2. Los Escritores del Asia Menor, de Siria y Palestina.


L
a influencia de Orígenes no se dejó sentir con fuerza sólo en Egipto; sus ideas se extendieron mucho más allá de las fronteras de su país natal. El Asia Menor, Siria y Palestina se convirtieron en el campo de batalla de sus amigos y de sus adversarios. Es interesante observar que hasta sus mismos enemigos le deben más de lo que ellos admiten. Un ejemplo típico lo tenemos en Metodio. Los centros de esta controversia fueron dos escuelas; la primera de ellas, la de Cesárea de Palestina, fundada por el mismo Orígenes, continuó la obra del maestro después de su muerte; la otra, en Antioquía de Siria, se creó en oposición a su interpretación alegórica de la Escritura.

 

 

La Escuela de Cesárea.

Cesárea tuvo el privilegio de servir de refugio a Orígenes al ser éste desterrado de Egipto (232). La escuela que él fundó allí se convirtió, después de su muerte, en asilo de su legado literario. Sus obras formaron el fondo de una biblioteca que el presbítero Panfilo transformó en centro de erudición y saber. Como director continuó la tradición del maestro. Allí fue donde se educaron Gregorio el Taumaturgo y Eusebio de Cesárea, y los Capadocios, Basilio el Grande, Gregorio de Nisa y Gregorio Nacianceno, recibieron la influencia e inspiración de la teología alejandrina.

 

La Escuela de Antioquía.

La escuela de Antioquía fue fundada por Luciano de Samosata (312) en directa oposición a los excesos y fantasías del método alegórico de Orígenes. Esta escuela centraba cuidadosamente la atención en el texto mismo y encaminaba a sus discípulos hacia la interpretación literal y el estudio histórico y gramatical de la Escritura. Los sabios de los dos centros de enseñanza antagónicos tenían conciencia de la profunda diferencia y contradicción fundamental de sus métodos respectivos. En Antioquía, el objetivo de la investigación escriturística era descubrir el sentido más obvio; en Cesárea o en Alejandría, por el contrario, la atención iba dirigida a las figuras de Cristo. Una parte acusaba a la alegoría de destruir el valor de la Biblia como historia del pasado y convertirla en una fábula mitológica; la otra llamaba "carnales" a todos los que se adherían a la letra. A pesar de todo, no existía una contradicción absoluta entre las dos escuelas; antes bien, estaban de acuerdo en toda una tradición exegética; pero cada uno recalcaba sus propios puntos de vista. Orígenes descubre tipos, no solamente en algunos episodios, sino en todos los detalles de la palabra inspirada. Cada línea está, para él, preñada de misterio. Antioquía, en cambio, estableció como principio fundamental no reconocer, en el Antiguo Testamento, figuras de Cristo más que ocasionalmente. Admitía una prefiguración del Salvador sólo allí donde la semejanza era marcada y la analogía clara. Los tipos forman la excepción, no la regla; la Encarnación, si bien era preparada en todas partes, no estaba prefigurada siempre.

En una palabra, la diversidad de método obedecía a una diferencia de mentalidad que ya se había hecho sentir en la filosofía griega. El idealismo alejandrino y su inclinación a la especulación se debían al influjo de Platón; el realismo y el empirismo de Antioquía eran tributarios de Aristóteles. La primera se inclinaba al misticismo, la segunda al racionalismo.

Los comienzos de la escuela de Antioquía parece que fueron muy modestos. Nunca pudo gloriarse de un director de la talla de Orígenes. A pesar de ello, fue la cuna de una gran tradición exegética. Alcanzó su apogeo bajo la dirección de Diodoro de Tarso, a finales del siglo IV. San Juan Crisóstomo fue su discípulo más preclaro, y Teodoro de Mopsuestia el más extremista. Su tendencia racionalista fue causa de que se convirtiera en autora de herejías; su fundador, Luciano, fue el maestro de Arrio.

 

Gregorio el Taumaturgo.

Gregorio el Taumaturgo nació de una familia de noble alcurnia en Neocesarea del Ponto, hacia el año 213. Parece que primeramente se llamaba Teodoro y recibió el nombre de Gregorio en el bautismo. Estudió retórica y derecho en su ciudad natal. Cuando estaba a punto de partir para Berilos, en Fenicia, para completar sus estudios, con su hermano Atenodoro, su hermana le invitó a ir a Cesárea de Palestina, ya que su marido había sido nombrado gobernador imperial de Palestina. Estando allí, siguió algunos cursos de Orígenes. Fue éste el periodo decisivo de su vida:

Como una centella que se encendiera en mi alma, prendió y se inflamó mi amor, tanto hacia Aquel que sobrepuja todo deseo por su inefable belleza, el Verbo santo y totalmente amable, como hacia este hombre, que es su amigo y profeta. Profundamente impresionado, abandoné todo lo que hubiera debido interesarme: negocios, estudios, incluso aquellos por los que sentía más predilección: el derecho, mi casa y mis parientes, hasta aquellos con quienes vivía. Solamente una cosa amaba y me afectaba: la filosofía y su maestro, aquel hombre divino (Discurso 6).

Permaneció en Cesárea con su hermano cinco años (233-238), a fin de seguir el curso completo de Orígenes. Ambos abrazaron el cristianismo. La víspera de su partida Gregorio dio las gracias a Orígenes en un discurso académico de despedida, que se ha conservado y que constituye una preciosa fuente de información para la historia personal de Orígenes y para su método de enseñanza (véase p.339 y 341). Pocos años más tarde, Fedimo, obispo de Amasea, lo consagró como primer obispo de su ciudad natal, Neocesarea. Gregorio predicó el Evangelio, en la ciudad y en el campo, con tanto celo y éxito, que a su muerte solamente quedaba un puñado de paganos en todo el Ponto. Tomó parte en el concilio de Antioquía del año 265 y murió durante el reinado de Aureliano (270-275). Las leyendas que se formaron pronto en torno al primer obispo de la provincia le valieron el título de Taumaturgo o Milagrero; dan también testimonio de la extraordinaria personalidad de este discípulo del gran maestro. Los Padres Capadocios del siglo IV lo valoraron como fundador de la iglesia de Capadocia. Gregorio de Nisa escribió su vida, y, además de ésta, existen tres biografías más, todas de carácter legendario.

 

Sus Escritos.

Gregorio era un hombre de acción, no un escritor. Todas sus obras las compuso con fines prácticos, casi siempre en relación con sus trabajos pastorales.

1. El panegírico de Orígenes (Είς Ώριγένην ττροσφωνητικός καΐ πανηγυρικός λόγος)

Como acabamos de decir, este panegírico es el discurso que pronunció Gregorio al despedirse de la escuela de Orígenes en Cesárea. Con gran delicadeza de sentimiento y pureza de estilo, Gregorio expresa su gratitud a su venerado maestro. Después de una introducción (1-3), en la que se declara incapaz de alabar a su maestro tal como éste se merece, da gracias en primer lugar a Dios (3-15), autor de todos los bienes; luego a su ángel de la guarda, que le condujo a él y a su hermano a Cesárea, y, finalmente, a su gran maestro, que sabía entusiasmar a sus discípulos por las ciencias sagradas. A lo largo de este tributo de sentida gratitud, Gregorio da abundantes y preciosos detalles sobre el método de enseñanza de Orígenes (véase arriba p.339ss). Al final expresa su sentimiento de tener que dejar Cesárea (16-17) y pide la bendición y las oraciones de su maestro (18-19). Este panegírico es un documento de primer orden para la historia de la educación cristiana.

