Personalización de la fe
DPE
 

SUMARIO: Introducción. - 1. Momentos históricos de la vigencia de la fe personal y de la fe sociológica: 1.1. Una época de vigencia histórica preferentemente de la fe personal; 1.2. Una época en que prevaleció preferentemente la fe sociológica; 1.3. Añoranza de la fe personal en la Iglesia de hoy. - 2. Reflexión teológico-pastoral sobre la fe personal o personalizada: 2.1. La "fides, qua creditur" o la fe de adhesión personal, y la "fides, quae creditur" o el mensaje cristiano; 2.2. Componentes existenciales de la fe personal; 2.3. La condición de posibilidad de una fe personal. - Conclusión.


Introducción

La historia de la Iglesia es testigo de que la fe de los cristianos se ha ido viviendo en dos registros distintos: uno de talante preferentemente personal y otro de carácter preferentemente sociológico. La reflexión que sigue se presenta en dos partes: I. Momentos históricos de la vigencia de la fe personal y de la sociológica. II. Reflexión teológico-pastoral sobre la fe personal o personalizada.

1. Momentos históricos de la vigencia de la fe personal y de la fe sociológica

1.1. La vigencia histórica preferentemente de la fe personal

Esta se vivió, sobre todo, en los primeros siglos de la Iglesia (II-VI). Todos recordamos las dos situaciones que vivió la Iglesia en aquellos siglos.

a) De primeras (de mediados del siglo 1, hasta el año 180), las comunidades cristianas fueron extendiéndose poco a poco por el anillo del Mediterráneo, es decir, del Imperio Romano y vivieron en un mundo de valores paganos en la vida familiar, social, económica, política y religiosa. Más aún, en ocasiones, los cristianos son perseguidos (Nerón, año 64; Domiciano, años 81-96; Trajano, años 98-107; Marco Aurelio, años 161-180) por dedicarse a una superstición execrable, por practicar el "odio al género humano", por negarse a dar culto a los dioses de Roma.

En este tiempo, los seguidores de Jesús alimentan su fe especialmente con la escucha atenta de las Sdas. Escrituras y de las homilías en las Eucaristías de los domingos, en un clima cálido y religioso de comunidades más bien reducidas en fuerte comunión con los hermanos enfermos y con toda la Iglesia.

Ya a partir de mediados del siglo II (S. Justino), los que deseaban prepararse para el bautismo o ingresar en la comunidad cristiana, se instruían como podían, con ayuda de cristianos comprometidos en la fe, o mediante lecturas, o escuchando una serie de conferencias (catequesis): sobre lo referente a Cristo, sintetizado en el símbolo romano del siglo II; sobre la vida moral a partir del mandamiento nuevo, la "regla de oro" y la doctrina de los dos caminos, todo muy cercano al Evangelio; y sobre los ritos relacionados con el bautismo: ayuno previo, renuncia a Satanás y adhesión a Cristo, unción con aceite consagrado y la inmersión triple en el agua bautismal, unida a la invocación a la Trinidad.

Todo esto significa que cada cristiano optaba personalmente por adherirse al Señor y a su Mensaje y alimentaba su fe y su caridad con la Palabra, la Eucaristía, y el testimonio ante la sociedad.

b) Tras dos décadas de cierta tranquilidad para la Iglesia, a partir de principio del siglo III, el Edicto de Severo (202) prohibe el proselistismo de los cristianos, el progreso del cristianismo. Antes, la autoridad romana no reconocía al cristianismo un derecho de existencia legal; desde ahora, se obliga a los funcionarios del Estado a reprimir el avance de la fe cristiana. Las persecuciones del siglo III y principios del IV (Severo, Decio, Diocleciano) arrancan del poder central, y el motivo es "la razón de Estado", es decir, el peligro que la vida y el mensaje de los cristianos suponía para la supervivencia del Imperio: Estos no aceptaban muchas costumbres sociales del Estado imperial; practicaban costumbres inhumanas: "el homicidio ritual" (la Eucaristía); uniones incestuosas (de "hermanos y hermanas" en sus reuniones litúrgicas) y, sobre todo, no practicaban la religión oficial romana a la cual estaba vinculado el Estado, con lo cual estos "ateos" atentaban contra el Imperio.

