AIRE

SIMBOLISMO RELIGIOSO


El a., como elemento misterioso, invisible, pero perceptible en sí mismo y en sus efectos refIescantes o desoladores, esencial para la vida de todos lós vivientes, traspasó pronto su área física o climatológica y se introdujo en distintos sectores de las religiones antiguas.
      El aire y la divinidad. Entre muchos pueblos el a., lo mismo que otras grandes fuerzas naturales: sol, mar, etc., en la medida en que hablan al hombre de profundidad, altura, riqueza, etc., han sido medio o instrumento de elevarse hacia Dios o de hablar de Él. En los primeros capítulos del Génesis parece desempeñar una misión mucho más profunda que la de hacer agradable el paseo de Yahwéh (Gen 3, 8). La brisa se muestra, junto con la luz (v. LUZ II), como teofanía (v.) ordinaria, no antropomórfica, de Yallwéh .(2 Sam 5, 24; 1 Reg 19, 1118). La necesidad de recurrir a representaciones sensibles, de acuerdo con la naturaleza analógica (v. ANALOGÍA) de nuestro conocimiento de lo suprasensible y sobrenatural, ha obligado a los hombres a representar de alguna manera la divinidad (v. DIOS II, l). Y en este conocer analógico pocas cosas había tan sutiles para los antiguos como el a. y sus alados moradores que nos hablan de trascendencia, de inmaterialidad. Así se explican las teofanías aéreas. La presencia y acción del Espíritu Santo se manifestó en forma de paloma (Me 1, 10; Le 3, 22; etc.) o como «viento que soplaba impetuoso» el día de Péntecostés (Act 2, 2), y Cristo «sopló sobre ellos (Apóstoles) y les dijo: Recibid el Espíritu Santo...» (lo 20, 21). Todo ello, en Israel y en el cristianismo, está vivido con profunda conciencia de la trascendencia absoluta de Dios, distinto del mundo y del que las criaturas nos hablan, ya que, aunque son realmente distintas de Él, al haber sido creadas por Él lo reflejan de algún modo. En otras religiones no aparece, en cambio, con la misma pureza, y se tiñe en ocasiones de panteísmo (v.), cayendo en una divinización de los elementos materiales mismos. Vamos a continuación a señalar algunas de las funciones o significaciones que se le han atribuido al a. en las religiones no cristianas.
      Función antropogánica y filosófica. Como el agua (v. AGUA vi), también el a. ha sido considerado principio primigenio de todas las cosas, capaz de explicar el orden del cosmos a pesar de sus cambios; todo proviene del a. ilimitado y todo retorna a él, sin excluir el hombre ni los dioses (Anaxímenes en Diógenes Laercio, 9, 9; Aecio, 1, 3, 4; Aristóteles, Meteor., 984, a, 5).
      Función cosmogónica. No escasea en las cosmogonías (v.) primitivas el dualismo: caos acuoso y vientoa. en función de elemento primordial del cosmos; al a. corresponde la tarea de diferenciar y ordenar (mundo«cosmos»=orden) esa masa acuosa. Según la cosmogonía fenicia (Filón de Biblos, s. ml) el pneuma, «aire turbio y ventoso», que no quiso permanecer estéril, cubrió el caos acuoso; de esta unión van surgiendo todas las cosas (Eusebio, Praeparatio Evangelica, 1, 10, en PG, 27, 75). Muy similar es la cosmogonía de los quichés guatemaltecos. La babilónica (Enuma Elis del 2000 a. C.) lo explica por la fusión de ThiámatTamtu, principio masculino, masa de agua salada, con Apsu, principio femenino, abismo de agua dulce, fusión que se efectuó bajo el influjo del viento, mensajero y portador de Thiamat. La cosmogonía bíblica presenta, como factor activo del origen de las cosas, el Rúah Elohzm=Espíritu de Dios (Gen 1, 2). Pero aquí, como antes se decía, con un sentido claro de la trascendencia divina, ya que la expresión bien sirve para indicar un efecto de la acción divina, bien es una metáfora para indicar la acción divina cuyo efecto son las criaturas (cfr. Ex 15, 8; Is 11, 15; Ps 17, 16; etc.).
      Función antropogónica. Cima del universo, el hombre aúna, según la mayoría de las narraciones antropogónicas, el agua y el a., «animador» del amasijo corporal. El medio más frecuente de vivificación del primer cuerpo humano por parte de la divinidad es la insuflación. Infunde el principio vital con su propio aliento, participación por tanto de algo divino (Nuevas Hébridas, Hawai, Nueva Zelanda y diversas tribus australianas); a veces, lo hace mediante el viento (Nías, Miadu de California) o se vale de un fluido que busca en el cielo (Borneo). La creencia que hace proceder el alma de la divinidad en forma de aliento puede considerarse también común a los egipcios, babilonios, asirios, cananeos, caldeos, fenicios, etc. A veces esa forma de hablar tiene ribetes panteístas o implica una deficiente comprensión de lá espiritualidad de Dios. Otras es, en cambio, una metáfora para expresar la inmediatez de la acción divina.
      Si la divinidad infundió al primer hombre el alma mediante un soplo se explica la forma de hablar que hace aérea su naturaleza. Así lo insinúa la etimología de las palabras expresivas del alma: psique, pneuma (griego), animus, anima, spiritus (latín), atman (brahmanismo); todas significan aliento, soplo de vida, aire. Lo confirma un sector del pensamiento helénico y romano (poemas homéricos, filósofos presocráticos, estoicismo, atomismo, epicureísmo, etc.), para el cual el alma es incorpórea, pero identifica lo incorpóreo no con lo espiritual en su sentido actual, sino con lo sutil (Aristóteles, De anima, 1, 2, 405, 6). Podemos ver en ello una forma rudimentaria de percibir la espiritualidad.
      Repercusión escatológica. Para una amplia corriente de las creencias arcaicas el origen y naturaleza del alma es aérea, penetra en el hombre por las vías respiratorias y sale de él, cuando el hombre expira, exhala el último aliento o por el vaho aéreo que se desprende de la sangre a través de las heridas (Romero, Mada, 5, 654; 14, 518; etc.), para descender al Hades en forma de sombra configurada a la realidad corporal de su existencia terrena (Romero, Ilíada, 23, 6569; Virgilio, Eneida, 6, 700 s., «doble» egipcio, etc.), o retornar a su lugar de origen, a la región etérea (Eurípides, Fragmentos Crisipo, 839, 898, 1014, 1023; Suplicantes, 53334; Cicerón, Tusculanas, 1, 4243; Virgilio, Eneida, 4, 700, etc.).
      Allí flota en forma de polvillo solar (pitagóricos) o se une panteísticamente con el pneuma universal, alma del macrocosmos (estoicos).
      V. t.: AGUA VI.
     

BIBL.: E. ROHDE, Psyque. El culto de las almas y la creencia en la inmortalidad entre los griegos, Madrid 1942; F. CuBELLs, Los filósofos presocráticos, Valencia 1965, 3250; F. KÚNIG, Cristo y las religiones de la tierra, II, Madrid 1961, 237238, etc.; L. ARNALDICH, El origen del hombre y del mundo según la Biblia, Madrid 1957, en p. 6679 fragmentos del Enuma Elis; M. GUERRA, El agua y el aire, principios primordiales y primigenios del mundo y del hombre, «Burgense» 3 (Burgos 1962) 239312; P. VAN IMSCHOOT, L'Esprit de Yaueh, source de aie dans l'ancien Testament, «Rev. Biblique» 44 (1935) 496.

M. GUERRA GÓMEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991