1. Los LXX traducen siempre por anatema el herem del Antiguo
Testamento, que significa «separación» y, respectivamente, lo que está
«separado», prohibido a los hombres y consagrado a Dios. El anatema es una
institución muy difundida en el antiguo oriente (el paralelo extrabíblico más
conocido es la estela de Mesá. rey de -> Moab, s. IX a.C.), que exige la
destrucción del botín de guerra como señal de que se le transfiere al Dios
propio, a quien se atribuye el auxilio para la victoria. Se remonta
probablemente a un tabú de las tribus nómadas, según el cual aquel que no
pertenece a la propia tribu, junto con sus posesiones, pertenece a otra
divinidad y, en consecuencia, en casos de una victoria sobre él, debe ser
«purificado», es decir, aniquilado. El anatema, en virtud de su naturaleza, es
total: en Jericó deben ser pasados a cuchillo todos los hombres y animales, la
ciudad ha de ser incendiada y los objetos de metal consagrados a Yahveh (Jos
6,18-24). El incumplimiento del anatema es severamente castigado: Akán es
apedreado (Jos 7), Saúl pierde el reino (1Sam 15). En la época deuteronomista,
en la que se renueva también la idea del antiguo ejército de Yahveh, la
ideología del anatema sirve para la polémica contra el sincretismo religioso (Dt
7). En la época posexílica cae bajo el anatema, es decir, es excluido de la
comunidad y se destruyen sus bienes, aquel que viola la legislación matrimonial
(Esd 10,8).
2. El -> judaísmo
tardío matizaba la práctica postexílica del anatema: conocía la reprensión, el
pequeño y el gran anatema.
3. La primera
comunidad neotestamentaria aceptó la práctica judía de la excomunión como último
recurso (Mt 18,17s), pero apreciaba como bien supremo ganarse de nuevo al
culpable (Sant 5,20; Jds 22).
4. Para expulsar de
la comunidad, la sinagoga del judaísmo tardío empleaba una fórmula de maldición
que también utiliza Pablo (1Cor 12,3; 16, 22; Rom 9,3; Gál 1,8s): «sea objeto de
maldición» (sea «anatema»), con la que se entregaba al culpable a la
aniquilación por la ira divina.