Infancia y adolescencia
DPE
 

SUMARIO: 1. La imagen sociocultural del niño: a) El hijo de la "familia núcleo b) El niño y el mundo de los adultos; c) El niño y su espacio infantil. - 2. Psicología evolutiva: la personalidad del niño: a) Etapas de la personalidad del niño; b) El desarrollo de la religiosidad del niño. - 3. Pastoral de la infancia: a) Objetivos a conseguir en la acción pastoral con niños; b) Contenidos educativo pastorales; c) Método pastoral; d) Proceso metodológico y etapas del proceso.


En el breve espacio de que disponemos en estas páginas es imposible un auténtico desarrollo de los tres puntos en que hemos dividido nuestro artículo: el niño en nuestra sociedad actual; etapas psicológicas del desarrollo del niño; pastoral de infancia. Sin embargo, no renunciamos a este esquema, aunque algún apartado sea poco menos que meramente testimonial, limitándonos casi al enunciado, pasando como de puntillas por cuestiones que merecen mucha mayor atención y profundización. Y no renunciamos a él, porque un auténtico proyecto pastoral de infancia, que es donde pretendemos llegar, no puede confeccionarse al margen de la sociedad en la que el niño vive, y que le configura; ni al margen de su propio crecimiento personal a todos los niveles: emocional, social, afectivo, religioso...

1. La imagen sociocultural del niño

El desarrollo de la sociedad contemporánea, caracterizado por complejos fenómenos: familia núcleo, proceso de industrialización, urbanismo, progreso tecnológico, auge de los medios de comunicación social... configura la personalidad del niño, precisamente en el período en que se abre al descubrimiento más consciente y responsable del mundo que le rodea. Surge una imagen nueva de niño. Así, entendemos que el niño es ante todo un ente receptor de diferentes influencias de acuerdo con la cultura dentro de la cual ha nacido, y en particular, según sean los caminos y modos en que dichas influencias han sido ejercidas sobre él por sus padres y cuidadores. Vamos a ir viendolo.

a) El hijo de la "familia núcleo". El desarrollo de la personalidad del niño está íntimamente ligado a la tipología familiar, cuyas crisis y transformaciones sociales sufre profundamente. La familia núcleo, que se configura como grupo conyugal reducido a los padres y a un número reducido de hijos, registra algunos fenómenos importantes para la personalidad del niño:

Todo esto no excluye que la familia de hoy en comparación con la de ayer no ofrezca nuevas y auténticas posibilidades al reconocimiento y a la educación del niño. Pero exige una mayor atención educadora y una capacidad crítica de elección de los tiempos y de las intervenciones, que no siempre encuentran los padres de hoy.

b) El niño y el mundo de los adultos. La apertura social promovida por la familia núcleo es un hecho positivo que permite al niño contar con una multiplicidad de conductas y modelos adultos, hacia lo que es particularmente sensible, porque está estimulado por la necesidad profunda de imitación y de identificación. El adulto, con su vida, está proponiendo al niño un posible nivel de aspiración, un esquema de valores y una escala de conductas.

- Pluralismo de modelos adultos. Nuestro contexto social presenta al niño una pluralidad de modelos hasta desconcertarlo por su abundancia, poniéndole obstáculos a la posibilidad de una auténtica identificación con ellos. Personajes de la prensa, del mundo de la televisión, del cine, del deporte, de la canción... son productos fáciles en una sociedad de consumo. Su ofrecimiento se caracteriza por: su inestabilidad, son nombres ligados a un momento que pasa muy pronto; el sistema de valoración, que capta sólo aspectos marginales de la persona: habilidad deportiva, cantora, incluso violenta; la excesiva divulgación, que por una parte tiende a crear un mito colocándolo en un pedestal, y por otra excediéndose en la información hasta hacerlo banal; la fragilidad del personaje mismo, que no sobrevive mucho tiempo, por la presión publicitaria a que se ve sometido y por la incapacidad para satisfacer completamente las expectativas creadas en torno a él.

