Padre
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SUMARIO: 1. La figura de Dios Padre en la Biblia: a) Antiguo Testamento; b) Nuevo Testamento. - 2. La Pascua, historia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: a) La Pascua, historia del Padre; b) La Pascua, historia del Hijo; c) La Pascua, historio del Espíritu Santo. - 3. Creo en Dios Padre: a) ¿Una paternidad infantil?; b) ¿Por qué Dios Padre y no Dios Madre? - 4. Pautas pastorales: a) Riesgo de la paternidad; b) Pluralidad en la experiencia de la paternidad; c) Paternidad y filiación universal; d) Paternidad y creación; e) Relación con Dios como Padre.


Dios es la gran cuestión para el hombre en general, cristiano o no cristiano. Tanto uno como otro no pueden dejar de hablar de Dios, aunque lo hagan con una finalidad bien diferente: el uno para afirmar; el otro para negar. El hombre, como ser humano que se interroga, no puede dejar de hablar de Dios, aunque sepa que Dios es siempre más de lo que pueda llegar a decir, que siempre es eso y mucho más; incluso que Dios es sobre todo lo que no somos capaces de decir y expresar. Ahora bien, entre humanos hemos de entendernos y sólo podemos hacerlo acudiendo al lenguaje para hablar de las realidades, incluso de las que sabemos poco o casi nada. En este caso hemos de hacerlo siempre con mucha prudencia y cautela, sirviéndonos de palabras fácilmente comprensibles para todos; palabras del lenguaje cotidiano; palabras que tienen tras de sí un contenido que todos captamos fácilmente. Eso es lo que hacemos cuando con el término Padre pretendemos acercarnos al misterio insondable de Dios.

Sin perder nunca de vista esta perspectiva, hablaremos de Dios como Padre, pero siendo conscientes también que el término empleado, y que nos parece uno de los más adecuados, encierra una injusticia, ya que con idéntica razón podríamos hablar de Él como Madre. Es más, acaso fuera muy interesante hacerlo para restañar el largo silencio histórico que aplicada a Dios ha sufrido esta acepción. Lo ideal sería disponer de una palabra que conjugase ambos significados, paternidad-maternidad, pero como esto no es posible hemos de dejar constancia que esta limitación del lenguaje no impide que donde digamos Padre pueda leerse también Madre.

Dicho esto, pretendemos desde estas páginas acercarnos al verdadero rostro de Dios, y creemos que una palabra como la de Padre, convertida en todo un símbolo, puede ayudarnos a hacerlo mejor que ninguna otra.

1. La figura de Dios Padre en la Biblia

En los inicios del mundo bíblico, y en la mayor parte de las religiones del Antiguo Oriente desde el segundo o desde el tercer milenio antes de Cristo, se emplean los símbolos familiares para hablar de Dios. Así, lo presentan bien como madre, en línea matriarcal, para destacar los aspectos de cercanía vital y de cariño; o bien como padre, en línea patriarcal, para destacar en lo divino los rasgos de autoridad, de orden conseguido por la fuerza. Estamos pues ante un dato conocido: muchos pueblos han visto a Dios como padre pero, como nos indica Xabier Pikaza, hay que precisar esta afirmación. En este plano la imagen del padre y de la madre no están aún separadas. Esta visión de Dios muy bien pudiera verse como proyección de la experiencia familiar donde padre y madre constituyen los polos fundantes de la vida. Sin embargo, entre los siglos VII y V a.C. tanto la visión materna como la paterna de Dios entraron en crisis, afectando también al judaísmo.

En la Biblia la percepción de la paternidad evoluciona desde la sorprendente reserva del Antiguo Testamento (A.T.) -menos de 20 menciones en todo él-, hasta la afirmación definitiva en la riqueza excepcional del Abbá de Jesús.

a) Antiguo Testamento. - La teología del A.T. nos muestra cómo la imagen de Dios se va depurando y profundizando a lo largo de la experiencia de Israel. Depurando, porque a medida que avanza el relato veterotestamentario va surgiendo un Dios libre, personal y amoroso que no obra arbitrariamente, sino atendiendo a la conducta ética y a la intención libre del hombre. Profundizando, sobre todo por medio de la tradición profética que va poniendo al descubierto su bondad protectora, su amor gratuito, su perdón incondicional. A pesar de esto, la figura de Dios en Israel no se configura desde el símbolo del Padre.

