaron a Europa a principios del s. xvi, a través de los viajeros, misioneros, cronistas e historiadores de Indias (v. Iv, 3; CRÓNICA Y CRONISTA IV).
      En todos los pueblos primitivos de A. encontramos arraigadas creencias en torno a espíritus, animales y naturales, considerados en gran parte como antepasados (v. TOTEMISMO), ideas de tipo animista (v. ANIMISMO) o en torno a personificaciones y seres superiores y civilizadores de épocas míticas. Prácticas mágicas vinculadas con la hechicería médica. En algunas regiones del Norte y Sudamérica tropical, se encuentran formas de chamanismo (v.); no existe un culto coherente a los antepasados, aun cuando se rinda a los difuntos (v.) y a las almas de los muertos; existe cierto desarrollo sobre la magia de la caza en conexión con creencias totemistoides en espíritus propicios y adversos de animales. Las personificaciones de cuerpos celestes, de la Tierra, de los vientos y del trueno adquieren carácter de seres supremos con características y atributos específicos en cada región. De ahí la necesidad de tratar particularmente A. del Norte, Mesoamérica y Sudamérica; además se podría considerar el ámbito ártico (en el que se incluye Alaska y Canadá septentrional); para este ámbito, v. ESQUIMALES.
      A. AMÉRICA DEL NORTE. 1. Tribus del Noroeste. Entre ellas encontramos resonancias muy acusadas de totemismo; por tanto, las fratrías llevan denominaciones totémicas, como cuervo y lobo o cuervo y águila. El Gran Cuervo es el Hacedor del mundo y el héroe cultural, dando pábulo a multitud de mitos en su lucha con el lobo (el principio del mal). Al dividirse las fratrías en clanes totémicos surgen diversas leyendas sobre la descendencia del totem; relatos mitológicos de la cohabitación de mujeres con animales presentan claras resonancias totémicas. Cada clan posee un emblema, que se pinta en las viviendas, sepulturas e incluso en el cuerpo humano. Son característicos los mástiles de madera (hasta de 20 m.) que suelen plantarse ante viviendas y necrópolis, cubiertos de figuras esculpidas de hombres y animales, antepasados del clan o protagonistas de mitos; generalmente ponían en la cumbre la figura del gran progenitor del clan. Predomina el chamanismo, asumiendo la nutria un papel importante, el opositor a chamán habrá de matar una nutria y conservar su lengua en calidad de objeto sagrado o amuleto. Es corriente la existencia de cofradías y ligas con huellas de división clánica y diferenciación social; cada una tiene un patrón o espíritu protector encarnado en un animal; sus miembros gozan de privilegios y oportunidades para organizar típicas fiestas de prestigiación personal (potlacht, v. iNDios 12), aprovechando los ritos de iniciación que tienen lugar durante la estación invernal.
      2. Indios en California. Sus diversas tribus no tienen una forma peculiar religiosa. Típico de la sociedad índica californiana eran las estirpes totémicas y fratrías con patriarcado. Entre las etnias centrales y meridionales se daban asociaciones o cofradías religiosas secretas que, durante el invierno, organizaban grandes fiestas rituales con el fin de asegurar las condiciones esenciales de vida; celebraban danzas propiciatorias en las que se ponían tocados y adornos de plumas, redes, etc., personificando animales o demonios zoomórficos. Según Kroeber, no era raro encontrar formas de chamanismo con fin curativo, a cargo tanto de hombres como de mujeres; eran corrientes las ceremonias de madurez de la juventud y en algunas zonas para los mozos. La ceremonia de iniciación de los jóvenes era celebrada con danzas, cantos y percutores hechos con partes óseas de ciervos; durante la ceremonia se prohibían determinados alimentos y rascarse con las manos (debiendo usar un instrumento particular para rascarse la cabeza).
      California central. En ella el mito de la creación de los maidu cuenta cómo la obra del creador fue puesta en peligro por su adversario el coyote; a la creación de los hombres colaboran una serie de animales; la representación de estos animales, el demiurgo y el coyote constituirá la esencia de cantos y danzas; este mito describe la lucha entre los creadores del bien (zorro plateado o el consagrado a la tierra) y el del mal (coyote). Sólo el zorro plateado sabe de una verdadera y propia creación, que ha tenido origen en un acto volitivo del pensamiento mágico de un ser potente, en contraste con otros mitos indios entre los que la gesta de los héroes culturales se presenta limitada a una transformación de las cosas, a una invención o aportación de objetos de primera necesidad. Este mito de la creación de los maidu se refiere exclusivamente a la historia particular de una etnia, encontrándose también entre los pueblo, se mezclan los prototipos del bien y del mal y después de haber cumplido su obra, «el consagrado a la Tierra», el creador desaparece al E y el «coyote» al O.
      3. Tribus norteñas-centrales. Existía en ellas el culto a Kuxú (cabeza grande), personaje mitológico de las tribus maidu y pomo, cuyo papel desempeñaban los participantes de las ceremonias, llevando máscaras. Los ritos se efectuaban en invierno, en una choza redonda, destinada a dicha ceremonia; participaban sólo los hombres y únicamente aquellos que habían pasado en la adolescencia por un ritual consecratorio. Los personajes mitológicos vinculados con tales ritos son diversos; en algunas tribus Kuxú es considerado el primer hombre, en otras el halcón Katik, al que se atribuye la fundación de este ritual; en la tribu yuka Taikomol es el creador o demiurgo.
