Juventud (Pastoral de la)
DPE
 

1. Realidad Juvenil

Vamos a partir en primer lugar de un análisis, necesariamente incompleto, de los jóvenes de hoy. Justificamos este comienzo siguiendo las palabras del documento, Jóvenes en la Iglesia, cristianos en el mundo (JICM), que dice lo siguiente: «la pastoral de juventud tiene como destinatario el joven en su situación concreta: Para que la pastoral de juventud sea auténticamente evangelizadora ha de ser oferta de sentido adecuada a la concreta y diversa situación de los jóvenes, tanto por los ambientes como por las ocupaciones». Luego lo primero que hay que hacer es tomarse la molestia por conocer a esos jóvenes, su situación concreta, los ambientes en los que se mueven, sus carencias y sus posibilidades.

¿De qué hablamos cuando hablamos de jóvenes? Creemos que es obligado comenzar por esta pregunta. No sea que nos pase, si no nos está pasando ya, que vivamos en un mundo artificialmente «juvenilizado» a costa de no saber qué es eso a lo que se llama juventud. Todo el mundo quiere ser joven, y cuando ya no lo puede ser porque su edad, escandalosamente elevada, les distancia claramente de ellos, quieren, por lo menos, parecérseles. Todos quieren vestir con aires juveniles, todos hablan de los jóvenes; que si son una generación X o una generación Y. La juventud está pues en el punto de mira de la moda, de los medios de comunicación, pero ¿se sabe realmente quienes son los jóvenes? ¿nos hemos preocupado por saber cómo piensan, cuales son sus inquietudes, sus problemas, sus ilusiones...? ¿sabemos valorar en su justa medida una edad tan interesante, o al menos tan distinta, como ninguna otra en la vida de una persona?

- Afán de reforma y ruptura, sienten la necesidad de mejorar la sociedad en la que se encuentran, de ahí que suelan iniciar acciones de protesta y se enrolen en movimientos que luchen contra lo caduco e injusto.

- Personalidad, los jóvenes de ahora no están dispuestos a aceptar cualquier cosa por el mero hecho de que se mande. No consienten que se les impongan ideas.

- Ruptura generacional, quieren desmarcarse de la generación de sus mayores de tal forma que están dispuestos a romper cualquier lazo de unión que intente ligarles con ellos.

- Simpatía hacia los movimientos ecologistas, pacifistas, nacionalistas y feministas, se muestran bastante asperos e incluso violentos en la defensa de sus propios puntos de vista. Sienten simpatía por todos los movimientos que se opongan a la sociedad establecida.

- Posición crítica frente a la sociedad actual, a la que se consideran como consumista y manipuladora.

- Actitud frente a los valores políticos, muestran cierto desencanto y decepción frente a la política como valor humano. Suelen posponer los valores políticos a los sociales, morales, estéticos, religiosos.

- Preocupación por situarse pronto en la vida, por un afán de independencia, de tener poder de decisión y disfrutar de amplias posibilidades en diversos órdenes.

1.2. Valores de la juventud

Valores que en muchos casos están muy próximos a lo que es el mensaje evangélico. Suponen, en medio de las visiones a menudo demasiado negativas y catastrofistas, un rayo de esperanza:

- Un auténtico deseo de cambio y de búsqueda de una sociedad mejor.

- Una persistente lucha por implantar valores como la solidaridad, la amistad, la pluralidad, el respeto, la paz, la justicia ...

- Una gran sensibilidad ante las injusticias y la violación de los derechos humanos.

- La defensa radical de la verdad y la aversión ante los convencionalismos, la mentira y la hipocresía.

- El talante alegre y festivo ante la vida.

- La importancia que se da al testimonio más que a las palabras y a las creencias.

1.3. Tipología juvenil

Después de lo dicho no podemos hablar de un solo tipo de joven, sino de diversas tipologías, debido a que la sociedad en la que vivimos se caracteriza por ser plural y tolerante con los diferentes comportamientos, actitudes y valores. No hay pues una condición juvenil única, ni una realidad común para todos los jóvenes, sino que constituyen una realidad diversa y plural, heterogénea. Los grupos tribus que expresan dicha variedad se constituyen en referencia primera de los jóvenes que los integran y son fuente inicial de su identidad, al menos en su forma más externa. Así pues, en vez de hablar de juventud, debiéramos hablar de jóvenes y tener siempre en cuenta esa variedad a la hora de acercarnos pastoralmente. Para simplificar lo dicho hasta ahora vamos a considerar cinco tipologías en torno a las cuales se ha agrupado a los jóvenes, retratos robot, con sus notas más propias.