Para el A.T. Dios no aparece como padre, sino como Yavé, el que es, el Señor: Soy el que Soy, el que Estoy con vosotros: Yavé (Ex 3, 14). Desde este momento Yavé será el nombre verdadero de Dios, un nombre que los hombres ni siquiera podrán pronunciar, sólo el sumo sacerdote podrá proclamarlo en la fiesta de la gran expiación. Desde el siglo 1 a.C. los judíos han sacralizado este nombre de tal forma que no lo escriben entero ni lo pronuncian, poniendo en su lugar equivalentes como Adonai, Kyrios o Señor.

El Dios del A.T. se presenta como voluntad liberadora que ha elegido un pueblo y le ha llamado a la existencia en el mar Rojo, experimentada en el éxodo; amigo que establece con el pueblo un pacto de amistad y que suscita una respuesta de confianza y cumplimiento hacia la ley, experimentada en la alianza; y llamada que convierte a los creyentes en peregrinos que buscan el reino de la auténtica existencia, experimentada en la promesa.

Como venimos diciendo, los pasajes que aluden a Dios como Padre en el A.T. son escasos:

- El tema aparece en un contexto profético, de elección divina y de respuesta humana: Os 11, 3-8; Jer 3; 4; 19; 31, 9.

- El tema forma parte de la teología del rey, normal entre los pueblos del Oriente. David, en un momento dado, aparece como rey sacral, de modo que su trono garantiza la presencia y protección de Dios sobre el conjunto de su pueblo. Los salmos reales destacan de manera especial esta unidad de Dios con el monarca, presentándola como paternidad adoptiva: Sal 2, 7; 68, 6; 89, 27.

- El tema aparece finalmente en un contexto de piedad judeo-helenista. Hay un grupo de textos que presentan a Dios como padre de los creyentes, tomados ya en sentido individual: Si 23, 1-4; Sab 14, 3.

b) Nuevo Testamento. - Jesús nos revela, y de una vez por todas, el verdadero rostro de Dios. El es la Palabra definitiva de Dios sobre Sí mismo, aquel en el cual Dios mismo ha querido desvelar su rostro a los hombres. De tal forma esto es así, que los cristianos no tomamos el rostro de Dios de la experiencia de la naturaleza, como sucede en las religiones naturales; ni tampoco de la especulación racional o filosófica, como sucedía entre los antiguos griegos o entre los más modernos deístas. Nuestra imagen de Dios se ha manifestado en la persona y en la vida de Jesús de Nazaret. Lo que tantos hombres durante tantos siglos buscaron a tientas; lo que tantos hombre de hoy no buscan o sin más rechazan, se dió a conocer en Él abiertamente.

- Dios es el "Abbá" de Jesús. La traducción literal de esta expresión sería, como muy bien expuso J. Jeremías, Dios es el "papá" o el "papaíto" de Jesús. Algo osado, radical, inaudito y blasfemo como forma de dirigirse a Dios en medio del mundo judío que ni siquiera se atrevía a pronunciar el nombre de Dios, como hemos visto. Jesús osa dirigirse a Dios como un hijo a su padre. Esta expresión en la lengua hablada por Jesús desde la infancia es el apelativo con el que los niños, y también los mayores en la intimidad familiar, se dirigían a Dios. Desde el principio en su relación con Dios, como después en otros aspectos de su vida y de su mensaje, queda marcada la radical novedad de su presencia.

- Jesús revelador del Padre. Así se afirma de manera expresa en Jn 1, 18: "A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único, que está en el Padre, nos lo ha dado a conocer". De esta forma Jesús aparece como el que nos revela al Padre. Ha descubierto a Dios y quiere hacernos partícipes de ese descubrimiento. Jesús vive, ama, se entrega y actúa desde un Dios cercano a quien invoca con el nombre de Padre, de tal forma que se atreve a presentarlo como Padre suyo en especial, siendo a la vez Padre de todos los humanos. En su papel de revelador sólo El es el que manifiesta el verdadero rostro de la última y misteriosa realidad que llamamos Dios.