      4. Indios de Norteamérica sudoccidental y Nuevo México. Atendiendo a los datos de la antropología y de la etnología religiosa podemos distinguir entre los pueblos sudoccidentales tres grandes grupos: pueblo, atapascos meridionales y rama de los ranch.
      a) Pueblo. Profundamente religiosos creyeron más que ningún otro grupo étnico,de Norteamérica en la dependencia del hombre de la benevolencia de la naturaleza; su, pensamiento y esperanza se concentraba en el maíz y en la lluvia; el maíz y las nubes se consideraban símbolos sagrados, llegando a reproducirlos sobre tablas de altar y otros objetos del culto, a la vez que los pintaban sobre la arena. En las manifestaciones religiosas esparcían harina de maíz y ofrecían en sacrificio varillas de plumas (Baho) sobre las que pronunciaban oraciones al dios Sol. Creían que el mundo era gobernado por varias divinidades, entre ellas: el Sol y la Madre Tierra o «gran tejedora». Adoraban la Luna, el agua y un ejército de pequeños espíritus, serpientes emplumadas y míticos gemelos a los cuales se dedicaban símbolos fálicos y algunas entidades consideradas antropomórficas, como el viento, el maíz y los insectos.
      Socialmente la comunidad doméstica era más importante que el clan y el linaje; se constituía por familias consanguíneas, en las que imperaba una base religiosa exteriorizada en asociaciones y cofradías; las cofradías masculinas se ocupaban principalmente de los rituales de la lluvia de tipo mágico, en sus danzas aparecían enmascarados personificando a los antepasados (Katchina, v. INDios 8) representando escenas dramáticas que evocaban hechos míticos. Los hopi creen que sus abuelos vuelven a la aldea de un país misterioso del Occidente y que se identifican durante la ceremonia en los danzantes enmascarados. Las danzas seguirán hasta la germinación del maíz, invocando a los animales salvajes como el antílope y la serpiente; también a las nubes hasta que comienzan a caer las primeras gotas de lluvia, que constituyen, según Ruth Benedict, una respuesta divina. Todavía hoy, pese a la decadencia de los rituales por la introducción de creencias cristianas, siguen celebrando estas fiestas.
      b) Atapascos meridionales (Dené). Al llegar los españoles al Nuevo Mundo, habían penetrado, incluso en Mesoamérica, algunos linajes atapascos (v. INDIOS 5, 9-13) que en el s. xvi se extendían por la mayor parte de Arizona, Nuevo México occidental y Texas sudoccidental. Eran éstos los apaches y navajos (v. INDIOS 8), de los que los sudoccidentales se presentan divididos en numerosos clanes y fratrías con matriarcados, existiendo entre los primeros rígidos tabús entre yerno y suegra.
      Nauajos. Sufrieron gran influencia de los pueblo, al basar su vida religiosa en la fertilidad de los campos y de los ganados y en los chamanes. La religión para ellos ha sido un elemento importante en la solidaridad tribal, influyendo en casi todas las fases de su existencia. Su rasgo central son las pinturas de arena, hechas en el interior de una vivienda de seis u ocho lados (hogan), con la finalidad de obtener la curación de los enfermos o perturbados; los dibujos representan la concreción de personificaciones o conceptos sagrados, siendo su tamaño desde 30 cm. de diámetro hasta 6 m. de punta a punta y sólo pueden realizarse en hogans construidos especialmente. Los diseños guardan relación con un complicado sistema de cánticos y ritos y se conocen más de 500 arquetipos. A pesar de las influencias recibidas del exterior, elaboraron su propia mitología ritual sobre bases distintas, en el curso de un proceso que duró 20 6 30 generaciones. Estas pinturas están orientadas según ciertas direcciones.
      Apaches. Ceremonia característica es el llamado rito de pubertad de las muchachas, que alcanza gran solemnidad entre los chiricahua; más que un rito son varios, cada uno con su función específica. El propósito de la ceremonia es doble: asegurar larga vida, felicidad y buena salud a las doncellas al pasar al estado de cónyuges, y llevar análogas bendiciones a la comunidad en su conjunto. La ceremonia depara a los asistentes una ocasión social, en la que pueden comer en abundancia, cantar, comprometerse en danzas sociales y en galanteos y renovar viejas amistades.
      e) Ranch. La región sudoccidental alberga un tercer grupo de indios, que se diferencian profundamente en su patrimonio cultural y religioso de los anteriores: los pima, los papago y los yuma.
      La estructura social de los ranch se caracteriza por las tribus y por la subdivisión en clases y fratrías con patriarcado. Existen dos asociaciones secretas. La curación de enfermos la efectúan tanto hombres como mujeres, pero la ceremonia de llamar la lluvia únicamente hombres. El ritual lo constituyen: la danza de enmascarados y el llamado Festival Saguaro, durante el cual los danzantes extraen un licor de los frutos fermentados del cactus saguaro. En esta fiesta que celebra la recolección de los frutos de cactus, los hombres llevan bastones ornados de plumas y efectúan dibujos sobre la arena; organizan también carreras de caballos. Yumas, pimas y papq-, gos se diferencian por el distinto significado que atribuyen a las visiones obtenidas durante el sueño, tras la ingestión del licor saguaro y del alucinante peyote, que, usado ceremonialmente, da la impresión al que lo consume de que las barreras han desaparecido y que el ser humano fluye hacia la divinidad, actúa también sobre los centros visuales del cerebro y produce, en estado de plena conciencia, ilusiones de bellos colores y formas. Los cantos de mística y las migraciones que se tienen en el sueño son repetidas en las fiestas. Las ceremonias más significativas de los yumas son las de inhumación; los difuntos son quemados y sus cenizas enterradas con solemnes ceremonias acompañadas de cantos.
      5. Las provincias culturales oriental y sudártica. Se extienden desde la zona septentrional de Norteamérica y prácticamente, penetrando en el Canadá, a la zona tropical del S bañada en parte por el golfo de México. Resulta muy difícil estudiar el ideario religioso de las numerosas ramas nativas que se establecieron en el periodo poscolombino. Su consideración reviste exclusivamente un interés histórico.
