Inculturación de la fe
DPE
 

SUMARIO: Preámbulo. — 1. Qué entendemos por inculturación. — 2. No siempre fue fácil de entender. — 3. El proceso de inculturación en A.L. — 4. Inculturación y nueva evangelización en Santo Domingo. — 5. Los retos y las proyecciones actuales. — Conclusión.


Preámbulo

La problemática pastoral de la evangelización en A.L. esta siendo actualmente muy marcada por la necesidad de una mayor inserción en la diversidad de las culturas, lo que trae como consecuencia, en estos tiempos de una más real valoración de las culturas, que nos planteemos con seriedad el aspecto de la «inculturación».

Precisamente, la nueva evangelización y su proyección a las culturas existentes en A.L. fue el tema central de la Conferencia de Santo Domingo (1992) y también temas centrales en los dos últimos Congresos Misioneros Latino-Americanos (COMLA, 1995 y 1999). Es claro, por lo tanto, el interés y la centralidad del tema. Hoy, más que nunca, la misión evangelizadora tiene que tomar decididamente el cauce del discernimiento y del diálogo con las culturas.

La pedagogía divina de la encarnación nos obliga a superar los horizontes estrechos de una visión monocultural del cristianismo. Nos enseña a abrirnos sin prejuicios a la experiencia pluricultural y multirreligiosa de los pueblos de nuestro continente y de sus culturas. La inculturación se impone como necesidad interna de toda evangelización.

América Latina y el Caribe, aunque es mayoritariamente cristiana y católica, no tiene una sola cultura, En A.L. y en el Caribe hay una pluralidad de culturas, unas más antiguas, aborígenes; otras traídas por nuevas razas y pueblos; otras que son productos de cruces étnicos, y otras, finalmente, nacidas por las circunstancias de la cultura moderna y de las nuevas situaciones sociales. Estamos hablando, es lógico, de la variedad de culturas indígenas, de las culturas afroamericanas, de las mestizas, de las nuevas culturas urbanas, y de las mayoritarias urbanas marginales.

Hay una realidad importante que resaltar a la hora de tener cada cultura en cuenta en el proceso de evangelización, y es la común realidad socio-política-económica que sitúa a la mayoría de los pertenecientes a la mayoría de las culturas mencionadas, en una situación social marginal, en una situación de exclusión, dentro de una misma nación o estado que debiera ser, al menos, igualitario para todos.

Existe, por lo tanto, una amenaza contra las propias culturas, amenaza de marginación, de exclusión y aun de destrucción (por absorción de las culturas modernas), y a la vez existe también una situación de exclusión social y de despojo para la gran mayoría de los pertenecientes a estos grupos culturales. (las culturas indígenas y el despojo de sus tierras de propiedad secular es un signo claro de los dos presupuestos mencionados).

Esta situación aunque antigua, se vive cada día con mayor intensidad y es motivo de serias reflexiones. Por eso las preocupaciones en torno a la problemática de una evangelización dentro del mayor respeto a la variedad de las culturas, tienen en América Latina desde hace unas cuantas décadas una mayor fuerza: la valoración de la cultura, como consecuencia de los estudios de antropología social, el respeto a la dignidad de la persona humana, y la necesidad de ser fieles al Evangelio las han impulsado.

Es necesario, por otra parte, comprender el sentido verdadero de la misión dentro del ámbito del respeto profundo a los valores y derechos tanto del Evangelio como de las culturas, que nos lleva a un movimiento recíproco, de ida y vuelta: el de la inculturación que se dirige a la fe y al evangelio; y el de la evangelización que lleva a la fe a penetrar en las culturas.

Hoy nos encontramos en A.L. con otros factores dignos de tener en cuenta por su incidencia en el aspecto que estamos tratando.

En primer lugar un fenómeno muy importante: las grandes urbes latino-americanas. América Latina se está despoblando en su área rural en proporciones mucho mayores que sucede en Europa o EE.UU. Esto lleva a crear unas gigantescas y problemáticas urbes, macro ciudades, desproporcionadas y llenas de dificultades de todo tipo, donde malviven millones de personas que pueblan los sectores marginales en las peores condiciones imaginables. Este problema urbano y su cultura (algunos hablan de subcultura) de marginación, es quizá una de las primeras preocupaciones de la Iglesia de hoy.

Por otra parte, preocupa la notable presencia del protestantismo fundamentalista (adventistas, pentecostales etc.) y de las sectas paracristianas (Testigos de Jehová, mormones, israelitas y otros) que se insertan principalmente en los grupos marginales tanto rurales (y aún indígenas) como en las grandes periferias de las ciudades.

