AMBROSIO, SAN



      Uno de los grandes Padres de la Iglesia en Occidente; obispo de Milán a fines del s. IV. Su influencia fue decisiva sobre todo en la espiritualidad y liturgia occidentales.
      Vida. Nos es conocida a través del extenso epistolario del propio A.; también por datos de contemporáneos suyos, principalmente de S. Agustín. Pero sobre todo por la Vita Ambrosii del diácono Paulino, que le conoció personalmente y recogió abundantes testimonios de su hermana Marcelina. Las otras biografías suyas incluidas en la edición de Migne son poco fiables. Aunque algunos historiadores adelantan su nacimiento hasta el a. 330, con toda probabilidad n. el 339 ó 340 en la ciudad de Tréveris, donde su padre, funcionario romano, era prefecto. Muy pronto se traslada A. a Roma; allí recibe una educación que le prepara para la vida política, siguiendo las huellas de su padre y también de su hermano Satiro. Dotado de
      sólida formación retórica y jurídica, A. es constituido hacia el a. 370 gobernador de la Liguria y la Emilia, con residencia en
      Milán. Su posterior acceso al episcopado aconteció de modo admirable e imprevisto. Desde la época del obispo Auxencio, de
      tendencia arriana, contra quien ya había escrito y actuado S. Hilario de Poitiers, la comunidad cristiana de Milán estaba dividida entre católicos nicenos y simpatizantes del arrianismo. Siendo A. gobernador, murió Auxencio y quiso hacer de pacificador entre ambos partidos para facilitar una rápida y certera elección de nuevo obispo Por entonces (a. 374) A. no había recibido ni siquiera el sacramento del Bautismo, era sólo catecúmeno. Sin embargo, las dos facciones convinieron súbitamente en elegirle a él para obispo. Recibió el Bautismo, y fue consagrado obispo ocho días después, el- 7 de diciembre (fecha en que la Iglesia actual celebra su festividad litúrgico). A., convertido improvisamente de jefe civil en pastor espiritual de Milán, tuvo un excelente pedagogo para los estudios teológicos en el presbítero Simplicio, hombre erudito, que había de sucederle más tarde en la sede episcopal. En la formación eclesiástica de A. tuvo gran importancia la lectura de Orígenes, a quien debe mticho, como casi todos los Padres del s. IV, en su interpretación de la S. E. y también en ciertos puntos de doctrina teológica.
      La actividad de A. obispo fue asombrosa y manifiesta su enorme capacidad de trabajo. Su vida diaria estaba dedicada al cuidado pastoral de sus fieles, sobre todo mediante la predicación, de cuyo fruto y éxito tenemos precioso testimonio en las Confesiones (libro VI, 4) de S. Agustín. Luchó siempre por la pureza de la fe cristiana, contra los que la amenazaban en el s. IV: paganismo y arrianismo. Cabe destacar su intervención ante Valentiniano II emperador, para que la diosa Victoria, retirada por su antecesor Gracíano, no fuera reinstalada en el Senado de Roma. Supo también enfrentarse al gran emperador Teodosio I, exigiéndole hacer penitencia por haber reprimido una revuelta en Salónica con una horrible matanza (a. 390). A. mostró así que también el Emperador está sujeto a las leyes eclesiásticas, confirmando con los hechos la doctrina de su Sermo contra Auxentium, no 34: «El Emperador está dentro de la Iglesia, no por encima de ella». En lucha con el arrianismo se opuso a la ley que daba libertad a los que adherían al sínodo arriano de Rímini. Se enfrentó también a Valentiniano II, que quería entregar ciertos templos a los arrianos: se encerró con multitud de fieles en la basílica Porcia, quedando sometidos a un verdadero asedio hasta que logró que el emperador desistiera de su propósito. La intensa actividad pastoral de A. no le impidió una rica producción literaria de vario tipo. M. el a. 397 y sus restos descansan en la catedral de Milán.