      Zona oriental. A Alvar Núñez Cabeza de Vaca y a Hernando de Soto debemos las primeras noticias en relación con las creencias religiosas de las gentes de la región sudoriental de A. del Norte. Entre los natchez (v. INDIOS 7) se mantuvo la cultura prehistórica de los Mounds o de los templos astrales sobre montículos. Eran gobernados teocráticamente por el clan del Sol y el jefe, «El Gran Sol», era el representante del dios del Sol. Al Gran Sol, que ejercía la máxima autoridad sobre la vida y sobre la muerte de todos sus súbditos y a cuya muerte venían sacrificadas las mujeres, seguían en grado social los «soles», después los «nobles» y, por fin, los «escogidos». El resto de la población se consideraba de casta inferior (stinkars), dándose también la esclavitud. El cultivo del maíz determinó su vida religiosa, caracterizada por el culto al Sol, el fuego perpetuo custodiado en los templos, los juegos con la raqueta que representaban ritos mágicos para la fertilidad, y la danza con máscara de maíz. Asimismo, conocían edificaciones templarias como la descrita por el francés Du Pratz.
      Junto a organizaciones sociales como los natchez, vivieron otros grupos: los creek (o cric, v. INDIOS 7), los coctaw, los crickasaw y seminolas, que formaron una especie de confederación de tribus. Al norte de estos pueblos vivían otras poblaciones pertenecientes, bajo el punto de vista lingüístico y cultural, a las familias de los iroqueses (v. INDIOS 6), de los siux (v. INDIOS 9) y de los algonquinos (v. INDIOS 6, 9-12). A través de estas ramas los europeos llegaron a captar el concepto de Manitu. Entre los algonquinos era una potencia o fuerza íntima que se manifestará en acciones místicas, presentes en los hombres, animales y objetos. Los iroqueses le llamaban Orenda y los siux SVakonda. Es la misma fuerza impersonal que los etnólogos acostumbran a llamar Mana; los seres y las cosas que poseen virtudes misteriosas y que suscitan horror y profundo respeto, poseen el «Manitu». Cada Manitu representa únicamente una partícula de una gran potencia, cuyo representante es el ser supremo, la Gran Potencia, Gitschi Manitu, que puede considerarse como un concepto indefinible, lejano de los hombres, creador y protector de este mundo, autor de todo culto y costumbre. Sin embargo, no se pone en relación con el mundo; existe siempre un intermediario, una especie de héroe civilizador, medio burlón y medio héroe, como p. ej. Manabozho «el, gran conejo», protagonista de curiosos mitos.
      6. Indios orientales. Creían que el éxito en la vida dependía de los genios tutelares, por lo general animales o pájaros que les protegían. Cada uno tenía su genio tutelar animal al que dedicaban determinadas ceremonias, estando prohibido matar a esos animales representativos.
      Otra figura importante de la mitología india es el «Gran Engañador» de los winnebago (de la familia de los siux). En su viaje por el mundo -recogido en los mitos winnebago-, es juzgado ignorante y cínico, estúpido y desvergonzado y continuamente mirado por hombres y animales que lo desdeñan, vengándose él a su vez de un modo burlesco. Al fin los hombres reconocerán que con sus bufonadas aporta la paz; es el héroe de la cultura, el gran brujo, vehículo divino y protector de almas.
      Entre los iroqueses tienen parte preponderante los demonios de los bosques, los cuales, a cambio de tabaco, protegen a los indios durante la caza. Son los llamados «Falsos rostros» que los iroqueses personifican en una sociedad secreta, con determinados rituales y periodos festivos en primavera, otoño, invierno y en algunos casos de enfermedad. Los danzantes creen que poniéndose las máscaras que reproducen a los demonios tendrán su mismo poder de curar enfermedades, prevenir epidemias y de poder ejercer tales efectos agitando sonajeros de carey y frotando el cuerpo del enfermo con ceniza caliente. Influenciados por los iroqueses onodaga están los ritos de la llamada sociedad de las «Caras de Paja», basadas en un mito que viene a representar el paso de la cultura iroquesa de los cazadores a la cultura en que predomina la agricultura.
      Zona sudártica. En toda esta zona la vida ritual religiosa se presenta estrechamente ligada a la economía. Todo lo que constituía la organización del linaje, el ambiente geográfico, las manifestaciones de la Naturaleza y el cosmos, la fecundidad y la multiplicación de hombres y animales, las leyes que lo regulan, las relaciones sociales y las formas de caza y pesca eran creaciones espirituales como los seres descritos en los mitos. El origen del linaje se remonta al matrimonio del antepasado común con un perro. Los animales antepasados del clan y la familia serán protegidos por diversos tabús, siendo representados en pintura y trabajo de talla, que ocupan un primer plano en la consagración de los jóvenes, a los que bajo la vigilancia de los hechiceros, introducen en la vida social y religiosa de la comunidad. La cabaña sagrada donde tiene lugar su iniciación -según Werner Müller-, representa el universo: el techo simboliza la cúpula del cielo, el pavimento la Tierra y las cuatro paredes los puntos cardinales.
      7. Indios de las llanuras y praderas. La cultura histórica de las praderas (v. INDIOS 9) se diferenció de las anteriores y demostró no sólo por lo que respecta a los bienes materiales, sino también en el campo social y religioso, marcadas semejanzas con casi todos los pueblos indios del periodo histórico. Uno de sus rituales lo constituía la caza de cabelleras (scalp), cuya originalidad indígena aparece hoy discutible en bastantes aspectos. Gustaban de reunirse en fiestas sociales, como la famosa del llamado Calumet, durante la cual se mostraba a los asistentes un calumet, bastón mágico en forma de pipa ornado de plumas. Creían en un poder mágico que penetraba en la naturaleza (wakonda); en muchos aspectos, esta idea se identifica con un ente supremo, «el gran misterio». La representación de un Padre del Cielo que se une con la Madre Tierra, en el trueno, en el rayo y en la lluvia, domina en diversas ramas el pensamiento religioso de los hombres.
      Las tribus agrícolas de la pradera adoraban a la Madre Tierra más profundamente que los pueblos cazadores. En los mitos de los cultivadores de maíz, a veces aparecerá también el búfalo, en calidad de aportador del maíz. Característico en la mitología de las praderas es el héroe de aspecto humano que viene en ayuda del hombre oprimido y libera al mundo de los monstruos.
