ADIVINACIÓN

TEOLOGÍA MORAL.


La adivinación en la Biblia. En el A. T. son objeto de severa condena quienes tratan de arrancar, más o menos violentamente, un secreto a la divinidad. La a., en sus distintas formas, es prohibida por los profetas (Is 8, 19; Ier 27, 9; Ez 13, 1820) y por los reyes (1 Sam 28, 3.9). No obstante, el A. T. distingue entre la a. legítima, cultual o privada, y la a. de los pueblos vecinos, extralegal, y de la que en parte se alimentaba la a. popular israelita. En la cultual el sacerdote espera una respuesta de la Misericordia de Dios: solamente pide; Yahwéh puede rehusar responder. El profetismo es un testimonio de este sentir, cuando se considera a sí mismo como el vigilante que acecha la palabra de Yahwéh que «despierta sus oídos». La a. popular se esfuerza por obtener la respuesta de Dios por medios fraudulentos.
      Una de las formas más antiguas de a. cultual es el oráculo (v.) sacerdotal, función importante de los sacerdotes del A. T.; tanto Moisés, como los sacerdotes de la época de los jueces, pronunciaban oráculos mediante el Urim y el Tummin, relacionados ambos con el Éphod. Nos es desconocido el sentido de estas palabras, así como la forma y el manejo de los objetos que representan. Los sacrificios que el pueblo ofrecía en el templo parecen la ocasión en la que los sacerdotes pronunciaban sus oráculos, pero no conocemos el modo de recibir la respuesta divina. La hepatoscopia (examen del hígado), forma de a. en la Antigüedad, solamente se menciona una vez en el A. T. (Ez 21, 26). La a. privada, no cultual, entraña modos basados unas veces en la fe en la Providencia de Dios, y otras, surgidos de la a. popular. Los oráculos recibidos mediante los árboles, especialmente los sagrados, cuyo susurro se interpretaba como una respuesta divina, entran dentro de la a. popular.
      La adivinación en S. Agustín y S. Tomás. En tiempos del primero era más fácil arrinconar los ídolos en los templos que quitarlos de la fantasía de los mismos cristianos; las costumbres y diversiones aún pervivían y, con ellas, las prácticas y las tiendas de objetos de a.; «quizá parecen cristianos cuando su casa no sufre ningún mal, pero cuando se da en ella alguna tribulación corren a la pitonisa, al echador de suertes o al matemático» (In Psalmis, 91, 7: PL 37, 1175). S. Agustín se muestra especialmente violento con el horóscopo (del griego oros y scopeo, arte de a. por las horas), prohibido por el emperador Teodosio. Los encargados de hacer los horóscopos eran llamados genethlíacos o mathematici. S. Agustín se queja de que las «costumbres corrompidas, por las que los granujas son aborrecidos sobre la tierra, tratan ellos de achacarlas al cielo para hacernos creer que proceden de las estrellas» (Sermo, 199, 3: PL 38, 1028). La calificación moral de estas prácticas le merece la máxima dureza: «adulterio del alma perpetrado en una casa enemiga de Cristo» (Sermo, 9, 3: PL 38, 76).
      S. Tomás considera la a. como una clase de superstición (v.) acerca de la que investiga si es pecado y sus géneros y especies. Distingue tres géneros: nigromancia, augurio y sortilegio; en cada uno de ellos estudia las distintas especies: a. por sueños, pitonisas, geomancia, aeromancia, piromancia, arúspice, astrólogos o genethlíacos, auspicio, quiromancia, espatulimancia, según la diversidad de objetos utilizados para la a. Ésta se da únicamente cuando el hombre usurpa, de un modo indebido, la predicción de sucesos. La a., para S. Tomás, es una especie de superstición e implica un uso improcedente del culto divino (S. Th., 22 q95 a2), y resulta, por tanto, una práctica condenable en moral cristiana. La razón en que funda su argumentación es clara: los sucesos futuros sólo pueden conocerse en sus causas o en sí mismos; estos últimos dependen de causas que infaliblemente realizan sus efectos, o de causas de orden racional y libre que tienden a objetos opuestos que exigen estar presentes para ser conocidos por el hombre. Su conocimiento, antes de que sucedan, es algo propio de Dios (S. Th., 22 q95 al). Del horóscopo o predicción del futuro, a través del estudio de la posición de los astros, en el momento preciso de un suceso humano, juzga que la Providencia no ha dispuesto unas leyes idénticas para los astros y para los sucesos futuros contingentes. Es, por tanto, una clase de a. ilícita, ya que da lugar a infiltraciones demoniacas en las almas.
      Formas modernas de adivinación. Sin duda, a medida que decrece la auténtica fe en Cristo, pululan, desorbitadas, ciertas prácticas supersticiosas. No podríamos enumerar muchos hechos distintos a los mencionados por S. Agustín o S. Tomás, lo que demuestra la profundidad de ciertas raíces resurgidas a espaldas del DiosHombre en el s. XX. Los horóscopos son una página en revistas y periódicos que no se publicaría si no se leyera; ¿superstición?, ¿diversión? No se sabe. Las llamadas «cartas en Qadena» ligadas con la predicción de un suceso, favorable o desfavorable si se sigue o no la cadena, es práctica común todavía entre gentes de hoy. El curanderismo, más unido a la trampa que a la ciencia, el apego o el temor al número trece, la buenaventura y otras creencias más ridículas, todavía perviven.
      La a., en la ciencia moral cristiana moderna, se estudia como forma intelectual o cognoscitiva del llamado ocultismo. Para captar dónde comienza el pecado en las formas actuales de a., seria necesario investigar si son de orden natural. Hay fenómenos de los que no se puede dudar ya de que tengan una base de larga experiencia natural. Su explicación es difícil, pero lo cierto es que hechos como la lectura del pensamiento, la telepatía o la clarividencia, gozan de esta experiencia.
      «La adivinación, como tendencia morbosa del espíritu humano a superar los límites establecidos por Dios al conocimiento humano, es un pecado específico, por sí grave, de injuria religiosa a la Omnipotencia y Providencia Divina» (P. Castelli, o. c. en bibl., 296). Entraña una falta de fe y «se opone a la concepción profética de una revelación personal... y lleva al abandono, como consecuencia, de los medios que sirven para alimentar la fe: el Magisterio de la Iglesia, la predicación, la lectura y la meditación de la Sagrada Escritura, el consejo y la dirección espiritual del sacerdote» (ib., 297).
     

BIBL.: S. AGUSTÍN, Liber de divinatione daemonum, en PL 40, 581592; P. vAN IMscaooT, Teología del Antiguo Testamento, Madrid 1966, 195205; P. CASTELw, en Enciclopedia de la Ética y Moral cristianas, XI, Madrid 1963, 290302; 1. BoKMANN, La Psicología moral, Barcelona 1968, 7387; M. ORAisoN, Medicina y curanderos, Madrid 1958, 51120; D. M. PRUMMER, Manuale Theologiae Moralis, II, 13 ed. Barcelona 1958, 412416; M. ELIADE, Tratado de Historia de las Religiones, Madrid 1954; T. ORToLAN, Divination, en DTC 4, 14411445; L. AzzoLLINI, Divinazione en Enciclopedia Cattolica, IV, Ciudad del Vaticano 1950, 17681769.

G. ROSCALES OLEA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991