Aunque debemos también la presencia de otros grupos cristianos con mucha mayor tradición histórica y que se plantean los mismos interrogantes que nosotros los católicos: (metodistas, anglicanos, presbiterianos, etc.). Con estos grupos la preocupación fundamental está en el diálogo y en las relaciones ecuménicas, y también en todo lo que significa la defensa y promoción de los derechos humanos en una línea liberadora de compromiso con el pobre.

También, dentro de nuestra Iglesia, está el aspecto muy positivo de la gran difusión de la Biblia, hecho mucho más notorio entre el pueblo sencillo y sus comunidades eclesiales, su uso correcto por parte de la mayoría de los fieles ya habituados a lectura, y ello con la consecuencia de que tenemos una parte del laicado, el que participa en las comunidades o grupos, mejor formado en la fe y con una apertura más radical hacia el compromiso con el pobre y una exigencia de fidelidad hacia los valores evangélicos.

1. Qué entendemos por inculturación

Aunque es un concepto ya abundamente usado es bueno puntualizar el sentido que queremos dar a la palabra. Para ello nada mejor que distinguirlo primero de otros términos correlativos, y, después, tomar la definición que fue usada en la Conferencia de Santo Domingo, y por lo tanto común a toda A.L. y el Caribe.

Definamos primero los tres términos que aparecen muy relacionados con la noción de cultura: enculturación, aculturación e inculturación.

Enculturación es un término usado en el vocablo antropológico, paralelo a socialización usado en la terminología sociológica. Se trata por lo tanto del proceso por el que una persona es introducida en su propia cultura.

Aculturación, significa, por otra parte, el proceso de transformaciones que se verifican en el individuo o en el grupo, por el contacto de una cultura que no es la suya propia, o por la interacción de dos o más culturas distintas.

Ni una ni otra acepción satisfacen a lo que queremos decir actualmente al referirnos al proceso de evangelización en su relación con la cultura. El Vaticano II en su Decreto Conciliar «Ad gentes» y Pablo VI en la «Evangelii Nuntiandi» ponen las bases doctrinales en las relaciones entre evangelización y cultura, bases que nos llevarán al uso de la nueva palabra que estamos definiendo: «inculturación».

Juan Pablo II introduce el uso de la palabra pero al principio no la distingue del término: «aculturación», ya que las usa indistintamente. Ha sido en la década de los 80 cuando ya el término «inculturación» toma fuerza para definir con mayor exactitud las relaciones entre evangelización y cultura.

El Sínodo Extraordinario de 1985 revaloriza ya el término en su Relación final, cuando dice que: «La inculturación es diversa de la mera adaptación externa, porque significa una íntima transformación de los auténticos valores culturales por su integración en el cristianismo y la radicación del cristianismo en todas las culturas».

De aquí, en las relaciones entre fe y cultura se pueden deducir con claridad varios aspectos que son rechazados, es decir lo que realmente no es. Cuando decimos «inculturacion» estamos rechazando ideas bien concretas que conviene manifestar:

Una vez aclarado todo esto, viene bien irnos ya a la definición de Santo Domingo (Documento de Consulta). Consideramos que es puntual, sintética y comprensiva:

«El encuentro del Evangelio con la cultura y, mediante ésta, con el hombre, exige la asimilación por el cristianismo del lenguaje y de las categorías mentales de la cultura a la cual se anuncia la Buena Nueva, la íntima transformación de los verdaderos valores culturales mediante su integración con el cristianismo y, finalmente, la encarnación del cristianismo, de forma radical, en esa misma cultura. En eso consiste propiamente la inculturación».

Esta definición nos lleva a consecuencias importantes para la acción:

2. No siempre fue fácil de entender

El proceso de inculturación de la fe a lo largo de la historia de la Iglesia no ha sido un camino recto, o por lo menos sin fisuras o matices; al revés, ha sido un camino difícil y, muchas veces, con posturas contrapuestas. Acercamos una muy breve síntesis histórica enmarcada en cuatro puntos:

a) En los primeros años hubo una identificación rígida del cristianismo con la cultura judía. En esta primera etapa el cristianismo se define como una modalidad del judaísmo. Para hacerse cristiano hay que hacerse judío y observar toda una seria de preceptos de la ley mosaica. Los cristianos procedentes de la gentilidad tuvieron que someterse en un primer momento a estas normas, aunque en ocasiones, no sin dificultades.

b) En el Concilio de Jerusalén se abre ya un nuevo camino, no sin resistencias, luchas y dolorosas tensiones. Pero en la fuerte polémica sobre las exigencias necesarias para los nuevos cristianos, queda abierto el camino del respeto de la identidad cultural de cada pueblo y queda suprimida la obligatoriedad de asumir algunas normas judías (la circuncisión, las carnes, etc.). De esta forma se comienza a vivir un clima de apertura a la pluralidad de las culturas.