En este siglo III, las causas siguientes: la necesidad de la fe y de la conversión tan central en la vida cristiana y, a su vez, las dificultades sociales para preservar en ella y las persecuciones imperiales que exigían una actitud heroica para ser fieles a la fe y a sus consecuencias éticas y sociales, llevaron a los Pastores de la Iglesia a organizar más sólidamente la preparación a la celebración del bautismo, de la confirmación y de la eucaristía. Había que consolidar la existencia cristiana con un proceso de iniciación cristiana bien concebido.

Y surge el catecumenado bautismal con su etapa previa y otras tres etapas: la del examen previo de los motivos de la conversión y de preparación al bautismo; la etapa prolongada de instrucción catequética, oración personal y comunitaria y ciertos ritos celebrativos; la etapa de preparación intensiva a la celebración de los sacramentos iniciatorios y tras esta celebración, la etapa de la catequesis litúrgico mistagógica y, consecuentemente, la incorporación a la comunidad cristiana adulta.

Los tres años de duración del catecumenado es el tiempo de prueba y de rodaje de su fe para llevar una vida cristiana coherente. La Palabra de Dios, que desarrolla la historia de la salvación, que se celebra intermitentemente en ciertos ritos, que consolida la comunidad fraterna e impulsa a la caridad, penetra tan hondamente en el corazón de los catecúmenos, que su adhesión a Cristo crucificado y resucitado —su fe personal— les ayuda a superar la tentación de las costumbres paganas y soportar la dureza de la persecución y aún del martirio. El catecumenado bautismal fue el proceso educativo que personalizaba la fe de los primeros creyentes.

c) El cristianismo imperial. Un nuevo tipo de religiosidad se respira en el Imperio hacia finales del siglo III y comienzos del IV. Hasta el punto que, en el año 313, Constantino y Licinio, tras vencer a sus opositores al trono imperial, firman el Edicto de Milán por el que proclaman la más absoluta libertad religiosa, la igualdad del cristianismo con la religión pagana del Imperio y otras disposiciones que favorecen la profesión cristiana y cambian radicalmente las relaciones de la Iglesia y los cristianos con el Imperio Romano. Teodosio el Grande (t 395) incluso declara los cultos paganos fuera de la ley, con lo cual el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio. Había empezado la "época cristiana" (S. Agustín), la Cristiandad.

En los siglos V y VI se afianza la unión y mutuo reforzamiento del Imperio y de la Iglesia en una especie de mutua protección, con sus ventajas (reconocimiento de la dignidad humana, servicios de caridad eclesial apoyados por las autoridades civiles, facilitación de la vida familiar cristiana, persecución del culto), y con sus inconvenientes (la ingerencia de la autoridad civil en la Iglesia).

En estos siglos IV al VI, el catecumenado sigue siendo la "matriz de la Iglesia", "su seno materno", ese lugar donde, se aprende a ser cristiano entre cristianos, y a vivir como tal. Efectivamente, eliminadas las persecuciones, las costumbres y creencias paganas, en que se ha gestado el Imperio preconstantiniano, no podían transformarse ni abolirse a golpe de decretos y normas legislativas imperiales ya con una inspiración cristiana.

Estos cristianos, salidos de la institución catecumenal con una fe que impregna toda su persona al servicio de la persona y obra de Cristo Salvador del género humano, están presentes en casi todas las actividades de la vida pública y se esfuerzan pacientemente por impregnar las costumbres familiares y sociales, y las leyes y estructuras políticas, del espíritu del Evangelio.

En suma, al final de los primeros siglos de la Iglesia, se puede afirmar que ésta, especialmente a través del catecumenado bautismal, se ha preocupado de engendrar un gran número de cristianos y comunidades con una fe de carácter personal.

1.2. Una época en que prevale preferentemente la fe sociológica

A partir del siglo V el Imperio romano es invadido por los pueblos germánicos, que arrasan todas las instituciones sociales, culturales y políticas del Imperio, con consecuencias desastrosas para la vida cristiana que florecía en él. La Iglesia, sin embargo, recuperando el impulso misionero de los tres primeros siglos, misiona a los jefes y reyes de los pueblos invasores, los bautiza y a toda su gente con ellos, siguiendo el principio "cuius regio, eius religio", "la fe de los jefes, es la fe de los súbditos".

La Iglesia, única institución que sobrevive a las invasiones bárbaras, además, suple el vacío institucional de aquellas gentes, creando infraestructuras sociales, políticas, culturales y religiosas que consolidarán la civilización cristiana medieval (siglos V-XIII), el "régimen de Cristiandad" de unión Iglesia y Estado.

