ALTAR
SAGRADA ESCRITURA
Nombre y
significación. El a. es una superficie horizontal y plana, en
forma de mesa, un tanto elevada sobre la tierra, qué está
destinada al sacrificio. Puede ser de tierra, madera, piedra o
metal. En el A. T., el a. es llamado mizbbeah, «lugar sobre el
cual se sacrifica», de la raíz z¿ibáh, «sacrificar, inmolar» (Gen
8, 20; Lev 1, 9.13). Los Setenta traducen el término hebreo por
las expresiones zytérion, zygiastérion. Este último término griego
se emplea también en el N. T. para designar el a. En el A. T. se
emplea a veces la palabra bámáh, «altura», pero, de ordinario,
esta expresión está reservada para designar los altares y los
lugares de culto idolátricos (Lev 26, 30; 1 Reg 11, 7; 2 Reg 23, 8
ss. 15.19; Is 36, 7). El libro de Ezequiel (43, 15 ss.) llama al
a. ari'el. También se dice sulhán, «mesa» (Ez 41, 22; Mal 1,
7.12).
El altar en el Antiguo Testamento. El primero del que nos
habla la Biblia es el de Noé (Gen 8, 20). Sin embargo, el uso del
a. debe de ser de época muy anterior (Gen 4, 3 ss.). Abraham
edificó altares conmemorativos en Siquem (v.), Betel (v.), Mambré
y uno para sacrificar a su hijo Isaac (Gen 12, 7 ss.; 13, 4.18;
29,9). También Isaac edificó en Bersabé un a. conmemorativo (Gen
26, 25) y Jacob en Betel (Gen 28, 18; 35, 14). Todos estos a., así
como los de los tiempos primitivos, estaban construidos al aire
libre, bajo los árboles o en la cima de las colinas y de los
montes (Gen 22, 2.9; Ez 18, 6.15), con piedras sin tallar o con
terrones y quizá sin ornamento. Así, p. ej., una de las
prescripciones mosaicas más antiguas (Ex 20, 2426) establece que
el a. sea sólo de tierra o de piedras sin tallar y que el acceso a
61 no tenga gradas. Primitivamente estaba permitido levantar a. en
todos los lugares en que los israelitas querían honrar a Yahwéh:
tenemos noticia de a. erigidos sobre el monte Ebal (los 8, 30), a
orillas del Jordán (los 22, 9 ss.), en Ofra (Idc 6, 11.24 ss.), en
Siquem (los 24, 26 ss.), en Mispá (1 Sam 7, 9), en Rama (1 Sam 7,
17), etc. Por la historia de Salomón sabemos que en Gabaón existía
un lugar de culto con a. en donde se ofrecían sacrificios (1 Reg
3, 4; 1 Par 16, 39). Durante casi todo el periodo monárquico
subsistieron a. y sitios de culto en los lugares altos (1 Reg 15,
14; 22, 44). Todos estos a. estaban dedicados al culto del
verdadero Dios. Pero también los israelitas erigieron, en diversas
circunstancias, a. a divinidades idolátricas: en el Sinaí, al
becerro de oro (Ex 32, 16); bajo los reyes, se multiplicaron los
a. idolátricos: se dedicaron al dios ammonita Moloc y al dios
moabita Kamos, al dios Baal (v.) y a Astarté (v.) (1 Reg 11, 5.7;
16, 3.32; 23, 13; 2 Reg 10, 18 ss.; 11, 18) así pecaron y ponían
en grave peligro la pureza del yahw4smo (V. SANTUARIO; LEVÍTICO).
Los a. israelitas del culto legal eran dos: el de los
holocaustos y el del incienso. Ambos existieron en el tabernáculo
del desierto y posteriormente se encontraban también en el templo
de Salomón. El altar de los holocaustos era, según Ex 27, 18; 38,
17, de forma cuadrada y de madera de acacia revestida de bronce,
con una altura de 1,50 m. y anchura y longitud de 2,50 m. Los
cuatro ángulos superiores terminaban en cuatro prominencias o
cuernos de bronce que formaban cuerpo con el resto del a. (Ex 27,
2). Estos «cuernos» parece que simbolizaban la fuerza y la
omnipotencia divinas. Por eso, en los sacrificios se los rociaba
con la sangre de las víctimas. El que se refugiase en el templo y
se agarrase a los cuernos del a., por muy criminal que fuese, era
considerado como inviolable (1 Reg 1, 50; 2, 28), a no ser que se
tratase de un homicidio voluntario (Ex 21, 14; v. vENGANZA).
Bastaba que uno de los cuernos del a. se rompiese para que el a.
perdiera su carácter sagrado (Am 3, 14). El a. de los holocaustos
estaba rodeado en su parte superior por un rebordillo, karkób (Ex
27, 5), para evitar que cayeran al suelo las cosas que se ponían
encima. Sólo lo podían tocar los sacerdotes (Ex 29, 37; 30, 29).
