ADVIENTO
La expresión
adviento o advenimiento (del latín adventus, que traduce a su vez
el sustantivo griego parusía), se empleaba, en la terminología
romana, para significar la primera visita o el acontecimiento de
la presentación oficial de un alto dignatario ante el pueblo.
Paralelamente se usaba el mismo vocablo en el culto pagano:
designaba el rito anual que consistía en solemnizar la aparición
de la estatua del dios patronal en su templo, como signo de la
presencia de la divinidad entre sus fieles.
Los primeros cristianos incorporaron esta expresión en su
vocabulario religioso. Por a. entendían la manifestación de
Jesucristo, desde su encarnación hasta su última venida al fin de
los tiempos. El término quedó definitivamente consagrado por la
versión oficial de la Biblia en lengua latina (Vulgata) durante el
s. Iv, aunque en esa traducción se emplea el nombre de adventus
refiriéndose especialmente al día en que el Redentor coronará
definitivamente su obra. Natale (v. NAVIDAD), Epiphania (v.
EPIFANÍA), Parlcsía (v.), son momentos y etapas de la
manifestación del Señor en la historia de la salvación.
Actualmente, en el lenguaje litúrgico, con la palabra a. se
determina el tiempo instituido como preparación a las
celebraciones de las fiestas de NavidadEpifanía.
Formación del ciclo litúrgico de adviento. Con los
documentos que han llegado hasta nosotros no podemos precisar las
fechas exactas ni el primer proceso de la formación del ciclo
litúrgico de a. Quizá la misma amplitud de las realidades
contenidas en el término dificultaba la organización de un tiempo
determinado en el que apareciera la riqueza de su mensaje. De
hecho, el ciclo de a. es uno de los últimos elementos que han
entrado a formar parte del conjunto del año litúrgico (v.).
Parece ser que desde fines del s. iv y durante el s. v,
cuando las fiestas de NavidadEpifanía iban tomando una importancia
cada vez mayor, en España y en la Galia particularmente, se
empezaba a sentir el deseo de consagrar días a la preparación de
esas celebraciones. Dejando de lado un texto ambiguo atribuido a
S. Hilario de Poitiers, la primera mención de la puesta en
práctica de ese deseo la encontramos en el can. 4 del conc. de
Zaragoza del a. 380: «Durante veintiún días, a partir de las
XVI calendas de enero (17 de diciembre), no está permitido a nadie
ausentarse de la Iglesia..., sino que debe acudir a ella
cotidianamente» (H. Bruns, Canones Apostolorum et Conciliorum II,
Berlín 1893, 1314). La frecuencia al culto durante los días que
corresponden, en parte, a nuestro tiempo de a. actual, se
prescribe, pues, de una forma imprecisa. Más tarde, los conc.. de
Tours (a. 563) y de Macon (a. 581) nos hablarán, ya concretamente,
de unas observancias existentes «desde antiguo» para antes de
Navidad. En efecto, casi a un siglo de distancia, S. Gregorio de
Tours (m. 490) nos da testimonio de las mismas con una simple
referencia (Historia Francorum X, 21, 6, en Monumenta Germaniae
Historica, Scriptorum rerum merovingiarum I, Hannover 1884,
444445). Leemos en el can. 17 del conc. de Tours que los monjes
«deben ayunar durante el mes de diciembre, hasta Navidad, todos
los días». El can. 9 del conc. de Macon ordena a los clérigos, y
probablemente también a todos los fieles, que «ayunen tres días
por semana: el lunes, el miércoles y el viernes, desde S. Martín
(11 de noviembre) hasta Navidad, y que celebren en esos días el
Oficio Divino como se hace en Cuaresma» (Mansi, IX, 796 y 933).
Aunque la interpretación histórica de estos textos es
difícil, parece según ellos que en sus orígenes el tiempo de a. se
introdujo tomando un carácter penitencial, ascético, con una
participación más asidua al culto. En España y en la Galia se
considera el a. casi como una segunda Cuaresma. Cuando el rito
romano admite en su liturgia el ciclo de a., hacia mediados del s.
v1, reviste los formularios que va creando para definir
prácticamente el sentido que quiere dar a este tiempo, de un tono
gozoso, profético, lleno de una esperanza inefable, ante la venida
del Mesías en toda su amplitud histórica y en toda su
indeterminación. Señala así una diferencia intencional con la
Cuaresma (v.). Hasta más tarde no dejará entrar en su seno signos
penitenciales, aunque éstos no modificarán esencialmente la forma
y estructura primitivas. Sin embargo, cabe señalar que la
evolución del sentido amplio que la liturgia romana infunde al
concepto de a. en sus formularios, es debida a influencias varias.
