ADIAFORÍSTICA, CONTROVERSIA
Con el término
adiáforon se denominan en la tradición del pensamiento ético las
cosas y los actos que en sí no son buenos ni malos y, teniendo un
carácter ético neutral, no comprenden ninguna obligación moral
para el hombre. De origen griego, adiáfora significa
«indiferente». Los filósofos estoicos lo emplearon para
caracterizar las cosas que no tienen importancia para la verdadera
felicidad ni contribuyen tampoco a la infelicidad, como p. ej. la
salud, la honra, los talentos, los placeres, etc. Dado que estas
cosas indiferentes no pueden ser calificadas de mandadas ni de
prohibidas, el término recibe también la acepción de lo
permisible, o sea, de un campo intermedio entre el bien y el mal,
en el que el hombre puede o no actuar enlibertad sin perjuicio
para su integridad ética.
En la historia del luteranismo (v. LUTERO) este término ha
tenido actualidad particular en las controversias que tuvieron
lugar durante los s. xvi y xvil respectivamente.
a) Primera controversia. Versó sobre si se podría o no
contemporizar en tiempos de persecución, o para restablecer la
unidad cristiana, con los católicos en los ritos religiosos que,
por no ser mandados ni prohibidos en la .S. E., pertenecen a las
cosas intermedias o adiáfora.
En la dieta de Augsburgo de 1548 (v. REFORMA PROTESTANTE I),
Carlos V trató de extender a los Estados alemanes, tanto católicos
como protestantes, una ley que solucionara interinamente el
problema religioso en Alemania. Este Interim, o «declaración de
cómo debe procederse en asuntos de religión dentro del Sacro
Imperio hasta las decisiones del concilio», había sido elaborado
por los obispos católicos liberales J. Pflug y M. Helding y el
teólogo luterano J. Agricola, y consiste en líneas generales en
«un texto católico que incluye concesiones a los protestantes en
la formulación de la doctrina sobre la justificación y una
definición poco precisa de la Misa, concediendo además la comunión
bajo las dos especies a los laicos y el matrimonio a los
sacerdotes hasta la decisión del concilio» (J. Lortz). Al negarse
a aceptarlo los príncipes católicos, el Interim de Augsburgo llegó
a ser una ley impuesta unilateralmente a los protestantes. Pero su
implantación en los territorios dominados por éstos resultó harto
difícil y acabó por fracasar.
En la Sajonia Electoral se elaboró entre algunos católicos y
luteranos otro interim, el de Leipzig (1548). Conservó en su parte
doctrinal la sustancia de la posición protestante, si bien en
términos atenuados. Sobre la justificación (v.) afirmó que «el
hombre es renovado por el Espíritu Santo y puede realizar la
justicia con sus obras y que Dios, por amor de su Hijo, acepta en
los creyentes este débil principio de obediencia en esta
miserable, frágil naturaleza». Restableció los ritos religiosos
católicos tratando de darles un sentido compatible con la doctrina
de la Reforma: la liturgia latina de la Misa con la mayor parte
del canon seguido por la comunión; los siete sacramentos, p. ej.
la Confirmación, interpretada como la instrucción y el examen en
el catecismo acompañado de la imposición de las manos, y la
Extremaunción como la unción de los enfermos según el N. T.
También se quiso reconocer la jurisdicción de los obispos
católicos que estuvieran dispuestos a permitir la doctrina
luterana. Nuevamente se introdujeron las velas, los ornamentos
litúrgicos, etc.
MelanclIton (v.), líder de los luteranos, después de la
muerte de Lutero (v.) había sido consultado y, teniendo en cuenta
el peligro inminente de una nueva guerra, aprobó el interim, ya
que pensaba que mantenía la sustancial del luteranismo y
consideraba los ritos restablecidos como adiáfora, asuntos
intermedios, que pertenecen a las tradiciones humanas en la
Iglesia por no ser expresamente mandados ni prohibidos por Dios.