a) Antiinstitucional. Representa un 5% del total. Se caracteriza por su falta de confianza en las instituciones, sean las que sean, justifica el terrorismo y el vandalismo callejero y se siente poco satisfecho de la vida que lleva. Da menos importancia que el resto a la familia, al trabajo, a los estudios, y justifica el aborto, el suicidio, la eutanasia y el divorcio. Ve con normalidad emborracharse porque sí, no pagar los transportes públicos, consumir droga y las aventuras fuera del matrimonio. Acepta mal a los trabajadores inmigrantes y a los extranjeros entre sus vecinos. Es el que está más a la izquierda políticamente y el que afirma haber sido víctima de acciones violentas.

b) Altruista. Engloba al 12,22% de la juventud (55% de chicas). Confía en las instituciones y es el que más colabora en las ONG y en organizaciones religiosas. Es el que en más alto grado considera la religión como algo relativamente importante en su vida. Es el que menos valora ganar mucho dinero y llevar una vida sexual satisfactoria y es también el que menos justifica el aborto, la eutanasia o el suicidio. Es el que más se identifica con las ideas de los padres, el que políticamente está más a la derecha y el que más temprano llega a casa los fines de semana.

c) Retraído social. Supone el 28,3% de los jóvenes. Es el grupo «out» de la sociedad. Su extracción social es más baja de la media, con mayoría masculina. Es el más joven y el que menos estudios tiene. Es el que menos lee, el que menos maneja un ordenador y el que menos acude a actos culturales. Está muy preocupado por el problema de las drogas, y de hecho las consume menos que los demás grupos, pero se siente menos interesado por el medio ambiente, la pobreza o la marginación. No se fía de los sindicatos y tampoco se siente muy atraído por las organizaciones de voluntariado. Rechaza más que la media a drogadictos, homosexuales, punkis, okupas o a las personas con sida. Es el menos interesado en política. Es difícil decir qué es lo que le interesa en la vida.

d) Institucional ilustrado. Es el mayoritario, con un 29,67%. Es el que muestra mayor confianza en las instituciones (Parlamentos, Justicia, Policía...) y el que menos transgrede (emborracharse, drogarse, relaciones sexuales entre menores, engañar en el pago de impuestos, causar destrozos en la calle...). Es el grupo en el que hay mayor presencia femenina y el que visita más museos, exposiciones, el que más lee. Es el que se muestra más contento con su forma de vida y se considera libre. Más religioso que la media, es el que mejor se lleva con sus padres. Políticamente está en el centro y es el más partidario del europeísmo. Consumidor moderado de drogas, su experiencia con la violencia es baja. Parece el prototipo de joven para el futuro.

e) Libredisfrutador. Predominan los chicos dentro del 24,68% de los jóvenes que representa. Pudiera definirse en pocas palabras como el «viva-la-virgen». Habita en las grandes ciudades, generalmente maneja bastante dinero y sus lemas en la vida son: «andar por libre» y «pasarlo lo mejor posible». Con estas metas, no es raro que sea el que dé más importancia al dinero, al sexo, a estar con sus amigos, al ocio. Sin llegar a ser antiinstitucional, está distanciado y es crítico con las instituciones. Concede muy poco valor a la religión católica, pero sí a hechos como el horóscopo, la videncia... Bebe mucho alcohol los fines de semana, consume drogas de diseño y está más a la izquierda que la media.

2. Religiosidad juvenil

2.1. Los jóvenes y la religión

Según el informe de J. Elzo, Jóvenes españoles 99: «esta es la primera generación de jóvenes que no han sido socializados religiosamente, y no sólo no saben nada de fe ni de cultura religiosa, sino que no sienten la más mínima necesidad de acercarse a esta realidad». El informe pone de manifiesto un importante descenso en la práctica religiosa, y sólo un 12% de los jóvenes (la mayoría chicas) dice ir semanalmente a misa, frente al 20% que lo hacía en 1994; el 53% reconoce que nova nunca a la iglesia. Pero el 43% de los jóvenes afirma que cree en la vida después de la muerte, el 36% en el pecado, el 34% en el cielo, mientras que el 21% en el infierno, y el 24% en la resurrección de los muertos.

Les ha tocado vivir en una época de libertad religiosa donde la permisividad es la nota dominate. La religión es una cuestión de preferencias personales. Se trata, por lo general, de una religiosidad vaga, subjetiva, alérgica a lo institucional y muy unida a una alta permisividad moral.

Podemos tomar como referencia dos hechos:

a) La práctica religiosa es un buen indicador de religiosidad, y de libertad a la hora de vivir esa religiosidad, ya que no hay una presión social que nos lleve a practicar, sino más bien todo lo contrario. La mayoría de los jóvenes declara tener fe, pero son muy pocos los que se consideran practicantes o que viven la fe como experiencia personal.