Los textos más genuinamente romanos del tiempo de a. suponen la
idea de un ciclo de preparación para la fiesta de Navidad,
concebida con una precisión de contenido parecido al que daban los
paganos al término adventus.
Las liturgias de Oriente no poseen un ciclo de a. comparable
al de las occidentales. Siguen otro ritmo. Seguramente que al
instituirse la fiesta de la Epifanía, en el s. iv, se fue
elaborando una gran solemnidad que incluía una preparación
inmediata. Ésta duraría unos días. Luego aparece un tiempo que
está marcado por la preocupación dogmática de salvar y defender el
misterio de la Encarnación en las controversias cristológicas.
Posteriormente fue entrando un sentido penitencial.
Al formarse el ciclo litúrgico propiamente dicho de a.,
observamos por todas partes una cierta fluctuación en cuanto a la
determinación de sus límites. En las liturgias hispánica, galicana
y ambrosiana, el a. alcanza seis o cinco semanas. La liturgia
bizantina adopta un sistema de dos semanas, mientras que el rito
sirio oriental establece un orden de cuatro domingos. La liturgia
romana tiene, en su forma primitiva representada por el
Sacramentario gelasiano, seis semanas. En una segunda fase se
reducen el número de semanas a cuatro. Durante el pontificado de
S. Gregorio Magno (m. 604), se organiza definitivamente el a.
romano en cuatro semanas. Ya en trada la Edad Media se intentará,
sin éxito, reducir aún más ese ciclo (v. A. Chavasse, Le
Sacramentaire gélasien (Vat. Regin. 3161, Tournai 1958, 412 ss.).
Notamos asimismo una fluctuación en lo que se refiere a la
disposición del tiempo de a. dentro del conjunto del año
litúrgico. En algunos documentos antiguos,'el a. se encuentra al
final del año; en otros aparece al comienzo. Una indeterminación
comprensible, si consideramos que el ciclo de a. fue uno de los
últimos elementos que se incorporaron al año litúrgico y que, por
otra parte, el sentido amplio que iba dándose al a. permitía que
se interpretara bien como una preparación a la primera
manifestación histórica de Jesucristo o bien como una etapa que
pone de relieve la expectación de la última venida del Señor, al
fin del mundo. En la práctica, en Occidente, se impuso la
interpretación del a. como un tiempo de espera ante el «nuevo»
nacimiento, mediante la asimilación de los sentimientos que
abrigaba el pueblo judío al desear la venida del Mesías y la
actualización de los sentimientos cristianos de anhelo del
encuentro definitivo con el Salvador. Desde un punto de vista
cronológico y psicológico era normal que se viera en el a. el
primer paso del año litúrgico (v. CALENMRIO II).
Carácter y sentido del adviento. Puesto que la liturgia del
a. se refiere, aun poniendo el acento en la venida del Redentor, a
las grandes manifestaciones de Dios, su contenido es
particularmente amplio. Basta analizar la temática que encierran
los leccionarios de las diferentes liturgias para darnos cuenta de
ello.
Así, el leccionario hispánico, según el cual el a. consta
todavía de cinco semanas, nos indica las siguientes lecturas: 1er
domingo: Visión de Isaías de la montaña que será el centro de las
peregrinaciones de los pueblos; en ella el Señor proclamará su
palabra y su ley; Dios hará fructificar en su cima la salvación (Is
2, 12; 4, 23). Israel fue infiel a la salvación que se le ofrecía;
Dios la proclama a todos los demás pueblos (Rom 11, 2531). Juan
Bautista predica la conversión, ya que se acerca la llegada del
Reino de Dios y del Salvador (Mt 3, 111). 20 domingo: En el día de
la salvación, los pobres y los enfermos tendrán la mayor dicha;
serán ellos los que creerán y que no serán confundidos (Is 28,
1617, y 29, 1724). Los apóstoles son ministros del Señor; no les
incumbé juzgar sobre la fidelidad de los discípulos, antes de la
venida de Jesucristo, quien traerá la luz y descubrirá los
secretos de los corazones (1 Cor 4, 15). Juan Bautista hace que
pregunten a Jesucristo si es el Mesías esperado; Jesucristo
responde que miren los hechos: los pobres y los enfermos son
salvados y curados de sus miserias (Mt 11, 215). 3er domingo:
Anuncio de la restauración de Israel, más abundante y próspera que
nunca (Ez 36, 611). Cuando Jesucristo se manifieste, también
nosotros nos manifestaremos en su gloria; por el momento es
necesaria la mortificación del hombre viejo para podernos revestir
del hombre nuevo (Col 3, 411). Jesucristo ordena a los Apóstoles
que le preparen su entrada en Jerusalén (Domingo de Ramos); al
llegar a la Ciudad Santa, el Salvador es aclamado por la
muchedumbre con las palabras: «bendito el que viene en el nombre
del Señor» (Mt 21, 19). 4° domingo: Después de enviar a su
mensajero, Dios mismo vendrá, lleno de gloria y de poder, y
purificará los corazones (Mal 3, 14). Que en el día de su venida,
Dios nos encuentre con un espíritu íntegro (1 Thes 5, 1423). Juan
Bautista es el enviado que prepara el camino del Señor (Mc 1, 18).