2. La Pascua, historia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo

La Pascua es el acontecimiento capital para los creyentes, abarca la resurrección, la ascensión y pentecostés. La Pascua es la historia de Dios, porque es la historia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Es algo que acontece realmente a Jesucristo en su humanidad, que estaba muerto y ahora está definitivamente vivo en toda su humanidad. Y es también algo que le acontece realmente al Espíritu Santo, que es enviado por el Padre y el Hijo a la comunidad cristiana y al interior de cada creyente.

Pero la Pascua es también la historia de los creyentes en su encuentro con Dios. O lo que es lo mismo, la Pascua tiene también una dimensión subjetiva en los seguidores de Jesús. Es también algo que les sucedió a los discípulos. En esta experiencia de la Pascua culmina la acción salvadora de Dios, que ha dado al hombre su perdón, ha vencido la muerte en Jesucristo, ha enviado al Espíritu Santo como el gran don escatológico y ha hecho a los hombres hijos adoptivos y partícipes de su vida.

Iluminados por la presencia del Espíritu, los cristianos ahora se dirigen a su Dios como a su Abbá. Saben que "por ser hijos, envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que grita Abbá, Padre" (Gál 4, 6). Y es ahora cuando descubren el gran misterio que encerraba Jesús de Nazaret, y que los lleva a identificarle como el Hijo preexistente (Fip 2, 5ss), que está a la diestra de Dios y vive para interceder por ellos.

a) La Pascua, historia del Padre. — Él tiene toda la iniciativa. Así nos lo dice, y repite constantemente, el libro de los Hechos: "Dios lo ha resucitado". Y en este acto, en la resurrección, se manifiesta "la grandeza de su poder", "la fuerza de su poderosa virtud" (Ef 1, 19).

Dios Padre no sólo ha manifestado su poder resucitando a Jesús de entre los muertos, sino que ha tomado postura ante la vida y la obra de Jesús y ante quienes le han condenado a muerte. El Padre le ha resucitado (He 2, 24), y le ha hecho Señor y Mesías (He 2, 34). Ha aprobado la vida y la historia de Jesús de Nazaret, le ha devuelto a la vida y le ha constituido fuente de vida y de esperanza para cuantos creen en El (He 2, 37ss). La acción del Padre resucitando Jesús, como dice B. Forte, "nos permite reconocer en el pasado del Nazareno la historia del Hijo de Dios entre los hombres; en el presente, al Viviente que ha vencido a la muerte; y en el futuro, al Señor que volverá en su gloria".

En la Pascua, el Padre toma también postura ante la historia de los hombres. Es el no de Dios a la vistoria efímera del mal, al pecado del hombre. Es así como el padre juzga el pasado, privando a los principados y potestades de su poder y convirtiéndolos en el trofeo que acompaña a Cristo victorioso (Col 2, 15). En el presente, se muestra como el Dios y el Padre de la misericordia, que nos libera del pecado y de la muerte (Ef 2, 4-6), pronunciando su sí liberador en el sí del Crucificado. Respecto al futuro, sigue siendo el Dios de la promesa, que ha cumplido su palabra y que nos traerá la plenitud del consuelo cuando vuelva a enviar a su Ungido (He 3, 18-20).

En la resurrección, el Padre se muestra como el garante de la vida, obra y palabra de Jesús de Nazaret; como el Dios del perdón y de la misericordia; como el Dios de la vida capaz de saciar nuestras mejores esperanzas y nuestros más nobles proyectos.

b) La Pascua, historia del Hijo. — También Jesús de Nazaret manifiesta su ser más profundo en la Pascua. A partir de ella, sus seguidores le van a identificar como el Mesías, el Señor, el Cristo, el Hijo Unigénito del Padre.