      Obra exegética. En diversos libros comenta A. casi todo el Génesis. De tales comentarios el más importante es el Hexaemeron, que desarrolla una verdadera teología de la creación en torno a Gen l. Contrapone A. la doctrina cristiana de la creación a las de la filosofía griega, tan dispares. Moisés precisamente escribió el relato de la creación para que supiéramos a qué atenernos con certidumbre en medio de tanta discusión y desorientación de los filósofos. A. descarta, en concreto, la doctrina de Platón, quien imagina un triple principio del universo: Dios, la materia, y el ejemplar o idea que Dios quiso reflejar manipulando la materia. El Hexaemeron, comentando los seis días de la creación en seis respectivos libros, presenta un grandioso retablo en el cual los conocimientos profanos de su tiempo están armoniosamente enlazados con la doctrina bíblica y cristiana. Constituye así un grandioso himno a la majestad de Dios, entonado a partir de la contemplación del cosmos. De otra parte, A. recurre a menudo a la exposición moral y a la alusión alegórica: las plantas y animales le sirven de modelo de virtudes cristianas o de símbolo de realidades salvíficas. Otras obras exegéticas, que prosiguen el comentario al Génesis, son de importancia menor. De paradiso afronta los problemas del mal y del pecado, de la obediencia a Dios, de la imputabilidad del hombre transgresor. Plantea ahí A. la difícil y espinosa cuestión: ¿sabía Dios que nuestros primeros padres iban a pecar?, alusiva a las relaciones entre presciencia divina y prevaricación humana. Dios, por cierto, lo sabía -responde-, pero su misericordia y su grandeza se manifiestan en que después de la caída nos ha otorgado bienes todavía mayores que los que habíamos perdido por el pecado. De Caín et Abel es un bello estudio sobre el sacrificio u holocausto grato a Dios. De Noe et arca introduce una exégesis casi puramente alegórico: el arca ofrece ocasión de alegoría para representar el cuerpo humano.
      Otros escritos exegéticos participan a la vez del género hagiográfico y moralizador. Al hilo de algunas narraciones bíblicas, presenta A. la vida de personajes del A.T., viendo en ellos un dechado de vida de justicia. Así, los dos libros De Abraham, comentando ambos el mismo texto (a partir de Gen 12, l), pero el primero en sentido moral (Abraham, prototipo de vida virtuosa) y el segundo en sentido alegórico, más profundo. De Isaac et aninia es un librito de mística, que describe los pasos o processus del alma hacia Dios; está concebido más bien como comentario al Cantar de los Cantares, cuyo texto sirve de argumento para referir los desposorios del alma con Dios. De parecido carácter, a la vez exegético y hagiográfico, son De lacob et vita beata, De loseph patriarcha, De Elia et ieiunio, condenando severamente la glotonería y la embriaguez; De nabuthe jezraelita, sobre el tema de las riquezas; De Tobia, que dedica casi todos sus capítulos a la cuestión de los préstamos. El interés de estas obras está determinado por el hecho de que «la vida de los santos resulta norma para los demás» (De Joseph, cap. l) y también por el de que tales historias o biografías, aunque viejas en el tiempo, siguen teniendo actualidad diaria en su fondo (De Nabuthe, cap. l).
      De carácter más general, no ligadas a determinado libro de las Escrituras, son ciertas obras de A., que bien podríamos considerar como pequeños tratados de Teología bíblica. Tal De benedictionibus patriarcharum, que recorre las diversas fórmulas y episodios de bendición del A. T. para mostrar que obtienen su perfecto cumplimiento en Cristo. De interpellatione lob et David, en cuatro libros, tiene un doble tema: la flaqueza natural del hombre y el escándalo de la dicha de los impíos al lado de la desgracia de los justos, examinando ambos temas tanto en Job como en los salmos deprecatorios davídicos. La obra viene a ser un tratado de la oración suplicatorio y angustiada. En cuanto a la Apología prophetae David, dedicada a Teodosio, exalta la humildad y penitencia de David, sirviéndose del salmo 50. A., como la mayor parte de los Padres, comentó también los salmos, aunque no todos ellos. Escribió unas Enarrationes in 12 salmos, que explayan los salmos 1, 35 a 40, 43, 45, 47, 48 y 61, y asimismo una larga expositio in psalmum 118, el predilecto de los Padres, que describe la obediencia y el amor del justo a los preceptos divinos. Estos comentarios proporcionan, aunque de modo no sistemático, la doctrina moral y ascética de A.
      El N. T. apenas fue comentado por A. Sólo poseemos suya la Expositio Lucae, muy dependiente de Orígenes y en estrecha afinidad con el Commentarium in Mattheum de S. Hilario, e influyente a su vez en la exégesis de S. Agustín. En el prólogo a la obra intenta A. justificar la elección de tal evangelio. Alude a la triple división clásica de la filosofía: natural, entregada a la contemplación de la naturaleza; moral, acerca de la acción humana; racional, distinguiendo lo verdadero de lo falso, Indica después que la sabiduría de Salomón abarcaba esos tres aspectos: natural en el Eclesiastés, moral en el Cantar de los Cantares, racional en los Proverbios. Termina diciendo que el evangelista Juan destaca en la contemplación de la naturaleza y del Verbo por encima de ella, Mateo en la sabiduría moral y Marcos en el aspecto racional. Según A. el evangelio de S. Lucas se caracterizaría, de una parte por conjugar a maravilla esos tres aspectos de la sabiduría, y de otra por su más descollante estilo histórico. Este doble carácter parece haber motivado la elección de Lucas para comentario.