      La ceremonia más famosa de estos indios es la Danza del Sol, que viene a representar la institución integradora y estructural de las tribus de las llanuras. Psicológicamente considerada, representaba la disciplina culminante, redentora y cooperativa, que estructuraba la personalidad del joven, renovaba la del anciano, abría en la mente nuevas perspectivas hacia un mundo más noble y extraía fuerza y alegría de la tribu y del universo para alimentar el corazón del individuo. Desde el punto de vista de la fe, afirmaba en forma verbal y, más aún, simbolizaba e implicaba por muy diversas maneras la unión de los hombres con Dios. Durante el verano, que era la época de la reproducción, el búfalo formaba grandes rebaños y cuando los pastos eran jugosos se podían reunir miles de caballos. He aquí la razón de que durante esa época se juntasen los subgrupos dispersos. La totalidad de la tribu acampaba formando un inmenso círculo de tepees (tiendas) que simbolizaban la unidad tribal. Un sacerdote o director en posesión de un haz sagrado y conocedor de todas las ceremonias y significados, asumía el control religioso. Hacia el centro del campamento se erigía un tepee sagrado, en el que se llevaban a cabo los ritos preliminares al ritual principal; los que iban a ser iniciados recibían su instrucción, mientras la gente fumaba, festejaba y oraba. Entre tanto, las mujeres celebraban igualmente su reunión, y el sacerdote elegía una virgen de carácter excepcional para que derribara el árbol del que se obtendría el poste de la Danza del Sol que duraba cuatro días completos. Las ordalías rituales se efectuaban durante la danza y ningún participante comía ni bebía durante esas cuatro jornadas.
      B. MESOAMÉRICA. Aun cuando es indudable que en áreas colindantes de A. del Norte se dejó notar desde la Prehistoria el impacto de las religiones de las Altas Culturas mesoamericanas, el carácter peculiar de las' mismas no puede conocerse sin una visión particular del área mesoamericana continental propiamente dicha, por un lado, y el área mesoamericana circumcaribe atlántica, por otro.
      Área mesoamericana continental. Se encuentran aquí diversas religiones precolombinas:
      a) Las del Altiplano mexica y las diferentes culturas que se han ido asentando en el mismo (concretamente: 1) las llamadas culturas medias; 2) civilización de Teotihuacan; 3) civilización tolteca; 4) civilización azteca). Junto con la creencia en dioses se encuentran como rasgos comunes de estas civilizaciones la existencia de templos y castas sacerdotales con distintas facultades y atributos en cada una de ellas. Para el estudio de esta zona, V. MÉXICO IV; TEOTIHUACAN; TOLTECAS; AZTECAS.
      b) Las del subárea del litoral del golfo de México, donde se encuentran la civilización olmeca, la totonaca y la huazteca. Lo más característico de estas tres civilizaciones es la existencia de deidades, con sus panteones y sacrificios; como dato curioso puede citarse el «juego de pelota» que se practicaba entre las dos últimas, con ocasión también de fiestas religiosas. Para todas ellas, igualmente v. MÉXICO IV; OLMECAS; TOTONACAS; HUAXTECAS.
      c) La religión maya puede caracterizarse por sus inmutables grupos de divinidades asociadas, generalmente cuatro en cada grupo (en relación con los puntos cardinales), y sintetizadas en un dios único. Para las religiones del ámbito maya, v. MAYAs iI.
      d) Las de la zona meridional de México, con sus civilizaciones zapoteca y mixteca. Poco se sabe de la religión zapoteca, fuera del predominio de Coci-jo, «dios de la lluvia», y una pareja divina suprema; a los zapotecas se atribuye la creación del famoso centro religioso de Monte Albán, que conoció diversos periodos, y que en los a. 800 y 1200 de nuestra Era fue ocupado por los mixtecas que ya habían conquistado otros centros zapotecas, y que desarrollaron una religión también politeísta y animista: V. MÉXICO IV; MIXTECAS; ZAPOTECAS.
      e) Las culturas del noroeste de México, durante mucho tiempo fueron designadas en bloque por el nombre de la población que hoy ocupa gran parte de ese territorio, los tarascos (v.); su ideario religioso en la época precolombina apenas nos es conocido más que por representaciones artísticas, que dejan entrever un culto politeísta y animista: v. Mxco iv.
      Área mesoamericana circumcaribe. En el norte de esta área, la proximidad del ámbito maya, zona meridional y civilizaciones del noroeste de México, ha irradiado gran cantidad de elementos religiosos mexicanos, y, por otra parte, en los confines meridionales, especialmente a partir de Honduras, ciertos elementos religiosos nos hacen pensar en Sudamérica; sin embargo, debido a la ausencia en toda A. Central de un cierto número de elementos culturales presentes en otras áreas, concretamente arquitectura pétrea y pirámides sirviendo de base a templos, no es de extrañar que los americanistas, sobre todo a partir de los últimos años, hayan hablado de un área clrcumcaribe, diferenciada de las demás, en la que se pueden distinguir diversas zonas:
      a) América ístmica. Entre los pueblos cuya religión merece recordarse están los pipiles (v. EL SALVADOR III; AMÉRICA CENTRAL I), considerados como emigrantes del N y que algunos estudiosos emparentan a los toltecas. Adoraban por encima de todos sus ídolos a una divinidad masculina y a otra femenina, presidiendo su clase sacerdotal un Sumo Sacerdote asistido en sus funciones por un augur; algunos sacerdotes unieron sus funciones al liderazgo militar.