La tradición es constante en afirmar que Cristo ha resucitado. Es protagonista activo de la Pascua, según había dicho el Jesús prepascual: "destruid este templo, y en tres días lo levantaré", y lo decía "refiriéndose al templo de su cuerpo" (Jn 2, 19-21). En reallidad no hay contradicción entre la iniciativa del Padre y el papel activo del Hijo en la resurrección. El Hijo, obediente en todo al Padre y que todo lo ha recibido del Padre, se deja dar por el Padre la vida en sí mismo.

c) La Pascua, historia del Espíritu Santo. — La Pascua culmina en Pentecostés, con la venida del Espíritu Santo sobre los seguidores de Jesús. El Espíritu es el gran don prometido para los tiempos mesiánicos. Es el vínculo de comunión entre el Padre y el Hijo, y el vínculo de comunión entre el resucitado y nosotros: convierte al Crucificado en el Viviente, y a quienes estaban paralizados por el miedo, en los testigos audaces de una nueva humanidad.

También el Espíritu es protagonista en la resurrección. Como dice la primera carta de San Pedro, Cristo "murió en la carne, pero volvió a la vida por el Espíritu" (Pe 3, 18), y ha sido "constituido Hijo de Dios, poderoso, según el Espíritu de santidad, a partir de la resurrección de entre los muertos" (Rom 1, 4). "Exaltado a la diestra de Dios, y recibido del Padre el Espíritu Santo según la promesa, le derramó" sobre sus seguidores (He 2, 32).

3. Creo en Dios Padre

Con estas palabras enunciamos los creyentes el primer artículo de nuestra fe, a la vez que nos asomamos a todo un misterio: el misterio de Dios nunca desvelado del todo para nosotros en este mundo. Con la palabra Padre comienza la oración cristiana más conocida y difundida, la que el mismo Jesús nos enseñó como más adecuada para dirigirnos a Dios (Mt 6, 9). Ya que, hablando con propiedad, un cristiano más que creer en Dios, cree en el Padre, que es Dios; y en el Hijo de Dios, que es también Dios; y en el Espíritu Santo, Dios igualmente. Es Jesús quien nos habla de Dios como Padre y Espíritu. El se define como Hijo (Jn 17, 25-26), como tal lo presenta el Padre y así lo proclama la comunidad cristiana.

Durante mucho tiempo este modo de referirse a Dios y hablar de El era tan obvio y evidente entre los creyente que nadie lo puso nunca en cuestión. Sin embargo, hoy las cosas han cambiado. La contestación viene, por un lado, alentada por la psicología de tipo freudiano para la que la imagen paterna de Dios contribuye a mantener al hombre en estado de infantilismo, convirtiéndose en fuente de alienación porque no permite al creyente madurar y llegar a ser adulto. Por otro lado, la reciente crítica feminista cristiana pregunta, y no sin razón, ¿por qué Dios padre y no Dios madre?. El problema nace con el empleo del simbolismo masculino para referirse a Dios, un empleo que no es sociológicamente inocuo, como lo demuestra con hechos la experiencia secular. Vamos a ir viendo con más detalle estas cuestiones.

a) ¿Una paternidad infantil? - Según la crítica freudiana, muy bien expuesta por A. Torres Queiruga, esta imagen cristiana del Dios Padre es simplemente el fantasma del hombre-niño que no se atreve a afrontar la realidad; es el fruto narcisista del deseo infantil de omnipotencia o la proyección que aplaca el sentimiento de culpa. La religión es una neurosis infantil de la humanidad que impide el crecimiento adulto del hombre: negar al Dios-padre significa crecer, sanar y acceder a la propia autonomía.

Para Freud, la religión verdadera consiste en el culto del Padre omnipotente, legislador universal y providencia protectora. La génesis de tal culto se encuentra en un complejo de factores pulsionales, en cuya base está la libido, es decir, el deseo impelente de satisfacer el narcisismo primitivo. La libido se encarna en esa realidad psicológica que es conocida como Complejo de Edipo, en el cual se produce la rebelión contra el padre visto como el principal obstáculo para la realización del deseo narcisista, rebelión que a su vez engendra el deseo de matar al padre; deseo que crea posteriormente el complejo de culpa y la necesidad de expiación. Por antítesis, surge en él otro sentimiento complementario, el de la admiración y la nostalgia del padre, que desemboca en la sublimación y en la divinización de la figura del mismo padre.

