ALEJANDRIA (Iskandariyya)

ESCUELA TEOLÓGICA.


En los primeros tiempos del cristianismo, A. aventajaba a Roma en la importancia de sus escuelas. No sin causa era la sede del helenismo. La religión cristiana llegó muy temprano a A. y con ella la necesidad de establecer una catequesis (v.), como se hacía en todas partes en que penetraba la Iglesia (Gal 6, 6). La función de ilustrar a los catecúmenos la confiaba el obispo a un presbítero, cuyas explicaciones seguían personas de toda edad y condición. La Iglesia se desarrollaba en A. en medio de filólogos, de filósofos, de exegetas judíos, de toda índole de sabios; y minada en sus principios por los gnósticos (v. GNOSTICISMO II, 2), exigía que su catequesis fuera una escuela elevada y científica. Si bien la religión de Cristo más que una filosofía era una revelación, mal podía aceptarse en A. si no solucionaba muchos problemas ideológicos y llegaba hasta cierto punto a crear una filosofía. Quizá por esto la catequesis de A. se llamó en seguida Didaskallion, «escuela», atribuyéndose su fundación al evangelista S. Marcos (Eusebio, Historia ecclesiast., 2, 16; 5, 10: PG 20, 454; S. jerónimo, De viris illustribus, 3, 36: PL 23, 631.651; cfr. J. Salaverri, o. c. en bibl.). Este matiz científico con que el Didaskallion exponía la doctrina de Cristo aparece testimoniado ya en el s. ii, siendo Panteno (v.) su primer director conocido, e inmediatamente después de 61 los célebres Clemente Alejandrino (v.) y Orígenes (v.). Por exigencias de los hechos los jefes del Didaskallion quedaron inmersos en el torbellino de las ideas de A.
      La filosofía de la Escuela. El escepticismo (v.) y los sofistas (v.) ponían en tela de juicio las doctrinas pitagóricas, académicas y peripatéticas, y luchaban por imponerse el estoicismo, el epicureísmo y el escepticismo (v. ESTOICOS; EPICúREOS; etc.). Sobre estas competiciones triunfaban los idealistas y los eclécticos (E. Zeller, Die Philosophie der Griechen, III b, 7 ed. Leipzig 1923, 251). El centro de estos movimientos filosóficos era A. Como en sus puertos se mezclaban las mercancías del Oriente y del Occidente, así en sus escuelas se reunían maestros y discípulos de todo el Imperio romano. De su anhelo de convivencia y de tolerancia sobrevino una mezcla tal de doctrinas que resultaba difícil el distinguirlas entre sí. Con todo, preponderaba el gnosticismo (v.) y el neoplatonismo (v. NEOPLATÓNICOS). Aunque el gnosticismo no surgiera en A., en esta ciudad llegó a su cima, por obra de Basílides, Valentín (v.) y Carpócrates, aproximándoseles Marción (v.), a quien no podemos llamar claramente gnóstico, pero que constituyó un grave peligro para la unidad de la Iglesia católica.
      El neoplatonismo, aun admitiendo la trascendencia de la divinidad, reaccionó contra el gnosticismo, pero fracasó en su tentativa de restauración filosófica y religiosa. El triunfo sobre el gnosticismo lo consiguió la escuela cristiana de A., apoyándose en la razón y en la fe. La razón investiga la verdad, siguiendo los principios de la filosofía griega; pero sobre ella está la fe, de la que pensaban así: 1) La materia de la fe nos la impone la Revelación divina; el espíritu humano puede alcanzarla, apropiársela y explicarla, pero no puede incrementarla sustancialmente ni mudarla. 2) La ciencia no puede engrandecer ni elevar la certeza que la fe comunica, ni la materia de la misma fe; pero sí puede lograr una explicación más perfecta de la forma con que se presenta al entendimiento. 3) La fe, base inmutable y regla de la ciencia, es el punto de partida del conocimiento de lo divino; ella suministra los principios que no tienen necesidad de prueba, porque se apoyan en la infalibilidad y veracidad de Dios revelante. 4) La fe atisba los rayos de verdad que puede haber en las enseñanzas paganas, y se fundamenta en la S. E. y en la Tradición de la Iglesia. 5) Verdad revelada y ciencia verdadera no pueden oponerse, porque tienen una fuente común, el Verbo de Dios. Por eso el Didaskallion no tiene miedo a la ciencia, ni a la exégesis judía, sino que se sirve de ellas. La filosofía tiene parte de verdad, pero hay que robustecerla con la prestación de toda la verdad, que se halla en el cristianismo. Por otro lado, la exégesis bíblica, floreciente en aquellos días, por obra de Filón (v.), debe completarse con las nuevas revelaciones del Hijo de Dios, que vino a este mundo no a desautorizar el A. T., sino a completarlo (v. ATENÁGORAS, 1 y 4).