 

2. El Credo o Exposición de la fe.

Gregorio compuso un breve símbolo que, aunque se limita al dogma de la Trinidad, es notable por la exactitud de sus conceptos:

Hay un solo Dios, Padre del Verbo viviente, de la Sabiduría subsistente, del Poder y de la Imagen eterna; Engendrador perfecto del perfecto Engendrado, Padre del Hijo Unigénito. Hay un solo Señor, Único del Único, Dios de Dios, Figura (carácter) e Imagen de la Divinidad, Verbo Eficiente, Sabiduría que abraza todo el universo y Poder que crea el mundo entero, Hijo verdadero del verdadero Padre, Invisible del Invisible, Incorruptible del Incorruptible, Inmortal del Inmortal, Eterno del Eterno. Y hay un solo Espíritu Santo, que tiene su subsistencia de Dios y fue manifestado a los hombres por el Hijo: Imagen del Hijo, Imagen Perfecta del Perfecto, Vida, Causa de los vivientes, Manantial Sagrado, Santidad que comunica la santificación, en quien se manifiestan Dios Padre, que está por encima de todos y en todos, y Dios Hijo, que está a través de todos. Hay una Trinidad perfecta, en gloria y eternidad y majestad, que no está dividida ni separada. No hay, por consiguiente, nada creado ni esclavo en la Trinidad, ni tampoco nada sobreañadido, como si no hubiera existido en un período anterior y hubiera sido introducido más tarde. Y así ni al Padre le falló nunca el Hijo, ni el Espíritu Santo al Hijo, sino que, sin variación ni mudanza, la misma Trinidad ha existido siempre (EP 611).

El texto griego de este Símbolo figura en la biografía de Gregorio de Nisa y en un gran número de manuscritos; quedan asimismo una versión latina de Rufino (Hist. eccl. 7,26) y una traducción siríaca.

 

3. La llamada Epístola Canónica (Επιστολή κανονική).

Esta Epístola, dirigida a un obispo desconocido que había hecho una consulta al autor, debe su nombre al hecho de haber sido incorporada a la colección de las Epístolas Canónicas de la Iglesia griega. Es uno de los más antiguos tratados de casuística. Dieron ocasión a esta carta las dudas y dificultades que provocó la invasión de los borados y los godos, quienes, después de la derrota de Decio (251), habían devastado el Ponto y la Bitinia. Los cristianos del Ponto, a quienes los godos habían hecho cautivos y luego habían puesto en libertad, sentían escrúpulos por haber comido manjares paganos. Las mujeres habían sido violadas. Algunos cristianos habían hecho causa común con los bárbaros, enseñándoles el camino, indicándoles las casas que debían saquear; algunos incluso se sumaron a ellos y tomaron parte en sus perversos actos. En su Epístola, Gregorio da consejos a su hermano en el episcopado respecto de esos delincuentes. Se muestra firmemente resuelto a restablecer el orden y la disciplina, pero al mismo tiempo misericordioso, manso y tolerante. El último canon tiene un interés especial para la historia de la disciplina penitencial; enumera las diferentes clases de penitentes:

El que llora tiene su puesto al exterior de la puerta del oratorio; este pecador que está allí debe implorar de los fieles, al pasar, que ofrezcan oraciones por él. En cambio, el que oye la palabra de Dios tiene su puesto al interior de la entrada, bajo el pórtico; este pecador debe estar allí hasta que salgan los catecúmenos y marcharse después. Porque dicho está que quien escucha las Escrituras y la doctrina, sea puesto fuera y considerado indigno del privilegio de la oración. La postración es el caso de quien permanece dentro de las puertas del templo y luego sale al mismo tiempo que los catecúmenos. La restauración es el caso del que está asociado a los fieles y no sale con los catecúmenos. Por fin, en último lugar viene la participación en los sagrados misterios.

 

4. La Metáfrasis del Eclesiastés (Μετάφραση εις τον έκκλησιαστήν Σολομώνος).

Este escrito no es más que una paráfrasis al libro del Eclesiastés según el texto de los Setenta. -Casi todos los manuscritos lo atribuyen a Gregorio Nacianceno, y Migne lo imprimió también entre sus obras (PG 36,669s). Sin embargo, San Jerónimo (De vir. ill 65) y Rufino (Hist. eccl. 7,25) lo consideran obra auténtica de Gregorio el Taumaturgo.

 

5. Sobre la posibilidad e impasibilidad de Dios

Este tratado, dirigido a un tal Teopompo, se conserva solamente en una versión siríaca. Contiene un diálogo filosófico entre el autor y su destinatario sobre la incompatibilidad del sufrimiento con la idea de Dios. Dios no puede estar sujeto al sufrimiento. Es, sin embargo, libre en sus decisiones. Por su sufrimiento voluntario, el Hijo de Dios derrotó la muerte y probó su impasibilidad.

 

Escritos Apócrifos.

El tratado A Filagrio sobre la consubstancialidad, que se conserva en siríaco bajo el nombre de Gregorio, es de autenticidad dudosa. Contiene una breve exposición de la doctrina trinitaria, y no es más que una traducción de la Epístola a Evagrio, otra griega, que se halla entre las obras de Gregorio Nacianceno (PC 37,383-386) y Gregorio de Nisa (PG 46, 1101-1108).

También se duda de la autenticidad del tratado A Taciano sobre el alma y de seis homilías que se conservan en armenio.

En su Carta 210, Basilio el Grande menciona un Diálogo con Eliano de Gregorio el Taumaturgo, del que se habían servido los sabelianos para sus fines. Nada queda hoy de este dialogo.

Lo mismo acontece con varias cartas mencionadas por San Jerónimo (De vir. ill. 65; Epist. 33,4).

 

Firmiliano de Cesarea.

Firmiliano, obispo de Cesárea de Capadocia, fue contemporáneo de Gregorio el Taumaturgo, a quien conoció en el círculo de Orígenes. Compartía con él su entusiasmo por el maestro alejandrino: "Tenía tal estima por Orígenes, que le llamó primeramente a su país para utilidad de las Iglesias, fue luego él mismo a Judea y pasó algún tiempo con él para perfeccionarse en la ciencia divina" (Eusebio, Hist. eccl. 6,27). Los dos obispos tomaron parte en los dos primeros sínodos de Antioquía en que se condenaron los errores de Pablo de Samosata. Firmiliano murió poco después que Gregorio, el año 268. Fue uno de los prelados eminentes de su época. De sus escritos queda solamente una carta dirigida a San Cipriano de Cartago en la que trataba de la debatida cuestión del segundo bautismo de los herejes. Viene a ser la respuesta a una carta de Cipriano sobre la misma cuestión, que se ha perdido. Este es el motivo de que se haya conservado en una traducción latina dentro de la colección de las cartas de San Cipriano (Epist. 75). El original griego se ha perdido. La traducción revela todas las particularidades del latín de Cipriano, por lo que se cree que la tradujo él mismo. Debió de ser escrita hacia el año 256.

