Reino de Dios
DPE
 

SUMARIO: 1.° El poder salvador de Dios. — 2. ° Jesús de Nazaret y el anuncio del Reino. — 3. ° Qué es el Reino. — 4. ° La Iglesia al servicio del Reino. — 5. ° Orientaciones pastorales.


Jesús de Nazaret inaugura su predicación con el anuncio del Reino que está cerca y la llamada a la conversión del corazón (Mc. 1,15); su persona, su mensaje y su causa son el comienzo del Reino. "Cristo por tanto, para hacer la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el Reino de los cielos" (L.G. 3); y la voluntad del Padre es que los hombres participen en la vida divina comunicada en el Hijo (L.G. 2). La convocación de los hombres en torno a Cristo como "familia de Dios" da origen a la Iglesia que es "el germen y el comienzo de este Reino" (L.G. 5) (cfr. CEC. 541-542), pues toda la humanidad está llamada a formar parte del Reino.

1.° El poder salvador de Dios. La Escritura confiesa el poder salvador, amoroso y universal de Dios (Sal. 24, 8-10; 135,6); si Dios es Todopoderoso es porque es el Creador de cuanto existe, es el Señor de la historia (Sb 11,21). El poder de Dios se manifiesta en el amor y la misericordia con que cuida de su pueblo: "Yo seré para vosotros Padre, y vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso" (2 Co 6,18). El poder de Dios se manifiesta muchas veces como impotencia para cambiar el mal; de forma misteriosa, esta actitud de Dios es la que vence al mal y nos salva. La muerte y resurrección de Cristo esclarecen definitivamente el poder de Dios para quien nada es imposible. Las "maravillas" que Dios ha ido realizando en la Historia de la Salvación y que proclamamos en el Credo es la expresión del poder de Dios y la peculiaridad del mismo.

2.° Jesús de Nazaret y el anuncio del Reino. Jesús de Nazaret, su vida, y sus palabras son revelación del Padre (Jn. 14,9), su encarnación, vida pública, muerte y resurrección nos justifican ante el Padre (Rom. 4,25) y nos consiguen la vida que no tiene fin. "Todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en Él y que Él lo viva en nosotros. "El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre" (G.S. 22,2). Estamos llamados a nos ser más que una cosa con El; nos hace comulgar en cuanto miembros de su Cuerpo en lo que Él vivió en su carne por nosotros y como modelo nuestro" (CEC.521).

El anuncio del Reino viene predecido por el Bautismo y las tentaciones; de esta manera se expresa cómo Jesús está consagrado enteramente a cumplir el designio salvador del Padre. El Reino "se manifiesta a los hombres en las palabras, en las obras y en la presencia de Cristo" (L.G. 5). Jesús en Galilea proclama que "el tiempo se ha cumplido y el reino está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc. 1,15); nos invita a todos a acoger el Reino (Mt. 8,11; 28,19); los "pequeños" son los que mejor entienden las cosas de Dios, en tanto que los sabios y poderosos las rechazan (Mt. 11,25). Los que acogen la Buena Noticia con sencillez y confianza son llamados bienaventurados (Mt. 5,3). Toda la vida de Jesús fue una identificación con los pobres y una entrega a ellos como condición para poder alcanzar la bienaventuranza eterna (Mt. 25, 31-46).

Para entrar en el Reino hay que dejarse convertir por Dios; y esto sólo es posible confiando plenamente en su misericordia de Padre (Mc. 2,17; Lc. 15,7). Las parábolas del Evangelio nos dicen cuál es la dinámica del Reino: no hay que apegarse a los bienes materiales (Mt. 13, 44-45), se necesitan obras nuevas (Mt. 21, 28-32), hay que poner a producir los talentos recibidos (Mt. 25, 14-30) y hay que ser buena tierra para dar fruto abundante (Mt. 13, 3-9). Y, sobre todo, hay que hacerse discípulo del Señor para crecer en la familiaridad con El, y así entrar en el misterio de Dios (Mt. 13,11).

Los Evangelios nos hablan de milagros y signos por los que el poder liberador de Dios está actuando en Jesús en favor de los pobres, pecadores y enfermos. (Jn. 5,36; 10,25); los signos suponen la fe en Jesús como Mesías de Dios (Jn. 10, 31-38). Los milagros son signos mesiánicos que expresan que Dios es un Dios de vida y que estamos llamados a vivir en libertad y felicidad; además, revelan que el pecado es el origen de todos los males y es lo que nos impide vivir como hijos de Dios y como hermanos. Los primeros cristianos entendieron que Jesús es el Reino de Dios en persona, pues su vida, su misión, y la causa del Reino aparecen unidos como una sola cosa (Mc. 10, 29-30; Mt. 19, 28-29; Lc. 18, 28-29). Por eso, los apóstoles no anuncian el Reino, sino a Jesucristo muerto y resucitado para nuestra salvación.