Entre los que, dentro del campo luterano, aprobaron el
interim de Leipzig, y los que lo rechazaron a toda fuerza, surgió
una enconada controversia. El máximo portavoz de los oponentes fue
Matías Flacio (152075), alumno de Lutero y autor de las centurias
de Magdeburgo (v.), quien inició una polémica literaria muy dura
contra Melanchton y sus partidarios. Defendió el principio de que
nada es indiferente cuando se quiere dar testimonio de una
confesión de fe frente a los adversarios y cuando los fieles
corren el peligro de escandalizarse (nihil est adiafora in casu
confessionis et scandali). Restablecer los ritos abrogados en el
curso de la Reforma significaba para él lisa y llanamente la
confesión de que ésta se había equivocado, con lo que decía en los
adversarios se confirmaba la posición católica, y en los
seguidores de Lutero se originaba una perturbación. Son
precisamente los ritos externos explica los que orientan al pueblo
y le importan mucho más que la misma doctrina. La aceptación de
los antiguos ritos no equivalía en las circunstancias políticas
dadas sino al comienzo velado de la restauración de la religión
católica. Daba además la apariencia de una concordancia entre
católicos y luteranos que de hecha no existía. Flacio vio
claramente que cosas y actos que en sí pueden ser considerados
éticamente indiferentes, reciben su valor positivo o negativo del
contexto concreto de motivos, fines y situaciones. Melanchton
admitió más tarde que había errado al aprobar y defender el
interim de Leipzig.
La Formula Concordiae de 1577, documento final de los
escritos confesionales (v.) luteranos, resolvió la cuestión en el
sentido de Flacio. El art. 10 de este documento, que trata de las
ceremonias eclesiásticas, afirma la libertad de las confesiones
respecto a ellas, y su competencia de cambiarlas según se
considere mejor para la edificación espiritual de sus adherentes.
En tiempos de persecución, sin embargo, cuando se exige a los
cristianos confesar la verdad del Evangelio con toda claridad, ya
no son cosas indiferentes, de modo que no se debe contemporizar
con ellas, soportando las consecuencias que puedan derivarse de
esta conducta.
b) Segunda controversia. Tuvo lugar a fines del s. xvii.
Influenciados por el movimiento del pietismo (v.), algunos
pastores luteranos se plantearon el problema del derecho del
cristiano a disfrutar de algunas realidades mundanas. En Hamburgo
calificaron la ópera de incompatible con la condición cristiana.
En Turingia, en vista de los excesos en las fiestas populares,
predicaron contra el baile, las comedias, el juego de naipes,
etc., declarándolos cosas abominables a los ojos de Dios. La tesis
pietista, defendida por ellos contra la ética luterana
tradicional, consistía en decir que estos actos no son cosas
indiferentes que se convierten en pecado sólo en caso de abuso,
sino que ya en sí (in ipso uso) son malos. Los actos que agradan a
Dios son los que según Rom 14, 23 provienen de la fe y del amor a
Él y al prójimo, y que se realizan de acuerdo con Col 3, 17 en el
nombre de Jesús. No lo son las actividades que el hombre se
imagina para su propio placer.
El problema de la ética cristiana aquí señalado quedó aún
sin una solución normativa entre los protestantes, de modo que
sigue ocupando y dividiendo a los miembros de las comunidades
luteranas, de una u otra forma. Es de notar que Lutero es muy
escueto al respecto, ya que se limitó a afirmar genéricamente la
licitud del uso de las cosas creadas, exigiendo sólo «que se
proceda sobria y mesuradamente. No es que las cosas sean
prohibidas, sino que lo es el desorden, el exceso; el abuso... Así
que válete de todas las cosas en el mundo, sean cual fueren, dónde
y cuándo te parezca bien, y dale las gracias a Dios» (Sermón sobre
Tit 2, 1115, en la Weihnachtspostille de 1522, Martin Luthers
Werke X, 1, 1, Weimar 1910, 34, 29).
BIBL.: J. LORTz, Historia de la Reforma, II, Madrid 1962, 297303; R. SEEBERG, Manual de historia de la doctrina, II, El Paso (Texas) s. a., 35455; 0. RITSCHL, Dogmengeschichte des Protestantismus, II1, Leipzig 1912, 325370; H. C. VON HASE, Die Gestalt der Kirche Luthers, Gottinga 1940; A. RITsCHL, Die Geschichte des Pietismus, II, Bonn 1884, 174195.
HEINZ JOACHIM HELD.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991