ACLAMACIONES LITURGICAS.


La aclamación cristiana. La Iglesia tomó del A. T. y de otras culturas la práctica aclamatoria. Un ejemplo típico narra S. Agustín en la elección del que habría de ser su sucesor, Heraclio, en la sede de Hipona: «El pueblo aclamó: Deo gratias, Christo laudes (tres veces), éxaudi Christe, Augustino vita (17 veces), bene meritus, bene dignus (cinco veces), dignus et justus est (seis veces)...» (Epist. 212: PL 33, 966 ss.); ya a mediados del s. iii el pueblo cristiano había elegido al papa Fabián con la a. «dignus est». (Eusebio, Hist. eccles., VI, 29: PG 20, 588589). Un caso excepcional se dio en la elección de S. Ambrosio para la sede de Milán, cuando al grito de un niño: « ¡Ambrosio, obispo! », todo el pueblo congregado aclamó: « ¡Ambrosio, obispo! », y de esa forma fue elevado al episcopado el hasta entonces prefecto civil de la ciudad (Paulino, Vita Ambrosii, 6). Esta forma peculiar de elección episcopal, vigente en la Antigüedad, no está reconocida por el Derecho eclesiástico actual, salvo en la elección del Papa por los cardenales reunidos en cónclave, cuando «unánimemente y de viva voz proclaman a uno Sumo Pontífice» (Pío XII, const. Vacantis Apostolicae Sedis, 1945, cap. V).
      El uso cristiano de la a. se extendió a otras manifestaciones de la vida eclesial, como la visita pastoral de los prelados y los concilios. Al comienzo y al fin de estas magnas asambleas, se aclamaba al Señor, al Emperador, a los paladines de la ortodoxia, al Papa: «ad multos annos», «Cirilo creyente fiel»; se condenaba a los herejes: «Cristo ha depuesto a Dióscoro»; se afirmaba la fe: «así lo creemos», «estamos con el papa León, así lo creemos», que se oyeron en el conc. de Calcedonia (451); las actas de otros concilios posteriores hasta el de Trento (sesión XXXV) hacen referencia a esta costumbre. Aún hoy, dispone el Pontifical romano que, en la última sesión del sínodo, todos los presentes aclamen a Dios, al Papa, al obispo y al clero participante, con el «Fíat, amen, amen» (De Sínodo faciendo, en Pont. rom.).
      En la Edad Media, hacia la época carolingia (s. IX) aparecen unos formularios de a. con carácter evidentemente litúrgico, pues se cantan dentro del templo, en la Misa de determinadas festividades, entre la colecta y la epístola. Son los laudes o alabanzas en honor del Papa, del Emperador y de otros personajes principales, y tienen su antecedente próximo en las aclamaciones al Papa hechas en la vía pública, remedo a su vez de los laudes imperiales de la Roma pagana. En la Edad Media se cantaron en Francia, Alemania, Italia y hasta la región dálmata del Adriático. El tipo romano de estos laudes es más corto y dirigido únicamente en alabanza del Papa. Los laudes galicanos (Laudes regiae, Triumphus, Laudes Hincmari, por atribuirse gratuitamente al arzobispo de Reims, Hincmar) son más extensos y, junto al Papa, nombran al obispo, al soberano y otros personajes regios, a los que desean vida, salud, gloria y victoria (los vita et victoria de los laudes imperiales paganos); comienzan siempre con el «Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat», que no conocen los romanos, expresión que graban los reyes de Francia en sus monedas y que corresponde al II. XC. NIKA (Jesús Cristo Victoria) de las monedas bizantinas; tras las invocaciones (v. LETANÍAS) a los santos (coreadas con el «Tu illum adiuva», «ayúdale»), terminan con repetidos Feliciter, tempora bona veniant, ad multos annos, amen», de felicidad y buenos augurios para el porvenir. El uso de estos laudes ha decaído en la época moderna y en la actualidad tan sólo se oyen en ocasiones especiales (felicitación, visita del obispo, sínodo) y, generalmente, fuera del templo.