Firmiliano asegura a Cipriano que está completamente de acuerdo con su opinión de que el bautismo conferido por los herejes es inválido; critica vivamente al papa Esteban y rechaza su opinión con insólita vehemencia y aspereza.

 

Metodio.

Uno de los adversarios más distinguidos de Orígenes fue Metodio. No sabemos casi nada de su vida, porque Eusebio no le menciona en la Historia eclesiástica. Según F. Diekamp, fue probablemente obispo de Filipos de Macedonia, pero debió de pasar gran parte de su vida en Licia, hasta el punto de que se le ha creído por mucho tiempo obispo de Olimpo, pequeña ciudad de Licia. Murió mártir el año 311, en Cálcide de Eubea.

Metodio era un hombre de refinada cultura y un excelente teólogo. Refutó la doctrina de Orígenes sobre la preexistencia del alma y su concepto espiritualista de la resurrección del cuerpo. Desgraciadamente, de su extensa producción sólo queda un reducido número de escritos.

 

1. El Banquete o Sobre la virginidad (Συμττόσιον ή περί αyveías).

Como asiduo lector de Platón, a Metodio le gustaba imitar sus Diálogos. Concibió el Banquete como la réplica cristiana de la obra del gran filósofo. Intervienen diez vírgenes que ensalzan la virginidad. Todas la encomian como tipo de vida cristiana perfecta y la manera ideal de imitar a Cristo. Al final Tecla entona un himno entusiasta (de 24 versos) en honor de Cristo, el Esposo, y de la Iglesia, su Esposa, en el cual el coro de las vírgenes canta un refrán. Empieza así:

Tecla. En lo alto de los cielos, ¡oh vírgenes!, se deja oír el sonido de una voz que despierta a los muertos; debemos apresurarnos, dice, a ir todas hacia el oriente al encuentro del Esposo, revestidas de nuestras blancas túnicas y con las lámparas en la mano. Despertaos y avanzad antes de que el Rey franquee la puerta.

Todas. A ti consagro mi pureza, ¡oh divino Esposo!, y voy a tu encuentro con la lámpara brillante en mi mano.

Tecla. He desechado la felicidad de los mortales, tan lamentable; los placeres de una vida voluptuosa y el amor profano; a tus brazos, que dan la vida, me acojo buscando protección, en espera de contemplar, ¡oh Cristo bienaventurado!, tu eternal belleza.

Todas. A ti consagro mi pureza, ¡oh divino Esposo!, y voy a tu encuentro con la lámpara brillante en mi mano. Tecla. He abandonado los tálamos y palacios de bodas terrenas por ti, ¡oh divino Maestro!, resplandeciente cual el oro; a ti me acerco con mis vestiduras inmaculadas, para ser la primera en entrar contigo en la felicidad completa de la cámara nupcial.

Todas. A ti consagro mi pureza...

Tecla. Después de haber escapado, ¡oh Cristo bienaventurado!, a los engaños del dragón y sus artificiosas seducciones, sufrí el ardor de las llamas y las acometidas mortíferas de bestias feroces, confiada en que vendrías a ayudarme.

Todas. A ti consagro mi pureza...

Tecla. Olvidé mi patria arrastrada por el encanto ardiente de tu gracia, ¡oh Verbo divino!; olvidé los coros de las vírgenes compañeras de mi edad y el fausto de mi madre y de mi raza, porque tú mismo, tú, ¡oh Cristo!, eres todo para mí.

Todas. A ti consagro mi pureza...

Tecla. Salve, ¡oh Cristo, dador de la vida, luz sin ocaso! ¡Oye nuestras aclamaciones! Es el coro de las vírgenes quien te las dirige, ¡oh flor sin tacha, gozo, prudencia, sabiduría, oh Verbo de Dios!

Todas. A ti consagro mi pureza...

Tecla. Abre las puertas, ¡oh reina!, la de la rica veste; admítenos en la cámara nupcial. ¡Esposa inmaculada, vencedora, egregia, que te mueves entre aromas! Engalanadas con vestiduras semejantes, henos aquí vástagos tuyos, sentadas junto a Cristo para celebrar tus venturosas nupcias.

Todas. A ti consagro mi pureza... (11,2,1-7: BAC 45,1081s).

Esta Reina, la Iglesia, está adornada con las flores dé la virginidad y los frutos de la maternidad:

El Real Profeta comparó la Iglesia a un prado amenísimo sembrado y cubierto con las más variadas flores, no sólo con las flores suavísimas de la virginidad, sino también con las del matrimonio y las de la continencia, según está escrito: "Engalanada con sus vestidos de franjas de oro avanza la reina a la diestra de su esposo" (Ps. 44,10 y 14) (ibid. 2,7,50: BAC 45,1003).

Se advierte la influencia de la doctrina de la recapitulación de Ireneo (véase p.284s) cuando afirma Metodio que, por haber pecado Adán, Dios determinó recrearlo en la Encarnación; pero Metodio propone una creación nueva, una re-creación mucho más absoluta y completa. Su eclesiología está íntimamente ligada a esta idea del segundo Adán. Para Ireneo, la segunda Eva es María; para Metodio es la Iglesia:

Así Pablo ha referido justamente a Cristo lo que había sido dicho respecto a Adán, proclamando con derecho que la Iglesia nació de sus huesos y de su carne. Por amor a ella, el Verbo, dejando al Padre en los cielos, descendió a la tierra para acompañarla como a esposa (Eph. 5,31) y dormir el éxtasis del sufrimiento, muriendo gustoso por ella, a fin de presentarla gloriosa sin arruga ni mancha, purificándola mediante el agua y el bautismo (Eph. 5,26-7), para hacerla capaz de recibir el germen espiritual que el Verbo planta y hace germinar con sus inspiraciones en lo más profundo del alma; por su parte, la Iglesia, como una madre, da forma a aquella nueva vida para engendrar y acrecentar la virtud. De este modo se cumple proféticamente aquel mandato: "Creced y multiplicaos" (Gen. 1,18), al aumentar la Iglesia cada día en masa, en plenitud y belleza gracias a su unión e íntimas relaciones con el Verbo, que aun ahora desciende a nosotros y se nos infunde mediante la conmemoración de sus sufrimientos. Pues la Iglesia no podría de otro modo concebir y regenerar a sus hijos los creyentes, por el agua del bautismo, si Cristo no se hubiera anonadado de nuevo por ellos para ser retenido por la recopilación de sus sufrimientos, y no muriese otra vez descendiendo de los cielos y uniéndose a su esposa la Iglesia a fin de proporcionarle un nuevo vigor de su propio costado, con el que puedan crecer y desarrollarse todos aquellos que han sido fundados en El, los que han renacido por las aguas del bautismo y han recibido la vida comunicada de sus huesos y de su carne, es decir, de su santidad y de su gloria (3,8,70: BAC45,1010s).

Después de leer tales pasajes, nos sorprende saber que Metodio fue uno de los adversarios de Orígenes, puesto que el Comentario sobre el Cantar de los Cantares de éste expone las mismas ideas y las mismas alegorías y sigue la misma interpretación mística. De hecho no fue sino más tarde cuando Metodio comenzó a refutar al maestro alejandrino. En cambio, parece que en sus primeros escritos le había prodigado grandes alabanzas. Según San Jerónimo (Adv. Ruf. 1,11), Pánfilo en su Apología de Orígenes recuerda a Metodio que también él anteriormente tuvo en gran estima a este doctor.

