Trinidad
DPE


SUMARIO: 1. Dios se revela como Trinidad sólo a partir de Jesucristo. - 2. Historia humana de la revelación de Dios como Trinidad. - 3. Competencias intransferibles de la Trinidad en la historia de la salvación. - 4. De la Trinidad "ad extra" a la Trinidad "ad intra" - 5. ¿Cómo evangelizar hoy sobre la Trinidad?


1. Dios se revela como Trinidad sólo a partir de Jesucristo

El hombre tiene acceso al conocimiento de muchos aspectos sobre Dios, "principio y fin de todas las cosas", "partiendo de las cosas creadas" (Vaticano 1, Denzinger, 1785). Ciertamente, uno de los misterios divinos inaccesibles a la luz natural de nuestra razón es el misterio de la Trinidad de Personas en Dios.

No ha habido filosofía ni religión natural que hayan intuido siquiera que Dios es Trino y Uno (Trino en cuanto a Personas y Uno en cuanto a Naturaleza).

Tampoco en las religiones consideradas reveladas por Dios mediante los profetas (judaísmo, islam) encontramos confesiones de fe en una divinidad única integrada por Tres Personas. La razón explicativa de este hecho no es porque entre los judíos y los mahometanos no haya grandes místicos y teólogos, sino sencillamente porque sólo los cristianos reconocemos que Jesucristo es el Hijo de Dios humanado y sólo Alguien que es Dios como Jesucristo podía revelarnos esa verdad tan íntima e inaccesible para nuestras mentes y corazones: la verdad de que Dios es Padre-Hijo-Espíritu.

Jesucristo, con su historia concreta y con su resurrección gloriosa, constituye el ara reveladora de la existencia de Tres Personas en la única naturaleza de Dios. Para nosotros los cristianos, Dios se ha manifestado como Padre-Hijo-Espíritu sobre todo a través de los acontecimientos que tuvieron lugar en Jesucristo, y no tanto como resultado de una comunicación verbal del Maestro a los discípulos ni, mucho menos aún, como fruto de la investigación intelectual por parte de los primeros cristianos.

2. Historia humana de la revelación de Dios como Trinidad

A la luz de los textos del N.T. que hacen comparecer nominalmente a la santa Trinidad de manera explícita (cf. Mt 28,18-20; Jn 14,26; 15,26; 20,21-23; Rom 1,3-4; 2Cor 13,13; He 1,7-8), hay que afirmar terminantemente que fue efectivamente el acontecimiento escatológico de la resurrección del Señor el origen, la raíz, la matriz engendradora de la fe de los cristianos en la Trinidad de Personas en Dios.

Entonces, en la acción resucitadora de Dios sobre Jesús, fue cuando los primeros cristianos empezaron a creer que Dios es Padre-Hijo-Espíritu. Por otro lado, era lógico que la captación de la existencia de Tres Personas en Dios por parte de los primeros cristianos tuviera comienzo precisamente en el hecho insólito de la victoria de Jesús sobre la muerte. No se trataba de una intervención divina extraordinaria en el marco de la historia. Tampoco de algo que tuviera que ver con la acción creadora de Dios respecto de la humanidad entera. Nunca antes Dios había emprendido una acción tan cualificada como la de resucitar a un ser humano concreto a la vida perdurable (revelación de Dios como Padre). Tampoco Jesucristo tenía experiencia de haber recibido de Dios anteriormente tanto como la actual manera escatológica de ser hombre (revelación de Dios como Hijo). El ejercicio activo de resucitar del Padre y el ejercicio pasivo de ser resucitado del Hijo fueron llevados a cabo por Ambos con infinito Amor (revelación de Dios como Espíritu). En la resurrección de Jesús, los primeros cristianos contemplaron absortos la manifestación gloriosa de la Trinidad: "Trinitas gloriae!".