      La teodicea. Frente a los intentos de reconstrucción de una religión y de una moral puramente natural, la teología cristiana afirma sus principios primitivos con el marchamo de la Revelación, manifestada en los libros santos y en la tradición sobrenatural, lo cual supone no ya sólo una doctrina filosófica, sino también una ciencia teológica. Acepta la trascendencia de Dios, afirmando la existencia de un Ser superior a todas las cosas, y a todas las categorías del pensamiento. Este Ser supremo no está relegado a la distancia inaccesible y tenebrosa del gnosticismo valentiniano. Dios está presente en la intimidad de todas las cosas, sin confundirse con ellas, como querían los estoicos. Incluso se le puede conocer por medio de las criaturas, como dice la S. E, El cristianismo no pretende negar lo que haya de verdad en la filosofía con relación al hombre y a Dios, aspira a confirmar esa verdad con la autoridad de la palabra divina: «Así como la Ley fue pedagogo que llevó a Cristo a los hebreos, así lo fue la filosofía para los griegos. La filosofía prepara, pues, y abre el camino para Cristo a aquel que debe ser perfeccionado por el mismo Cristo (Clemente A., Stromata 1, 5). Palabras que, recogidas por S. Basilio y S. Agustín, pasan a Boecio y Casiodoro, penetran la Escolástica (v.) y llegan hasta la teología moderna. «Lo difícil dice Denis para A. no era el no ser conciliadora, sino el no serlo más que en una cierta medida, y el combinar la teología elaborada por los filósofos judíos o griegos, con la tradición apostólica sobre Cristo, sin violentar ni desnaturalizar esta tradición» (o. c. en bibl., p. 7).
      Frente al panteísmo estoico, los padres alejandrinos debían exponer la trascendencia de la divinidad y liberarla de las cualidades puramente humanas que el antropomorfismo le confería; frente al gnosticismo, debían atribuirle algunas propiedades análogas a las nuestras, pero en grado eminente. En el primer aspecto se fijó sobre todo Clemente (v.) y en el segundo Orígenes (v.). No han faltado teólogos que han exagerado este matiz negativo de la teología de Clemente (cfr. Petau, Theologia dogm., París 1864, cap. 5 n. 6; G. Bardy, o. c. en bibl.), sin advertir que responde a las necesidades impuestas por la controversia. Aunque alguna afirmación resulte ambigua, afirman sin titubeo que Dios está íntimamente presente en las criaturas por su inmensidad; y, aunque es cierto que «a Dios nunca lo ha visto nadie» (lo 1, 18) y que «nadie conoce al Padre mas que el Hijo y a quien el Hijo lo quiera revelar» (Mt 11, 27), Dios es cognoscible de alguna manera por sus criaturas (Clem. Alej., Strom. 1, 29: PG 8, 806), como de hecho los filósofos griegos lograron un conocimiento de Dios, aunque confuso y enigmático (ib., 6, 17: PG 9, 380 ss.). Orígenes enseña que las obras de la Providencia manifiestan las perfecciones de Dios (Princip. 1, 1, 6: PG 16, 124).
      De estos conceptos de la teodicea alejandrina deriva el simbolismo que ellos ven en los hechos contingentes y el alegorismo que aplican en la exégesis de la S. E. El A. T. no es más que una imagen de la realidad que sé presenta en el Nuevo. Otro rasgo característico de los estudiosos alejandrinos es la preocupación moral, sobre todo en Clemente. Clemente es un teólogo moralista. Tal se manifiesta en el Pedagogo y en Stromata sobre todo al tratar los temas de la continencia, del matrimonio, del martirio, etc. (cfr. E. de Fayl, o. c. en la bibl.), y el mismo Orígenes, de suyo más místico, en las Homilías (cfr. P. Batiffol, o. c. en la bibl., p. 123).
      Antropología. Con respecto al hombre afirman resueltamente la dignidad humana. El hombre es un ser especial dentro de la creación, por su belleza y por el origen de su alma que no procede por generación (Clem. Ale¡., Strom. 6: PG 9, 359). Clemente borra del catálogo de los filósofos a todos los resabiados de epicureísmo. Orígenes define al hombre como «animal racional», definición que tanto juego ha de prestar en la filosofía. El cuerpo es corruptible, el alma inmortal. Contra Filón y Plotino, que identifican el alma con la divinidad, afirma Clemente que es «una criatura del Todopoderoso» (ib., 3, 14: PG 8, 1194). Nuestra participación del Logos no es sustancial, sino por gracia.
      Frente al determinismo de los gnósticos, Clemente y Orígenes defienden la libertad humana: el bien y el mal no están inherentes ni en el espíritu ni en la materia, sino en el uso que se hace del libre albedrío. Otro punto que luego influirá grandemente en la moral de S. Agustín y en la Escolástica es la idea del orden natural, norma de nuestras acciones. Obrar conforme a la ley natural es seguir la voluntad divina. El conocimiento de la Física tiene por objeto investigar el orden que nos lleva a acomodar nuestra vida con la ley natural (Oríg., Prol. in Cant.: PG 13, 75).
      De aquí procede la importancia que se da en la escuela de A. a la filosofía griega, comó disposición natural para el estudio de la Revelación. Orígenes se sirve de la ciencia de los griegos para la exposición de sus doctrinas, sin identificarse con el espíritu griego. Sigue a Platón en lo posible, para exponer sus ideas, pero se aparta de él cuando la fe cristiana le ofrece la solución de un problema. Las doctrinas de Orígenes no son ni de Platón ni de los estoicos, sino del propio Orígenes y de su tiempo.