El Banquete es el único escrito de Metodio cuyo texto griego se ha conservado íntegramente. De las otras obras tenemos solamente una traducción eslava más o menos completa y algunos fragmentos en griego.

 

2. El Tratado sobre el libre albedrío (Περί του αίπτεξουσίον).

La versión eslava ostenta el título Sobre Dios, la materia y el libre albedrío, que corresponde más exactamente al contenido de la obra. Metodio quiere probar, en forma de diálogo, que el responsable del mal es el libre albedrío del ser humano. No se puede pensar que el mal provenga de Dios o que sea materia increada o eterna como Dios. En el transcurso de la discusión, Metodio rechaza la idea origenista de una sucesión indefinida de mundos. El tratado parece dirigido contra el sistema dualista de los valentinianos y de otros gnósticos. La mayor parte de la obra se conserva en fragmentos griegos. El texto íntegro, salvo unas pocas lagunas, existe en una versión eslava. Además, Eznik de Kolb, apologista armenio del siglo V, trae largas citas en su Refutación de las sectas, transmitiéndonos de esta manera en su lengua importantes pasajes de la obra de Metodio.

 

3. Sobre la resurrección (Άγλαοφών ή περί αναστάσεως).

El título original de este diálogo era Aglaofón o sobre la resurrección, porque representa una disputa que tuvo lugar en casa del médico Aglaofón de Patara. Refuta en tres libros la teoría origenista de la resurrección en un cuerpo espiritual y defiende la identidad del cuerpo humano con el cuerpo resucitado:

No puedo soportar la locura de algunos que desvergonzadamente violentan la Escritura, a fin de encontrar un apoyo para su propia opinión, según la cual la resurrección se hará sin la carne; suponen que habrá huesos y carne espirituales, y cambian su sentido de muchas maneras, haciendo alegorías (1,2).

Ahora bien, ¿qué significa que lo corruptible se reviste de inmortalidad? ¿No es lo mismo que aquello de "se siembra en corrupción y resucita en incorrupción"? (1 Cor. 15.42). En efecto, el alma no es ni corruptible ni mortal, porque lo que es mortal y corruptible es la carne. En consecuencia, "como llevamos la imagen del terreno, llevaremos también la imagen del celestial" (1 Cor. 15, 49). Puesto que la imagen del terreno que llevamos es ésta: "Polvo eres y al polvo volverás" (Gen. 3,19). Pero la imagen del celestial es la resurrección de entre los muertos, y la incorrupción, a fin de que, "como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva" (Rom. 4,6). Se podría pensar que la imagen terrena es la misma carne, y la imagen celestial algún cuerpo espiritual distinto de la carne. Pero hay que considerar primero que Cristo, el hombre celestial, cuando se apareció, tuvo la misma forma corporal que los miembros y la misma imagen de carne como la nuestra, pues por ella se hizo hombre el que no era hombre, de suerte que, "como en Adán hemos muerto todos, así también en Cristo somos todos vivificados" (1 Cor. 15,22). Si, pues, El tomó la carne por otra cualquiera razón que la de libertar a la carne y resucitarla, ¿por qué asumió El la carne en vano, si no quería ni salvarla ni resucitarla? Pero el Hijo de Dios no hace nada en vano. No tomó, pues, inútilmente la forma de siervo, sino que lo hizo con la intención de resucitarla y salvarla. Si él se hizo hombre y murió en verdad y no sólo en apariencia, lo hizo para mostrar que es el primogénito de entre los muertos, transformando la tierra en cielo, y lo mortal en inmortal (De resurr. 1,13).

Metodio refuta también las opiniones de Orígenes sobre la preexistencia del alma y sobre la carne como cárcel del espíritu, y sus ideas sobre el destino y fin del mundo. Al principio el hombre era inmortal en cuerpo y alma. La muerte y la separación del cuerpo y del alma no tienen más explicación que la envidia del diablo. Por eso el ser humano tuvo que ser remodelado:

Es como si un eminente artista tuviera que romper una hermosa estatua labrada por él mismo en oro u otro material, y hermosamente proporcionada en todos sus miembros, porque acaba de darse cuenta de que ha sido mutilada por algún hombre infame, demasiado envidioso para soportar la belleza. Este hombre se apoderó de la estatua y se entregó al vano placer de satisfacer su envidia. Advierte, sapientísimo Aglaofón: si el artista quiere que aquello a lo que ha dedicado tantos afanes, tantos cuidados y tanto trabajo, esté libre de toda infamia, se verá precisado a fundirlo de nuevo y a restaurarlo en su anterior condición... Pues bien, me parece que al plan de Dios le aconteció lo mismo que ocurre con los nuestros. Viendo al hombre, la más noble de sus obras, corrompido por pérfido engaño, no pudo, en su amor al hombre, abandonarlo en aquella condición. No quiso que el ser humano permaneciera para siempre culpable y objeto de reprobación por toda la eternidad. Le redujo de nuevo a su materia original, a fin de que, modelándolo otra vez, desaparecieran de él todas las manchas. A la fundición de la estatua en el primer caso corresponde la muerte y disolución del cuerpo en el segundo, y a la refundición y nuevo modelado de la materia en el primer caso corresponde la resurrección del cuerpo en el segundo: Te pido prestes atención a esto: cuando el hombre delinquió, la Grande Mano no quiso, como ya dije, abandonar su obra como un trofeo al maligno, que la había viciado y deshonrado injustamente por envidia. Por el contrario, la humedeció y la redujo a arcilla, lo mismo que un alfarero rompe una vasija para rehacerla, a fin de eliminar todas las taras y abolladuras para que pueda ser de nuevo agradable y sin ningún defecto (De resurr. 1,6-7).

A pesar de que el diálogo adolece de cierta falta de claridad en la composición, con todo, la obra, tal como está, es una importante contribución a la teología. La refutación de las ideas de Orígenes se mantiene siempre en un nivel elevado, y las especulaciones del autor se remontan a la misma altura que las de su antagonista. San Jerónimo, que, en fin de cuentas, no era muy favorable a Metodio, señala (De vir. ill. 33) este tratado como un opus egregium.

Solamente quedan fragmentos del texto griego. Afortunadamente, Epifanio incorporó a su Panarion (Haer. 64,12-62) un pasaje extenso y muy importante (1,20-2,8,10). La versión eslava abarca los tres libros, pero abreviando los dos últimos.

 

4. Sobre la vida y las acciones racionales.

Este tratado figura en la versión eslava entre los dos diálogos Sobre el libre albedrío y Sobre la resurrección. Del texto original griego no queda absolutamente nada. La obra consiste en una exhortación a contentarse con lo que Dios nos ha dado en esta vida y a poner toda nuestra esperanza en el mundo venidero.