Pero los Apóstoles no se contentaron con el reconocimiento de la Trinidad gloriosa. Al igual que retrotrajeron la filiación divina de Jesús resucitado al Jesús de la historia, los primeros discípulos confiesan la presencia y la actuación de las Tres divinas Personas en el transcurso de la vida histórica de Jesús. Claro que dicha confesión de fe de los Apóstoles en la intervención de la Trinidad en la historia lleva consigo la aceptación de un rebajamiento o kénosis no sólo del Hijo eterno, sino también del Padre y del Espíritu eternos:

"Esta autocomunicación se realiza, en la 'economía', según un estatuto de 'condescendencia', de humillación, de servicio y, por decirlo todo, de kénosis. Ello obliga a reconocer una distancia entre la Trinidad 'económicamente' revelada y la Trinidad eterna. Es la misma y Dios es comunicado verdaderamente, pero de un modo no connatural al ser de las divinas personas: ¿El Padre 'omnipotente'? ¿Dónde está en un mundo lleno del escándalo del mal? ¿El Hijo 'resplandor de su gloria, efigie de su sustancia', 'sabiduría' de Dios? ¡Es la sabiduría de la cruz! Es tan poco reconocible, que la blasfemia contra él será perdonada. ¿El Espíritu? Carece de rostro; se le ha definido frecuentemente como desconocido." (YVES M. J. CONGAR, El Espíritu Santo, Herder, Barcelona 1983, 460).

Lo mismo que ciertos Padres de la Iglesia, y el mismo Lutero, hablan de la "theología crucis"; los primeros cristianos admiten de buen grado la realidad histórica de una "Trinitas crucis".

Ya desde el principio de la encarnación del Hijo eterno, hay que hablar de la participación de las Tres divinas Personas, cada Una de Ellas a su manera, en la aventura humana de Jesús de Nazaret.

En lo referente a la encarnación del Hijo de Dios, hay que reconocer desde un principio que en la tradición de la Iglesia, y por tanto también en la tradición de la teología, ha pesado sobremanera una visión infundadamente negativa de la historia de la salvación; se han entendido y valorado la encarnación y vida entera del Hijo unigénito de Dios bajo la perspectiva de la redención de los pecados de los hombres, en lugar de haber considerado en ella ante todo y sobre todo la comunicación que Jesucristo nos hizo a los hombres de la Vida Tripersonal de Dios.

Es muy significativo a este respecto la respuesta dada por los Padres de la Iglesia postnicena y por los teólogos de la Edad Media (Anselmo de Aosta, Tomás de Aquino) a la pregunta: ¿Por qué Dios se ha hecho hombre? Con palabras de san Agustín: "Si el hombre no hubiera perecido, el Hijo del hombre no hubiera venido" (De catechizandis rudibus, 17, 28). Con este modo negativo de concretar la motivación de la encarnación del Hijo, la vida y la muerte posteriores de Jesucristo no parecen tener más finalidad que la de satisfacer a Dios por las injurias que los hombres cometen contra Él y expiar en carne propia e inocente los castigos que los pecadores deberían en realidad recibir personalmente.

La consecuencia más grave de este enfoque "hamartiológico" (=de pecado) es la imagen de Dios que se deja entrever: en vez del Dios Tripersonal y bondadoso, tenemos al Dios Unipersonal y justiciero.

Además de lo dicho sobre el nacimiento humano del Hijo del Padre, habría que decir otro tanto de la predicación de Jesús sobre el reino de Dios (lo diremos en el apartado 5), y más encarecidamente todavía sobre la muerte de Jesús en la cruz. Vamos a centrarnos ahora únicamente en la entrega de Jesús hasta la muerte y muerte de cruz.

El Padre, impulsado por el Amor infinito para con los hombres, llegó a permitir que Jesús muriera como murió, pero el Padre no podía ser el Padre de Jesucristo y dejarlo abandonado siquiera un instante en la soledad engullidora de la muerte. Este abandono por parte del Padre es teológicamente -más exactamente dicho: Trinitariamente- imposible.

Tampoco Jesús, como Hijo humanado, podía dudar en absoluto de la presencia y solidaridad del Padre cuando experimentó en la cruz la soledad invasora de la muerte. Un pensamiento fugaz de duda admitida por parte de Jesús en relación con la presencia amorosa del Padre era también algo teológicamente -trinitariamente- imposible.

Jesús creyó en todo momento en la comunión inmutable del Padre y del Espíritu, particularmente en aquellos momentos de abandono de los hombres y de mayor soledad como hombre (en la muerte). Refiriéndose precisamente a este momento de la muerte, el evangelista Juan, el evangelista de mayor visión Trinitaria de Dios, ya había puesto en boca de Jesús, con anterioridad al hecho de la cruz, estas palabras:

"Mirad que llega la hora (y ha llegado ya) en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo. Pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo" (Jn 16,32).