Entre los siglos V y VII, la mayor parte de la población del caído Imperio está ya bautizada. El catecumenado bautismal, como desarrollo de la conversión y preparación a una vida cristiana personalmente asumida, ya no tiene sentido, y a partir del siglo VI cambia profundamente. La familia cristiana (el "catecumenado familiar") será la educadora por excelencia de los cristianos más jóvenes. Las muchedumbres bautizadas masivamente en seguimiento de sus jefes o reyes alimentan su fe fundamentalmente en la liturgia, es decir, en las celebraciones de las eucaristías dominicales y festivas con unas asambleas heterogéneas; sus sermones, abordan los núcleos medulares del Evangelio, los compromisos bautismales y la moral de los "dos caminos". La liturgia eucarístico-dominical es una especia de "catecumenado litúrgico masivo".

Pero la pervivencia e influencia del Evangelio en toda la larga época medieval no se explica sólo ni por el "catecumenado familiar", ni por el "catecumenado litúrgico masivo", ni siquiera por la acción evangelizadora de los monjes en el ámbito rural. La Cristiandad medieval, esa extraña simbiosis entre "ciudad celeste" y "ciudad terrestre", es uno de los factores decisivos de evangelización. Es lo que podría llamarse un "gigantesco catecumenado social", muy apoyado en el catolicismo popular.

La fe de muchas gentes medievales tendrá una verdadera calidad de fe personal, de adhesión a Cristo Salvador a su Obra salvadora, y a su Iglesia. En cambio, en muchísimas otras personas de la Cristiandad, la suya será una fe sociológica apoyada no tanto en una verdadera conversión y entrega al Crucificado Resucitado, cuanto en el clima religioso-cristiano, familiar, litúrgico y social, en que se confiesa el Credo y se practican los sacramentos y mandamientos de Dios y de la Iglesia, pero sin una generosa donación del corazón a Cristo Vivo y Salvador.

La fe de cierta calidad cristiana se alimenta en parroquias y monasterios de la Cristiandad en cuyo seno surgen cauces minoritarios que aseguran a los fieles unas catequesis y celebraciones que alimentan su fe personal. Ya en el siglo XIII, nacen, promovida por Francisco de Asís, la Tercera Orden Frasciscana, formada por Fraternidades de verdadero clima catecumenal y comunitario y la Tercera Orden de Santo Domingo con sus comunidades, que forjan cristianos/as comprometidos interiormente -con la fe personal- con Jesús Viviente y potencian las parroquias con una dedicación fraterna y misionera que recuerda a los cristianos/as de los primeros siglos.

1.3. La añoranza de la fe personal en la Iglesia de hoy

Dando un alto en la historia, nos situamos en nuestra Iglesia actual del Primer mundo y constatamos entre nosotros estas tres situaciones religiosas:

a) Hay grupos minoritarios de cristianos que han personalizado la fe, escuchando la Palabra de Cristo, que provoca en ellos una entrega interior al Señor Jesús, como el amigo que llama a las puertas del corazón y es correspondido abriéndolas de par en par: esa es la fe personal. Estos cristianos generalmente viven en relación con algún grupo cristiano estable.

b) Hay un amplio número de cristianos/as que son practicantes habituales de la misa dominical, pero sus conocimientos de la fe son infantiles, su experiencia comunitaria es escasa, su inquietud por comunicar la fe a otros es deficitaria, su preocupación por mejorar algo de su entorno social apenas existe, su adhesión personal a Cristo Vivo no es clara. Estos practicantes no han concluido su proceso de iniciación cristiana que les lleve a personalizar la fe. Estos están, quizá más del lado de la fe sociológica, que de la fe personal.

c) Por fin, hay un amplio número de bautizados que han perdido el sentido vivo de la fe o incluso no se reconocen ya como miembros de la Iglesia, con una existencia alejada de Cristo y de su Evangelio. A estos bautizados, su fe sociológica se les ha deteriorado de tal manera, que tienen necesidad de una acción misionera para recuperar una auténtica fe cristiana.

Rememorando el estilo de fe vivido en las épocas pasadas, hoy añoramos unos cristianos que hayan interiorizado la Palabra de Dios y traten de responder a ella con una fe personal, de adhesión a la Persona de Jesús Crucificado y Resucitado y a su Obra de Salvación y Liberación, la construcción de su Reino en el mundo.