      Teología. Maestros posteriores; las dos épocas de la Escuela. En el centro de la enseñanza enciclopédica los doctores alejandrinos pusieron la ciencia de Dios, la Teología. No llegaron a una síntesis en el método teológico, pero entroncaron esta ciencia con los saberes humanos, y esto lo alcanzaron por dos caminos: concibiendo la ciencia profana como un pórtico de la verdadera sabiduría; y considerando las verdades de la fe como principios de síntesis, que robustecen la inteligencia humana. El primer método, ascendente, parte de lo visible para llegar al Ser invisible (es el modo de proceder familiar a S. Alberto Magno, Opera omnia, XII, París 1896, 2; y de su discípulo Santo Tomás, Opusc. LXIII, qIl, a3.7); en este sentido formuló Clemente su famosa frase Philosophia 'ancilla Theologiae. El segundo método, en que la razón opera iluminada y sostenida por la fe, tiene su exposición cabal en Clemente (Strom. 2, 11: PG 8, 984); la fe es lo único que puede llevarnos a una verdadera gnosis. Gnosis que, considerada como un desarrollo de la fe, llega a S. Agustín, a S. Anselmo y a la Escolástica (cfr. Didot, Logique surnaturelle subjective, París 1891, 254 ss.).
      Las circunstancias en que hablan del Logos, p. ej., Orígenes contra Sabelio (v.) y Berilo, les hacían insistir en la distinción de la personalidad del Verbo, y llegan en algún momento a dar al Hijo un rasgo de ser intermediario entre el Padre y las criaturas (Orig., Contra Celsum, 3, 37: PG 11, 1239). Lo mismo hay que decir de los alejandrinos posteriores, que lucharon contra el sabelianismo, como el obispo Dionisio (v.) (247264), que en su escrito a Armonio y Eufanor, intensificando las expresiones de distinción de la personalidad eterna y divina del Verbo, caía por exceso de celo, como Orígenes, en dicciones que comprometen su igualdad de esencia con el Padre. Lo que un siglo después escribía S. Basilio (Epist. 1, 9: PG 32, 267) sobre Dionisio puede aplicarse a la mayoría de los doctores de A. (cfr. J. LebretonJ. Zeiller, Histoire de l'Ég1jse, 2, 1946, 319332).
      Por el mismo camino subordinacionista procedió Teognosto, sucesor de Dionisio en la Escuela (265282); y Pierio, que sucedió a Teognosto, siguió errando en cuanto al misterio de la Trinidad (v.). Fue necesario llegar a Pedro de A. (ca. el 300) para que en el Didaskallion hubiera un concepto claro sobre la consustancialidad e igualdad del Verbo con el Padre. Pedro corrigió también la doctrina origenista de la preexistencia del alma, y de su encarcelamiento en el cuerpo por un pecado cometido anteriormente. Esta ortodoxia se turbó pronto con la llegada de Arrio (v.). Como él traía (v. ANTIOQUÍA DE SIRIA IV) un sistema distinto de exégesis, los padres de A. abandonaron la interpretación alegórica y adoptaron el sistema históricogramatical. La Escuela de A. volvió a florecer, y esta vez con una seguridad y ortodoxia admirables. El orientador de esta segunda etapa fue S. Atanasio (v.) frente a Arrio, seguido del teólogo de la Trinidad, Dídimo el Ciego (v.); como luego lo será S. Cirilo (v.) frente a Nestorio (v.), explicando como un teólogo moderno la unión hipostática entre el Verbo y la Naturaleza humana de Jesús (V. ENCARNACIÓN).
      V. t.: PANTENO; CLEMENTE DE ALEJANDRÍA; ORÍGENES; y los demás artículos sobre los maestros de Alejandría citados en el texto.
     

BIBL.: H. E. F. GUERucE, De schola quae Alexandrie floruit catechetica, Pars posterior, Halle 1825, 125448; DTC, 1, 805823; DACL 1, 11671182; P. BATIFFOL, Ancienne Litterature chrétienne, París 1897; 1. SALAVERRI, La filosofía en la Escuela de Alejandría, «Gregorianum» 15 (1934), 485499; J. DENIs, La philosophie d'Origine, París 1884; E. DE FAYE, Clément d'Alexandrie. París 1909; G. BARDY, Clemente de Alejandría, trad. esp. J. Guasp, Madrid 1930; L. ALLEVI, Ellenismo e cristianesimo, Milán 1934, cap. 2; P. BREzzi, La gnosi cristiana di Alessandria e le antiche scuole cristiane, Roma 1950; M. PEINADoR, El aiegorismo de la escuela alejandrina, «Virtud y Letras» (1951) 1317; A. VAccARI, Il primo sbozzo di Universitá cristiana, en Scritti di Erudizione, Roma 1952, 7396; P. NAUTIN, Tome commémoratif du Millénaire de la Bibliothéque d'Alexandrie, Alejandría 1953, 145152 (sobre Panteno).

J. GUILLÉN CABAÑERO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991