A la luz del N.T., hay que decir sobre la muerte de Jesús que el que murió en la cruz fue ciertamente el Hijo humanado y que lo hizo con infinito amor -en el Espíritu-. Pero hay que completar lo anterior añadiendo que también el Padre "se entregó" con infinito amor -en el Espíritu- en la "entrega" de su Hijo humanado a la muerte. Más aún: la muerte del Hijo humanado fue "experimentada" antes por el Padre que por el Hijo humanado. El Padre siempre es el primero respecto del Hijo, tanto en el misterio de la Trinidad "ad extra" como en el misterio de la Trinidad "ad intra". Esta prioridad del Padre se hizo manifiesta a los cristianos por primera vez y diáfanamente en el acontecimiento de la resurrección del Señor.

La historia humana de la revelación de Dios como Trinidad, que arranca del acontecimiento de la resurrección de Jesús y se extiende retrospectivamente a toda la historia de Jesús, desde su nacimiento hasta su crucifixión, pasando por la actividad pública del predicador de Galilea sobre el reino de Dios, ha tenido que hacernos ver con claridad que nuestro Dios actúa en la historia de la salvación no unipersonalmente, sino tripersonal o trinitariamente.

3. Competencias intransferibles de la Trinidad en la historia de la salvación

Si analizamos la intervención de las Tres divinas Personas en la historia de la salvación (creación, nacimiento e historia del Hijo humanado, resurrección de Jesús con envío del Espíritu santo y parusía del Señor), caeremos pronto en la cuenta de que cada Persona desempeña una función propia y específica.

La función propia del Padre es la de actuar como Dador o Donante: es el Primero, el Principio, el Origen, el Padre en las diferentes fases de la historia de la salvación. De ahí que se le atribuyan al Padre todas las acciones salvadoras en su momento originario, inicial: la creación como comienzo de toda la historia de la salvación; el envío del Hijo a hacerse hombre y a cumplir con su Voluntad salvífica; la resucitación del Hijo muerto y sepultado; la determinación del cumplimiento de la parusía del Señor Jesús.

Por parte del Hijo, su función peculiar consiste en ser el Receptor cabal de la donación salvadora del Padre. Con esta función distintiva de la Persona divina de Jesucristo, guardan relación aquellas acciones del Hijo humanado que responden perfectamente a la iniciativa salutífera del Padre: hacerse carne; cumplir históricamente con el designio salvador del Padre; ser resucitado; extender su gloriosa humanidad al resto de la creación, cuando el Padre se lo señale.

En cuanto a la función que caracteriza e identifica al Espíritu santo como a la Tercera Persona divina, es su función, dentro de la historia de la salvación, de unir a los hombres entre sí y a éstos con Cristo y con el Padre de Cristo la función propia. Gracias a esta función específica del Espíritu, los que nos diferenciamos por raza, lengua, costumbres llegamos a vivir como si fuéramos miembros de un mismo cuerpo (cf. 1 Cor 12,12 s.), confesamos que Jesús, el Crucificado, es el Señor, nuestro Señor (cf. Rom 10,9), y nos dirigimos sin temor alguno al Dios invisible, como hijos suyos, y le llamamos "Abbá, Papá" (cf. Gál 4,6).

Las funciones indicadas y que el Padre, el Hijo humanado y el Espíritu llevan a cabo en la historia de la salvación no son, sin embargo, intercambiables entre las divinas Personas: el Padre no será nunca el que fue resucitado de la muerte ni el que nos hace clamar desde nuestras entrañas "Abbá, Papá". El Hijo no será jamás el que nos resucitará ni el que construye en la actualidad la comunidad dentro de la Iglesia. Finalmente, el Espíritu no será nunca jamás el que ha sido exaltado por el Padre ni el que es esperado que se manifieste gloriosamente en el último día.