- Las imágenes de los padres. Merecen una atención particular las figuras de los padres por el papel determinante que ejercen en la constitución de la personalidad del niño. La familia, por medio de los padres, clarifica y formula las funciones del niño y las organiza de modo coherente y operacional. La presión social ha modificado también las funciones especificas del padre y de la madre, con consecuencias que repercuten en la educación de los hijos. El modelo de familia piramidal donde el padre era depositario de la autoridad ha entrado en crisis y se ha demostrado desfasado ante una nueva imagen de mujer, fruto de la promoción de la mujer y la emancipación femenina, que se coloca al lado del padre, compartiendo la autoridad y la responsabilidad del gobierno de la familia.

c) El niño y su espacio infantil. La sociedad actual, un poco en todos los niveles, no concede mucha libertad al niño para ser niño, puesto que lo rodea de toda una gama de intereses que le influyen de modo precoz cuando todavía no está preparado. Lo considera ya como un pequeño hombre. El período de la niñez tiende a acortarse en el tiempo con un ritmo de aceleración psicológica que favorece una madurez artificial. La celeridad, factor determinante para el ritmo productivo de nuestros días, es también un fenómeno que se refleja a nivel educativo. El niño padece diversas formas de aceleración:

- Cognoscitiva. El niño se halla bajo el estímulo de un cúmulo de informaciones, a veces contradictorias y discordantes, dentro de las cuales es incapaz de poner orden. Hoy existen canales de conocimiento que superan la capacidad de adquisición del niño, por el ritmo de la información y por la cantidad y calidad de los mensajes. El niño denota una cierta facilidad para dejarse impresionar por las noticias, para conservar en su memoria hechos, datos, circunstancias diversas, por lo que está listo para repetirlos de palabra, pero irreflexivamente.

- Experiencial. Hay una gran distancia entre la experiencia aportada por los medios de comunicación social al niño y la experiencia concreta de cada día que el niño vive. La realidad transmitida puede determinar una visión deformada y alienante de lo vivido. La discontinuidad entre experiencia propuesta y vivida engendra en el niño actitudes conflictivas, interpretaciones unilaterales, superficialidad y cierto conformismo.

2. Psicología evolutiva: la personalidad del niño

Nos parece que la aportación de la psicología no debe faltar en ningún proyecto de pastoral, menos si cabe en uno de infancia. No sólo ofrece datos y elementos de reflexión, sino también pistas muy válidas de actuación. Posiblemente el único rasgo universal de la infancia sea ese estado inicial de dependencia. De ahí que podamos decir que la infancia es un período necesario para la humanización del individuo, para el aprendizaje de la naturaleza humana. El niño deviene humano según la cultura y el grupo social al que pertenece.

El desarrollo psíquico está determinado, a la vez, por la secuencia que constituye el crecimiento físico (influencias derivadas de la edad cronológica), por la sucesión de exigencias que la sociedad impone al individuo, desde normas educativas, roles sociales... (influencias sociales derivadas del momento histórico en que nacemos, de la sociedad en que crecemos), así como las oportunidades que se le brindan a cada sujeto en particular (referidas a las vivencias personales, es decir, a la biografía específica de cada ser humano).

a) Etapas de la personalidad del niño.

• La infancia intermedia: seis-nueve años. Las coordenadas en las que se movía la vida y el desarrollo del niño en etapas anteriores se apoyaban en tres puntos: un entorno limitado por el marco familiar; la omnipotencia de los adultos; el egocentrismo infantil. Alrededor de los seis años, dichas coordenadas se amplían y se redescubre el mundo y a los demás. Se ensancha su horizonte y el niño entra en contacto con un mundo adulto distinto del familiar y, sobre todo, encuentra a los compañeros, que están en la misma situación que él. En este proceso juega un papel predominante la escolarización. Hasta ese momento, todo lo que hacía era considerado como un juego, ahora se le exigirá que toda su actividad se convierta en trabajo.

A. Gesell presenta cada una de las edades que forman esta etapa con las siguientes características:

- Seis años: edad de extremismo, de tensión, de agitación. Cambia de juegos o de actividad sin cesar. Sus enfados son brutales e inesperados. Quiere que se le mime y felicite, y le gusta ser el primero. Siente celos de sus hermanos y hermanas, le gusta hacer rabiar, sobre todo a los más pequeños.

- Siete años: edad de calma, de absorción de sí mismo, de meditación, aparece por primera vez la interioridad. Pone más atención en lo que hace. Se emociona fácilmente. Se encuentra todavía muy centrado en sí mismo, de forma que no soporta los juegos en grupo. Raras veces será necesario castigarlo, porque realmente tiene deseo de ser bueno, pero si no lo es, hecha la culpa a los demás.

- Ocho años: edad cosmopolita, de expansión, de extravagancia, de interés universal. Es muy espontáneo, se muestra valiente y emprendedor. Discute, a veces es grosero e insolente y, sin embargo, admira mucho a sus padres y se lo demuestra con afecto. Tiene grandes rivalidades en su medio escolar, pero es también la edad en que se entablan grandes amistades.