      Tratados sistemáticos. A. vivió de lleno la crisis y controversias posniceanas. Su siglo es el siglo de la teología trinitaria. Tres de sus obras principales están consagradas a defender y explicar 1 divinidad del Hijo y la del Espíritu Santo. De fide trata de la «fe» en su acepción objetiva, es decir, del credo o contenido de verdades a creer. El credo cristiano en el s. IV consistía principalmente en la profesión de fe de Nicea. A. examina, por consiguiente, la igualdad de naturaleza entre el Padre y el Hijo según un temario frecuente en análogas obras contemporáneas: exégesis de declaraciones de Jesús y de los apóstoles; doctrina sobre la posibilidad y modo de filiación o generación en el seno de la divinidad; respuesta a objeciones arrianas, que pretendían apoyarse en ciertos textos bíblicos que parecen hacer a Cristo inferior al Padre. El De Spiritu Sancto trata parecidas cuestiones a propósito de la tercera Persona. En su libro I, cap. 12 a 15, bosqueja una síntesis de teología trinitaria, mostrando la unidad de gracia, gloria y nombre de las tres divinas Personas. Finalmente, De incarnationis dominicae sacramento reemprende los temas del De lide. A. justifica esta obra no por el deseo de añadir algún elemento nuevo de doctrina, sino por la necesidad de responder a cuestiones y dificultades nuevas que han surgido desde la redacción de la anterior (cfr. cap. 7, no 62).
      A. se ocupa también de Teología sacramental, escribiendo dos obras de título muy semejante: De mysteriis y De sacramentos. Ambas tratan de los sacramentos de Bautismo y Eucaristía. La segunda, algo más extensa, desarrolla ampliamente las figuras que en el A. T. prefiguraban ya esos sacramentos cristianos. El tratado De paenitentia tiene carácter predominantemente moral, desarrollando el significado del arrepentimiento en el pecador y de la oración eclesiástica or su conversión; pero posee asimismo un aspecto propiamente sacramental, pues trata de la penitencia pública necesaria para tornar a la comunión eclesiástica, e incluso aborda algunos temas de otros sectores de la dogmática, como, p. ej., la posibilidad de perdón en un Dios que no puede cambiar.
      Escritos morales y ascéticos. En varias ocasiones ha escrito A. sobre la virginidad consagrada a Dios, formando sus obras una bella apología y teología de la vida virginal: De virginibus, De institutione virginis, De virginitate, Exhortatio virginitatis, De lapsu virginis, libros a los cuales cabe añadir De viduis. La postura doctrinal de A. es clara: «No disuado del matrimonio, pero sí quiero destacar los beneficios de la virginidad» (De virgitzibus, libro 1, cap. 6). La vida matrimonial no es pecaminosa, sino sencillamente onerosa: «la cópula marital no tiene por qué ser evitada como una culpa, pero cabe prescindir de ella como de un fardo forzoso» (De viduis, cap. 13, nll 81). La obra más importante de A. sobre ética cristiana es De oficiis ministrorum, que realiza una réplica a la filosofía moral de su tiempo en particular al De oficias de Cicerón, del cual en cierto modo depende, recogiendo su estructura, pero rebasándolo en una nueva orientación, específicamente cristiana. A propósito de Mt 20, 21 señala una interesante distinción entre deberes «medios» y deberes «perfectos», distinción que coincide en sustancia con la que posteriormente se ha venido estableciendo entre preceptos y consejos evangélicos, siendo éstos la plenitud y perfección de aquéllos (libro 1, cap. 11). Otras obras de análogo carácter moral o ascético son De fuga saeculi, comentando pasajes bíblicos que hablan de la necesidad de huir de este mundo, y De bono mortis, obra de clara tendencia platonizante, en la cual la muerte se considera un bien porque gracias a ella el alma queda liberada del cuerpo.
      Otras obras. A. ha dejado abundantes cartas y discursos que tienen interés sobre todo para el conocimiento de la historia de su siglo. En lo que toca a composiciones breves, debemos a A. los primeros himnos litúrgicos de la Iglesia latina. No sólo redactó la letra, sino también compuso las melodías musicales con que se cantaban. No se sabe con certeza cuántos y cuáles himnos exactamente, entre los muchos que tiene atribuidos, fueron escritos por él. Los eruditos no se han puesto de acuerdo a este respecto. Sin embargo, ciertamente son suyos, además de otros menos conocidos, estos que se cantan en la liturgia romana: Aeternae rerum conditor, Deus creator omnium, Iam surgit hora tertia, Intende qui regís Israel. Todos sus himnos están compuestos en dímetros yámbicos acatalécticos de ocho sílabas, distribuidos en ocho estrofas de cuatro versos. El canto de los himnos ambrosianos se difundió rápidamente en Occidente, de suerte que cabe considerar a A. como padre de la himnodía sagrada latina.