Este talante viene a durar hasta el fin del primer milenio, si bien es cierto que siempre hay matices; será menos abierto cuando el poder político influya y será más libre cuando la Iglesia actúe con mayor independencia (en el caso de los ritos, la liturgia, etc.).

c) Es en los comienzos del segundo milenio donde hay un profundo cambio y se comienza a gestar la llamada «civilización occidental cristiana». Se identifica en la práctica la fe con la forma de vida de Europa (el occidente).

Esto va a conllevar consecuencias graves, puesto que, al comenzar a mediados del milenio el periodo de las conquistas, se intenta europeizar a los nuevos pueblos, se les intenta introducir una nueva cultura (la mayoría de las veces creyéndola superior a la indígena) y, dentro de este proceso cultural, va incluída la fe. Es la forma de «evangelizar a los pueblos», introduciéndolos dentro de todo un bagaje cultural. De ahí que las personas o gentes que se adhieren a la fe cristiana, como una consecuencia lógica, se ven empujados a convertirse casi en extranjeros en su propia cultura.

d) Hacia la segunda mitad del siglo actual, según hemos dicho anteriormente, en la preparación del Vaticano II, comienzan a fraguarse ya nuevos conceptos y aparece con claridad la relación fe y cultura, el respeto a los valores culturales, las «semillas del Verbo» depositadas en todas las culturas. No se acuña todavía un término, pero se va avanzado en lo que teológicamente debe representar la relación fe y cultura.

Actualmente, en el fin del milenio, ya se tiene claridad en lo que es y cómo debe ser la relación fe-cultura, y se ha acuñado la palabra: «inculturación».

3. El proceso de inculturación en A.L.

América Latina tiene una primera etapa, la de la llamada Primera Evangelización, que toma todas las características, -salvo honrosas excepciones-, de lo que sucede en lo dicho anteriormente; los diversos pueblos, a veces masivamente, son a veces presionados u obligados a adherirse a la fe, e incluso, cuando lo hacen más o menos libremente, se ven «empujados a convertirse en extranjeros en su propia cultura».

La conquista lleva toda su carga de occidentalización y de opresión para las culturas autóctonas. La fe acompaña a este proceso y prácticamente se traslada con todo su bagaje cultural. De una u otra forma se impone sin el respeto debido a las culturas indígenas. Cierto que en todo esto hay matices y contadas aunque muy dignas (y ojalá nunca olvidadas) posturas distintas, pero, sin duda, es la línea general.

El tema que ahora tratamos: del respeto a la identidad cultural de los pueblos, a sus tradiciones, a su cultura, a sus formas religiosas, aparece también en A.L. alrededor de la segunda mitad del presente siglo.

Es al principio un aporte de la antropología cultural, generado desde afuera y apoyado también por las primeras Universidades Latinoamericanas que comienzan a tener esa Facultad de Antropología; pero también es el aporte de muchos misioneros y de obispos, sacerdotes y religiosos naturales de los países de América Latina, que, no solo asumen la misma tarea, sino que será pioneros en la esfuerzo por hacer respetar y ayudar a promover las culturas autóctonas.

En este sentido destaca por su trascendencia, la proyección pastoral y profética de Obispos que asumen como suya la causa de los indígenas y el respeto de sus culturas y de sus tradiciones y formas religiosas. Incluida la no imposición de la fe y la búsqueda sincera de una nueva relación con los pueblos y sus culturas. En esta dinámica es central para toda la pastoral diocesana.

La trascendencia de la labor de estos Obispos todavía permanece, no solo en la memoria, sino en la perspectiva actual del trabajo de muchos otros. Por ella, además, algunos entregaron sus vidas, otros, la vieron surcada de injustas denuncias. Hablamos de: Pedro Casaldáliga, de Samuel Ruiz, de Oscar Arnulfo Romero, de Gerardo Valencia Cano, de Leonidas Proaño, de José Dammer, y de conjuntos de Obispos de una misma zona pastoral como por ejemplo los Obispos y Prelados del Sur Andino peruano.

Estos ejemplos y muchos otros marcan sin duda un resurgir en la noble y justa causa de la defensa del indigena, de sus derechos cívicos y culturales. Los pueblos indios de la amazonía, los indígenas del altiplano y de las sierras andinas, los pueblos afros del Norte del Brasil y de la costa del Pacífico saben mucho de esta entrega y de estas conquistas.

Sin embargo el sentir más general de la Iglesia Latinoamericana en esta segunda parte del siglo actual, está marcado por una situación que abarca no solo a estos pueblos sino también a los mismos pueblos latinoamericanos en su conjunto: la situación social de opresión y de pobreza masiva que sufren las grandes mayorías.