• La infancia adulta: nueve-once años: Podemos definir esta etapa como la del equilibrio físico y psíquico. Ha alcanzado unas características físicas, intelectuales y afectivas que no tenía y, antes de que aparezcan los fenómenos propios de la adolescencia, vive unos años en los que su pertenencia activa a diversos grupos: familia, clase, pandilla de barrio... alimenta su necesidad de acción, de aventuras, de conocimientos. Todo ello le posibilita que vaya tomando posición de sí mismo como persona diferenciada de los demás.

Gesell señala las siguientes características:

- Nueve años: edad de la autodeterminación y la autocrítica; dominada tanto por la intensidad de vida y de experiencia como por cierta tensión, unida al hecho de una voluntad naciente de control y de dominio. Expresa las emociones positivas. Es servicial, quiere ayudar sin nada a cambio. Es consciente si se le da una responsabilidad.. Es la edad del amigo íntimo que lo comparte todo. Los lazos entre el medio familiar y el escolar son mucho más grandes.

- Diez años: con su equilibrio, su buena adaptación, su tranquila pero fuerte seguridad, su aire desenvuelto, constituye la cima de la infancia, el momento de la plena expansión y la integración de las caraterísticas del niño mayor. La estructura corporal ha cambiado por completo, encuentra alegría en la actividad y en gastar sus fuerzas. La vida se ha hecho agradable, es educado, participa y frecuentemente está contento. El entendimiento con sus hermanos plantea más problemas.

- Once años: aquí puede situarse el primer paso de deslizamiento hacia la adolescencia, tanto por las transformaciones intelectuales y físicas que se esbozan como por cierta inquietud y agitación que aparecen. Tiene una curiosidad insaciable, habla sin parar y no se está quieto un momento. Su vida emocional es intensa: tiene accesos de rabia o de ternura. Su estado de ánimo es muy variable.

• La preadolescencia: doce-catorce años. Este período es bastante difícil de determinar y homogeneizar. La pubertad se caracteriza por un profundo cambio en las proporciones físicas que rompe la armonía anterior del muchacho. También aparece un fuerte cambio en la conducta, inclinándose hacia formas de comportamiento negativas y extremas. Es la edad del cambio, de la inseguridad, de la indiferencia, de la agresividad, del bajo rendimiento escolar. Como resultado de lo anterior se produce un período de desintegración y transformación psicológica muy fuerte y conflictiva. Hasta que se destruye la estructura infantil y se construya la siguiente, se pasa por un período de crisis largo y conflictivo.

Podemos destacar las siguientes características por edades:

- Doce años. El niño, que ha perdido algo de su egocentrismo, tiene una mayor noción de las realidades. Se da cuenta de que crece. Se ha hecho mucho más seguro de sí mismo, más realista. Acepta las críticas, disputa menos con sus hermanos, empieza a tener compañeras del otro sexo.

- Trece años. Aumenta la madurez, pero va a ir acompañada de un repliegue sobre sí mismo que causará sorpresa a las personas que le rodean. Es la época del autoanálisis, de las ensoñaciones y de la interiorización. Se trata de un proceso normal que merece ser respetado. Se encuentra más desarrollado el pensamiento racional, pero el sentido del humor disminuye. La sensibilidad es muy viva, el niño soporta malamente las críticas. Se aísla y parece taciturno.

- Catorce años. Con relación a los trece el cambio es profundo: el niño es más seguro de sí mismo, más abierto y directo, está menos a la defensiva y es más reflexivo. Tiene un nuevo concepto de la personalidad.

b) El desarrollo de la religiosidad del niño. Vamos a ir viendo como es en cada una de las etapas en que hemos dividido el desarrollo de su personalidad.

La infancia intermedia: seis-nueve años. La religiosidad de esta edad puede ser considerada como:

- Antropomórfica. La religiosidad antropomórfica es aquella que representa a Dios de modo humano, identificando la representación con la realidad, sin poder distinguir la radical alteridad que existe entre Dios y las representaciones que se hacen de ...I. La religiosidad del niño es así. Tiene de Dios una imagen deducida del comportamiento humano que le rodea y, en particular, de las experiencias primarias vividas en la familia.

- Animista. Entendiendo por tal la tendencia espontánea a atribuir al universo inanimado o a los acontecimientos del mundo exterior intenciones benéficas o maléficas en relación al hombre. Esta propensión está muy ligada al egocentrismo. A través de una interpretación animista el mundo tiende a atribuir intenciones a las cosas que le rodean.

- Mágica. Es decir, la tendencia a adueñarse de las fuerzas ocultas y superiores para el propio provecho, mediante el empleo de signos y de ritos sin ulterior compromiso personal. El niño de esta edad vive un período de religiosidad mágica. Dios es una fuerza misteriosa. Reza con una confianza mágica en los gestos y en las palabras.