Y, por la misma razón, también añoramos aquel estilo de Catequesis inspirado en el Catecumenado primitivo, que, como seno materno de las comunidades cristianas, engendraba este tipo de creyentes de fe viva, personal, comunitaria, testimonial y dinámica.

2. Reflexión teológico-pastoral sobre la fe personal o personalizada

2.1. La "fides quae creditur" o el mensaje cristiano, y la "fides qua creditur" o fe de adhesión personal

Una de las aportaciones más clarificadoras de la Catequética Fundamental, desde hace medio siglo, es la distinción entre la fe como mensaje cristiano ("fides, quae creditur") y la fe, actitud personal ("fides, qua creditur").

Aquélla abarca el anuncio global o parcial de la Buena Noticia o Palabra de Dios, que nos viene de la revelación de Dios y que la Iglesia acoge, celebra y comunica a los no creyentes y a los ya creyentes para su salvación. En realidad, es el objeto de la revelación y de la evangelización, las realidades de fe que nos salvan.

La fe personal, en cambio, es la actitud interior con que acogemos a Dios y a Cristo en su Palabra y nos adherimos a su Persona como centro vital de nuestra existencia cristiana. En realidad es el acto ñactitud- teologal mediante el cual nos entregamos a Dios, a Cristo y nos fiamos de él en paz interior. Esta es la fe que nos hace gratos a Dios. La acogida de Dios cuando él sale a nuestro encuentro (cf. Trento).

Una y otra no son independientes. La fe-Palabra de Dios está orientada a suscitar y promover la fe personal o acto interior de fe: "La fe viene por el oído, escuchando la Palabra de Dios" (cf. Rm 10,13-14. 17). Con mucha frecuencia, sobre todo, a partir de los Catecismos de S. Roberto Belarmino (cf. F. X. ARNOLD, Al servicio de la fe, Herder, Barcelona, pp. 23-25), los agentes de la catequesis pretendemos, ante todo, transmitir el contenido doctrinal de la fe con plena integridad y claridad. Si nos quedamos ahí, la concepción de la catequesis de la Iglesia queda empobrecida, pues lo que nos trae la Salvación "en Jesucristo", esto es la transformación en "hombres nuevos", no es el mero conocimiento lúcido de la doctrina de la fe, sino nuestra adhesión a Cristo Vivo y Salvador -nuestra fe de entrega personal a él- suscitada y alimentada por la fe-Palabra de Dios (cf. Trento, más arriba).

Entre los cristianos adultos de hoy, existen no pocos practicantes que recibieron una buena catequesis doctrinal, con conceptos claros sobre las verdades de la fe; pero hoy están más cercanos a la fe sociológica, que a la fe viva personal. Efectivamente, las verdades de la fe que escucharon no suscitaron verdaderamente el acto de fe de confiar toda su vida a Cristo, esperando de él todo lo necesario para convivir ya aquí filialmente con el Padre y fraternalmente con los demás. Esta catequesis no les ayudó a personalizar la fe. En ella falló el talante catecumenal, que es eminentemente interiorizador y personalizador.

2.2. Componentes de la fe personal

El cristiano de fe personalizada vive su fe (cf. DGC 53-57):

  1. Como una experiencia de encuentro personal y reiterado con Cristo, que lo adhiere sincera y progresivamente a su Persona. La iniciativa gratuita del encuentro parte siempre del Cristo Resucitado y la fe como adhesión a él es la respuesta personal de dejarse encontrar y de renovar los encuentros que consolidan la amistad con el Señor. Es la experiencia de Jeremías: "Me sedujiste, Señor y me dejé seducir" (Jr 20,7).

  2. Como conversión a Jesús Resucitado. A partir de ese encuentro con él y de esa entrega amistosa a él, el cristiano ya no puede sentirse autosuficiente; él no es el manantial de sí mismo: lo es el Señor Jesús. Por eso experimenta un descentramiento de sí y el Señor Jesús pasa a ser progresivamente el centro vital de su existencia. Descentramiento personal y centramiento de Cristo son los componentes de la conversión religiosa. "El corazón de la fe es la conversión" (P. Alfonso Nebreda S.I.).

  3. Como decisión de caminar en seguimiento de Jesucristo, Viviente y Salvador. La fe-conversión tiene como consecuencia necesaria hacerse discípulo, seguidor del Señor. Esto comporta el compromiso renovado y el ejercicio de pensar como él, de juzgar como él, y de vivir como él lo hizo. Así,

  4. El cristiano de fe personal se une a la comunidad de los otros creyentes y hace suya la fe de la Iglesia. La fe personalizada le lleva a no vivirla en solitario e incluso a celebrarla sacramentalmente y ejercitarla en la oración, en comunión con la comunidad cristiana.