      En las orillas del lago de Nicaragua (Ometepe) y al norte de Costa Rica vivieron los chorotegas (v. AMÉRICA CENTRAL I; COSTA RICA). Entre ellos se desarrolló un culto animista que encuentra su máxima expresión en una divinidad de la Tormenta que moraba en el volcán de Masaya. Practicaban el canibalismo profano. Su actividad cúltica se encaminaba a la prosperidad agraria, a veces se regaban con sangre fresca las mazorcas de maíz. Durante las fiestas orgiásticas se sabe de doncellas que saltaron dentro del cráter del volcán de Masaya. Vecinos de éstos son los nicaraos (V. AMÉRICA CENTRAL I), cuya religión conoce toda una serie de reminiscencias mexicanas; sus mitos nos hablaron de una creación intermedia destruida por un diluvio. Sostenían la creencia de un alma incorpórea de forma antropomorfa y desigual destino para los difuntos: aquellos que sucumbían de muerte natural iban al reino del dios de los infiernos y las almas de los caídos y sacrificados ritualmente ascendían al cielo de los dioses creadores. Los niños eran inhumados y los adultos incinerados con todos sus bienes, al igual que los caciques, siendo recogidas las cenizas de estos últimos en una urna de barro ante su palacio. Presidiendo el panteón nicarao encontramos a Tamagastad, manifestación local de Quetzalcoatl, creador y héroe civilizador. El cacique supremo, a la vez sumo sacerdote, era sustituido anualmente. El culto era templario y dentro solían encontrarse ídolos de piedra ante los que eran quemadas plantas aromáticas y se hacían plegarias. En dichos templos tenía lugar el sacrificio ritual de niños y prisioneros, extrayendo a las víctimas los corazones y rociando de sangre al ídolo, mientras que la carne era distribuida en trozos para su comida ceremonial. Deber del sacerdocio era la redacción de los anales y el cuidado del calendario, dependiendo también de ellos los libros de adivinación. Tanto entre nicaraos como chorotegas el clero vivía de las ofrendas e intervenía en la celebración ritual de matrimonios.
      Al sur del lago de Nicaragua y en la región de Costa Rica y Panamá, se inicia la gran nación chibcha (v.), de la que hablaremos más adelante. Se encuentran también los indios cueva, cuya idea de la existencia de espíritus o démones se presentará unida a la creencia en seres superiores; son muy escasas las representaciones figurativas de dioses que han llegado hasta nosotros. En Panamá era venerada una deidad creadora llamada Chicume y una celeste Chipiria, que quedarán relegadas ante otra de signo contrario, Tuira, a la. que se representa con extremidades en garras.
      b) Mediterráneo antillano (v. ANTILLAS Iv). De la A. ístmica continental irradiaron muy posiblemente diversas formas religiosas a la A. insular, es decir, al Mediterráneo antillano, donde confluyeron varias corrientes pobladoras. Los aborígenes de las Antillas y sus ideas religiosas empezaron a ser conocidos a raíz de las primeras crónicas y relaciones de los navegantes y conquistadores españoles. Con referencia a Cuba, el primer pueblo aborigen y en trance de extinción a la llegada de los castellanos fue el de los llamados guanajatabeyes, en los que imperó una mentalidad prefilosófica y totemistoide. Otros grupos étnicos diferenciados por vez primera por Fray Bartolomé de las Casas (v.) son los llamados siboneyes o ciboneyes, de origen arauaco; profesaban ideas animistas y politeístas que fueron recogidas en parte por Fray Ramón Pané.
      La masa principal de la población indoantillana la constituían los taínos (v. CUBA III, 1; INDIOS 21). Su religión, configurada por el animismo y la creencia en démones protectores y de la vegetación, nos ha dejado expresión interesante de los llamados cemies o zemies, pequeños ídolos o fetiches antropomorfos labrados en piedra o madera y también en madrépora. En las Antillas Menores, los taínos serían desplazados por los calinas, procedentes de Sudamérica y que eran denominados canibas, nombre que Colón transformó en calinas hasta imponerse paulatinamente el de caribes o canibas dando lugar a la voz caníbal que hoy es sinónimo de antropófago. Es muy posible que la religión de estos caribes se presentase impregnada de un fuerte politeísmo y de creencias animistas y, en cierto modo, sea paralela a la que hoy practican los caribes del Bajo Magdalena y los mismos arauacos. No faltaba la creencia en seres superiores, así como en un Creador y Padre común, como también en un espíritu de la Muerte; dominaba una clase de médicos brujos con atribuciones mágico-sacerdotales.
      c) Culturas de Sierra Nevada de Santa Marta (Colombia septentrional). El ideario religioso de estas culturas encuentra peculiar expresión en la llamada cultura tairona; estos indios poseían centros ceremoniales y santuarios (caneyes) a los que acostumbraban a acudir en romería implorando remedio a sus necesidades. Al parecer rendían culto a los planetas, creyendo en el sexo de las estrellas y existía una clase sacerdotal y un colegio de augures.
      d) Región venezolana. Por su complejidad étnica, se hace muy difícil una síntesis del ideario religioso de los nativos, entre los que tienen importancia aquellos existentes entre las tribus guajira y los kaggaba o kogi. En la región noroeste de Venezuela y Guayana florece la religión animista de los arauacos y caribes, que se diluye con los diversos pueblos que viven en las Guayanas en las regiones entre el Orinoco y el Amazonas. Merece interés el politeísmo que se desarrolla entre los nativos de la región de Aragua, expresado en idolillos curiosísimos con ojos en forma de concha de caury. Estas representaciones aparecerán en piedras duras y esteatita en forma de amuletos antropomórficos en Mucuchíes y Trujillo, recordando a veces a los cemies de las Antillas.
      C. AMÉRICA DEL SUR. Las religiones aborígenes de A. del Sur hay que considerarlas agrupadas en diversas regiones culturales:
      1. Área andina septentrional. Sus poblaciones, que han sufrido influencias tanto del N como del S, presentan un ideario religioso un tanto híbrido.
      a) Las religiones aborígenes del mosaico colombiano. Durante siglos, Colombia ha estado al margen de los estudiosos de las religiones primitivas, pero en los últimos lustros el país ha sido estudiado en forma sistemática, lo que permite tener una idea, aunque a grandes rasgos, de las experiencias religiosas de sus pobladores.
