Mal
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SUMARIO: 1. El mal: escándalo, problema y misterio: a) El mal escándalo; b) El mal problema; c) El mal misterio. - 2. Principales respuestas al problema del mal. - 3. Replantear el problema del mal: a) La imposible teodicea; b) La posible proteodicea; c) La ponerología y la pisteodicea. - 4. Respuesta cristiana. - 5. Pautas pastorales.


El mal es un problema que ha sido reflexionado y teorizado desde muchos puntos de vista. Ha sido objeto de reflexión para literatos, filósofos y teólogos, mostrando, cada uno desde sus respectivos campos, la perplejidad, la incomprensión, cuando no la rebeldía y hasta la furia, que su presencia injustificada les producía. Podemos incluso afirmar que interrogantes del tipo: ¿por qué existe el mal? ¿de dónde surge, cual es su origen? ¿cómo Dios puede permitir que sufra el inocente?..., y otros muchos del estilo, han traspasado, traspasan y traspasarán la existencia del hombre, porque nadie que haya experimentado el dolor y el sufrimiento, directa o indirectamente, puede dejar de interrogarse. Y es que el mal le impide al hombre realizarse como hombre.

1. El mal: escándalo, problema y misterio

El mal es un interrogante continuamente abierto que hace tambalearse toda la existencia del hombre. Se le plantea, a nivel existencial, como algo que cuestiona su tendencia natural a ser feliz, apareciendo por ello como un escándalo; a nivel racional, como algo que cuestiona la realidad, el orden de las cosas, y que necesita ser comprendido. En fin, aparece en la vida del hombre como algo ante lo que se siente impotente, como un misterio al que dar luz y buscar salida. El mal es, por lo tanto, escándalo existencial, problema teórico racional y misterio de salvación.

a) El mal escándalo

A menudo se ha utilizado el mal como alegato supremo contra Dios, como descrédito de toda idea de Dios, generando tanto el ateísmo -Dios no existe-, como el antiteísmo -Dios existe, pero es un canalla-. Porque, ¿cómo se explica la presencia del mal en un universo creado por Dios? Si Dios es infinitamente bueno, sabio y poderoso, ¿cómo puede permitir el sufrimiento, el pecado, el error, la muerte de sus creaturas?, ¿cómo es posible que un Dios engalanado con todas las perfecciones (omnipotente, omnisciente, bueno, eterno) haya permitido la existencia de siquiera un solo mal en el mundo?, ¿podría honestamente mantenerse la fe en un Dios que no evitaría, si pudiese, toda la violencia, toda el hambre, todo el dolor, todas las tragedias que existen en el mundo?

La imposibilidad de responder a preguntas de este tipo es lo que ha convertido el mal en piedra de escándalo, porque todas las estrategias de la razón se resquebrajan haciendo el problema insoportable y acabando en la desesperación.

b) El mal problema

En la historia de la filosofía occidental el mal se ha venido analizando desde una perspectiva racional, con preguntas como: ¿qué es el mal? ¿de dónde viene? ¿cómo puede ser superado?... Para evitar el escándalo y el sufrimiento que el mal conlleva se intenta comprender lo que el mal es en sí mismo, en lo profundo de su ser. Así, atendiendo a su esencia, origen y finalidad, el estudio del mal es abordado desde cuatro dimensiones distintas: el mal metafísico, el físico, el social y el moral.

- El mal metafísico se refiere a la finitud y contingencia humana. Concierne a la provisionalidad y fugacidad de los seres y se concreta en la muerte, símbolo por antonomasia del mal metafísico. La forma de superar el mal es integrarlo en un plan, en una ordenación del mundo.

- El mal físico se presenta como dolor y sufrimiento. El sufrimiento inherente a la vida humana se convierte en objeto de reflexión filosófica, pero sobre todo en vivencia existencial omnipresente, ya que a la cantidad de sufrimiento acumulado en la historia, se unen las catástrofes naturales, las enfermedades y el dolor causado por el hombre. Este mal cuando puede explicarse como medio en función de un fin, puede cobrar un sentido teórico y vivencial, pero en la mayoría de los casos no ocurre así, sobre todo cuando el dolor recae sobre el más inocente y sobre el más débil, apareciendo como injustificable desde cualquier punto de vista.