Se observa cierta tendencia al consumismo religioso por parte de algunos jóvenes (celebraciones puramente folklóricas, muy sentimentales, evasivas) y la vuelta de otros a actitudes integristas, nacidas de la necesidad de identificación. De los jóvenes creyentes-practicantes sólo una quinta parte de ellos están asociados en grupos cristianos. Se destacan grupos de jóvenes creyentes que viven muy activamente su vinculación eclesial en grupos de referencia de una gran vivencia.

b) Las creencias. Como hemos visto, los jóvenes siguen creyendo en un Dios personal, en el pecado, en el cielo y en el infierno, en la vida después de la muerte. Podemos decir que Dios sigue siendo un valor importante entre los jóvenes, aunque otra cosa es la relación Dios-vida y Dios-Iglesia, en donde se observa una clara separación. El 65% de los jóvenes españoles cree en Dios, si bien tal creencia se acompaña de una escasa confianza en la Iglesia como institución (el 29% confía mucho o bastante en ella) y una práctica religiosa minoritaria (apenas el 12% se definen como católicos practicantes). Sin embargo, la misma idea de Dios es para ellos muy dispar: mientras que un 59,8% dice que «Dios existe y se ha dado a conocer en Jesucristo», un 52,2% opina que «hay fuerzas o energías que no controlamos en el universo, que influyen en las vidas de los hombres y de las mujeres, un 42,9% afirma que «lo que llamamos Dios no es otra cosa que lo que hay de positivo en hombres y mujeres», el 22,4% afirma que para él Dios no existe y el 23,9% pasa de Dios.

Como conclusión de este punto podemos afirmar:

- El joven de hoy no es arreligioso, pero tampoco cristiano. Aunque bautizado y, en la mayoría de los casos, formado en una familia y en centros educativos cristianos, y hasta iniciado en los sacramentos, está lejos de haber personalizado e interiorizado su fe.

- Su religiosidad puede definirse como porosa o flotante, desconectado de lo que practican sus padres, que le parece cutre, distante y sin conexión con sus intereses.

- Para él el paraíso no está en el más allá (espiritualismo), ni en el más acá (modernidad), sino en él mismo. Lo religioso sólo le interesa en cuanto le dice algo a nivel íntimo personal y de emociones.

- La religión es un asunto privado, nunca público. Busca refugio en pequeños grupos cálidos. La oración libre y espontánea juega un papel importante.

- Religiosidad light, a la carta. Coge de cada cosa sólo aquello que le gusta. Valora más lo afectivo que el contenido; qué siento, qué me dice, más que conocer ciertos contenidos.

- No es agresivo hacia la institución religiosa, simplemente prescinde de ella.

- No está dispuesto a hipotecar su libertad con compromisos definitivos. No hay nada definitivo en la vida, las personas cambian mucho. Todo depende de la situación actual en que me encuentre, las cosas valen o no valen de acuerdo con la situación.

- Figuras como Jesucristo, Madre Teresa de Calcuta y otros le causan verdadera admiración, pero los ve lejanos.

2.2. Los jóvenes y la fe

a) Una fe heredada. Cuando el joven se libera del influjo familiar, se libera también de la fe que ha heredado de sus mayores, y que le llevaba a identificar el bien con el tener fe; bueno es el que tiene fe; malo el que carece de ella. Pero este pa-so no se da de forma gratuita, sino que se va dando a medida que de su experiencia con el mundo real llega a la siguiente convicción; que los cristianos no son necesariamente mejores que la otra gente. Es más, muchas veces se observan en el comportamiento de los cristianos actitudes poco o nada acordes con la fe. Por otro lado, se observa también que entre los que no creen hay grandes cualidades, grandes valores morales que no se fundan en ninguna fe religiosa.

A partir de este momento el joven se libera de la presión social que le insta a ser religioso y a cumplir con unas prácticas determinadas, que es con lo que su mundo familiar identifica el ser cristiano, y comienza su andadura en solitario.

b) Una fe inconformista. El joven exige ser tratado no como se trata al creyente establecido en la fe, sino como alguien que se interroga constantemente sobre todo, también sobre la fe. A los jóvenes les encanta la indecisión, la provisionalidad, el vivir al día, el no estar sometidos a nada. Además hay que resaltar el clima de indiferencia religiosa en el que se mueven.

Los jóvenes son incapaces de aceptar la fe como una axioma impuesto por la sociedad. De eso, como de otras muchas cosa, nada.

c) Fe y cultura religiosa. La fe es un don, mientras que la cultura se adquiere. Se supone que una buena formación religiosa puede ser la mejor forma de que germine la fe. Pero, ¿qué posibilidades tienen los jóvenes de hoy de recibir una eficaz instrucción religiosa?. La religión, de estar presente, hasta excesivamente presente, en todos los aspectos de la vida, ha pasado a ser la gran desterrada. Se la ha echado de todos los sitios y se la pretende recluir en el ámbito de las iglesias.

d) La fe es un acto transcendente. La fe, además de ser un don de Dios, es un acto libre del hombre, una opción en su vida. Todo lo que concierne a ella es transcendente, supera la experiencia, y aquí precisamente es donde radica el problema. Vivir de la fe supone vivir de algo de lo que no se puede tener experiencia inmediata, lo cual en cierta medida supone ofrecer al joven un modo de vida en el que la experiencia inmediata vale en tanto en cuanto, precisamente en un momento de su vida en el que es lo que más valora. Su actitud crítica hacia todo le lleva a buscar las razones de todo, no le sirven las explicaciones infantiles; cree en la medida en que pueda vislumbrar razones para ello.