      Expresión peculiar asociada a algunas creencias religiosas es el megalitismo, cuyo foco parece encontrarse no lejos del pueblo de San Agustín (cerca del alto curso del Magdalena, a 1.600 m. de altura). Las investigaciones arqueológicas hechas por F. J. de Calvas, y más tarde por L. H. Preuss, H. Trimborn y otros han puesto de manifiesto que la civilización de San Agustín logró amplia expansión, y que los portadores de tal cultura desarrollaron un culto en ocasiones templario de tipo megalítico, con representaciones estatuarias varias de tipo antropomórfico y zoomórfico que hacen pensar en una significación religiosa, a veces con representaciones mixtas de personajes con rasgos animales, como, p. ej., deidades de tipo gorgónico con colmillos de felino surgiendo de las comisuras de la boca. Otras figuras presentan a la principal coronada por otra, que según una teoría podría constituir una representación del segundo «yo» o del espíritu tutelar (nagual o totem individual) del personaje figurado. El pasado de Colombia sólo lo conocemos por diversos rituales funerarios que nos dan constancia de una creencia en un mundo ultraterreno, encontrando particular expresión en la región litoral, en la civilización ecuatoriana de Esmeraldas; en la región propiamente de montaña donde se desarrollarán con ideales particulares las culturas de Pasto, Busaco (tipo San Agustín degenerado); Patía y Guachicono; Popayan, Corinto-Cauca, CalimaCauca, Quimbaya-Quindio, sin olvidar las ya estudiadas en la A. ístmica (v. vi, B).
      En Tierradentro, donde también encontramos estatuas de tipo agustiniano, se han hallado hipogeos y construcciones subterráneas consagradas al culto de los muertos, a las que tenían acceso por medio de escaleras de caracol con cámaras interiores de 2 a 3 m. dé altura y pilares centrales con capitel esculpido y muros a veces con nichos decorados con pinturas geométricas. Conviviendo con esta cultura encontramos a los tairona ya mencionados y a los cliibcha (v.) cuya religión es de gran interés. Sus dioses eran numerosos y de dos clases: los creadores y los que asumían una determinada función. Entre los creadores se puede citar en primer lugar a Chiminiguagua, padre de todo lo creado y particularmente del Sol y la Luna, que provocan el calor, la sequía o la lluvia; la Luna se considera esposa del Sol; éste es objeto de culto y tiene dedicados varios templos. Cuando llegaron los españoles les tomaron por hijos del Sol, lo que facilitó la conquista. Entre las divinidades con atribuciones determinadas puede recordarse a Chibchacun, dios de Bogotá y protector de los comerciantes; Bouchica, héroe cultural y patrón de los caciques; Chuchavia, que se presentaba bajo la'forma de arco iris y protegía a las mujeres grávidas y a los enfermos: Neucatacoa, deidad de los borrachos, a la vez que de los pintores y tejedores, presentándose como un oso cubierto por una capa. Cada uno presidía carreras rituales, haciéndoseles ofrendas de arte plumario.
      Los chibchas poseían varias versiones cosmogónicas. Según una, Chiminiguagua era el origen de todo; según . otra, el Sol y la Luna estaban en el origen del Universo; una tercera atribuía la creación a dos caciques transformados ya en Sol, ya en Luna, de forma que ésta se confunde con la precedente. Los primeros hombres habían sido hechos de barro y las mujeres con hierba. Otro mito nos cuenta cómo el género humano fue engendrado por una Madre común, Bachue. Rasgo característico es la humanización de la divinidad; el Sol es siempre masculino, fecundando no sólo a la Luna, sino también a los mortales, tal como a la madre de Goranchacha, futuro cacique de Tunja. El astro solar habla a los mortales dándoles órdenes; si se enfurece es preciso sacrificarle niños para calmarle. Se da el dualismo (v.), siendo Bochica y Chibchacum los dos rivales.
      Entre los sacrificios más importantes están los de mojas, mozos de 15 a 16 años, considerados intermediarios entre los chibchas y el Sol; eran prisioneros de guerra o adquiridos en un mercado de esclavos desde su más tierna edad. Tenían el ombligo cortado de forma particular, lo que era el símbolo de su oficio, pues la sangre que surgía se consideraba alimento del Sol. Cada cacique tenía sus mojas, que eran sacrificados antes de la pubertad, pero si habían tenido relaciones con una mujer no se les sacrificaba, pues habían perdido sus cualidades como intermediario entre los hombres y el Sol. El sacrificio tenía lugar en una cumbre, en las laderas del este; la víctima era extendida sobre un tejido precioso y se le daba muerte con ayuda de un cuchillo de bambú, se rociaban las rocas con su sangre al romper el alba y se abandonaba el cadáver para que fuera devorado por el Sol.
      A los sacerdotes se les denominaba jeques. Oficiaban en los sacrificios, hacían las ofrendas y presidían toda clase de fiestas, como las conmemorativas de la creación del mundo (en diciembre), las de la construcción de una casa, o bien como purificación, siendo pretexto estas fiestas para danzas y orgías.
      La entronización de un nuevo cacique daba lugar a ritos de potlacht (v. INDIOS 12). Se hacían procesiones por caminos especialmente preparados en la época de las sementeras y de la recolección, efectuaban también carreras rituales que en ocasiones terminaban trágicamente con la muerte por agotamiento de sus participantes.
      b) Las religiones nativas del Ecuador. Muy poco sabemos de ellas, aunque las investigaciones arqueológicas de los últimos años van proporcionando una base para su estudio sistemático. Hoy puede afirmarse que en el ámbito ecuatoriano confluyen, por un lado, el ideario religioso de las civilizaciones nítidamente andinas y culturas del litoral. Entre las primeras se encuentran cinco grandes grupos, designados por la región donde se sitúa su irradiación, de N a S: Carchi, Imbabura, TungurahuaChimborazo, Azuay-Cañar y Loja. Si se exceptúa la región de Carchi, en la que se imponen los indios pasto, y el grupo azuay-cañar de raíz incaica, se quedan reducidas a tres zonas particulares, donde parece imperar un culto politeísta con predominio heliolátrico y animismo. La región del litoral nos ofrecerá numerosas figurillas antropomorfas y esculturas de piedra, que dejan entrever un desarrollado culto animista.