- El mal social es el que brota del desajuste en el modo de relacionarnos con nuestros semejantes. Es la desagradable vivencia producida por el abandono de los allegados, por el rechazo de los adictos, por el olvido de los amigos, por la separación del medio social.

- El mal moral es la consecuencia y el resultado de las acciones humanas, está en conexión con la libertad y con la responsabilidad del hombre. Sus máximos exponentes son la injusticia y la opresión. De este mal el hombre se siente culpable y víctima al mismo tiempo. Por un lado, constatamos que el mal moral está presente en la historia y en la vida humana, tanto en el plano personal como en el colectivo. Por otro lado, deseamos y luchamos por un mundo más justo en el que el poder del mal moral sea cada vez menor. No hay ni puede haber conformismo existencial ante el mal, tanto ante el que percibimos como víctimas como ante el que causamos como agentes.

c) El mal como misterio

El mal ha sido siempre un problema esencial dentro de la religión. La religión está arraigada en la experiencia humana del sufrimiento, del sin sentido, de la injusticia y de la muerte. Está vinculada a los problemas del origen y del término de la vida humana, que son los que plantean las grandes preguntas sobre el sentido y significado del hombre. Por ello, a diferencia de la filosofía, ofrece una respuesta global, buena o mala, consciente o no, al problema del mal. La filosofía puede reflexionar especulativamente sobre el mal, y hasta proponer caminos para afrontarlo de manera práctica. La religión, por su parte, no ofrece tanto especulaciones y respuestas cuanto formas de implicarse y de afrontar el mal.

Para el hombre concreto, el hombre histórico sufriente, la idea de un Dios insensible y sordo a los gritos de dolor humanos, impasible ante su sufrimiento, no tiene ninguna fuerza de convicción. Por el contrario, la idea de un Dios que sufre en solidaridad con él sería creíble y aceptable. El mal cubre con su sombra la imagen de la divinidad. Está tan presente en determinados conceptos teológicos como los de creación, redención o escatología, que éstos se han desarrollado como intentos de respuesta al problema del mal.

El mal se nos presenta como un misterio cuyas raíces profundas nunca acabaremos de esclarecer del todo, ahora bien, no podemos refugiarnos en el recurso fácil al misterio, la capacidad racional del hombre que continuamente intenta buscar respuestas ante las contradicciones que descubre en su entorno y la misma coherencia de la fe lo impiden.

2. Principales respuestas al problema del mal

A lo largo de la historia se han ido dando distintas respuestas al problema del mal, vamos a exponer las principales:

- La más antigua propuesta filosófica es la cosmovisión dualista. Según ella hay dos principios originarios, uno bueno y otro malo. Dios no sería culpable del mal, sino que éste se debería a la materia o a un demiurgo creador del mundo. Esta concepción dualista choca frontalmente con la idea judeocristiana de un estricto monoteísmo divino y de la creación desde la nada. Esta concepción dualista permanece de forma mitigada en la conciencia de todos aquellos para los que Dios es un justiciero que castiga a los malos, ¡y a los buenos si se descuidan!

- Otra respuesta muy frecuente ha sido la de relativizar el mal. Se trata de quitar al mal toda su entidad y reducirlo a un problema que puede encontrar respuesta apelando al conjunto y a la perfección del cosmos. Se ve el mal como algo inevitable e inherente al cosmos, mezclado con el bien, con ello, aunque se descarga a Dios de cualquier culpa, se minimiza el sufrimiento concreto, ya que sólo se considera el conjunto.

- El monismo es una solución que prescinde de uno de los términos en litigio al considerar sólo el principio divino que es a la vez el sumo bien. El mal carece de valor y de realidad. El mal sólo es privación del bien, mera apariencia, fruto de la ignorancia.

- El monoteísmo afronta la cuestión en toda su crudeza. No niega la realidad del mal, como el monismo, ni recurre a un segundo principio negativo, como el dualismo. De ahí que el drama aparezca en toda su crudeza: si todo viene de Dios, ¿de dónde viene el mal? Al monoteísmo sólo le queda una doble opción: bien afirmar que Dios permite o combate el mal, ya que el Dios a favor del hombre ha de tener una respuesta al problema; bien reflexionar sobre Dios a la luz del Dios cristiano que, además de monoteísta, es trinitario.