Estaba colocado en medio del atrio del tabernáculo (Lev 4, 18), y
se subía a 61 por una rampa (Lev 9, 22).
Sobre dicho a. debía arder continuamente el fuego
sacrificial (Lev 6, 2), y sobre 61 se ofrecían los sacrificios
sangrientos, es decir, el holocausto, en el que toda la víctima
era quemada sobre el a.; los sacrificios pacíficos o de acción de
gracias, en los que sólo se quemaban sobre el a. las partes grasas
del animal ofrecido (Lev 3, 5); y los sacrificios por el pecado y
por el delito (Lev 4, 10.18 ss.; 7, 2). Todas las mañanas y tardes
se ofrecía en él un sacrificio como ofrenda regular y oficial de
Israel a su Dios. Era «el holocausto perpetuo» de que nos hablan
los Libros sagrados (Num 28, 3 ss.). La sangre de las víctimas,
después de rociar los cuernos del a., era derramada a los pies del
mismo (v. SACRIFICIO II).
El a. de los holocaustos del Sinaí, y probablemente todos
los que se construyeron después, se consagraron con un ritual
solemne. Se ungió el a. con óleo santo y después se hicieron siete
aspersiones con la sangre del sacrificio por el pecado. Este rito
se repitió durante siete días (Ex 29, 12 ss.; 36 ss.; 30, 25 ss.;
40, 9 ss.; Lev 8, 10 ss.). Después de esta ceremonia, el a. se
inauguró con una serie de sacrificios que duraron 12 días, durante
los cuales los jefes de cada tribu ofrecieron en sacrificio
numerosas víctimas (Num 7, 1084). Desde entonces se estableció que
todos los sacrificios tenían que ser ofrecidos sobre el a. de los
holocaustos.
Más tarde, cuando Salomón (v.) construyó el templo de
Jerusalén (v. TEMPLO II), el a. de los holocaustos, llamado
frecuentemente «el a. de bronce» (1 Reg 8, 64; 2 Reg 16, 14 ss.),
conservó su puesto en el atrio que estaba delante del vestíbulo
del templo, o sea, en el atrio interno (Ioel 2, 17), las
dimensiones del a. construido por Salomón eran mucho mayores, pues
así lo exigía la abundancia de los sacrificios (1 Reg 8, 64; 2 Par
4, 1). Se subía a 61 por una rampa dividida en tres series de
peldaños (cfr. Ez 43, 17).
El altar del incienso o de los perfumes se llamaba así
porque estaba destinado a la oblación y a la combustión de los
perfumes en honor de Yahwéh (Ex 30, 110). Era de madera de acacia
revestida de oro y terminaba en un reborde también de oro que
impedía la caída de los perfumes y de las brasas. Sus proporciones
eran pequeñas: medio metro de largo y de ancho y un metro de alto
(Ex 39, 38; 40, 5.26). Los cuatro ángulos terminaban también en
cuatro «cuernos». Fue consagrado con óleo (Ex 30, 25 ss.), y
estaba colocado en el interior del tabernáculo, en el Santo, entre
el candelabro de siete brazos y la mesa de los panes de la
proposición (Ex 30, 6). Sobre 61 se quemaban aromas en honor de
Yahwéh por la mañana y por la tarde (Ex 30, 7 ss., 3136) y sobre
sus «cuernos» se ejecutaba un solemne rito de expiación (Ex 30,
10; Lev 4, 2 ss.). En el templo de Salomón, el a. del incienso fue
construido con madera de cedro y revestido de oro; por eso se le
llama «a. de oro» (1 Reg 7, 48). También existía este a. en el
templo de Zorobabel (1 Mac 1, 23; 4, 49; 2 Mac 2, 5) y en el de
Herodes el Grande.
El a. por excelencia para todo israelita era el de los
holocaustos, que constituía como el símbolo de todo el culto del
A. T. El construido por Salomón fue profanado posteriormente
varias veces, sobre todo en tiempo del rey Ajaz (742727), que
edificó como a. en el atrio del templo, de forma pagana, y relegó
a un lado el a. de los holocaustos (2 Reg 16, 10 ss.). El rey
Ezequías lo debió volver a colocar en su sitio (2 Reg 18, 46).
Manasés (692642) también profanó el a. de los holocaustos, pero
más tarde se arrepintió y lo restableció en su lugar primitivo (2
Reg 21, 4 ss.; 2 Par 33, 4 ss. 16). Cuando los ejércitos de
Nabucodonosor II (v.) se apoderaron de Jerusalén e incendiaron y
profanaron el templo, también el a. de los holocaustos fue
profanado y destruido (2 Reg 25, 9.13 ss.). Al retorno del
destierro, los judíos reedificaron el a. de los holocaustos según
la antigua legislación (Esd 3, 26; cfr. Ex 27, 18). Antíoco IV
Epífanes volvió a profanarlo de nuevo (1 Mach 1, 23.57; 4, 38).