      2. Área andina media. El conocimiento de esta área (Perú y Bolivia) se inicia con los cronistas que ya nos hablaron sobre civilizaciones peruanas anteriores a la de los incas (v.), dándonos informaciones valiosas sobre sus religiones y creencias. También el trabajo de los arqueólogos en los últimos años ha ayudado mucho al conocimiento de la religión de estas civilizaciones, prácticamente enterradas, y que consideraremos dentro de su ordenamiento geográfico:
      a) Costa norte. Nos encontramos con las civilizaciones mochicas y chimús (V. MOCHICA-CHIMú, CULTURA), que adoraban a la Luna (a la que llamaban Si); esta adoración constituyó quizá el nexo espiritual de todos los pueblos costeros. Para el habitante de la costa el Sol era constante, como un déspota astral; por tanto, adoraban a un dios menor: la Luna; en cambio, los incas adoraban al Sol, que calienta al habitante de las montañas y, cuando se pone, el frío invade su hogar. Los chimús de Pacatnamú llamaron a su lugar sagrado Si-An (la casa de la Luna), donde se sacrificaban niños de cinco años. En el valle de Moche los mochicas construyeron dos templos (huatas), uno al Sol y otro a la Luna, siendo el primero el edificio más grande de la costa peruana. El culto a la Luna dio a los mochicas conocimientos astronómicos asombrosos. Los mismos conocimientos sirvieron a los yungas (V. BOLIVIA III, 5) para conocer las estrellas -a las que consideraban como deidades-, su aparición y desaparición, de forma no superada por otros pueblos coetáneos americanos. El culto al agua surgió de la cercanía marítima, apareciendo dioses antropomórficos, pero también con caracteres de criaturas marinas. Cada fenómeno tenía su dios. Entre los yungas, la experiencia religiosa asumió a veces un carácter totemisto¡de. El mundo era vivo y sensible para ellos; todas las cosas animadas o inanimadas tenían un alma y cada persona un ángel de la guarda, Hauqui. Por lo que se refiere a creencias de
      trasvida, para los mochicas el culto funerario surge de la idea de que la muerte es contagiosa porque los muertos no quieren partir; si el cuerpo es enviado en forma inadecuada -sin sus pertenencias, comida, bebida y, si su posición lo permitía, mujeres y criados- quizá no se fuera o tal vez se llevaba consigo algunos de los vivos que mitigaran su soledad. De aquí que las tumbas nos hayan dado gran material arqueológico: cerámica, esculturas de aspecto religioso representando deidades y escenas simbólicas en las que vemos luchar al hombre contra ciertas formas malvadas.
      b) Costa central. En sus valles u «ollas» (en uno de los cuales está Lima) se encuentran dos focos importantes cuyos vestigios arqueológicos nos dan medida de la religiosidad: Ancón y Pachacamac. Pachacamac fue el héroe creador de la Luna y el esposo de Mamacocha, diosa del mar; su fama trascendió a la época incaica. Por lo que se refiere a Ancón, nos ha proporcionado toda una serie de arte textil procedente de sus metrópolis que parece expresar el predominio de una mentalidad animista con especial dedicación al culto de las fuerzas de la naturaleza.
      c) Costa sur. La cerámica de Nazca (V. PERÚ 111, 4) es el testimonio más importante con que contamos a la hora de estudiar la religión preincaica, de decoración generalmente simbólica; junto a representaciones de frutos y animales encontramos una de muy posible significado religioso: un personaje enmascarado de felino (el demón gato) y otras deidades representando cabezas-trofeos, lo que implica un culto al cráneo (v.), que hoy ha quedado relegado a regiones marginales de A., como p. ej. entre los jóvenes del Alto Orinoco.
      d) Las altiplanicies merecen consideración aparte. Según un mito, ya recogido por los conquistadores españoles, los mochicas aparecen como pueblo totalmente constituido, y no se menciona el pueblo que dominaron y desalojaron, posiblemente el artífice de Tiahuanaco (v.), el centro religioso quizá más importante de los Andes. Para los nativos, Tiahuanaco (a 12.500 pies de altura, en el lado boliviano del lago Titicaca) era un lugar sacratísimo; allí mora el dios Con Tic¡ Viracocha, creador del mundo y que habría surgido de una laguna (¿el Titicaca?) de la provincia de Coha Suyu, y allí habría sido creado el Sol, la Luna, las estrellas, el Cielo y la Tierra. El culto de Tiahuanaco sentaría las bases de una religión heliolátrica de difusión internacional. Logró su máxima expansión entre los a. 400 y 1000 y Viracocha suele representarse como la figura del Sol llorando, teniendo como manifestaciones simbólicas cabezas de cóndor y de puma. La extensión del culto al dios lloroso es posible se convirtiera en una invasión religiosa militar, impuesta por la expansión de los chimús, que modificaron la cultura mochica y llegaron a constituir un reino Chimor impresionante, controlando 18 valles-oasis; aquí se impondría como dogma la religión del dios de Tiahuanaco, Viracocha, hasta que los Incas (v.) iniciaron su expansión hacia el S, el N y la costa, chocando con Chimor, lo que originó la decadencia y casi el desmoronamiento de la cultura Chimú, cuyos ideales religiosos, sin embargo, lograron perdurar al fundirse en el culto al dios supremo inca Huiracocha, abriéndose así una nueva etapa religiosa incaica, tratada en otro lugar: v. INCAS II.
      3. Área andina meridional. Las gentes de los Andes meridionales de Argentina y Chile, recibieron el impacto de las altas culturas del Perú. Merecen especial mención los diaguitas (v.) del valle de Calchaqui, que desarrollaron un culto funerario particular referido a los niños enterrados en urnas, así como ceremonias iniciáticas, siendo objeto de culto el Sol, la Luna, las estrellas, los meteoros, ciertas piedras y algunos árboles adornados con plumas. En santuarios en las montañas se depositaban ofrendas.