Sin embargo, el Reino de Dios del que habla el evangelio, la salvación que la fe nos propone, es algo que escapa a la experiencia. De ahí que los aspectos últimos de la salvación (muerte, juicio, vida eterna, infierno...), así como las experiencias límite, sean valoradas por cualquier joven de modo muy diverso a como lo pueda hacer el cristianismo. Esto es así, por muchas vueltas que lo demos.

e) El compromiso. Cada época tiene una serie de puntos que pudiéramos denominar «neurálgicos», desde los cuales es posible conectar la experiencia humana con la experiencia religiosa. En la nuestra este punto es la opción preferencial por los pobres. Es decir, más que una experiencia de transcendencia, una de inmanencia, de encarnación, de experiencia.

Desde hace unas décadas quienes realmente atraen la atención del joven son los marginados de la sociedad, aquellas personas creadas por el sistema y víctimas del mismo. El joven ha dejado de creer en el sistema, sobre todo en el sistema político, del que se siente muy desengañado, y centra toda su atención en las víctimas que genera ese sistema. Al joven le interesan los hechos concretos. Le seducen las causas perdidas. Le atrae el compromiso radical pero, según los datos, se dan más las buenas intenciones que los hechos: un 60% declara que le gustaría colaborar con alguna ONG, pero sólo un 5% lo hace y otro 4% ha trabajado con ellas en alguna ocasión.

f) Cristianos sin Iglesia. A menudo la dificultad para ser cristiano se encuentra en la misma Iglesia. De ahí la tendencia de muchos jóvenes a considerarse «cristianos sin Iglesia». A los jóvenes les desagrada el conservadurismo de la Iglesia. No comprenden muy bien su legalismo doctrinal, su afán de dictar en cada momento lo que está bien y lo que está mal, como si esa fuera la razón última de su existir. Piensan de ella que es como una viejecita buena pero obsoleta y anticuada, una parienta querida, pero impresentable a los amigos. Los jóvenes quieren que la Iglesia se desviva por hacer el bien, por ayudar a los más necesitados... Quieren que la Iglesia se parezca más a Jesús.

La gran mayoría de los jóvenes mantiene un divorcio asimétrico con la Iglesia, motivado por la situación eclesial, el proceso de secularización acelerada de la sociedad y los rasgos fundamentales de los propios jóvenes. Para el sociólogo J. Elzo, «salvo cambios radicales todo hace pensar que dentro de poco habremos de utilizar, aplicándola a España, la expresión que hace años leí en un texto de Touraine refiriéndose a su país como `la France excatholique'».

2.3. Los jóvenes y Dios

Alguien ha titulado, refiriéndose a la cuestión de Dios entre los jóvenes, como una relación difícil, y puede que así sea, pero ¿sólo puede describirse como difícil la relación del joven con Dios? ¿no pudiéramos también utilizar este mismo apelativo para referirnos a las relaciones que el joven mantiene con su familia, o con sus amigos, o con sus estudios, o con la gente de otro sexo...? Por ello, si la relación del joven con Dios es difícil no lo es tanto por el referente, en este caso Dios, cuanto por la persona que establece la relación, en este caso el joven. La juventud es una época de crecimiento a todos los niveles, la personalidad todavía no está hecha, es más, está haciéndose y en este ir haciéndose cada día es donde se pueden descubrir las difíciles relaciones que el joven entabla.

Hecha esta pequeña salvedad vamos a adentrarnos en esta cuestión haciéndonos la siguiente pregunta: ¿Quién o qué es Dios para los jóvenes?, que muy bien pudiéramos completar con esta otra: ¿Qué espera Dios de los jóvenes?

a) El joven y Jesús. Como ya hemos dicho, para una parte importante de los jóvenes Dios se ha dado a conocer en Jesucristo. Entre el joven y Jesús las reglas del juego siguen siendo las mismas: o todo o nada (recordemos el pasaje del joven rico). El joven ya no se conforma con mejorar el mundo, quiere cambiarlo. Jesús tampoco se conforma con que el joven se le dé a medias, le quiere por entero.