Son los tiempos del auge de los científicos sociales, de la generación de la teoría de la dependencia, de la lucha contra el subdesarrollo, de la vivencia profunda de la injusta situación de los millones de empobrecidos; las preocupaciones centrales son en torno a esta difícil situación socio-económica, a la pobreza y a la «no-vida» que conlleva y a las posibles formas de solucionarla. Esto en general es más vivencial que la preocupación del los respetos culturales.

No obstante hay que decir que no son actitudes que se contraponen, ni tendencias que se excluyen, sino todo lo contrario. Es un hecho cierto, una gran verdad, que los defensores de tan nobles causas en Al.: la de la defensa de los pueblos auctóctonos a su cultura y a sus derechos inalienables, y los defensores, o más dedicados a la gravísima situación de pobreza de las grandes mayorías del pueblo L.A., es decir a la proyección socio-económica, caminan unidos e identificados en una misma causa de defensa del oprimido y aún más, con una misma perspectiva estructural liberadora.

Refiriéndonos al CELAM, destacar que comienza a trabajar más en conjunto y con mayor firmeza el problema de la diversidad cultural y la defensa de las etnias, sobretodo a través de su Departamento de Misiones. Se unen también en esta tarea destacados antropólogos católicos y protestantes, que denuncian situaciones injustas, promueven hacia fuera un mejor conocimiento de las culturas indígenas y reclaman los derechos culturales para los pueblos auctóctonos.

Si nos referimos ya a los Documentos de sus Asambleas Generales, notamos que se mantiene la misma perspectiva en el tema de la relación fe y cultura que nos ocupa. No aparece en sus primeros documentos (Río o Medellín) los contenidos dados que expresa la palabra «inculturación». Será más tardem y fruto ya de varios años de práctica de la misma Igleisia, cuando estos contenidos y preocupación se reflejan ya más claramente. Esto sucede en los documentos de Puebla y es uno de los temas centrales de Santo Domingo.

En la Primera Reunión General del CELAM, (Río de Janeiro 1955), no aparecen, como hemos dicho, los nuevos contenidos. Todavía su Titulo IX completo que dedican a «Misiones, indios y gentes de color» está redactado en la profundización de las obras misioneras en estos territorios y la promoción educativa y sanitaria. Sin embargo es ya un avance la constatación de que existen otros «pueblos», otras culturas, que merecen un trato respetuoso y especial, y que son pueblos que, además, necesitan promocionarse.

Tampoco el tema estrictamente «de la relación fe-cultura» aparece con fuerza en los Documentos de Medellín (1968) más preocupado por la situación de pobreza e injusticia dominante en las grandes mayorías. Es cierto que se menciona de pasada tanto la dependencia cultural existente y la necesidad de una autonomía cultural, como también habla de la variedad de culturas y de situaciones. Pero no incide en el aspecto de relación fe-cultura.

Puebla (1989) ya toma en serio el problema de la cultura primero, y posteriormente su relación con la evangelización. Lo hace, fundamentalmente en dos apartados: el primero de ellos dentro de la visión pastoral de la realidad L.A. (51-62) y el segundo, de forma más extensa, en su apartado sobre «Evangelización de la cultura» (núms. 385-443).

En el primer apartado destaca sobre todo las presiones negativas que se ejercen sobre las culturas manifestando que: algunas son marginadas, otras deformadas, o, incluso, son invertidos sus valores.

Posteriormente tiene una referencia muy orientadora (307) que se refiere a los tres universos culturales reconocidos: el indígena, el blanco y el africano. Alrededor de estos ejes reconoce convergencias, mestizajes, pero también distintas cosmovisiones, diversas manifestaciones religiosas y la entrada de nuevas ideologías que deforman aspectos culturales.

Esto sirve de base para que en el segundo apartado mencionado se haga un breve recorrido histórico, centrado en las diversas culturas que se dan en A.L. con un pequeño recuento de los tipos de cultura y las etapas del proceso que las ha generado (409-419).

Se reconoce que la cultura es consecuencia de la actividad creadora del hombre y que abarca la totalidad de la vida del pueblo, y, por ser una realidad histórica y social, pasa por periodos en los cuales se ve desafiada por valores y por contravalores (387-393).

Asimismo se defiende el valor de las culturas y la presencia de las semillas de Dios en ellas. Así, tomando las palabras del Vaticano II, dice que en las culturas «están depositados los gérmenes de Cristo», y que, asimismo, en las «culturas precolombinas estaba presente el Espíritu Santo. (388-389-395).

En la relación de la cultura con la fe, manifiesta ya expresamente tanto que el evangelio tiene algo que decir a las culturas, como que las culturas deben ser tratadas con el máximo respeto y valoración: «La evangelización busca alcanzar las zonas de los valores fundamentales de la cultura», pero para ello hay que procurar que la cultura sea «renovada y transformada por el Evangelio en un ambiente de amoroso respeto». Y vuelve a reafirmar, que las culturas, si que «pueden ser renovadas, elevadas y perfeccionadas por Cristo». (400-403).