      La aclamación litúrgica. El fenómeno humano y universal de la a. ha entrado, por diversos conductos, en la práctica cultual de la Iglesia que en su liturgia ha asimilado los usos, aun profanos, que pueden ser expresión viva de anhelos y sentimientos colectivos. Los primeros documentos cristianos hablan de ciertas fórmulas cortas (como amen, maranhata, alleluia) en unos contextos en los que se adivina el fervor y la explosión entusiasta de la fe de las comunidades primitivas.
      La a. 1. es una fórmula breve (una sola palabra a veces), proclamada de forma unánime y entusiasta por la asamblea (v. ASAMBLEA LITÚRGICA), para recalcar su participación en los momentos cumbres de la celebración litúrgica (v.). Por su brevedad se distingue de otras composiciones litúrgicas de mayor extensión y de forma melódica, como los himnos (v.); por su carácter comunitario, unánime y entusiasta, se diferencia de los versículos y de las simples respuestas, que puede decir una sola persona; la situación dentro de la celebración litúrgica la separa de otro tipo de a. religiosa, como son los vivas y vitol en que prorrumpe el pueblo al paso de una procesión o en la fiesta de su santo patrón. La a. 1. no es sólo respuesta ni sólo canto; es un clamor entusiasta por el que la comunidad expresa su alabanza, su fe y su aprobación a lo que se realiza en la acción litúrgica, en forma unánime, vibrante y rítmica, que busca necesariamente la apoyatura de una melodía sencilla. Ni tan sólo estriba en las palabras, sino en la forma colectiva y exultante de proclamarlas; la misma palabra, la misma frase, musitada en voz baja o dicha sólo por unas cuantaá voces, pierde su cualidad aclamativa y queda reducida a una mera respuesta ritual. Esto 'es, en definitiva, lo que ha sucedido en el transcurso del tiempo; los libros litúrgicos de la Iglesia que conservaron las fórmulas aclamatorias no las denominaban ya a., sino cantos o respuestas. La restauración del término a. en las rúbricas litúrgicas es reciente; el proceso se inició con la revalorización del genuino sentido de la a., obra del movimiento litúrgico (v.), siendo el Directorio pastoral de la Santa Misa, de la Comisión episcopal de Liturgia de España, el primer documento eclesiástico oficial que lo menciona y subraya su significado (Madrid 1965, p. 41, n° 77). La autoridad suprema de la Iglesia en sus últimos documentos litúrgicos ha canonizado el término a. y lo ha devuelto al rango que secularmente había tenido en la liturgaá cristiana. Tales documentos son: el nuevo Ordinario de la Misa, promulgado por la Sagrada Congr. de Ritos el 6 abr. 1969, que ha ampliado el número y la importancia de las a.; el nuevo Rito de Bautismo de niños, promulgado por la Sagrada Congr. del Culto divino el 15 mayo 1969, que presenta un elenco de fórmulas aclamatorias (n° 225236); y el nuevo Rito de la Vigilia pascual, usado experimentalmente en algunos países en la Semana Santa de 1969, que ha variado la rúbrica al Lumen Christi, que decía «omnes respondent», por «omnis populus acclamat: Deo gratias», y en la bendición del agua bautismal ha sustituido la infusión de los santos óleos por una a. del pueblo.
      Principales aclamaciones litúrgicas. Las fórmulas aclamatorias adquieren su plena significación en los momentos precisos de la celebración en que se usan, subrayando así la participación de la asamblea.
      a) En la liturgia de la Misa el pueblo interviene con diversas a. en los dos momentos cumbres de su celebración: en la liturgia de la Palabra, en la liturgia eucarística y, aunque en menor grado, en las otras partes iniciales y finales.