Lo que más sigue impresionando al joven de Jesús es su ausencia total de egoísmo, su forma de amar al prójimo. Le fascina su capacidad de lucha; contra los fariseos y su palabrería; en favor de los pobres; actitud de no violencia; amor, paz y libertad... Jesús hoy sigue fascinando al joven, pero una cosa es admirarle y otra muy distinta seguirle. Ante este reto a menudo el joven marcha triste porque tiene otros bienes.

b) Dios. «Dios, Dios..., nunca es un buen momento para pensar sobre Dios. Cuestionarse quién o qué es Dios, o tan siquiera si existe, es la segunda cosa más preocupante y difícil que puede plantearse un hombre después de intentar definirse a sí mismo. No, decididamente no es complaciente pensar en Dios. y menos aún pensar en Dios desde el punto de vista de la juventud, de un joven como yo. Todo lo que puedes conseguir es liarte un poco más, añadir otro problema, mucho más grave por cierto, a los muchos que ya provoca de por sí esta época de autodefinición y luchas internas, en la que nada es verdad ni es mentira, sino que todo está en función de cómo estés ese día». Este es el sencillo testimonio de un joven que se plantea, en un momento dado de su vida, la cuestión de Dios. La pregunta sobre Dios es algo que el hombre no puede dejar de hacerse. Más aún, la respuesta a la misma será diferente en las distintas etapas y circunstancias en que se plantee.

No me resisto a recoger otro testimonio sobre este asunto: «A los dieciséis años, muy poca gente ha procurado ir más allá del «Padrenuestro» intentando buscar realmente, sin miedo a lo que pueda encontrar, ¿un Dios presente o ausente?, ¿un Dios que parece que se olvida del mundo?, ¿un Dios que nos observa plácidamente?, ¿un Dios a quien tememos y veneramos?, ¿un Dios que vino con nosotros en una existencia efímera?. Este Dios, ¿tiene en sus manos el proyecto para la consecución de un mundo feliz? Eso es lo que a las puertas del siglo XXI todas las personas deseamos. Aquí es donde Dios se topa con nosotros, los postmodernos. La generación de los «Levi's», de «McDonald's», de «sensación de vivir» y sobre todo de «Fido Dido». Somos, como él, fríos, sin apasionamientos, inocentes, conformistas, tranquilos..., hemos cometido el gran error de dimitir del deseo, estamos relajados y todo nos da igual. Cuando oigo todo eso sobre mí, salto de indignación y quiero gritar revelándome contra la sociedad, contra la «pijez», contra una actitud ante la vida, y una actitud de la vida hacia nosotros».

La idea de Dios que maneja la juventud no es ni mucho menos unitaria, por ello debiéramos hablar de más de una imagen. ¿Cuáles son las principales concepciones sobre Dios que en el seno de nuestra juventud suelen manejarse?

  1. Creencia en un Dios misterioso, inalcanzable, desbordantemente transcendente. Un Dios que es padre, sí, pero padre-juez, antes que padre-amigo.

  2. Variante de la anterior; aquellos cuya experiencia del amor paterno/materno les lleva a concebir a Dios como un padre personal, en toda la extensión de la palabra. Su desinterés por la religión es manifiesto y provoca la desconexión entre ésta y Dios. Para ellos Dios es como una especie de familiar lejano que vive en el extranjero y al que jamás han conocido a no ser por referencias.

  3. Aquellos que se resisten a abandonar al Dios de la primera adolescencia. Aquel al que se recurría para aprobar un examen, para sanar de una enfermedad o para superar la timidez. Es el Dios tapa-agujeros que se entremezcla con la fe del carbonero, propia de la conciencia joven que todavía no ha dado el salto hacia la actitud crítica.

  4. Jóvenes comprometidos con las exigencias evangélicas, para los que Dios es el amigo íntimo, el hermano mayor, el Padre cercano.

3. A la búsqueda de la identidad juvenil

La juventud se ha convertido en uno de los grandes referentes de nuestra cultura. Se ha vivido, sobre todo en estos últimos años, una verdadera obsesión juvenil. Nos encontramos a los jóvenes detrás de todos los grandes problemas que preocupan en nuestra sociedad: paro, crisis de valores, movimientos revolucionarios, drogas... Alrededor de los jóvenes se han montado modas, productos, modos de vivir y de comportarse. Era preciso estar atentos a lo que los jóvenes dijeran, porque lo que no fuera atractivo para ellos carecía de futuro.

Hemos pasado de unas generaciones de jóvenes que habían tenido como problema la «represión» (política, moral, familiar, educativa..), a unas generaciones que tienen como problema central la identidad: ¿Qué es ser joven? ¿Qué soy yo en cuanto joven?.

Aún se les trata, analiza y pretende educar como si la cuestión central fuera la represión. Por ello los padres de hoy y los educadores siguen teniendo como tipo ideal de joven el forjado en su propia juventud.

¿Qué significa la identidad? El problema de la identidad es el de poder explicar no cómo se vive, sino de qué y para qué se vive en el fondo. Esta es la verdadera cuestión; que los jóvenes no son capaces, en muchos casos, de dar razón de su vivir. Faltan modelos con los que identificar, contrastar la propia vida; no hay referencias claras. Además, esto se vive de forma normal, es una situación pacíficamente aceptada como tal; se cree que esto ha de ser así. No se ve la necesidad de plantearse el sentido de la propia vida. Hoy en día causa verdadero pánico pararse, encontrar un momento de silencio y pasar un rato con nosotros mismos. De ahí la necesidad de buscar continuamente refugio en el ruido.