4. Inculturación y nueva evangelización en Santo Domingo

Sabemos que La Asamblea General de Santo Domingo (1992), estaba destinada a plantearse con fuerza los términos de una nueva evangelización; precisamente se retrasó unos años (debiera hacer sido en el 1989, 10 años después de Puebla) para hacerla coincidir con los 500 años de la Primera Evangelización.

Fue preparada con mucho detenimiento e interés, abundaron las aportaciones de todos los Episcopados y se redactaron diversos documentos antes del definitivo documento preparatorio.

Merece especial atención para el tema de la «inculturación» los aportes presentados por el Episcopado de Bolivia (no olvidemos que Bolivia tiene un porcentaje por encima de 55% de población indígena). Es un aporte muy rico y extenso del que recogemos solamente algunos aspectos en relación a su apartado sobre la cultura:

Reconocen los Obispos bolivianos que en A.L. se vive una pluralidad cultural como realidad, pero también como utopía. Y después de hacer una breve síntesis sobre las culturas: de los grupos originarios, de la cultura afro-americana, y de la cultura europea; da una especial importancia a la que denominan «cultura de los pobres», o «culturas oprimidas» que son las de aquellas formas culturales de sobrevivencia que se desarrollan en una situación de opresión.

Una cultura oprimida tiende a cerrarse para resistir, por eso la actitud de la Iglesia debe apoyar decididamente este proceso desde adentro. Ella misma, anteriormente, no tomó las culturas como sujeto sino como objeto de la evangelización. Por eso, afirman que, ahora, considerando que la inculturación debe ser la inquietud central de la evangelización, se impone la necesidad de invertir la perspectiva; no debe ser un estilo de evangelización de las culturas, sino la evangelización en y desde las culturas. (importantísimo aporte que cambia la perspectiva y será recogido posteriormente sobre todo en los documentos de los dos últimos Congresos Misioneros L.A. (COMLA).

Ciñéndonos ya a los documentos de Santo Domingo, recordar que los temas centrales fueron: la Nueva Evangelización, la Promoción Humana y la Cultura Cristiana. Por lo tanto el tema de la cultura (y su relación con la evangelización), ocupa un lugar central privilegiado (todo el Capítulo III: La cultura cristiana, núms. 238-286).

En primer lugar se muestra la preocupación por una «crisis cultural de proporciones insospechadas en la cual van desapareciendo valores evangélicos y aún humanos fundamentales, se presenta a la Iglesia un desafío gigantesco para una nueva Evangelización, al cual se propone responder con el esfuerzo de la inculturación del Evangelio» (230).

Al discernir más ampliamente los alcances de la inculturación afirma que es un proceso que:

Y después de resaltar con fuerza los valores de la cultura cristiana y proponer una líneas pastorales de actuación (231-242), pasa a desarrollar otros temas, en la línea de cada tipo de cultura, proponiendo siempre algunas líneas pastorales.

-la diversidad de culturas indígenas, afroamericanas y mestizas, para las que establece como línea central pastoral, una evangelización inculturizada: recorre los aspecto teológicos, de cosmovisión, de ritos y liturgia, de marginación y aún racismo y de promoción de las diversas etnias. (243-251);-

-la nueva cultura, ya que al estar A.L. profundamente marcada por la cultura occidental, ha producido también fuertes impactos: positivos, como el valor central de la persona o las conquistas científicas, tecnológicas e informáticas; pero también negativos como su actitud ante los recursos naturales, ante la historia, y aun frente a Dios, al que relega a la conciencia personal. Como líneas pastorales destaca: la presentación de Jesucristo como paradigma de toda actitud personal, el diálogo entre fe y ciencia, y la promoción y formación del laicado (252254).

-la ciudad, que transforma las formas de vida radicalmente, las relaciones entre los habitantes y las relaciones con Dios. Se transforman también las relaciones de espacio, de tiempo. Se está en medio de los mayores centros de tecnología y de ciencia y a la vez, las grandes mayorías viven en las grandes periferias de pobreza y miseria fruto de modelos económicos explotadores y excluyentes. El hombre urbano se transforma en dinámico y proyectado hacia lo nuevo: consumista, audiovisual, anónimo en la masa y desarraigado.

Debemos destacar que, refiriéndose ya a lo pastoral, destaca la gran importancia de la ciudad en la pastoral de A.L. ya que las ciudades son «lugares privilegiados para la misión». Y señala las líneas pastorales en las que se debe incidir: inculturar el Evangelio en la ciudad; discernir sus valores y contravalores; captar su lenguaje y sus símbolos; reprogramar la parroquia urbana: abierta, flexible, misionera; promover una nueva manera de formación de laicos; crear nuevos ministerios; multiplicar las pequeñas comunidades; incentivar la evangelización de los grupos de influencia (255-262).