- La reinterpretación del concepto de Dios y algunos de sus atributos, en especial la omnipotencia. Esto ha de hacerse en clave filosófica y teológica: filosófica, la omnipotencia divina no es un "poderlo todo", sino un actuar necesario dentro de un orden racional, creado por Dios y al que él mismo se ha de someter; teológica, creemos en un Dios al que sí le afecta el sufrimiento y el dolor, es más, Él mismo lo experimentó en la cruz. La relación entre Dios y el mal pasa por el misterio de Cristo. Desde el hecho Jesús de Nazaret, Dios es tal que no se limita a coexistir con el mal, sino que lo asume en su realidad divina. En el Hijo, Dios Padre ha tomado el lugar del inocente que sufre injustamente (el Siervo de Yahvé del profeta Isaías).

- Por último, la que pudiéramos llamar Antropoteodicea. Como todas las teodiceas han fracasado en su intento de exculpar a Dios, sólo cabe una forma de enfrentarse al mal, hacerlo desde el hombre, centrarse en él, ya que éste se ha quedado solo. Es el hombre quien ha de luchar con sus fuerzas contra el mal: bien transformando las estructuras sociales, fuente del mal tal y como se encuentran (Marx); bien ayudando al hombre a alcanzar su mayoría de edad (Freud); bien luchando solidariamente contra el sinsentido de la vida (Camus).

El problema del mal, como hemos visto en los distintos intentos de solución, no es sólo un problema teórico especulativo, sino también vivencial y experiencial, exige por ello la convergencia entre pensamiento y acción, teoría y praxis, filosofía y teología.

3. Replantear el problema del mal

En la cuestión del mal es necesario deshacerse de una serie de tópicos heredados que se han ido forjando desde soluciones y planteamientos antiguos y que están haciendo imposible una respuesta aceptable en el presente. Podemos resumirlos en estos dos:

Hay que tener el coraje suficiente para revisar, cuando no romper, estos presupuestos heredados para poder buscar la esperanza de una salida. Tarea nada fácil, ya que a lo anteriormente expuesto se une la resistencia psicológica a desprenderse de las convicciones adquiridas.

a) La imposible teodicea

El título de este apartado corresponde al de un libro de J. A. Estrada. En él subraya cómo el mal en su triple dimensión de sufrimiento, injusticia-pecado y finitud-muerte, es el gran obstáculo racional para creer en un Dios bueno y omnipotente. Todas las respuestas racionales al problema del mal, desde la filosofía y teodicea creyentes resultan insuficientes. Detrás incluso de algunas teodiceas lo que se hace es desplazar el tema del mal y culpar al mismo Dios. Eso es exactamente lo que sucede cuando manteniendo intacto el planteamiento tradicional se sigue dando por supuesto que Dios podría, si quisiera, evitar el mal del mundo, pero no lo hace.

Desde planteamientos como éste se comprende que la teodicea resulte imposible. Es decir, en esas condiciones no es posible mantener de forma coherente la fe en Dios. Porque, cuando se toma en serio lo horrible del mal en el mundo, parece que nadie honestamente puede sostener la bondad de alguien que pudiendo eliminarlo no lo hace. Así planteada, la teodicea es imposible. El fracaso de la teodicea se debe a planteamientos como estos que implican contradicciones insolubles y nos llevan a callejones sin salida.

Ante esta situación de la teodicea, provocada ya desde la quiebra cultural de la Ilustración y agravada por la secularización de la sociedad moderna, se hacen necesarios plantemientos como los que a continuación exponemos. En ellos el tema se afronta de manera que no haya que sacrificar al hombre ni culpabilizar a Dios.

b) La posible proteodicea

Juan Luis Ruiz de la Peña elabora desde la teología una reflexión que intenta establecer una salida creyente para el hombre: no se trata de justificar la fe o de defender a Dios integrando el mal en un proyecto superior, sino de buscar los motivos por los cuales se puede seguir creyendo en Dios a pesar del mal. Se puede así hablar del mal como proteodicea, pues más que establecer un problema -compatibilidad de Dios con el mal, o el mal como anti-teodicea- señala la necesidad de Dios en la solución real del problema.