En esta búsqueda de identidad se pueden correr unos riesgos: formación de identidades descompensadas: muy orientadas hacia lo que divierte, gusta, produce placer, poco aceptadoras de lo que supone dolor, sacrificio; formación de identidades temerosas; generalización de personalidades superficiales, banalizantes y fragmentadas; formación de identidades difusas y mudables; formación de identidades consumistas y teleadictas.

Pero a pesar de la existencia de estos riesgos, hay toda una serie de elementos positivos que pueden ayudar a crear esa identidad juvenil y que hay que tener muy en cuenta: convicciones personales; mayor información y nivel de educación; menos sexistas; más tolerantes; mayor tendencia al diálogo y a la superación de antagonismos.

«La juventud es un momento en el que el proyecto de vida se plantea como algo necesario: Cuando no es posible realizar este proyecto acontece una frustración vital, el «sin sentido» de la vida» (JICM, 27). Y es una pena ver en el joven que, precisamente cuando está empezando a vivir, ya esté cansado de vivir, ya no encuentre motivos para ello. Por eso, el objetivo fundamental de la educación con jóvenes es: «que el joven descubra en Cristo la plenitud de sentido y el sentido de la totalidad de su vida y busque la plena identificación con Él» (JICM, 27).

Tal vez lo que pase hoy, en cierta medida, es que los jóvenes reciban respuesta a ciertas preguntas que ni siquiera se han planteado, lo que hace que ya ni se pregunten. Más aún, es posible que los jóvenes de hoy reciban las respuestas a las preguntas que sus padres y educadores se formulaban cuando eran jóvenes y que siguen considerando las cuestiones típicamente juveniles. Habría que cambiar el enfoque de nuestra mirada y preguntar no qué es lo que piensan los jóvenes, sino cuáles son sus experiencias significativas, es decir qué es lo que para ellos significa hoy algo o no significa nada.

4. La Pastoral Juvenil

Las dos últimas décadas han tenido una notable incidencia en el origen y desarrollo de la Pastoral Juvenil, realizada desde una perspectiva diocesana. A un primer momento de desconcierto, motivado por la crisis de los Movimientos de Acción Católica, siguió otro de búsqueda de nuevas fórmulas pastorales. A ello contribuyeron no sólo los intentos de superación de esta crisis y el resurgir de otros movimientos juveniles, sino también el despertar del sentido comunitario, así como el nacimiento y consolidación de grupos de jóvenes en el ámbito de las parroquias. Toda esta nueva realidad de grupos juveniles coordinados en el marco de la Iglesia local constituye a la diócesis en un cauce específico y directo para la actividad pastoral con los jóvenes.

Poco a poco se va delimitando y configurando, dentro del campo de la Pastoral Juvenil, lo que podemos identificar como la especificación de una perspectiva propia del trabajo con jóvenes, que tiene su eje dentro del marco diocesano; a nivel teológico, encuentra su fundamento en los presupuestos de la eclesiología de la Iglesia local y, a nivel operativo, en los elementos de la planificación pastoral.

4.1. La Pastoral Juvenil Diocesana

Podemos identificar la Pastoral Juvenil como Diocesana, cuando la diócesis ofrece una propuesta pastoral en la que se articula una respuesta propia a la problemática juvenil de las parroquias, a la vez que sirve de referencia para que los distintos grupos y movimientos, presentes en ella, planteen y orienten su trabajo pastoral en el marco de la Iglesia local.

En este sentido entendemos la Pastoral Juvenil Diocesana como el planteamiento de la Iglesia local orientado a la evangelización, educación y maduración en la fe de los jóvenes. Una manera de diseñar el trabajo pastoral con los jóvenes en la que los grupos y movimientos puedan expresar y madurar su identidad eclesial. Un planteamiento en el que los presupuestos teológicos de comunión se articulan con las concreciones operativas, como respuesta real ofrecida a los jóvenes en cualquiera de sus circunstancias.

4.2. El proyecto de Pastoral Juvenil

Nos parece oportuno en este punto, más que comentar alguno de los muchos proyectos concretos que se han elaborado, comentar las ideas básicas que ha de tener presentes todo proyecto y que aparecen en las Orientaciones sobre Pastoral de Juventud y en el Proyecto marco de Pastoral de Juventud, documentos ambos de la Conferencia Episcopal Española.

- Jesús, enviado del Padre, animado por el Espíritu, es el Evangelio de Dios. Cristo vive en su Iglesia. Por eso la presencia de la Iglesia entre los jóvenes es una exigencia y una condición de la evangelización de los jóvenes. La Iglesia existe para evangelizar, evangelizar es su identidad más profunda (EN 14). Evangelizar implica transformación, testimonio de vida, anuncio de Jesucristo, adhesión a la comunidad, participación en la misión de la Iglesia (EN 21-24).