 

5. Las obras exegéticas.

Al diálogo Sobre la resurrección siguen, en la versión eslava, tres obras exegéticas. La primera va dirigida a dos mujeres, Frenope y Quilonia, y trata de La diferencia de los alimentos y la ternera mencionada en el Levítico (cf. Num. 19). Es una interpretación alegórica de las leyes del Antiguo Testamento relativas a las diferentes clases de alimentos y a la vaca roja, con cuyas cenizas debían ser rociados los impuros. El segundo tratado, que se titula A Sistelio sobre la lepra, es un diálogo entre Eubulio y Sistelio sobre el sentido alegórico del Levítico 13. Además de la versión eslava quedan algunos fragmentos griegos de este tratado. El tercero es una interpretación alegórica de Prov. 30,15ss (la sanguijuela) y Ps. 18,2: "Los cielos pregonan la gloria de Dios."

 

6. Contra Porfirio.

En varias ocasiones (De vir. ill. 83; Epist. 48,13; Epist. 70,3) San Jerónimo habla con grande encomio de los Libros contra Porfirio de Metodio. Verdaderamente es de lamentar que esta obra se haya perdido enteramente, puesto que Metodio fue el primero en refutar los quince libros polémicos Contra los cristianos, escritos por el filósofo neoplatónico Porfirio hacia el año 270.

También se han perdido sus obras Sobre la Pitonisa, Sobre los mártires y los Comentarios sobre el Génesis y sobre el Cantar de los Cantares (De vir. ill. 83).

 

Sexto Julio Africano.

Sexto Julio Africano nació en Jerusalén (Aelia Capitolina), no en África, como pensaron Bardenhewer y otros. Fue oficial del ejército de Septimio Severo y tomó parte en la expedición contra el principado de Edesa el año 195. Este fue, probablemente, el comienzo de la amistad que le unió con la dinastía cristiana de aquella ciudad. Por un fragmento de papiro del libro XVIII de su obra Kestoi (Oxyrh. Pap. III n.142,39ss) sabemos que organizó una biblioteca para el emperador Alejandro Severo en Roma, "en el Panteón, cerca de los baños de Alejandro." En Alejandría de Egipto asistió a las clases de Heraclas y se hizo amigo de Orígenes. Más tarde vivió en Emaús (Nicópolis) de Palestina y murió después del 240. A pesar de que una tradición posterior le hiciera obispo de Emaús, jamás ejerció ningún cargo eclesiástico. Se dedicó más a las ciencias profanas que a las sagradas.

 

Sus Obras.

1. Crónicas (Χρονογραφίαι )

Sus Crónicas vienen a ser el primer ensayo de sincronismo de la historia del mundo. Dispone en columnas paralelas, según las fechas, los sucesos de la Biblia y los compendios de las historias griega y judía, desde la creación hasta el año 221 después de Cristo, el cuarto año de Heliogábalo; de la creación hasta el nacimiento de Cristo se cuentan cinco mil quinientos años. Según Julio Africano, el mundo debía durar en total seis mil años, y así, quinientos años después del nacimiento de Cristo empezaría el Sábado del mundo, el milenio del reinado de Cristo. Parece, pues, que al autor le movió una intención milenarista a componer su obra. Carece de sentido critico con respecto a las fuentes. Los primeros cinco libros de las Crónicas, de los que sólo quedan fragmentos, fueron una mina de información para Eusebio y otros historiadores posteriores.

2. Kestoi (Κεστοί, Encajes)

Los Kestoi son una obra enciclopédica que comprende veinticuatro libros y estaba dedicada al emperador Alejandro Severo. El título Encajes indica la variedad de materias que se Tratan: van de la táctica militar a la medicina, de la agricultura a la magia. Los extensos fragmentos que se conservan demuestran que a Julio Africano le faltaba sentido critico en su método. Era, además, muy crédulo, admitiendo toda clase de supersticiones y de magia.

3. Dos cartas

Conocemos dos cartas de Julio Africano. Una, dirigida a Orígenes hacia el año 240, pone en duda la autenticidad de la historia de Susana. En ella el autor demuestra un juicio y un sentido crítico más seguros que en los Encajes. Se conserva el texto completo de esta carta (véase arriba p.373). La otra carta, de la que se conservan sólo fragmentos, es una que escribió a Arístides; en ella trata de hacer concordar las genealogías de Jesús en los evangelios de Mateo y Lucas.

 

Pablo de Samosata y Malquión de Antioquía.

Pablo, natural de Samosata, capital de la provincia siria de Comagena, fue gobernador y ministro del tesoro (procurator ducenarius) de la reina Zenobia de Palmira y, desde el año 260, obispo de Antioquía. Eusebio (Hist. eccl. 7,27,2) nos informa que, a poco de su consagración episcopal, "pensaba de Cristo cosas bajas y mezquinas, contrarias a la enseñanza de la Iglesia, como si hubiera sido por naturaleza un hombre ordinario." Entre los años 264-268 se celebraron tres sínodos en Antioquía para tratar de su herejía, los dos primeros sin ningún resultado práctico. El tercero, el año 268, declaró que la doctrina de Pablo era insostenible y pronunció contra él una sentencia de deposición. Al presbítero Malquión de Antioquía le cabe el honor de haber probado el carácter herético de las doctrinas de Pablo y haber conseguido su condenación:

En tiempo de Aureliano se reunió un último sínodo, al que asistió un número extraordinariamente grande de obispos; en él fue desenmascarado el jefe de la herejía de Antioquía y abiertamente condenado por todos como culpable de heterodoxia; fue excomulgado de la Iglesia católica que está bajo el cielo. El que más se distinguió en pedirle cuentas y en probarle la acusación de disimulo fue Malquión, varón docto, que era asimismo director de la enseñanza de retórica en las escuelas helénicas de Antioquía; había sido distinguido con el presbiterado en la comunidad de aquella ciudad por la extraordinaria sinceridad de su fe en Cristo. Se levantó, pues, contra Pablo este hombre, y los taquígrafos tomaron su disputa con él, que sabemos ha llegado hasta nuestros días. Sólo él, de entre todos ellos, fue capaz de desenmascarar a este hombre ladino y solapado.

Los pastores que se hallaban reunidos en el mismo lugar redactaron de común acuerdo una sola carta dirigida a Dionisio, obispo de Roma, y a Máximo, de Alejandría, y la enviaron a todas las provincias. En ella exponen sus esfuerzos en favor de todos y la perversa heterodoxia de Pablo; refiere los argumentos y preguntas que le hicieron, y, además, describen toda la vida y conducta de aquel hombre (Eusebio, Hist. eccl. 7,29,1-30).

Del debate entre Pablo y Malquión, del que se tornaron notas taquigráficas, quedan fragmentos en Leoncio de Bizancio, en el emperador Justiniano y en Pedro Diácono. Según San Jerónimo (De vir. ill. 71), Malquión fue también el autor de la carta encíclica enviada por los obispos después del sínodo. Eusebio (ibid.) cita varios pasajes de esta carta, que tratan sobre todo de la conducta moral y del carácter de Pablo, puesto que junto con las cartas iban copias de las minutas del concilio. San Hilario (De synodis 81,86) y San Basilio (Epist. 52) dicen que el concilio que condenó a Pablo repudió expresamente la palabra ομοούσιος (consubstantialis), por considerarla inadecuada para expresar la relación entre el Padre y el Hijo. No sabemos, sin embargo, en qué sentido usaba Pablo esta palabra. Seguramente le daba un tinte modalista, suprimiendo la diferencia, de personalidad entre el Padre y el Hijo. No reconocía tres personas en Dios, sino que, según Leoncio (De sectis 3,3), "dio el nombre de Padre al Dios que creó todas las cosas; de Hijo, al que era meramente hombre, y el de Espíritu, a la gracia que residía en los Apóstoles." Jesús era superior a Moisés y los profetas, pero no era el Verbo. Era un hombre igual que nosotros, solamente que era mejor en todos los aspectos. Así, pues, la trinidad admitida por Pablo era solamente una trinidad nominal; evidentemente compartió las opiniones de los monarquianos; su cristología recuerda la forma modalista del adopcionismo.