Convierte la cuestión del mal en un asunto de la teología, siendo propio de ella no sólo "explicar el mal... sino indagar cómo es posible creer -si en verdad es realmente posible- desde la experiencia de mal". Al autor, desde la teología, no le importa tanto explicar racionalmente el mal, cuanto dar sentido al hombre que lo sufre, ya que no es tan importante indagar sobre el porqué, sino sobre el cómo del sufrimiento.

El punto de partida en este planteamiento no ha de ser la consideración abstracta del mal, sino las manifestaciones que éste toma al entrar en contacto con el hombre. Es la humanidad sufriente y dolorida, que experimenta la impotencia ante el sufrimiento, la muerte y el mal la que necesita respuestas prácticas que le permitan dar un significado a su existencia. En este sentido el denominador común del mal es el dolor. El dolor que sufre el

hombre y el que le es causado por otro hombre a través de la injusticia, la violencia o cualquier otro mal estructural.

El mal es la cuestión central de la teología. Precisamente la religión nace de ese grito desgarrado del hombre que experimenta el agobio y la dureza del dolor y la injusticia. El mal es un misterio que suscita el problema de la salvación cristiana, y es en el misterio de Dios donde encuentra la respuesta adecuada.

El mal es misterio, lo inexplicado e inexplicable, por eso la reflexión filosófica ha fracasado en su intento de explicar adecuadamente el problema del mal porque ha errado el camino. Por un lado, de defender a Dios se ha pasado a negar su existencia, convirtiendose el mal en antiteodicea. Por otro lado, de intentar que el hombre soportara el mal se ha pasado ha hacer insoportable su existencia. Se trata de dar sentido al hombre a pesar del dolor y no al dolor a pesar del hombre, imponiéndole cargas que no puede soportar.

El camino seguido por la reflexión de la razón pura se ha convertido en algo que no sólo no ha sabido dar respuesta al hombre en una cuestión tan capital como el mal, sino que se ha vuelto contra el hombre convirtiéndose en inhumano. Por ello es necesario retornar a la razón práctica puesta al servicio de la fe, desde ella se intentará buscar una salida al problema del mal y dar un sentido al hombre. En este camino son necesarios tres principios irrenunciables:

- Antropológico: lo característico del hombre es la esperanza y el optimismo, la existencia de motivos para sobreponerse al mal y no dejarse aplastar por él.

- Teológico: Dios es, en última instancia, quien se muestra como valedor y sustentador del sentido que anhela el hombre, no la causa de su dolor y sufrimiento.

- Cristológico: la respuesta de Dios al problema del mal tiene una inserción en la historia de la humanidad: Jesucristo.

c) La ponerología y la pisteodicea

Este es el planteamiento personal de A. Torres Queiruga, que ha dedicado muchas horas de reflexión y bastantes escritos al tema del mal. Propone dividir el problema en dos pasos fundamentales: la ponerología, del griego ponerós (malo), que se ocuparía del problema del mal en sí mismo: sus causas, sus condiciones de posibilidad y sus consecuencias para la propia concepción del mundo; la pisteodicea, del griego pistis (fe) y dikaioo (justificar), que trataría de legitimar la propia fe, entendida en el sentido amplio de visión de la existencia en cuanto respuesta al problema del mal. Vamos a ver cada una de ellas con una mayor extensión.

- La ponerología. La pregunta que aquí se plantea es la clásica unde malum, ¿de dónde viene el mal?, planteada en sí misma, anterior a toda respuesta, bien sea ésta religiosa o atea.

El origen del mal es la limitación y finitud de la realidad mundana. El mal es la nota de la realidad finita. De esta forma la pregunta por el origen del mal remite al mismo mundo: dado cómo es y cómo funciona, resulta imposible que en él no se produzcan desgarrones y conflictos. El mal es inevitable en el mundo tal y como se nos presenta y lo conocemos.

Desde la ponerología podemos afirmar lo siguiente en cuanto a:

- La pisteodicea. Si, como hemos visto, el mundo es inevitablemente traspasado por el mal, la pregunta que se ha de plantear ahora es: ¿qué sentido tiene la existencia y qué actitud tomar ante él? El creyente ante tales cuestiones llegará a la conclusión de que la mejor explicación para este mundo es Dios; por el contrario, el no creyente llegará a la conclusión contraria, no ve necesaria esa explicación y buscará otros modos de conferir sentido a su vida, o simplemente la declarará absurda.