Cierra, Santo Domingo, este interesante capítulo dedicado a la cultura y a la evangelización, con ricos aportes acerca de la importancia de la acción educativa (263-278) y a la comunicación (279-285).

5. Los retos y las proyecciones actuales

Los Congresos Misioneros Latinoamericanos (COMLAS) que se celebran cada cuatro años en A.L., especialmente los dos últimos (Belo Horizonte -Brasil- 1995; y Paraná -Argentina- 1999); así como las reuniones periódicas del Departamento de Misiones del CELAM (DEMIS) (la última en Quito -Ecuador- en septiembre de 1998 «sobre pastoral con las comunidades negras) hacen vivas las recomendaciones de Santo Domingo y aportan también nuevas sugerencias en la perspectiva de una evangelización inculturizada.

Podemos decir que, aunque la inculturación es un proceso siempre abierto, y por lo tanto siempre con novedades y, por lo tanto necesitado de creatividad. En un diálogo entre fe y cultura existe un primer peligro natural en muchos procesos dinámicos-, el de pasar de una infravaloración de la cultura y por lo tanto una imposición de la fe, a una supervaloración de la cultura y como consecuencia a un desvanecimiento de la fe.

Este peligro es real y, si no estamos atentos, puede hacer que caigamos en la tentación del inmovilismo, es decir que dejemos pasar el tiempo, que vayamos con cautela, que, a veces, es lo mismo que decir: que no hagamos nada. El peligro del inmovilismo existe y es real en esta y en otras tantas cosas. Y ciertamente no es la mejor opción, ni siquiera una buena opción.

En las líneas pastorales de la Iglesia Latinoamericana se han advertido ya estos peligros y por eso se busca avanzar no solo en el terreno de la teoría, sino también en el de la práctica. En realidad si miramos a los pioneros en el trabajo de «inculturación de la fe», ellos plasmaron en la práctica y con muchos años de antelación, las orientaciones que ahora se hacen generales y que tienen el peso del Episcopado Latinoamericano en su conjunto.

Vamos a señalar las principales deficiencias y los retos y propuestas actuales en el proceso de inculturación de fe, tomando para ello varios aportes de los análisis de los documentos mencionados y también otros de pastoralistas latinoamericanos

a) Deficiencias en la práctica de la inculturación

La práctica de la inculturación todavía es en la Iglesia L.A. algo que tiene deficiencias que hay que reconocerlas abiertamente para corregirlas:

b) El reto y las propuestas acerca del neoliberalismo

El neoliberalismo y la globalización está afectando también a la problemática de la inculturación fundamentalmente por dos valores esenciales: la marginación de la cultura y la manipulación de la tierra. Esto es muy grave: tanto por escasa valoración que se hace de la cultura (que a veces se pretende reducirla a folklore), como por las consecuencias de la explotación indiscriminada de la tierra, del medio ambiente y de las grandes y constantes migraciones que provoca. Todo esto trastoca mucho valores ascentrales de las culturas y provoca cambios fundamentales en relación a la tierra y a la ecología, resaltamos algunos:

Todos estos retos son motivados por aspectos de política económica que inciden en el orden social y aún político, por lo tanto las respuestas se tienen que generar también y principalmente en el mismo sentido, desde la opción por los pobres y los desposeídos que son los injustamente agredidos y matratados.

Esta opción por los pobres en A.L. sigue siendo central en todo tipo de pastoral, mucho más dentro de la pastoral de los pueblos indígenas y afroamericanos, por eso y desconocerla sería no solo empobrecer el alcance de nuestra misión, sino también desviar el verdadero sentido de «inculturación de la fe». Al defender a los pueblos y las culturas contra la agresión -que les puede llevar a veces hasta la extinción- estamos defendiendo la dignidad de la persona humana y el derecho a sus propias formas de expresión.

La defensa de los pobres, tiene que llevar una carga de fuerte denuncia en todos los estamentos sociales; denuncia y a la vez resistencia a aceptarlos sin más. Es preciso que tenga, incluso, la perspectiva clara no solo de la supervivencia, sino también del aprecio y del crecimiento de los pueblos y de las culturas.

Asimismo tiene que incidir en el aspecto positivo de dar a conocer y revalorizar las culturas y sus valores ascentrales, y, asimismo, una clara apertura hacia cauces liberadores para que se posible el libre discernimiento y opción de las personas a asumir nuevas ideas, nuevos valores, nuevas perspectivas, no hay por qué rechazar sin más todo lo nuevo, hay que dejar en libertar a los pueblos para el proceso de discernimiento y valoración, y solo después, asumirlo o rechazarlo. Pero esto tiene un ritmo, unas formas, unas peculiaridades que son innatas a cada pueblo y a cada cultura, hay que respetarlo.

c) El reto de las grandes ciudades

Es, sin duda, sin desmerecer a otros, hoy en día y en el futuro, el gran reto de la pastoral de América Latina: el reto de la gran ciudad.