5° domingo: En el día de la venida del Mesías se llenará todo de
alegría y se verá por doquier la gloria de Dios (Is 35, 12). El
Señor está cerca; alegrémonos (Phil 4, 47). Juan Bautista predica
la penitencia necesaria para preparar el camino del Señor; anuncia
que después de él vendrá el Mesías (Lc 3, 118) (ed. J. Pérez de
Urbel, A. González y RúizZorrilla, Liber Commicus, 1, Madrid 1955,
3 ss.).
En la liturgia galicana la selección de perícopes bíblicas
es muy variada. Sin embargo; la temática general es muy parecida a
la que nos ofrece la liturgia hispánica: se escogen textos que se
refieren principalmente a las diferentes manifestaciones del Señor
(v. cuadro sinóptico de los diferentes leccionarios en P. Salmon,
Le lectionnaire de Luxeuil, Roma 1944, CIVCV). Lo mismo observamos
en los leccionarios más antiguos de las otras liturgias
occidentales (,v. estudios y cuadros comparativos en G. Godu,
Ép?tres y Évangiles, en DACL V, 245343; 852923).
Entre los leccionarios pertenecientes a las liturgias
orientales, el más completo e interesante para el tiempo de a. es
el del rito siriaco oriental. Por su contenido, el a. es llamado
«Semanas de las Anunciaciones». En efecto, las perícopas del
Evangelio se refieren a las anunciaciones del nacimiento del
Precursor del Mesías (Lc 126: primera semana), de la concepción
del Salvador en las entrañas de María junto con la narración de la
visitación de la Virgen a Isabel (Lc 1, 2656: segunda semana), de
la proximidad de la redención, después del nacimiento de Juan
Bautista (Lc 1, 5780: tercera semana), de la revelación del
misterio de la concepción de Jesús a José (Mt 1, 1825: cuarta
semana) (v. la lista completa de las lecturas para el a. siriaco
en I. H. Dalmais, Le temps de préparation á Noel dans les
liturgias syrienne et byzantine, «La MaisonDieu» 59 (1959) 30, n.
5).
En los nuevos libros litúrgicos posteriores al conc.
Vaticano II se han presentado y aprobado algunos leccionarios para
la liturgia romana. A partir de 1966 en España se ha adoptado un
leccionario que presenta para el tiempo que estamos estudiando un
sistema de lecturas con un rico contenido litúrgico.
Aunque los leccionarios nos revelan los aspectos más
importantes del a., no podemos descuidar en nuestro estudio sobre
el carácter y el sentido del cielo preparatorio a la fiesta de
Navidad los otros textos litúrgicos. Estos textos nos confirman
que la Iglesia considera el tiempo de a. como un paso hacia un
nuevo encuentro con el Señor. En su condición de comunidad que
peregrina hacia la comunión perfecta con Dios y con los hombres
para responder a la unión de Dios con la humanidad, expresada por
el misterio de la Encarnación, se dispone, ascética y gozosamente,
a vivir la memoria, el aniversario, del nacimiento de Jesucristo.
Aniversario que no es un mero recuerdo de un hecho pasado, sino
que es un acontecimiento que va manifestándose a través de la
historia, hasta la última venida del Señor. El mensaje del a. se
actualiza constantemente ante la mayor proximidad de la redención
completa, por la colaboración de los hombres a su realización:
«Ahora la salvación está más cercana que cuando creímos» (Rom 13,
11: epístola del primer domingo de a. en la liturgia romana).
En un ambiente profético y de esperanza, la liturgia del a.
se orienta a hacernos comprender y vivir que Jesucristo está
presente entre nosotros «siempre, hasta la consumación del mundo»
(Mt 28, 20), pero con la convicción de que «entre vosotros está
uno a quien no conocéis» (lo 1, 26: evangelio del cuarto domingo
de a. en la liturgia romana). La vida sacramental, y
particularmente la Eucaristía que celebramos «hasta que vuelva el
Señor» (1 Cor 11, 26), adquiere un carácter de tensión entre la
presencia de Jesucristo y nuestro desconocimiento de la plenitud
de la misma.