      A cada una de las lecturas de la Sagrada Escritura sigue una a. del pueblo, «omnes acclamant», dice la rúbrica; para la primera y segunda lecturas el nuevo Ordinario de la Misa ha consagrado como a. la antigua respuesta Deo gratias, que no tenía otra significación que de testimonio de haber escuchado, de darse por enterado de la lectura proclamada. La proclamación del Evangelio marca el ápice de la liturgia de la Palabra y la asamblea lo recibe y escucha como al mismo Señor presente en su Palabra; le precede el canto del Aleluya (v.), que es una a. jubilosa de la comunidad; al * anuncio del texto evangélico prorrumpe en la a. «Gloria tibi Domine» («Gloria a Ti, Señor»), elemento dramático introducido en la Edad Media y que mantiene viva la conciencia de la presencia de Cristo; el final de la lectura se recibe con otra a., «Laus tibi Christe», antigua respuesta del acólito en la Misa rezada elevada al rango de a. Las versiones en lenguas españolas han unificado la a. final de todas las lecturas en la frase Te alabamos Señor, cantada por toda la asamblea en forma rítmica y musical tras la invocación del lector: Palabra de Dios. Quizá esta reiteración de la misma a. ha equiparado a todas las lecturas, haciendo disminuir el rango preeminente que en la tradición litúrgica ha tenido la proclamación del Evangelio; con todo, el empleo de otros medios (lectura por el diácono o celebrante, ceroferarios, incienso y, sobre todo, canto del Aleluya) pueden contribuir a dar mayor prestancia a la lectura evangélica, que la asamblea escucha de pie.
      b) La liturgia eucarística de la Misa tiene su punto culminante en la gran oración consagratoria o anáfora (v.), compuesta de Prefacio y Canon. La tradición litúrgica romana ha encuadrado la participación de la asamblea en dos momentos: el diálogo inicial y la conclusión o amén final. Esta norma tradicional, de por sí suficiente, fue interpretada más tarde en un sentido restrictivo, al acotar el Canon como lugar reservado a la sola intervención del sacerdote. Sin embargo, las liturgias orientales y aun otras occidentales, como la mozárabe o hispana (v. HISPANO, RITO), han sido más generosas, dando mayor cabida a la participación de los fieles en los momentos principales de esta larga oración, pues, además del diálogo introductorio, del Sanctus y del amén final, insertan una a. de alabanza, te alabamos, te bendecimos, te damos gracias, antes de la epíclesis (v.); otra a. de anamnesis (v.) pascual, anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección (ritos alejandrino, copto y antioqueno); el relato de la Institución es ratificado con los amén de los fieles (todos los ritos orientales y el hispano o mozárabe); igualmente la epíclesis es subrayada con el amén (rito copio y caldeo) o con un canto del coro (rito armenio); a las plegarias de intercesión al final de la anáfora se asocia el pueblo con el kyrie eleison. En el nuevo Ordo Missae la participación popular en la plegaria eucarística se subraya con las siguientes a.:
      Diálogo introductorio. A la invitación del sacerdote, Sursum torda, Gratias agamus Domino Deo postro, responde la asamblea con sendas a. Habemus ad Dominum, Dignum et justum est, de uso antiquísimo y universal en todas las liturgias cristianas, y la última, fórmula clásica de a. en la liturgia judaica y en las asambleas electivas paganas; con ellas la plegaria sacerdotal recibe el apoyo, la aquiescencia y el refrendo solemne de la comunidad oferente.
      Sanctus. Aunque de contextura himnódica, es una verdadera a. de la asamblea, como lo indican las últimas palabras del Prefacio: «cum quibus et postras voces..., sine fine dicentes», expresiones típicas de invitación a la a.; por otra parte, al canto de los serafines (sanctus) descrito por Isaías (6, 3), se añadió posteriormente los hosanna y el benedictus qui venit in nomine Domini, genuina a. de la turba en la entrada de Cristo en Jerusalén (cfr. Mt 21, 9; lo 12, 13), que refuerzan el sentido aclamatorio y popular de todo el Sanctus.