La llamada Carta a Himneo, que se supone que seis obispos escribieron a Pablo antes del sínodo de 268, contiene un símbolo detallado y pide a Pablo que suscriba esa regla de fe. A pesar de que, según Eusebio (Hist. eccl. 7,30,2), los seis obispos, cuyos nombres da la carta, participaron en el concilio, la autenticidad de este documento no está probada. Lo mismo hay que decir de los cinco fragmentos de los Discursos a Sabino de Pablo, descubiertos en el florilegio Doctrina Patrum de incarnatione Verbi, compilado en el siglo VII.

 

Luciano de Antioquia.

Luciano, nacido en Samosata, fue el fundador de la escuela de Antioquía. Eusebio (Hist. eccl. 9,6,3) nos hace de él la siguiente descripción:

Luciano, hombre excelente en todos los respectos, de vida morigerada, y muy versado en las ciencias sagradas, sacerdote de la comunidad de Antioquía, fue llevado a la ciudad de Nicomedia, donde residía entonces el emperador. Habiendo defendido la fe que profesaba delante del príncipe, fue encarcelado y después muerto.

El emperador de quien se habla en este pasaje es Maximino Daia, y el martirio tuvo lugar el 7 de enero de 312. Rufino (Hist. eccl. 9,6) reproduce el texto de la apología que Luciano pronunció delante del juez pagano, pero su autenticidad es dudosa.

Luciano no fue un escritor profundo. Jerónimo habla de su "pequeño tratado sobre la fe" (De vir.ill. 77) sin darnos ninguna información sobre su contenido. Conocía perfectamente el hebreo y corrigió la versión griega del Antiguo Testamento según el original hebreo. Esta revisión de los Setenta fue adoptada en la mayoría de las iglesias de Siria y del Asia Menor, desde Antioquía hasta Bizancio, y fue tenida en gran estima (Jerónimo, Praef. in Paral.; Adv. Ruf. 2,27). Quedan grandes fragmentos de esta obra en 105 escritos de San Juan Crisóstomo y de Teodoreto. Luciano revisó también críticamente el texto del Nuevo Testamento, pero, según parece, se limitó a los cuatro evangelios.

La escuela que fundó en Antioquía se opuso al alegorismo de la de Alejandría. Se dedicó a la interpretación literal de las Escrituras. Produjo comentarios bíblicos de valor perdurable y formó a un gran número de escritores posteriores con su método exegético.

Sin embargo, esta escuela tomó una orientación teológica particular. El documento más antiguo que tenemos sobre la enseñanza de Luciano le acusa de ser un sucesor de Pablo de Samosata y el precursor de la doctrina que pronto iba a ser conocida con el nombre de arrianismo. Es una carta escrita por el obispo Alejandro de Alejandría, diez años después de la muerte de Luciano, a todos los obispos de Egipto, Siria, Asia y Capadocia. Teodoreto (Hist. eccl. 1,4) cita el siguiente párrafo:

Vosotros habéis sido instruidos por Dios; no ignoráis, pues, que esta doctrina que se está levantando nuevamente contra la fe de la Iglesia, es la doctrina de Ebión y Artemas; es la perversa teología de Pablo de Samosata, que fue expulsado de la iglesia de Antioquía por una sentencia conciliar pronunciada por obispos de todas partes; su sucesor Luciano estuvo excomulgado largo tiempo bajo tres obispos; las heces de la impiedad de aquellos herejes han sido absorbidas por estos hombres que se han levantado de la nada... Arrio, Aquilas y toda la cuadrilla de sus compañeros de malicia.

En efecto, Arrio y los futuros partidarios fueron educados por Luciano en Antioquía. Arrio se jactaba de ser discípulo suyo, se llamaba a sí mismo "lucianista," y se dirigía al sucesor de Luciano, el obispo Eusebio de Nicomedia, como "colucianista" (EPIFANIO, Haer. 69,6; TEODORETO, Hist. eccl. 1,4). Todo esto indica que Luciano fue padre del arrianismo. Por lo tanto, esta herejía no tuvo sus raíces en Alejandría, donde empezó a propagarse, sino en Antioquía. El adopcionismo de Pablo de Samosata sobrevivió, con modificaciones, en la doctrina de Arrio. Atacaba, en efecto, el carácter absoluto de la divinidad de Cristo, uno de los artículos más fundamentales de la fe cristiana.

 

Doroteo de Antioquía.

Eusebio menciona a otro presbítero de Antioquía, a quien conoció cuando Cirilo era obispo de esta ciudad (ca.280-303).

Durante el episcopado de Cirilo conocimos a Doroteo, hombre elocuente, distinguido con el sacerdocio en Antioquía. Siendo un amante de las bellezas divinas, practicó tanto la lengua hebrea que entendía las Escrituras en hebreo. Estaba también versado en los estudios liberales y había recibido la educación primaria de los griegos. Por otra parte, físicamente era eunuco, siéndolo desde su nacimiento, de suerte que el emperador, por esta particularidad asombrosa, le admitió en su confianza y le honró poniéndole al frente de la tintorería de púrpura de Tiro. Hemos oído a este hombre en la iglesia hacer una ponderada exposición de las Escrituras (Hist. eccl. 7,32,2-4).

Eusebio no menciona ningún escrito de Doroteo, ni dice tampoco si enseñó en la escuela de Antioquía. Actualmente se tiende a asociarlo a Luciano.

 

Pánfilo de Cesárea.

Pánfilo, uno de los más entusiastas seguidores de Orígenes, fue el maestro del primer gran historiador de la Iglesia, Eusebio de Cesárea, que solía llamarse a sí mismo ό του Παμφίλου, el hijo de Pánfilo. Por desgracia se perdió enteramente la biografía en tres libros escrita por Eusebio. Pero en su Historia eclesiástica (7,32,25) dice de él:

Durante el episcopado de Agapito conocimos a Pánfilo, hombre elocuentísimo, verdadero filósofo por su manera de vivir, honrado con el sacerdocio de aquella comunidad. Sería prolijo exponer cómo era y de dónde era oriundo. En una obra especialmente dedicada a él hemos narrado todas las particularidades de su vida, de la escuela que fundó, de los combates que hubo de sostener en varias confesiones (de su fe) que hizo durante la persecución y de la corona del martirio con que al fin ciñó su frente. Fue, en verdad, el hombre más admirable entre los habitantes de aquella ciudad.