Ahora bien, en este segundo momento, el de la pisteodicea, el creyente puede desde su fe afrontar el problema concluyendo:

4. Respuesta cristiana

Después de los plantemientos expuestos sólo podemos añadir que el cristianismo ha de responder al mal desde lo que es su ser más propio y específico, desde la revelación de un Dios que es amor y que por amor nos ha llamado a la existencia. Desde ahí se comprende que el ser del hombre no es ni una pasión inútil, ni una prueba a la que se nos somete a lo largo de toda nuestra vida, sino la inevitable condición de posibilidad que tiene el hombre para poder participar de la vida misma de Dios. Para el hombre no hay otra posibilidad de existir que hacerlo como ser finito y libre en un mundo también finito y, por lo tanto, expuesto al mal. No es que Dios haya dejado de ser omnipotente al crear un mundo finito, sino que lo que ha dejado de ser es el regidor que todo lo manipula para manifestársenos como el creador capaz de entregar su obra. Su poder consiste en dejar ser a todo lo creado lo que es, dejar que se rija por su naturaleza intrínseca. Y esto no puede llamarse indiferencia, como si Dios una vez creado todo se desentendiera de su obra dejándola a su suerte. No. Dios sigue acompañándola, pero desde el más exquisito respeto. Este es el riesgo que asumió el amor divino: jugársela por su creación.

Si Dios es culpable de alguna manera en el tema del mal, lo es por amor. El sabía que la creación de un mundo finito iba a implicar necesariamente imperfección, mal, dolor... y sin embargo lo creó. Apostó por este hombre y por este mundo. Luego el dilema no era haber creado un mundo sin mal, cosa imposible, sino haberlo creado a pesar del mal.

Superando la teodicea clásica, en este tema debemos partir no de planteamientos abstractos sobre el mal o de la obsesión por salvar a toda costa la bondad y omnipontencia divinas librando a Dios de toda responsabilidad, sino que hemos de partir del mal concreto que afecta al hombre y le hace sufrir, y desde ahí alumbrarlo con la luz que emana del Dios revelado cristiano, buscando su sentido desde esa fe en la revelación.

Llegados a este punto podemos asentar, a modo de resumen, los siguientes presupuestos:

- No es que Dios no pueda crear y mantener un mundo sin mal, sino que esto no es posible, o mejor, preguntar en esta línea no tiene sentido. Dios no puede evitar las consecuencias de la constitución creatural: equivaldría a anular con una mano lo que ha creado con la otra.

- A la luz de la revelación cristiana podemos afirmar que Dios nos ha creado por amor y desde el amor para que seamos felices y lleguemos a participar de su misma vida divina. El mal, condición de nuestra existencia como seres finitos en un mundo finito, no aparece ya como algo ciego y oscuro, sino desde el misterio de un Dios amor que nos ha llamado a participar de su misma vida.

- A un Dios que crea por amor sólo cabe comprenderlo como Aquel que quiere el bien y sólo el bien para sus criaturas; el mal, en todas sus formas, es justamente lo que se opone a El.

- Dios no anula el mal, pero le da sentido. Es el gran compañero, el que comprende y camina con nosotros, aún en medio del mal.

- Dios es el anti-mal: aquel que combate y lucha contra el mal, aquel que quiere y puede acabar con él, aquel que acompaña al hombre sufriente, pero siempre dentro del respeto a la legalidad histórica y a la libertad humana.

- Dios nos invita y empuja constantemente a luchar contra todo mal: contra el mal natural y físico por medio del uso de nuestra inteligencia y de los recursos de la ciencia; contra el mal moral mediante un cambio de vida y una solidaridad profunda.

En definitiva, la postura cristiana no puede ser nunca la pasividad, ni mucho menos la resignación ante el mal, sino la de implicarnos y combatirlo, estando en todo momento al lado de las víctimas.

5. Pautas pastorales

A pesar de todo lo que venimos diciendo, quedan aún por plantear algunas cuestiones que seguro aflorarán en el diario trabajo pastoral. Desde aquí no vamos a hacer más que eso: plantearlas. Como en otros ámbitos de la actividad pastoral, tampoco en este hay recetas mágicas. Pero, quién sabe, tal vez en un buen planteamiento del problema se encuentre el camino adecuado para hallar la mejor respuesta.