En muy pocos años A.L. ha visto como su población pasaba de ser mayoritariamente rural a estar mayoritariamente en unas pocas grandes ciudades, teniendo en cuenta que, comparativamente las grandes ciudades del «Sur» (léase Asia, América Latina) son mucho mayores que las grandes ciudades del «Norte» (léase Europa, Estados Unidos). Estas macro ciudades de A.L. desbordan toda posible planificación.

Es más, hablamos de macro o de mega ciudades o de metrópolis, no solo por su enorme población, es decir por su demografía, sino, porque también, y en la mayoría de los casos, se concentran en ellas todos los poderes: el poder político, el económico, el social, los grandes centros industriales, los mejores y hasta a veces únicos servicios especializados de educación, de salud, los más modernos lugares de ocio y diversión. Todo esto, unido a la llamada de los medios de comunicación, y al abandono del campo por parte de los gobiernos, provoca la huída masiva del campo a la ciudad.

Pero en la ciudad latinoamericana se percibe otro tipo de reto o de provocación: las enormes diferencias sociales y económicas que se dan entre los sectores acomodados y los sectores marginales. En una sola ciudad aparece lo más lujoso que se pueda encontrar en otros lugares del mundo, junto a la pobreza más absoluta en su periferia. Son en realidad dos mundos diversos y que prácticamente no se conocen. El desconocimiento es tal que muchas veces ni siquiera se ha visto y por lo tanto, los poderosos, pretenden así ignorar, no cuestionarse, por la existencia de estos inmensos cinturones que rodean todas las ciudades y, en consecuencia, su propia ciudad.

En estos cinturones de miseria se generan un tipo nuevo de persona, una nueva cultura, donde el desarraigo, el anonimato, el deseo de consumo, la no identificación con su medio toman carta de ciudadanía. Son lugares dormitorios donde muchos pasan inadvertidos, con el único objetivo de salir hacia una situación mejor. La gran mayoría de las personas que llegan a la gran ciudad expulsados del campo o seducidos por la llamada de los «medios de comunicación», se sienten incapaces de echar raíces en un medio tan inhóspito e insolidario.

Por otra parte los medios de comunicación les ponen en contacto con el mundo, que puede estar hasta cercano en distancia, pero «exterior» y «lejano», un mundo que sin embargo, aparece como atrayente, sugestivo; un mundo que en realidad y a través de la publicidad y de las «telenovelas» es de «ciencia ficción», pero es el mundo que asumen como cierto y con el que sueñan como propio. Ese mundo quizá les sacó del campo y les trajo a una realidad más cruel donde siguen soñando. Todo reto por grande que sea tiene unas propuestas, unas alternativas, y el reto de las gran ciudad también las tiene. Son urgentes todo tipo de propuestas sociales, políticas, urbanas; pero este no es nuestro campo, nos ceñiremos, mas bien, a las propuestas de tipo pastoral.

En primer lugar aparece firme la propuesta de reprogramar la parroquia urbano marginal. En unas periferias o asentamientos humanos de varias decenas de miles de personas, hay una sola Parroquia, con uno o dos centros de culto, y a veces un solo sacerdote o a lo más un pequeño equipo, quizá un par de comunidades de religiosos... y nada mas. La lejanía aun de simple distancia es a veces inaccesible para muchos y también hace que la Parroquia aparezca «lejos y a veces hasta al margen» de la vida de los feligreses.

A esto se añade un grave problema en crecimiento: la «invasión» de distintas sectas protestantes y seudocristianas, que son muy agresivas, algunas fanáticas, que, en general tienen menos estructura, pero ejercen una mayor presión y tienen una presencia más cercana.

Es urgente primero sectorizar la parroquia, diseminar en su territorio lugares sencillos para la celebración de la Misa o de la Palabra, o para centros de catequesis, etc., y esto en toda la Parroquia, coincidiendo con sectores naturales; es urgente el dinamizar el servicio de los laicos, es urgente la tarea de que se ejerzan los ministerios ya existentes y crear otros nuevos necesarios.

Para ello la formación de laicos competentes en Biblia, en Pastoral, en Liturgia, que dediquen con esfuerzo y motivación cristiana parte de su tiempo, o el mayor posible, a esta tarea de «acercar» vivencial y territorialmente a sus vecinos, la posibilidad de practicar una fe comprometida que les anime y les haga testigos en medio de los demás. Las reuniones de base y de catequesis o lectura de la Biblia en los propios domicilios.