  5. El cristiano de fe personalizada no sólo se entrega libremente a Cristo; también acoge las enseñanzas de su Evangelio por la confianza que le merece su Persona. Y no se queda en su sola comprensión intelectual, también acoge su dinamismo transformador y misionero al servicio del Reino de Dios en el mundo y su poder humanador.

2.3. La condición de posibilidad de una fe personal

Si la historia ha asegurado que los cristianos de fe personal tuvieron mucho que ver con la institución catecumenal, es momento de afirmar que el cristiano de fe personalizada necesita ser formado con una catequesis que se inspire en los criterios del Catecumenado bautismal de los primeros siglos (cf. DGC 67-68):

  1. Una catequesis orgánica y sistemática de la fe en torno al misterio de Cristo en un clima religioso, celebrativo y comunitario.

  2. Esta catequesis es más que una enseñanza: es un aprendizaje, una ejercitación, un rodaje de toda la vida cristiana, una iniciación cristiana integral (CT 21) que "propicia un auténtico seguimiento de Jesucristo centrado en su Persona. Se trata, en efecto de educar en el conocimiento y en la vida de fe, de forma que la persona entera, en sus experiencias más profundas, se vea fecundada por la Palabra de Dios. Se ayudará así al discípulo de Jesucristo a transformar el hombre viejo, a asumir sus compromisos bautismales y a profesar la fe desde el "corazón" (DGC 67, 3°).

  3. Una catequesis, en fin, que es formación básica, esencial en lo nuclear de la experiencia cristiana, en los criterios más básicos de la fe y en los valores evangélicos más fundamentales. Esta catequesis de inspiración catecumenal alimenta las raíces de la vida de la fe y le capacita para recibir después, el alimento sólido de una catequesis o educación permanente en la vida ordinaria de la comunidad cristiana (Cf DGC 67,4°; 56, c) juntamente con la celebración de los sacramentos, el ejercicio de la oración personal y comunitaria y la práctica de acciones transformadoras y misioneras. (Cf DGC 56, d)

Así se va realizando el proceso de la fe-conversión como tarea continua, pues la fe personalizada es una fe adulta en permanente maduración.

Conclusión

No olvidemos que, si en la época medieval primó la fe sociológica en un clima de Cristiandad y se echaba de menos a los cristianos de fe personal, ¡cuánto más añoraremos y necesitaremos hoy a estos cristianos de experiencia de fe, festivos, comunitarios, transformadores y misioneros en nuestras sociedades que, lejos de mantener el halo religioso de la Cristiandad, se han puesto de espaldas a Dios y se han poblado de bautizados religiosamente indiferentes! "Sólo Dios salva". Es verdad, pero, por decisión suya, sin nuestra colaboración no acontece la salvación cristiana (cf. 1 ° 63, 5-9).

BIBL. – CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio General para la Catequesis, L. Editrice Vaticana 1997; COMISIÓN EPISCOPAL DE E. Y CATEQUESIS, Catequesis de Adultos, EDICE, Madrid 1990; COMISIÓN EPISCOPAL DE LITURGIA, Ritual de la Iniciación Cristiana de los Adultos (RICA), Madrid 1976; F. X. ARNOLD, Al servicio de la fe, Herder, Barcelona 1960, 14-27; L. J. ROGIER, R. AUBERT, M. D. KNOWLES (Nimega, Lovaina, Cambridge), Nueva Historia de la Iglesia 1, Cristiandad, Madrid 1964; V. Ma PEDROSA, La Catequesis, hoy, PPC, Madrid 1983, 17-47; EQUIPO DE CATEQUETAS DE EUSKAL-HERRIA, Fe y conversión, en V. Ma PEDROSA, M° NAVARRO, R. LÁZARO, J. SASTRE, Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo, Madrid 1999, 960-971; ANTONIO AVILA, Madurez humana. Madurez cristiana. IBIDEM, 1389-1398; J. L. PEREZ, Acogida de la Palabra, IBIDEM, 68-76; JUAN MARTÍN VELASCO, Experiencia religiosa, IBIDEM, 882-899.

Vicente Mª. Pedrosa Arés