- La misión de la Iglesia nace de la fe en Jesucristo, de la comunión del Dios vivo, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y se define como misión de comunión y comunión misionera. El cometido fundamental de la Iglesia es anunciar el Evangelio a todos los hombres convencidos de que la fe en Cristo es la «única respuesta plenamente válida a los problemas y expectativas de cada hombre y de cada sociedad» (EN 32). Todos en la Iglesia, jóvenes y adultos, han de asumir el deber de esta tarea urgente. Los jóvenes cristianos han de ser los protagonistas en primera línea de la evangelización de los jóvenes.

- En este marco, por pastoral de juventud entendemos toda aquella presencia y todo un conjunto de acciones a través de las cuales la Iglesia ayuda a los jóvenes a preguntarse y descubrir el sentido de su vida, a descubrir y asimilar la dignidad y exigencias de ser cristianos, les propone las diversas posibilidades de vivir la vocación cristiana en la Iglesia y en la sociedad, y les anima y acompaña en su compromiso por la construcción del Reino (EN 54).
 

- Por eso, es necesario articular todas las acciones de la comunidad cristiana en un proceso de acompañamiento que garantice la formación integral del joven, su conversión constante y el desarrollo armónico y coherente de sus relaciones con los demás, con el mundo y con Dios en coherencia con la fe cristiana. La pastoral de juventud tiene una clara dimensión educativa que comporta una atención especial al crecimiento personal y armónico de todas las potencialidades que el joven lleva dentro de sí: razón, afectividad, deseo de absoluto; una atención a su dimensión social, cultivando actitudes de solidaridad y de diálogo, y estimulando un compromiso por la justicia y por una sociedad de talla humana; una preocupación por la dimensión cultural, ya que la evangelización no es añadir un conocimiento religioso junto a contenidos que le resultan extraños, sino plantear una acción que alcanza y transforma los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos vitales.

- La finalidad del Proyecto de Pastoral de Juventud es ayudar a que la acción de la pastoral de juventud sea más completa, definida y coordinada. Se trata de tener en cuenta todos los aspectos de la vida de los jóvenes: educación, cultura, experiencia social y compromiso eclesial. Hacer presente el evangelio en todos los ambientes: los alejados y los cercanos; los marginados y los integrados; los de la ciudad y los del campo; los estudiantes y los trabajadores. Y se trata de aprovechar, junto a las energías disponibles, los dones del Espíritu, jerarquizando sus actuaciones según criterios de urgencia e importancia.

- El proyecto no pretende ser una nueva metodología, sino un instrumento que ayude a realizar una pastoral más organizada, que construya una articulación de grupos y comunidades vivas que tomen conciencia de la realidad en la que viven, proyecten su camino y se organicen, según los planes diocesanos de pastoral, para una acción evangelizadora más eficaz. Es conveniente que diferenciemos la pastoral de jóvenes de la pastoral de adolescentes, aunque estén íntimamente relacionadas. De la misma forma hemos de distinguir en nuestra acción pastoral entre jóvenes adolescentes (17-20 años) y jóvenes adultos (20-25 años).

- Explicación de las etapas del proceso de evangelización con jóvenes:

5. Interrogantes a la Pastoral Juvenil de la Iglesia

Con este título impartía una conferencia, hace ya algunos años, A. Iniesta, pero a pesar del tiempo transcurrido creemos necesario recoger parte de ellos ya que siguen necesitando una respuesta en la Pastoral Juvenil de la Iglesia: «¿No habíais hecho una Iglesia conformista y alienada, más preocupada de conservar los trapos viejos del pasado que de preparar siempre trajes nuevos y cambiantes para el futuro? ¿No daba la impresión de que estabais más preocupados por el derecho canónico que de las bienaventuranzas, del comino y de la menta que del amor y la justicia? ¿no pretendisteis hacer de nosotros hombres sumisos y pasivos en la Iglesia y distantes en el mundo? ¿Ha tenido vuestra moral la capacidad de darnos nuevas pistas para nuevos problemas? ¿Han tenido vuestras misas y asambleas sacramentales dinamismo e imaginación, o más bien nos presentabais todos los domingos unas reuniones mortecinas y aburridas, frías y sin garra, ni entusiasmadas ni entusiasmantes? ¿Nos habéis predicado la paz o la guerra? ¿Nos habéis educado para para comprometernos con el mundo y con sus luchas? ¿Nos habéis lanzado a la liberación del hombre y de la sociedad como una tarea coherente con la exigencia de nuestra fe y un programa para toda la vida, aunque costase la misma vida, o con vuestra vida y vuestra predicación nos habéis enseñado más bien a nadar y guardar la ropa, echando agua sucia al vino del evangelio?»