- Ritualista. Aprende con cierta facilidad fórmulas, gestos, ritos y comportamientos religiosos, estando todavía muy lejos de la auténtica comprensión de los significados sustanciales.

• La infancia adulta: nueve-once años. En esta etapa la religiosidad adquiere algunas características propias en relación con la anterior:

- Religiosidad atributiva. Cuando piensa en Dios le aplica atributos de grandeza, omnipotencia, belleza, fuerza... Uno de los términos que aparece con más frecuencia en este período es el de Dios Creador.

- Religiosidad lógica y concreta. Se produce una mayor clarificación de la imagen de Dios que se verá favorecida por la enseñanza religiosa y por la catequesis.

- Religiosidad más específica. Disminuye el carácter afectivo de su relación con Dios y la piedad y el sentimentalismo de la etapa anterior se debilitan. Prefiere la acción a las oraciones verbales y los ejemplos heróicos a las teorías. No hay que olvidar que a esta edad aparecen los ídolos.

- Religiosidad social. La religiosidad va adquiriendo una primera dimensión social que irá desarrollando con el tiempo. La experiencia del sentido de pandilla, propio de su evolución social, le hace apto para unirse a movimientos educativos y religiosos y el aumento de su capacidad de socialización le permite el descubrimiento y la participación en la comunidad cristiana de los adultos.

• Preadolescencia: doce - catorce años. Este período presenta, en el conjunto del desarrollo de la religiosidad, una situación de incomodidad: la etapa evolutiva que vive le aboca a una situación religiosa también conflictiva o al menos problematizada. En general se puede decir que su ámbito de religiosidad está caracterizado por:

- Una situación de ambivalencia, de incertidumbre, de inconstancia y de incipientes dudas religiosas, acompañada frecuentemente de una desconfianza hacia las personas religiosas y cristianas, adultos en general.

- Rechazo de una cierta religiosidad tradicional presente en los padres y considerada como no auténtica y coherente.

- Una ruptura con todas las formas religiosas infantiles, realizadas en etapas anteriores.

- Un proceso de reestructuración profunda y una revisión crítica de la actitud religiosa recibida por tradición en la familia, en la escuela y en la parroquia.

3. Pastoral de la infancia

Cada grupo, parroquia, movimiento... ha de concretar su proyecto de pastoral infantil y preadolescente según las circunstancias y el ambiente en el que se mueve. sin embargo, nos parece conveniete señalar, a modo de esquema, algunos elementos claves a tener en cuenta en la planificación.

a) Objetivos a conseguir en la acción pastoral con niños. La comunidad cristiana a través de los animadores proyecta ayudar a los niños y preadolescentes a:

b) Contenidos educativo pastorales. Por contenidos pastorales entendemos todos los elementos del proceso que la comunidad programa para evangelizar a los niños. Al decir evangelizar, en sentido amplio, nos referimos a lo que es promoción humana, educación, acercamiento a la fe y a la comunidad eclesial, explicitación del mensaje liberador de Jesús.

Desde la psicología y la sociología del niño, los contenidos deben estar radicados:

c) Método pastoral. El método es el camino racional que debe seguirse en toda acción. Requiere una capacitación del animador en saberes, experiencias, actitudes técnicas y recursos para utilizarla adecuadamente. La metodología que nos parece más conveniente es la inductiva:

d) Proceso metodológico y etapas del proceso. En pastoral de niños y preadolescentes, llamamos proceso a la sucesión de etapas en la acción educativa cristiana que se tiene con niños. En esa sucesión entran varios elementos:

Aunque en pastoral resulta muy difícil determinar cuáles puedan ser las etapas que nos parezcan más adecuadas, nos arriesgamos a presentar unas que nos parecen bastante universales:

BIBL.—AA.W., Pastoral de niños y jóvenes. Orientaciones, proyectos, sugerencias, CCS, Madrid 1995; A. DONVAL, De 11 a 15 años. La pubertad: los desafíos de una revolución, Sal Terrae, Santander 1984; A. GESELL, Psicología evolutiva de 1 a 16 años, Paidós, Buenos Aires 1973; INSTITUTO CALASANZ DE CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN, Curso por correspondencia. La catequesis (tema 9: Desarrollo evolutivo del niño: de siete a once años), Madrid 1981; INSTITUTO INTERNACIONAL DE TEOLOGÍA A DISTANCIA, Curso de formación. Los niños (unidad 2: La personalidad del niño), Madrid 1987; M. RICHARD, De 5 a 12 años. El niño en fase de latencia, Sal Terrae, Santander 1984; R. RUBIO, Psicología del desarrollo, CCS, Madrid 1992.

Miguel Orive Grisaleña