3.° Qué es el Reino. Ante todo y sobre todo, el Reino es un don de Dios que no se puede conseguir por los esfuerzos humanos; es una gracia que viene de lo alto (Jn. 3, 3-5), pero afecta profundamente al modo de entender y vivir todo lo humano. El Reino expresa el proyecto salvador de Dios en el mundo y a lo largo de la historia, y es comprendido por aquellos que buscan hacer la voluntad de Dios con sincero corazón. La llegada del Reino supone un estilo de vida alternativo desde la convicción profunda de que la paternidad de Dios nos pide ser sencillos, austeros y serviciales. El Evangelio del Reino restituye a los pobres su dignidad ante Dios, y las de la buena noticia de que ellos son los destinatarios privilegiados del Reino (Lc. 6,20). Y a todos nos propone un camino nuevo, que no es el de la moral prevalente ni el de los intereses de este mundo. El afán de riquezas nos impide vivir con lo necesario y compartir el resto; es decir, no nos deja poner la confianza en Dios que cuida de vosotros para que nosotros nos preocupemos del hermano solo y desamparado. El Reino entra en conflicto con las ideas e intereses de los poderosos; en la práctica, el trigo y la cizaña, el bien y el mal, están mezclados y hay que esperar para poder separar lo uno de lo otro (Mt. 13, 24-30. 47-49). Sólo los que tienen un corazón de niño (Mt. 18, 1-4) acogen el reino con alegría. Jesús nos dice que el Reino es la piedra preciosa (Mt. 13, 44-46) que da sentido la vida y relativiza todo lo que no es Dios y su justicia; además, es necesario que este tesoro sea descubierto y conservado como tal por medio de la vigilancia (Mt. 25, 1-13). Es Reino es un misterio que es acogido y vivido por los sencillos de corazón (Mt. 11,25; Lc. 10, 25). Los que no acogen la persona ni la propuesta de Jesús entran en conflicto con El, y le condenan a muerte para preservar sus intereses; la resurrección de Jesús de Nazaret es la prueba definitiva de que el estilo de vida inaugurado por Él es más fuerte que la muerte.

4.° La Iglesia al servicio del Reino. Las últimas palabras de Jesús se refieren al mandato misionero: id y haced discípulos (Mt. 28, 19-20). La Iglesia es "sacramento universal de salvación" y según el mandato de Jesucristo debe anunciar el Evangelio en todo tiempo y lugar (A.G. 1). Los Hechos de los Apóstoles comienzan con la venida del Espíritu Santo y nos narran el dinamismo de la Iglesia primitiva que hace realidad la construcción del Reino que Jesús anunció. Los Apóstoles proclaman el Kerigma (Jesús de Nazaret ha resucitado) con obras y palabras; las pequeñas comunidades que aparecen en uno y otro lugar encarnan en la fraternidad y en la misión la nueva humanidad; la Iglesia naciente no se identifica con el Reino ni lo quiere reemplazar; por el contrario, está al servicio del mismo (Hech. 19, 8-9; 20,25). La Iglesia es germen del Reino (L.G. 5) y debe empezar por evangelizarse a sí misma (EN 15) para poder predicar la conversión de los corazones. "La Iglesia es una, santa, católica y apostólica en su identidad profunda y última, porque en ella existe ya y será consumado al fin de los tiempos "el Reino de los cielos", "el Reino de Dios" (Ap. 19,6), que ha venido en la persona de Cristo y que crece misteriosamente en el corazón de los que son incorporados hasta su plena manifestación escatológica (CEC. 865). La consumación del Reino tiene que ver con la reunión de toda la humanidad como el único Pueblo de Dios. Los cristianos construimos el Reino desde la comunidad cristiana al vivir en ella nuestro bautismo según la vocación concreta a la que cada uno hemos sido llamados. El discernimiento cristiano nos ayuda a conocer los signos de los tiempos y a responder con actitudes evangélicas (DGC 109). Y todo ello en diálogo convergente y colaboración generosa con tantos hombres y mujeres que viven abiertos a la acción del Espíritu.

5.° Orientaciones pastorales. La vivencia del Reino en la sociedad actual será más efectiva si los cristianos estamos atentos a las búsquedas y alternativas, a las luchas por la justicia y a los valores nuevos, pues son sin duda signos del Reino. Lo que apunta a un estilo de vida más integrado y unitario, con más sentido existencial, y más solidario con los más necesitados es una presencia clara del Reino. Igualmente, los que apuntan a una mayor humanización de las relaciones, a un planteamiento solidario de los bienes, a una democratización de la política y a un mayor cultivo de la ecología nos habla de una humanidad más justa y reconciliada y, por consiguiente, más acorde con el proyecto de Dios.

Los valores del Reino deben inspirar los proyectos de vida personales y comunitarios para que en la vida cotidiana se pueda ir creando una cultura más cercana al Evangelio. Las comunidades encarnadas, proféticas e implicadas son el referente mejor para poder decir al hombre de hoy: "ven y verás" lo que da sentido a la vida y es alternativa válida. Hablamos no sólo de actividades comprometidas sino de plantear la existencia con sentido vocacional.

El Reino debe ser pedido al Padre día a día, en la oración, como lo decimos en el Padrenuestro: "Venga a nosotros tu Reino". "El Reino de Dios es justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rom. 14,17). "Esta petición está sostenida y escuchada en la oración de Jesús (Jn. 17, 17-20), presente y eficaz en la Eucaristía; su fruto es la vida nueva según las Bienaventuranzas (Mt. 5, 13-16; 6,24; 7, 12-13)". (CEC. 2821). Y, por último, la vida de los cristianos tiene que estar llena de gestos proféticos y significativos, que creen conciencia y hablen anticipadamente de los bienes futuros que estamos llamados a vivir plenamente en la vida eterna. El Reino que esperamos nos implica más plenamente en este mundo (GS 22; 32; 39; 45; EN 31).

Jesús Sastre