      Doctrina. A. no ha sido un autor doctrinalmente decisivo en la historia de la teología o del pensamiento cristiano en general. Su mayor aportación estriba en su teología de la virginidad, ya antes enunciada, y también en la creación de himnos para uso litúrgico. En lo que toca a su exégesis, reconoce con Orígenes, además del sentido literal o histórico, el sentido moral de las Escrituras, y también el alegórico, llamado asimismo espiritual o místico. En lo que concierne a su teología trinitaria y cristológica, tampoco hallamos en él nada estrictamente original; su doctrina es la común de los Padres del s. IV. Desde el punto de vista doctrinal tal vez lo más característico suyo está en la antropología. Para A., la esencia del hombre la constituye el alma, no el cuerpo. Sólo el alma define la personalidad humana; el cuerpo es un velo, un vestido del alma, algo que pertenece al hombre, pero que no es el hombre. En el Hexaemeron, libro VI, cap. 7, nº 43 escribe: «Así, pues, nuestra alma es a imagen de Dios. En ella, hombre, consistes por entero». Y en el mismo libro, cap. 8, no 50, interpelando de nuevo al hombre, dice así: «Conócete, pues, alma hermosa, ya que eres imagen de Dios. Conócete, hombre, ya que eres gloria de Dios». Alma y cuerpo representan un sólo componentes ontológicos del hombre, sino también fuerzas éticas. Cuando A. escribe: «el alma da la vida al cuerpo, la carne en cambio contagia la muerte al alma» (De bono mortis, cap. 7, nll 26), entiende tal afirmación en sentido a la vez metafísico y moral. De ahí que «alma» venga a significar el hombre entero en cuanto fiel a Dios, mientras que «carne» designa al hombre en cuanto pecador. Un pasaje de la obra De Isaac et anima, cap. 2, conecta bien significativamente esos dos aspectos de la antropología ambrosiana: «¿Qué es, pues, el hombre? ¿El alma y la carne, o la conjunción de ambos ? Dícese 'hombre' tanto del alma como de la carne. Pero con esta diferencia: cuando se habla de alma para designar al hombre, se significa aquel que adhiere a Dios, no a su cuerpo ... ; cuando por el contrario se toma al hombre como carne, se expresa al pecador».
     
     

BIBL.: Las obras de A. están editadas en la Patrologia latina de Migne, vol. 14 a 17, que comprende ciertas obras apócrifas (v. AMBROSIASTRO) y algunas otras dudosas. Edición crítica de algunas obras de A. ha aparecido ya en la serie Corpus scriptorum ecclesiasticorum latinorum, de Viena. Sobre A. y su obra pueden consultarse: Sant' Ambrogio (nel XVI centenario della nascita), Milán 1940; Ambrosiana, en Scritti di Storia, Archeologia ed Arte, Milán 1942; G. M. DREVES, Ambrosius, der Vater des Kirchengeranges, Friburgo Brisg. 1893; H. v. CAMPENHAUSEN, Ambrosius von Mailand als Kirchenpolitiker, Berlín 1929; M. F. BARRY, The Vocabulary of the moral-ascetic Works of St. Ambrosius, Washington 1926; fD., The Latinity of the Letters of St. Ambrosius, Washington 1927; G. DEL TON, Gli inni di Sant' Ambrogio, Como 1939; A. LARGENT, art. Ambroise, en DTC, I, 942-951; W. SEIBEL, Fleisch und Geist beim heiligen Ambrosius, Munich 1958; H. DUDDEN, The Life and Times of saint Ambrose, 2 vol., Oxford 1935; A. STEIER, Untersuchungen über die Echtheit der Hymnen des Ambrosius, Leípzig 1903; E. CATTANEO, Il Breviario ambrosiano, Milán 1943; P. COURCELLE, Nouveaux aspects du platonismo chez St. Ambroise, «Rev. des études latines» 34 (1956) 157-165; FR. WEiss, Der hl. Ambrosius an die Priester, «Schweizerische Kircheneitung» 126 (1958) 310-312; P. ROLLERO, «Expositio evangelii secundum Lucam» di Ambrogio come fonte della esegesi agostiniana, Turín 1958; VARios, Ambrogio di Milano, en Bibl. Sanct.. 1, 945-990.

 

A. FIERRO BARDAII.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991