      Anamnesis pascual. Con la aprobación de las tres nuevas plegarias eucarísticas o anáforas (decr. de la Sagrada Congr. de Ritos del 23 mayo 1968), que han pasado al nuevo Ordinario de la Misa, la Iglesia introdujo en el momento inmediato a la consagración una a. al estilo de las liturgias orientales (cfr. supra) que recalca la intervención de la asamblea en el mismo corazón de la plegaria consagratoria: « et populus prosequitur acclamans». Se dan tres textos opcionales para esta a.: el primero proviene de anáforas orientales, el segundo es una acomodación de 1 Cor 11, 26, y el tercero es reducción de una antífona del oficio divino en la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz; los tres resaltan el carácter de memorial o anamnesis pascual de la Misa, en la que se actualizan la muerte y resurrección del Señor.
      Embolismo. Como conclusión del embolismo u oración complementaria del Padre nuestro, hay en el nuevo Ordinario de la Misa otra a., por la cual la asamblea resalta el carácter de la comunión como anticipo del convite escatológico del Reino futuro.
      Amén final. Expresión hebrea muy usada en la Biblia (v. AMÉN) y, por influjo del judaísmo, también en la liturgia cristiana donde ha permanecido intacta aun en las versiones a las lenguas modernas. Usada frecuentemente como conclusión de otras fórmulas litúrgicas (Credo, himnos, doxologías (v.), etc.), su carácter de a. comunitaria se acusa al final de las oraciones y, en particular, de la plegaria eucarística. S. Justino recalca su uso ya desde el s. II (J. Solano, Textos eucarísticos primitivos, I, Madrid 1952, 61 y 63). Indica una adhesión, no meramente intelectual, sino de toda la persona; una aprobación o ratificación de la oración o de la acción del presidente de la asamblea. En la comunión, el amén que dicen los fieles es una afirmación de fe: «así lo creo», «así es»; al final de los himnos y doxologías, es la prolongación del «por los siglos de los siglos», como expresión de la alabanza que no acabará jamás.
      c) Junto 'a estas a. principales se dan en la Misa otras de carácter secundario. En el rito introductorio está el kyrie eleison, expresión griega mantenida aún en su lengua original y traducida en las versiones vernáculas por Señor, ten piedad. Aunque en su uso actual tiene carácter suplicatorio o de invocación penitencial, no ha perdido, sin embargo, su significado, más auténtico y primitivo de a. a CristoKyrios, que cuadra perfectamente después del rito penitencial. En el rito ofertorial, a las fórmulas de presentación del pan y del vino, cuando el celebrante las profiere en voz alta, el pueblo responde con una a. Benedictus Deus in saecula, Bendito seas por siempre, Señor. En el rito de conclusión, el «Deo gratias» («Demos gracias a Dios») con que responden los fieles a la frase litúrgica de despedida del diácono, no constituye una a. (impropia además, en este momento), sino mera respuesta de cumplimiento (cfr. supra).
     

BIBL.: J. A. 1unGa%ANN, El sacrificio de la Misa, 4 ed. Madrid 1963, 1 166, 293 ss., 434, 464, 489, 512; 11, 126, 253; A. BAUmSTARx, Liturgie comparée, Chevetogne 1953, 80101; M. RIGHETTI, Historia de la liturgia, I, Madrid 1955, no 134137; F. CABROL, La antigua oración de la Iglesia, Buenos Aires 1947, 7690; L. MALDoNADo, La plegaria eucarística, Madrid 1967, 485493; 1. GELINEAu, Les interz"entions de l'assamblée dans le canon de la messe, «La Maison Dieun 87 (1966) 141149; F. CABROL, Acclamations, en DACL I, 1, 240265; T. PLAUSER, Akklamation, en RAC 1, 216233.

J. M. SUSTAETA ELUSTIZA

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991