No pretendemos desde aquí dar respuesta global a tantos interrogantes, como tampoco fue la pretensión del autor de los mismos. Nos vamos a limitar a esbozar algunas líneas de acción que la Iglesia ha de tener presentes en relación con los jóvenes, hoy y siempre. Hemos de advertir que no se trata ni de actitudes nuevas, ni exclusivamente cristianas. Destacamos las siguientes:

  1. Conversión. - La Iglesia debe revisar sus actitudes no tradicionales, sino tradicionalistas; no jerárquicas, sino jerarquizantes, y optar de buena gana por unas relaciones sencillas y amistosas con los jóvenes, sin autoritarismos ni paternalismos, sin recetas prefabricadas para todos, sino en búsqueda constante, en una incesante encarnación de la fe de siempre a los problemas que los jóvenes tienen hoy y esperan inverosímilmente tener mañana, que no serán los mismos que hoy tenemos los mayores, ni los mismos que los mayores tuvieron cuando eran jóvenes.

  2. Magnanimidad. - Los miembros de la Iglesia han de ponerse al servicio de los jóvenes con absoluta gratuidad, sin condicionar nuestro amor ni nuestro servicio a que nos quieran, a que sean buenos; ni siquiera a que sean o no cristianos. Cualquier motivación narcisista mantenida consciente o inconscientemente, prostituye el servicio, y el joven se siente manipulado, convertido en objeto, en instrumento, y no en fin; echa de menos la gratuidad, que considera el valor definitivo, y se revuelve interior o exteriormente con agresividad contra aquellos que en el fondo le explotan, aunque sea sacrificándose por él.

  3. Paciencia. - La Iglesia no debería asustarse de las «salidas» de los jóvenes cuando están dentro; ni de sus «salidas» de salir, cuando se van. A veces, mientras que vuelven, están viviendo fuera los valores evangélicos, al menos, algunos, al menos, en parte. Muchos que salieron sienten a la Iglesia y se sienten Iglesia a su manera. Los que estamos dentro tenemos que mantener la casa abierta y con la luz encendida para que vuelvan, por si vuelven. Una casa que les espera con paciencia y les recibe con alegría.

  4. Corresponsabilidad. - En la Iglesia todos somos responsables, también los jóvenes. Y no basta con decirlo, sino que hay que preparar, organizar y mantener cauces y plataformas donde ejercer esa corresponsabilidad. Aún en el mundo de los adultos, esa idea va despertando con mucha lentitud. La Iglesia no sólo crece biológicamente por los jóvenes, sino que los necesita para recibir a través de ellos la gracia del presente y del futuro. Y una juventud que se siente responsable, que se siente valorada y eficaz, tiene menos peligro de abulia, de pasotismo, de desentenderse de todo y de todos y, por tanto, con riesgo de inadaptación y de agresividad. ¿No querrán los jóvenes muchas veces destruir una Iglesia en la que todo se lo hemos dado hecho, sin poder tocar ni cambiar nada, no sea que lo rompan?

  5. Diálogo. - En la Iglesia no hay más que un Señor, el Cristo, los demás somos hermanos, hermanos que hemos de escucharnos unos a otros, y todos hemos de escuchar al Espíritu, para saber lo que El quiere de la Iglesia. Es fundamental que la Iglesia sea una familia dialogante, y es urgente y necesario que el diálogo con los jóvenes no se rompa nunca, y si se ha roto, que se reanude cuanto antes.

La Iglesia no debe aspirar tanto y principalmente a hacer una pastoral «para» los jóvenes, cuanto a hacer una pastoral «con» los jóvenes, una acción eclesial compartida por todos los cristianos que formamos el Pueblo de Dios.

BIBL. — AA.W., Pastoral de hoy para mañana. Nuevas perspectivas de la Pastoral con jóvenes, CCS, Madrid 1993; COMISIÓN EPISCOPAL DE APOSTOLADO SEGLAR, jóvenes en la Iglesia, cristianos en el mundo. Proyecto marco de pastoral de juventud, Madrid 1992; CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Orientaciones sobre Pastoral de juventud, Madrid 1991; J. ELzo, jóvenes españoles 99, SM - Fundación Santa María, Madrid 1999; L. GONZÁLEZ CARVAJAL, «Luces y sombras de los jóvenes españoles», Teología y catequesis 54 (1995); S. MOVILLA, Ofertas pastorales para los jóvenes de los 80, San Pablo, Madrid 1984; A.M. RIQUELME, Pastoral juvenil diocesana, CCS, Madrid 1993.; J. SASTRE - R. CUADRADO, Los jóvenes evangelizadores de los jóvenes, San Pablo, Madrid 1993; R. TONELLI, Pastoral juvenil. Anunciar a jesucristo en la vida diaria, CCS, Madrid 1985.

Miguel Orive Grisaleña