Este mismo esquema, sin ninguna justificación, es aplicado al ámbito social. Con ello cree haber descubierto el proceso que dio origen a la religión como hecho social: el complejo colectivo de Edipo condujo a la humanidad primitiva al asesinato del padre; asesinato que, a través del sentido de culpa, desemboca en el reconocimiento del Padre omnipotente: Dios. Los hebreos repitieron este proceso dando muerte a su padre Moisés, después a los profetas y finalmente a Jesús. De este modo se llegó, con el cristianismo, a la más pura espiritualidad y divinización de la figura paterna.

Hasta aquí hemos pretendido sintetizar el planteamiento freudiano, de la forma más clara posible y con la extensión suficiente como para no pasar por alto nada importante. La respuesta a este tipo de acusación podemos resumirla en estos puntos:

- Es cierto que uno de los mayores peligros para la conciencia religiosa es que el hombre tienda a hacer a Dios a su medida. De este peligro se hizo eco: el A.T. cuando prohibió hacer imágenes de la divinidad; la teología, sobre todo la teología negativa para la que por muchas cosas que pudiéramos llegar a conocer de Dios, siempre sería mayor lo que desconocemos. Por ello, la analogía fue el recurso más utilizado para mostrar que todo cuanto el hombre afirma de Dios, aún cuando es tomado de nuestra experiencia, acaba rompiendo los límites de la misma al aplicarse a Dios. Así, nosotros podemos llamarle Padre porque sabemos por experiencia lo que es un padre; pero en ese mismo llamarle Padre somos conscientes de que Dios lo es de un modo radicalmente diferente a como lo es cualquier padre humano.

- La mejor respuesta a la crítica freudiana está en la experienciai de Jesús de Nazaret. Cada página del evangelio testimonia contra una interpretación neurótica e infantilizante de la confianza en el Padre. La experiencia de Dios como Abbá es fundamental para su persona y para su misión, pero no hay nada de infantil en ese hombre capaz de romper todo tabú y pasar por encima de todo legalismo, totalmente identificado con su misión.

b) ¿Por qué Dios Padre y no Dios Madre?-Ya al comienzo de este artículo dejábamos constancia de una injusticia largamente sostenida en el tiempo y que últimamente ha denunciado con fuerza la teología feminista. El influjo del patriarcalismo se ha dejado sentir en el uso de los símbolos masculinos para hablar de la divinidad en las diversas religiones: Dios es padre, pastor, señor...

El feminismo pone en crisis ese modo de hablar de lo divino, porque es fruto de una cultura machista que quiere hacer desaparecer y que pudiera condensarse en la frase: "Si Dios es varón, entonces el varón es Dios". El uso del simbolismo machista para hablar del misterio último de la realidad, que está más allá de toda connotación sexual, ha servido para sacralizar el dominio de los varones sobre las mujeres, y para quitar a éstas su dignidad y subjetividad. Por lo tanto, seguir empleándolo ¿no constituye un factor negativo para los hombres y mujeres de estos tiempos, y para sus recíprocas relaciones que han de estar basadas en la igualdad?

A este respecto podemos decir lo siguiente:

- La caracterización sexual es típica de los seres de nuestro mundo; Dios, por tanto, está por encima de ella. Él, por el hecho de ser el Otro, está más allá de tal caracterización, y por consiguiente no es ni hombre ni mujer.

- El discurso sobre Dios necesariamente ha de ser metafórico y no puede nunca pretender encerrar en sus fórmulas el gran Misterio que Dios es. El discurso de la paternidad de Dios no es una excepción a esta regla.

- El discurso sobre Dios ha de servirse de las palabras del lenguaje humano, un lenguaje limitado y precario, que no siempre contiene los términos más exactos para nombrar las realidades. Por medio de estas palabras sabemos que decimos algo acerca de una realidad tan grande como la de Dios, pero al tiempo no hemos de olvidar lo mucho que no podemos decir.