Judas Macabeo lo hizo demoler y en su lugar levantó otro con
piedras nuevas sin labrar, conforme lo prescribía la Ley (1 Mach
4, 47), inaugurándolo solemnemente e instituyendo la fiesta de la
Dedicación. Posteriormente parece que el a. de los holocaustos no
sufrió modificaciones importantes. En el templo de Herodes el
Grande se conservó el existente, aunque tal vez se haya agrandado
un tanto (cfr. Flavio Josefo, De Bello judaico, 5, 5, 6).
El altar en el Nuevo Testamento. El a. de los holocaustos,
en unión con el templo de Jerusalén, tenían una extraordinaria
importancia para los judíos, pues eran como el símbolo de su fe y
de su vida religiosa. Jesucristo alude también al a. de los
holocaustos en el Sermón de la montaña (Mt 5, 23 ss.), y cuando
nos dice que los judíos tenían la costumbre de jurar por el a. y
por el templo (Mt 23, 18). Jesús y los Apóstoles frecuentaban el
templo, pero parece que se abstuvieron de ofrecer sacrificios. En
todo caso, lo que para Jesús y los Apóstoles tenía importancia era
la religión interior y espiritual. En adelante, Dios, que es
espíritu y está en todas partes, no puede consentir que su culto
se limite a un solo lugar. Dios hará que sea adorado en todas
partes, pues ha de serlo «en espíritu y en verdad» (lo 4, 24).
Jesucristo sustituyó el sacrificio cruento del templo de Jerusalén
por el de su vida y muerte en la cruz, ordenando a los Apóstoles
en la Última Cena su perpetuación y aplicación a través del
sacrificio incruento de la Eucaristía (v.), que diariamente se
ofrece en miles de a. por toda la tierra.
S. Pablo llama al a. Zysiasterion y trapedsakyriou, «mesa
del Señor» (Heb 13, 10; 1 Cor 10, 21). Esta segunda expresión cayó
pronto en desuso, permaneciendo sólo la primera. La mesa del
Cenáculo (v.) sobre la que
Jesús celebró la última Cena (v. CENA DEL SEÑOR) era
posiblemente de madera. Por ese motivo, o por simples razones
prácticas (p. ej., traslados en caso de persecución), los primeros
cristianos se sirvieron en general de mesas de madera para
celebrar la Eucaristía. Para S. Pablo, como para todo cristiano,
el verdadero a. es el mismq Cristo inmolado por quien ofrecemos
nuestras súplicas a Dios. De ahí que la epístola a los Hebreos
(13, 10) diga que «no es lícito que coman de este a. los que
sirven al tabernáculo». El hagiógrafo contrapone aquí el a.
cristiano al tabernáculo judío. Los que sigan sirviendo a la
Antigua Alianza, que es sombra de la Nueva Alianza, están
excluidos de la participación en el a. que es Cristo. El
Apocalipsis nos habla del a. celeste que vio Juan (Apc 6, 9; 8, 3
ss.; 9, 13; 14, 18; 16, 7), el cual, por la forma y el uso, se ve
que está calcado del a. del incienso del A.T. Un ángel derramaba
perfumes sobre el fuego que ardía en él (Apc 8, 3), perfumes que
simbolizaban las oraciones de los santos. La liturgia latina de la
Misa alude a este pasaje cuando el sacerdote pide a Dios que «por
manos de su ángel las ofrendas sean presentadas sobre el altar del
cielo, en presencia de la divina Majestad».
V. t.: SACRIFICIO II; TEMPLO Il.
BIBL.: J. DE GROOT, Die Altüre des Salomonischen Tempelhofes «Beitráge zur Wissenschaft vom Alten (und Neuen) Testament», Leipzig 1924, 6164; K. GALLING, Der Altar in den Kulturen des alten Orients, Berlín 1925, 1320; J. Hi1NEL, Der Altar Salomos «Theologische Studien und Kritiken» 107 (193637) 195209; E. KALT, Archeologia Biblica, 2 ed. Turín 1944. 109 ss.; l. J. STAMM, Zum Altargesetz im Bundesbuch (Ex 20,24), «Theologische Zeitschrift» 1 (1945) 304306; A. FERNÁNDEz, Geographica. El Gran Bamah de Gabaón, en Miscellanea Biblica Ubach, Montserrat 1953, 137145; J. CARMIGNAc, Vutilité ou 1'inutilité des sacrifices sanglants dans la Regle de la Communauté de Qumrán, «Rev. Biblique» 63 (1956) 524532.
JOSÉ SALGUERO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991