Nacido en Berilo de Fenicia, Pánfilo recibió su primera formación en su ciudad natal. Estudió teología en la escuela catequística de Alejandría bajo la dirección de Pierio, sucesor de Orígenes, apellidado "Orígenes el Joven." Allí nació su gran admiración por Orígenes. Al volver a su patria se estableció en Cesárea de Palestina, donde Orígenes había enseñado en sus últimos años. Fue ordenado sacerdote por el obispo de aquella ciudad. Agapito, y creó una escuela teológica para continuar la tradición de Orígenes. Tuvo especial empeño en enriquecer la biblioteca que había fundado Orígenes y logró adquirir una valiosa colección de libros que fueron de suma importancia para la literatura y cultura cristianas en los siglos venideros. Eusebio y Jerónimo deben a esta biblioteca su conocimiento de la literatura cristiana primitiva. Pánfilo copiaba de su puño y letra los manuscritos originales que no podía comprar y se hacía ayudar en esta tarea por una plantilla de amanuenses. Enseñó a Eusebio a transcribir, catalogar y editar los textos, y le introdujo en los estudios de critica y autenticidad literarias. Muchos de los escritos de Orígenes se habrían perdido si Pánfilo no se hubiera preocupado de coleccionarlos y catalogarlos, como nos dice Eusebio:

(El catálogo de las obras de Orígenes) lo hemos dejado transcrito en nuestro relato de la vida de Pánfilo, santo mártir de nuestro tiempo; al ponderar cuan grande era el celo de Pánfilo por las cosas divinas hemos copiado las listas de la biblioteca de las obras de Orígenes y de otros escritores eclesiásticos. Gracias a esta lista, cualquiera que lo desee puede conocer de una manera perfectísima las obras de Orígenes que han llegado a nosotros (Hist. eccl. 6,32,3).

Durante la persecución de Maximino Daia, fue torturado y encarcelado el año 307. Permaneció en la cárcel hasta su ejecución, el 16 de febrero del 309 ó 310.

1. La Apología de Orígenes (Απολογία υπέρ *nptyιvous)

Durante la larga estancia en la cárcel escribió la defensa de Orígenes en cinco libros. Le ayudó su discípulo Eusebio, quien completó la obra de Pánfilo después de su muerte, añadiendo un sexto libro. Solamente se ha conservado el primero de ellos en una traducción latina de Rufino que no inspira confianza. Focio (Bibl. cod. 118) nos dice que la Apología "iba dirigida a los condenados a las minas por el nombre de Cristo. Su jefe era Patermitio, el cual, poco después de la muerte de Pánfilo, acabó su vida en una pira junto con otros." Con otras palabras, la Apología estaba destinada a los mártires de Palestina, que en su mayor parte eran opuestos a la teología de Orígenes. Pánfilo y Eusebio refutaban las acusaciones hechas contra su héroe y defendían sus opiniones, citando muchos párrafos tomados de sus obras.

2. Las copias del texto bíblico.

A Pánfilo le cabe un mérito especial por las numerosas copias de la Biblia que mandó sacar de las Exaplas de Orígenes. Gracias a él y a Eusebio, el texto de los Setenta, tal como aparece en la revisión de Orígenes, era leído en las iglesias de Palestina y se fue extendiendo más allá de las fronteras de aquel país (JERÓNIMO, Praef. in Paral.; Adv. Ruf. 2,27). La historia de la crítica textual del Antiguo y Nuevo Testamento va íntimamente ligada con los nombres de Pánfilo y Eusebio, y no pocos de los manuscritos de la Biblia hoy día existentes se remontan a códices escritos por ellos.

 

El Dialogo Sobre la Fe Ortodoxa.

El diálogo De recta in Deum fide (Περί της είς θεόν ορθής Triαrseos), que se conserva en el texto original griego y en una traducción latina de Rufino, es de un autor desconocido, contemporáneo de Metodio. Se atribuyó muy pronto a Orígenes. Ya lo hacen los manuscritos griegos y el mismo Rufino. El contenido indica, sin embargo, claramente que lo compuso algún adversario de la doctrina de Orígenes. Para refutar a los partidarios de Marción, Bardesanes y Valentín, el autor se sirvió de los tratados de Metodio Sobre el libre albedrío y Sobre la resurrección. No parece, pues, que el diálogo Sobre la fe ortodoxa sea anterior al año 300. Probablemente fue escrita en Siria. Como el defensor de la fe ortodoxa en el diálogo se llama Adamancio, el tratado fue erróneamente atribuido a Orígenes, a quien llamaban también Adamancio.

En la primera parte, los discípulos de Marción, Megetio y Marco, defienden las ideas de su maestro sobre dos dioses distintos, uno el de los judíos y otro el de los cristianos, y pretenden que el evangelio marcionita es el único auténtico. La segunda parte trata de la herejía de Bardesanes. Marino, su representante, afirma que no se puede llamar a Dios creador de Satanás o del mal; que el Logos no tomó carne humana en la encarnación y que el cuerpo no participará de la resurrección. Al final, el arbitro pagano Eutropio se declara convencido por Adamancio.

El autor da pruebas de tener una buena formación teológica y filosófica. Sabe cómo defender su fe eficazmente. Pero su diálogo está muy lejos de ser una obra de arte y adolece de falta de coordinación y cohesión.

 

La "Didascalia Apostolorum Syriaca."

La Didascalía, o la Doctrina católica de los Doce Apóstoles y de los santos discípulos de nuestro Salvador, es una constitución eclesiástica compuesta, según las últimas investigaciones, en la primera mitad y acaso en los primeros decenios del siglo III, para una comunidad de cristianos convertidos del paganismo de la Siria septentrional. La obra sigue el modelo de la Didaché (véase p.37-48) y utiliza las Constituciones Apostólicas como fuente principal de los seis primeros libros.

El desconocido autor de la Didascalía parece ser de origen judío. Era obispo y poseía bastantes conocimientos de medicina, pero le faltaba una formación teológica precisa. Recurre casi continuamente a la Escritura y utiliza, además, la Didaché, a Hermas, Ireneo, el Evangelio de Pedro y los Hechos de Pablo.

 

Contenido.

Los primeros capítulos son avisos, dirigidos especialmente a los maridos y mujeres. Se exhorta a ser cautos con la literatura pagana y con la promiscuidad en los baños (1-2). Siguen luego reglas sobre la elección y consagración de obispos, sobre la ordenación de sacerdotes y diáconos y la instrucción de catecúmenos (3). Se definen los derechos y los deberes del obispo (4-9), recomendándole particularmente el trato suave con el pecador arrepentido (5-7) y el cuidado de los pobres (8). Precávese contra los falsos hermanos y contra el testimonio que un pagano pueda dar contra un cristiano, y se dan normas relativas a los pleitos (10-11). En el capítulo 12 tenemos una buena descripción de las reuniones litúrgicas y de los lugares destinados al culto:

En vuestras asambleas, en las santas iglesias, organizad vuestras reuniones según buenos modelos. Disponed los sitios para los hermanos con diligencia y mucha prudencia. Que haya un lugar reservado para los presbíteros en el centro de la parte oriental de la casa, y colocad el trono del obispo en medio de ellos; que los presbíteros se sienten con él; pero que los seglares se sienten en lo que queda de la parte oriental del edificio. Es necesario que los presbíteros se coloquen en la parte oriental de la casa juntamente con el obispo; luego los seglares y, finalmente, las mujeres, de modo que, cuando nos levantemos para orar, los jefes de la asamblea se levanten los primeros, luego los hombres seglares y, por fin, las mujeres, porque la ley es que debemos orar hacia el este, pues ya sabéis que está escrito: "Alabad a Dios, que está sentado en los cielos de los cielos hacia oriente" (Ps. 68). En cuanto a los diáconos, que uno de ellos esté constantemente vigilando los dones de la Eucaristía, y que haya otro en la parte de fuera de la puerta para observar a los que entran; y después, cuando hayáis presentado vuestras ofrendas, que ambos sirvan juntos en la iglesia. Y si alguno se halla fuera de su lugar, que el diácono que está dentro le reprenda y le haga levantarse y ocupar el lugar que le corresponde (12).