De una manera especial, la liturgia hispánica Y con ella
también otras de Occidente pone de relieve la relación del a. con
la Pascua: la lectura de la entrada triunfal de Jesucristo a
Jerusalén proclamada durante el a., muestra la identificación
fundamental entre las diferentes manifestaciones del Señor, en
cuanto todas ellas se refieren a la máxima revelación de la gloria
de Dios en la historia, realizada por la Muerte y en la
Resurrección del Salvador.
De un modo muy particular durante el tiempo de a. aparece el
significado de la misión de la Virgen María y de Juan Bautista.
Sus figuras se imponen como la mejor actitud de fidelidad y de
respuesta a la nueva manifestación de Dios que se avecina.
Mientras Juan Bautista nos habla de la necesidad de la conversión,
del cambio de mentalidad, para poder hallar y seguir a Jesucristo,
actualizando las profecías de Isaías que se leen durante el a.
dentro del ambiente más propicio, María es puesta como signo de la
aceptación del proyecto de Dios sobre la salvación humana, y de la
colaboración total que ese proyecto exige. Las Témporas ' (v.) de
diciembre, aunque anteriores a la institución del .a., constituyen
como ya nos indica el sacramentario gregoriano el punto álgido de
la perspectiva mariana del ciclo de a.: durante esos días se
conmemoran la Anunciación poniendo así en un contexto más
apropiado la fiesta del 25 de marzo, anterior a la formación del
a. (v. MARÍA I, 2) y la Visitación. La festividad de la Inmaculada
Concepción (v. mARÍA II, 3), de institución moderna en su forma
actual, expresa en el conjunto del a. la dimensión de la esperanza
de la plenitud de la Redención. Cabe señalar la relación de las
lecturas con el a. (Mich 4, 13, 58; 5, 25; Gal 3, 27 4, 7; Lc 1,
2638, 4655). Por su parte, las liturgias orientales insisten
constantemente en el aspecto mariano del a.
Celebración del adviento. Como en cada ciclo litúrgico, la
pastoral del a. debe fundarse en los textos y los ritos que lo
componen. Ya hemos indicado su contenido más esencial. El a. es un
tiempo de más intensidad de vida y de más reflexión. Por eso
durante él ha de fomentarse la celebración de la Palabra de Dios
(v. PALABRA II), fueñte de toda reflexión y vida cristianas. Lo
urge la const. sobre Sagrada Liturgia del Vaticano II (n. 35, 4).
Por el carácter mismo del a., en esa celebración han de ocupar un
lugar preferente aquellos textos del A. y N. T.
que se refieren a las profecías sobre las diferentes venidas
del Señor, sobre la salvación, a las manifestaciones de Dios, con
otros textos cuya temática sea la conversión (v.), el cambio de
mentalidad, para poder ver y recibir, con espíritu abierto, la
visita del Señor. Para que aparezca con claridad la íntima
conexión de la Palabra con el rito, los Sacramentos, especialmente
la Eucaristía, han de ser vividos durante el a. a la luz de la
Redención en su aspecto escatológico.
La actitud que promueve el a. tiende a suscitar la
conciencia de sentirse más cooperadores de la salvación completa
del mundo: «El continuo anhelar de las criaturas ansía la
manifestación de los hijos de Dios» (Rom 8, 19). La misma vida
cristiana es signo de esperanza y manifestación de Dios.
A. debería ser el tiempo mariano por excelencia. Más que en
cualquier otra circunstancia, durante el a. la figura de María es
presentada por la liturgia en su sentido más completo, como signo
de la confianza en la Palabra de Dios que se encarna en el hombre
hasta convertirse en comunicación personal y transformarle en hijo
de Dios.
V. t.: NAVIDAD; EPIFANÍA; AÑO LITÚRGICO.
BIBL.: W. CROCE, Die Adventsliturgie im Licht ihrer geschichtlichen Entwick1ung, «Zeitschrift für Katholische Theologie» 76 (1954) 278287; 440472; F. CABROL, Avent, en DACL I, 32233230; J. HILD, L'Avent, «La MaisonDieu» 59 (1959) 1025; TH. MAERTENS, L'Avent. Genése historique de ses.thémes bibliques et doctrinaux, en «Mélanges de science religieuse» 18 (1961) 47110; J. DANIELou, Le mystére de l'Avent, París 1947; P. TENA, Pastoral de Adviento, Navidad y Epifanía, Barcelona 1964; Ta. MAERTENS y J. FRIsQuE, Guía de la asamblea cristiana, I, BilbaoMadrid 1965, 1974. Puede verse también la bibl. citada en AÑO LITÚRGICO.
A. ARGEMÍ ROCA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991