      Al N de Chile y en los desiertos de Atacama, se desarrolló el culto funerario con enterramientos en cavernas e hipogeos. Es muy posible que su religión animista fuese influida por el culto solar de Tiahuanaco. Otro pueblo que merece particular interés es el araucano (v.), con su creencia en un ser supremo uránico bisexual, omnipotente y omnisciente, pero desinteresado en el orden moral y en la remyneración ultraterrena; en su honor se celebraron ritos públicos y privados, a veces con participación de chamanes (v.). La religión, por otra parte, imponía ritos de homosexualidad en algunos momentos. A la divinidad suprema se añadía una cohorte de divinidades menores y de espíritus personales e impersonales, a los que se achacaban los aspectos benéficos y maléficos de la naturaleza. Entre sus ritos funerarios son típicas la deposición sobre el suelo en la caja en forma de canoa que después era recubierta con tierra, siendo depositados los restos de los caciques en estas mismas cajas sobre ramas de árboles. Por influencia misionera este tipo de deposición fue sustituido, en los últimos años, por la inhumación.
      También merecen tratarse aparte las creencias de los ahorígenes de las pampas y de la patagonia, puesto que los del extremo meridional de Sudamérica, los nativos de la Tierra de Fuego, serán tratados en otro lugar (v. FUEGUINOS II). Particular interés tiene el ideario religioso de los tehuelches (v. INDIOS 12), que conocían un ser supremo, señor de los muertos y desinteresado de las cosas terrenas, pero benévolo en sus relaciones con los hombres; no poseemos testimonio alguno de que se le rindiera un culto oficial. Era designado con varios nombres, entre ellos Soychu, de probable origen puelche (v. INDIOS 17), dado que también los indígenas de las pampas creían, por lo menos en el s. xvlil, en una divinidad benigna de dicho nombre. Frente a él estaba su contrario Gualichú, espíritu del mal al que eran atribuidas las enfermedades y la muerte. La concepción religiosa de los puelches era común a la de los tehuelches, ofreciéndole al dios las mejores tajadas de la carne de ñandú y las primeras botellas de aguardiente. Galichu es también el nombre colectivo usado para indicar multitud de espíritus de la Naturaleza, con los que están en contacto los chamanes de ambos sexos. Entre los charrúas (v. URUGUAY III, 1) existía la creencia en un dios protector personal; para obtener su beneplácito, se sometían a ayunos y penitencias en lugares aislados.
      4. Área Amazónica. Integradas por la cuenca del Amazonas y el actual territorio brasileño. Aunque por la diversidad étnica de los moradores existen serlas dificultades para el estudio de estas religiones, puede hablarse de tres grandes configuraciones: los tupí-guaraníes (v.), los arauacos (v.) y los caribes (v.).
      Entre los primeros los más conocidos son los llamados mundurucú; es característica la ceremonia pro-fertilidad que se celebra en una cabaña especial en la que el chamán (v.) conversa con los espíritus custodios o progenitores de la caza y les propicia mediante sacrificios ofrecidos a cráneos de las especies particulares allí conservadas. El personaje principal de su mitología es Carusacaibe, dios creador y héroe cultural a cuya tutela se confiaba la mayor parte de las instituciones sociales y religiosas, gozando a la vez de una cierta veneración. Entre los tupís orientales se encuentran los tupinambas, que creen en un paraíso terrestre, la tierra del Gran Padre Tamo¡, mítica divinidad celeste a la que se hacen ofrendas y ritos agrarios con canibalismo ritual.
      En la zona central, los carajá, de ideario religioso original, cuyos actos ceremoniales son presididos por el chamán. Los tupis meridionales conocidos como guaraníes (evangelizados en gran parte en el s. XVIII) creen en la reencarnación, lo que explica el valor con que la tribu apapocuva mira el momento de la muerte. Los espíritus vitales del hombre descienden al nacer de la morada de los dioses, del héroe gemelo mayor Nandery quey en el cenit, de Tupan dios del trueno al O, y de la diosa Nandezy «madre nuestra» al E. Al chamán corresponde establecer el futuro de las almas particulares por medio del éxtasis y los cantos propiciatorios que dirigen las almas hacia la Tierra donde no existe el mal y donde reina Nanderubucu.
      Algunos autores incluyen en este área brasilio-amazónica pueblos indígenas de la región del Xingú, de la Bolivia oriental, el área de jurua-Purús, de la montaña peruana y ecuatoriana; entre ellos se imponen diversos rituales agrarios, anímicos y creencias de raíz totemistoide, lo mismo que en la Amazonia noroccidental, morada de los uitotos tucanos, entre los que predomina un canibalismo ritual y el culto a un dios celeste, Husianamui, y al creador y progenitor, Moma, al que se identificaba con la Luna. Como grupos marginales entre los que está profundamente desarrollado el animismo, podemos citar: los tapuya, los gé y sus vecinos del altiplano oriental del Brasil e incluso determinadas tribus del Gran Chaco, en cuya religión vemos un culto astral (Sol y Luna) y la creencia en démones y demiurgos. En la Amazonia septentrional adquiere gran importancia socio-religiosa el chamán intermediario entre el hombre y los totems, de las especies animales y vegetales. En Guayana existe bastante difundida la creencia en los Canaima, espíritus de la selva, que defienden a los ejecutores de las venganzas de sangre y que han servido para inspirar una célebre novela del famoso escritor venezolano Rómulo Gallegos.
     
     

BIBL.: SMITSHONIAN INSTITUTION, Handbook of Southamerican Zndians, Bureau of American Ethnology, Bulletin 143, 6 vol., Washington 1946-50; H. TBIMBORÑ, La América precolombina, Madrid 1965; V. V. VON HAGEN, Culturas Preincaicas (civilizaciones Mochica y Chimu), Madrid 1966; W. KRICKEBERG, H. TRIMBORN, M. MÜLLER, O. ZERRIEs, Les Religions Amérindiennes, París 1962; L. Toxmo, La espiritualidad de las culturas indígenas hispanoamericanas, en Historia de la espiritualidad, IV, Barcelona 1969, 374-430.

J. M. GÓMEZ-TABANERA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991