1. ¿Dios rival del hombre? En los últimos años, ante la idea generalizada del "¡sálvese quien pueda!", se ha dicho que Dios es un rival del hombre. Dios es inútil. Ahora, tras los grandes avances tecnológicos, no se necesita a un Dios que solucione nuestros problemas, nosotros mismos hemos llegado a la mayoría de edad y somos capaces de resolverlos por nuestra cuenta. Con ello se pretende dejar a Dios apartado de nuestro mundo, porque ya se ha quedado viejo.

Además, Dios no sólo es inútil, sino que es enemigo del hombre, una especie de tranquilizante que nos adormece y nos impide reaccionar ante la injusticia. Incluso se alzan voces del lado de la postmodernidad que afirman que la misma existencia de Dios es imposible. Dios es un absurdo. ¿Para qué más preguntas?

Si antes ciertos autores se quejaban del silencio de Dios, ahora es Dios el que pudiera quejarse del silencio del hombre, más aún, del silencio en el que el hombre quiere sumirle. Dios es exigente, y como "pasamos" de exigencias, "pasamos" de El. Dios se queda muy lejos porque los hombres nos hemos hecho a lo cercano y a lo palpable. Dios se ha convertido en un viejo personaje, extraño y lejano.

Vivimos en nuestras vidas un gran vacío de Dios. Y lo que es más grave, ese vacío lo vivimos en paz. El hombre se ha montado un mundo sin Dios, y ha olvidado que por el mero hecho de ser hombre, es contingente, incompleto, no posee en sí el sentido de su vida. El hombre al construir un mundo al margen de Dios no ha podido construirlo sino en contra del mismo hombre.

Como muy bien advierte A. Torres Queiruga, ni el mismo creyente se libra de este influjo ambiental que ve en Dios a un rival; estas son sus palabras: "Hay mucho temor inconfesado al Dios en el que se cree; demasiada sensación de vida mermada, de libertad controlada, de gozo de vivir envenenado. Hay demasiadas sumisiones serviles y resentimientos ocultos. Y esto tanto a nivel de tópicos ambientales (las enfermedades que "manda" Dios, el "fastidiarse" por ser cristianos...) como a nivel de una gran parte de la teología, que no acaba de presentar a Dios completamente desolidarizado con el mal".

2. ¿Dónde está Dios? Esta es la pregunta que miles y miles de personas han lanzado a Dios, en medio del mal, del dolor y del sufrimiento como un grito de rebeldía, furor y a veces rabia: "Dios, ¿dónde estás?". El aparente silencio de Dios en nuestro mundo a menudo ha confundido a mucha gente. ¿Cómo creer en un Dios bueno, cuando millones de hombres inocentes mueren cada día de hambre, víctimas de la violencia? ¿Cómo creer en un Dios que se calla cuando los hombres aplastan la libertad, se destruyen los unos a los otros, y hacen imposible la convivencia? ¿Cómo Dios puede permitir cada día que ocurran tantas y tantas cosas? Es muy duro el silencio de Dios, pero no es menos duro acusar a Dios del mismo.

3. El mal y el dolor, misterio humano. Por más vueltas que lo demos, el mal y su acompañante cortejo de dolor no dejará nunca de ser un misterio grande y respetable para el hombre. Misterio útil y educativo, porque puede ser un síntoma, una señal de alarma ante un mal que hay que alejar o una palestra de entrenamiento. Pero también puede ser un misterio y un absurdo profundo, porque desde una visión cristiana de la vida no deja de resultarnos incomprensible cómo nuestro Padre Dios, que ha hecho el mundo, ha permitido que suframos tanto y que nos hagamos sufrir tanto unos a otros, a veces tan tonta e inútilmente.

El misterio es misterio, y no permite que nosotros le demos un resultado matemático como si fuera un problema de álgebra, pero sí una iluminación existencial. Dios mismo ha oscurecido el misterio del dolor al asumirlo personalmente, en Cristo y en sus hijos, de los que se hace solidario, para sacar de este dolor, voluntariamente asumido por solidaridad con nosotros y por amor a nosotros, la alegría y el gozo pascuales que no pasarán y que ya no serán mezclados con el dolor nunca jamás.

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Miguel Orive Grisaleña