Los cristianos no deben ser remisos en la asistencia al servicio eucarístico por ir al trabajo o a los espectáculos (13). Vienen después reglas sobre las viudas (14-15), sobre los diáconos y diaconisas (16) y sobre la caridad cristiana (17-18). Se exhorta a los obispos a atender diligentemente a los cristianos perseguidos o encarcelados por el nombre de Cristo. Es obligación de todos los fieles atender solícitamente con sus bienes a las necesidades de los confesores (19). Puesto que los fieles tienen la esperanza cierta de la resurrección, nadie puede tener excusas para eludir el martirio (20). Los días ordinarios de ayuno durante el año son los miércoles y viernes (esto está tomado de la Didaché). Pero hay otro ayuno señalado para la semana anterior a la Pascua: debe durar "desde el lunes, seis días completos, hasta la noche que sigue al sábado" (21). Después de una sección que trata de la educación de los niños (22), el autor aborda la cuestión del peligro que suponen las herejías: "Ante todo precaveos contra todas las odiosas herejías. Huid de ellas como del fuego; huid también de los que se adhieren a ellas." Los que dividen el rebaño con falsas doctrinas o con cismas serán condenados al fuego eterno (23). Dios ha abandonado la Sinagoga por la Iglesia de los gentiles, pero Satanás ha hecho otro tanto. Ya no tienta a los judíos, sino que se dedica a dividir el único rebaño en sectas. Esto empezó ya en tiempo de los Apóstoles (24); ellos fueron quienes, según el contexto del capítulo 25, escribieron la Didascalía: "Cuando las herejías amenazaron con invadir toda la Iglesia, nos reunimos los doce Apóstoles en Jerusalén y deliberamos sobre las medidas que debíamos adoptar. Nos pareció bien a todos unánimemente escribir esta Didascalía católica, para que todos estéis en la certeza. Cuando volvieron a sus respectivas comunidades, los Apóstoles confirmaron a los creyentes en la fe. "Habiendo decretado, establecido y confirmado unánimemente, partimos cada uno por su lado, confirmando a la Iglesia, porque está ocurriendo lo que ya había sido anunciado: ya habían aparecido lobos disfrazados, los falsos Cristos y los profetas de la mentira" (26).

En la Didascalía hay poco dogma, puesto que su principal objetivo es dar una instrucción moral y reglas canónicas para el mantenimiento del orden y de la disciplina en la Iglesia. Cuando aborda discusiones doctrinales lo hace para refutar el gnosticismo y el judaísmo. Esto no obstante, nos proporciona información abundante para la historia de la vida y de las costumbres cristianas. Trata, por ejemplo, detalladamente toda la cuestión de la penitencia. Contra las tendencias rigoristas, enseña que pueden perdonarse todos los pecados, incluso el de herejía, siendo la única excepción el pecado contra el Espíritu Santo:

Que los que se arrepienten del error sean admitidos en la Iglesia; pero los que se adhieren obstinadamente al error, y no se arrepienten, los segregamos y decretamos que salgan de la Iglesia y que sean separados de los fieles. Ya que profesan herejías, no se debe mantener comunión con ellos ni de palabra ni de oración. Son, en efecto, los enemigos de la Iglesia (25).

El escritor menciona explícitamente el adulterio y la apostasía entre los pecados que pueden perdonarse. Hace esta amonestación a los obispos:

Curad y recibid a los que se arrepienten de sus pecados. Si no recibes a los que se arrepienten, porque no eres misericordioso, pecas contra el Señor Dios, pues no obedeces a nuestro Señor y Dios al no obrar como El obró. El perdonó a aquella mujer que había pecado, a quien los ancianos llevaron a su presencia, dejándola en sus manos para que la juzgara, marchándose ellos. El, que es el único que escruta los corazones, le preguntó: "¿Te han condenado los ancianos, hija mía?" Ella respondió: "No, Señor." Y nuestro Salvador le dijo: "Tampoco yo te condeno; vete y no peques más." ¡Obispos!, que en esto nuestro Salvador, nuestro Rey y nuestro Dios sea para vosotros un signo: Sed como El y seréis mansos, humildes, misericordiosos y clementes (6).

El autor cita luego el texto íntegro de la oración de Manasés, y añade:

Habéis oído, queridos hijos. Manases rindió un culto impío a los falsos ídolos e hizo perecer a los justos; pero, cuando se arrepintió, el Señor le perdonó. No hay pecado peor que el culto de los ídolos, y, con todo, aún se le dio ocasión de arrepentimiento (6).

No hay nada que indique, ni de lejos, que después del bautismo no haya perdón de pecados. Encontramos una liturgia muy desarrollada de la penitencia pública, una noción clara de su carácter sacramental, pero ninguna alusión a la penitencia privada.

Según A. v. Harnack y E. Schwartz, la Didascalía, en su forma actual, contiene párrafos dirigidos contra Novaciano, pero se habrían añadido posteriormente; la obra seria anterior al heresiarca. Sea de esto lo que fuere, lo cierto es que no tenemos la menor prueba de que en el original hubiera ninguna manifestación de rigorismo en la cuestión de la penitencia.

 

Tradición textual.

1. El texto griego se ha perdido, a excepción de algunos pocos fragmentos. Como esta obra fue la fuente principal de los seis primeros libros de las Constituciones Apostólicas, se puede reconstruir la mayor parte de su texto.

2. El texto completo nos ha llegado en una traducción siríaca. P. A. de Lagarde lo editó por vez primera en 1854 de un manuscrito de París, el Codex Sangermanensis (Parisiensis) orient. 38, del siglo IX o X. En 1903, la señora M. D. Gibson publicó otra recensión de un manuscrito mesopotámico del año 1036, descubierto por J. R. Harris (Codex Mesopotamicus o Harrisianus); ella da también la lista de las variantes del Sangermanensis, de otro Codex Mesopotamicus que contiene solamente un pequeño fragmento, de un Codex Cantabrigiensis y de un Codex Musei Borgiani. Según todas las apariencias, la versión siríaca se hizo a poco de haberse publicado el original griego.

3. Una traducción latina antigua, que comprende casi las tres octavas partes de toda la obra, fue publicada por E. Hauler en 1900 de un palimpsesto de la Biblioteca del cabildo catedral de Verona (Codex Veronensis lat. LV 53). Esta traducción parece ser de fines del siglo IV.

4. La Didascalia siríaca, o mejor, el original griego, desaparecido, sirvió también de base para las Didascalias árabe y etiópica.