4. De la Trinidad "ad extra" a la Trinidad "ad intra"

El N.T. se expresa sobre la Trinidad en términos históricos-salvíficos, de cara a su comunicación con nosotros. Otra característica de la revelación Trinitaria de Dios a los hombres es su cristocentrismo. De hecho, ha sido la Segunda Persona de la santa Trinidad, el Hijo unigénito, quien se ha humanado históricamente y después ha sido hecho hombre glorificado mediante su resurrección de entre los muertos.

Al hilo de los dos acontecimientos cristológicos mencionados, aparecen la manera de ser y las relaciones existentes entre las Tres Personas divinas.

Con motivo de la encarnación, el Padre es el que toma la iniciativa de enviar con amor infinito -en el Espíritu- al Hijo eterno. El Hijo recibe, también con actitud de amor ilimitado -en el Espíritu-, la misión del Padre de hacerse hombre.

En el acontecimiento de la resurrección, es de nuevo el Padre el único Sujeto agente que amorosamente -en el Espíritu- realiza la acción resucitadora sobre el Hijo muerto y sepultado. A su vez, el Hijo acoge amorosamente -en el Espíritu- la humanización escatológica que su resurrección de entre los muertos comporta. Ambos, Padre resucitador e Hijo resucitado, envían al Espíritu vivificador y unificador a la humanidad en general y a la Iglesia en particular.

Pues bien, la teología de los primeros concilios, empapada en la cultura helenística, se encargó de traducir el lenguaje dinámico, funcional, narrativo, del N.T. sobre la Trinidad de Personas en Dios a un lenguaje más directamente ontológico o metafísico, esencialista, uniforme, con el peligro siempre latente de insistir más en la Unicidad de la naturaleza divina que en la Diversidad de las Tres Personas divinas.

Pero la dirección de la labor teológica ha sido hecha desde el principio -y así debe continuar siéndolo- desde la Trinidad manifestada en y a través de la encarnación y resurrección de Jesucristo (Trinidad "ad extra") hacia la visión constitutiva, metafísica, de las Tres Personas en el interior de la divinidad (Trinidad "ad intra"). ¿Es que acaso, para nuestro conocimiento del Misterio de los Misterios, que es Dios en Sí considerado, tenemos otro camino mejor que Jesucristo? ¿Existe siquiera algún otro camino además de Jesucristo?

Los teólogos han visto con satisfacción y saludado con alborozo el principio acuñado por K. Rahner en relación con el tratado "De la Trinidad" y que no hace más que consagrar en la reflexión teológica la orientación que va de la Trinidad "ad extra" a la Trinidad "ad intra": "La Trinidad que se manifiesta en la economía de la salvación /Trinidad "ad extra"/ es la Trinidad inmanente /Trinidad "ad intra"/, y viceversa. (Advertencias sobre el tratado dogmático "De Trinitate"; en sus Escritos de Teología, t. IV, Taurus, Madrid 1961, 105-136).

De acuerdo con este axioma, la teología afirma como realidad intradivina: que el Padre es la Primera Persona en Dios, que, en lugar de mirarse narcisistamente a Sí solo como el Manantial de la vida, se entrega amorosamente (=en el Espíritu) al Hijo; que el Hijo es la Segunda Persona en Dios, quien, en vez de estimarse egoístamente como el Océano maravilloso de las aguas primigenias de la vida, considera amorosamente todo lo que es (=en el Espíritu) como recibido de su Padre; que el Espíritu es la Tercera Persona en Dios, que actúa de lazo amoroso de unión entre las Dos Personas mencionadas, la del Padre y la del Hijo.

También han sido los hechos históricos-salvíficos de la misión del Hijo y la del Espíritu los que han guiado a los teólogos en sus especulaciones sobre las "procesiones" intradivinas o relaciones eternas dentro de Dios.

En el caso de la primera misión, la de Jesucristo, que como Hijo del Padre nace en el tiempo, se transparenta en ella claramente que en la eternidad es también el Hijo quien procede del Padre por engendramiento de Este.

En cuanto a la segunda misión o envío del Espíritu Santo y santificador a la Iglesia, unos textos del N.T. aseguran que el propio Jesús, una vez resucitado, enviará al Espíritu (cf. Jn 15,26a; 16,7), mientras que otros informan de que es el Padre el que enviará al Espíritu (cf. Jn 14,16.26; 15,26b). Basándose en los dos tipos de textos, el Credo de Nicea-Constantinopla terminó por registrar en su articulado (¿siglo VI?) la procesión del Espíritu de la siguiente manera: "que procede del Padre y del Hijo" ("Filioque"). No pocos teólogos proponen, con razones convincentes y con ánimo conciliador, la siguiente fórmula para atraer a la Iglesia griega, partidaria de la supresión del "Filioque", a la común fe Trinitaria: "Espíritu, que procede del Padre por medio del Hijo".

5. ¿Cómo evangelizar hoy sobre la Trinidad?

Si hemos preguntado antes: "¿Existe siquiera algún otro camino además de Jesucristo" para conocer la realidad misma del misterio Trinitario del único Dios?, es que pensábamos que no hay ningún otro camino. No valen aquí los símbolos lógicos de costumbre (Triángulo, Trébol) ni tampoco las vivencias y estructuras antropológicas (facultades humanas, relaciones entre los miembros de una familia). El único que ha vivido directamente el misterio de la Tri-Unidad de Dios ha sido Jesús de Nazaret. Y a él tenemos que referirnos para poder dar algunas pautas de evangelización sobre la Trinidad.

Comencemos diciendo que desde el punto de vista de la metafísica, nosotros no tenemos parecido alguno con Dios Padre, Fuente de todo lo bueno que existe, sino sólo con Dios Hijo. Todo cuanto somos y tenemos lo hemos recibido, desde la vida biológica hasta la vida de fe. A partir de esta semejanza nuestra con el Hijo en su relación eterna con el Padre, fijémonos en cómo actuó Jesucristo, el Hijo hecho hombre como nosotros, el tiempo en que predicó sobre el reino de Dios o sobre el sentido de esta vida.

A la hora de interpretar el sentido de la existencia del hombre sobre la tierra, Jesús lo entiende, en el Espíritu, desde el Padre y así lo da a conocer públicamente: "Aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios, porque le da el Espíritu sin medida" (Jn 3,34; cf. 12,49-50; 14,24; 17,8).

En cuanto a vivir en la práctica el reino de Dios, Jesús actúa perfectamente de acuerdo con la voluntad del Padre, que le ha enviado, en el Espíritu, precisamente para realizar dicho reino sobre la tierra: "Les dice Jesús: Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4,34; cf.Jn 5,36; 6,38; 17,4).

El resultado de este modo de predicar y de vivir sobre el reino de Dios es esa figura concreta de Jesús de Nazaret, referido y unido esencial y existencialmente al Padre, en el Espíritu, como lo está el niño a su madre, todavía conectado a ella y pendiente de ella mediante el cordón umbilical.

"Podéis intentar un test difícil de personalidad: cualquiera que sea la pregunta que se le hace, Jesús no tiene más que una respuesta. ¿De dónde vienes?: del Padre. ¿Adónde vas?: al Padre. ¿Qué haces?: las obras, la voluntad del Padre. ¿Qué dices?: nada sobre mí, sino lo que he visto en el Padre. Más que los razonamientos abstractos sobre la Trinidad, este test nos introduce en el corazón del misterio de Dios. Jesús es a la vez totalmente libre, perfectamente él mismo, pero también es totalmente relación con el Padre, hacia el Padre" (ETIENNE CHARPENTIER, Para leer el Nuevo Testamento, Verbo Divino, Estella 1984, 110).

La única manera que tenemos de anunciar a la Trinidad consiste en vivir esta vida según la vivió Jesús de Nazaret, obsesionados como él por conocer ante todo el sentido salvífico del Padre sobre la existencia terrenal y empeñados en traducirlo en la realidad de nuestras conductas, y contando para todo ello con el esclarecimiento y la fuerza actuales y actuantes del Espíritu Santo.

BIBL. — BRUNO FORTE, Trinidad como historia. Ensayo sobre el Dios cristiano, Sígueme, Salamanca 1988; JOSEP M. ROVIRA BElLOSO, Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu santo, en Diccionario teológico (El Dios cristiano), Secretariado Trinitario, Salamanca 1992, 1370-1394; JOSÉ ANTONIO SAVÉS, La Trinidad, misterio de salvación, Palabra, Madrid 2000.

Eduardo Malvido Miguel