Aparece la propuesta de las pequeñas comunidades eclesiales de base, esos pequeños grupos, donde además de reflexionar sobre la fe, la asumen dentro su cultura popular, producen identidad, forman nuevos modos, promueven relaciones, rompen el individualismo, se comprometen con la realidad. Son grupos primarios de todo punto necesarios y la base de nuevos modos estructurales.

Hay otro aspecto fundamental: la nueva forma de valoración de la mujer. La mujer en el campo, en su cultura rural o indígena tenía unas relaciones muy marcadas con la vida; en la ciudad, en ese maremagnun de las periferias donde vive, la mujer asume, mucho más que el hombre, nuevas tareas: los centros de madres, las reuniones en los centros educativos, las escuelas de formación en labores o los pequeños proyectos productivos, así como las reuniones para las mejoras del barrio, son algunas de las varias actividades que la mujer desarrolla, vitales para la mejora de las condiciones de vida.

La mujer es fundamental en el nuevo concepto de la cultura emergente de las clases populares, y, aunque, todavía sufre el azote del machismo imperante, dista ya mucho de la situación rural y ha comenzando un nuevo camino para superarlo gradualmente. Hoy en día la mujer es un soporte fundamental en la posibilidad de vida de las grandes mayorías. Lo mismo hay que decir en torno a la fe, es fundamental en la pervivencia y transmisión de la fe en las grandes periferias de las ciudades latinoamericanas.

Y, finalmente, una pequeño aporte sobre la vivencia de la fe. La fe debe estar comprometida con la injusta realidad que les toca vivir, por eso debe generar formas de compromiso o de denuncia, que sean transformadoras de la misma realidad-Una fe de acción clara alrededor de sus condiciones de vida y de las exigencias de un Dios liberador. Es la fe que nace y crece de forma gradual en el pueblo y que da sentido a su vida cristiana.

d) El reto de los indígenas y afroamericanos

El objetivo de la evangelización plena en el ámbito de A.L. debe ser el resurgimiento de una Iglesia indígena, lo que exige una nueva y cuidadosa lectura del Evangelio a partir de las culturas y realidades indígenas y la expresión de la fe: valores, lenguaje, ritos y símbolos propios.

Ya hemos dicho (y los hemos señalado) que los pueblos indígenas en A.L. y el Caribe cultivaron valores humanos y culturales de gran significación, y que con legítimo orgullo los siguen promoviendo y transmitiendo a sus nuevas generaciones. El reconocimiento y valoración de todo esto es la primera premisa que se impone en el nuevo proceso de inculturación de la fe, junto al reconocimiento de pecados anteriores.

En la preparación a Santo Domingo se hablaba con claridad sobre el pecado cometido durante tantos siglos contra los pueblos indígenas y afroamericanos, y se pedía perdón, como Pastores de la Iglesia Católica, por las culturas, por las veces que confundimos el anuncio del Evangelio con la imposición de una cultura occidental, por las veces que nos les tratamos como hijos del mismo Padre Dios.

Y en los documentos se pide perdón explícitamente «a todos nuestros hermanos indígenas y afroamericanos, ante la infinita santidad de Dios, por todo lo que ha estado marcado por el pecado, la injusticia y la violencia». (248)

La actitud de la Iglesia ha cambiado, pero sin embargo los pueblos indígenas y afroamericanos tienen hoy formas mucho más graves de agresiones. El despojo y la explotación es la constante en nuestros tiempos. Constituyen hoy sin duda, ambas realidades en su conjunto, el sector de mayor marginación y pobreza del Continente.

Santo Domingo ya señalaba unas líneas de acción pastoral (248-251), hay que valorarlas, ponerlas en práctica y aún enriquecerlas:

En el aspecto de la «inculturación»: el conocimiento crítico y la valoración de sus culturas toma hoy una mayor dimensión si cabe, por la amenaza siempre presente y aun creciente de la globalización; la acogida de sus símbolos, de sus expresiones, y sobre todo el conocimiento, valoración y la manifestación hacia el exterior de sus valores y de su cosmovisión harán sin duda que las culturas indígenas sean más respetadas por todos.

Todo esto enmarcado en que es la propia cultura sujeto de su misma «inculturación». Insistimos en manifestar que la cultura no es objeto, término del proceso, sino que debe ser tomada como un agente con el que hay que dialogar. Fe y cultura en diálogo producen la interacción y la mutua penetración, de la fe en los valores y raíces más profundas, y de la cultura en los signos, símbolos y valores ancestrales.

Pero hay otros aspectos más vitales, más urgentes, más de vida o muerte, es el promover con todas las leyes y formas posibles, la defensa de sus tierras, «su habitat natural de vida». El ayudar a que se preserven los pueblos y sus culturas no es solo colaborar con su derecho inalienable, y el reconocimiento de su dignidad humana y de hijos de Dios; sino también procurar la preservación de algo que forma parte de la mayor riqueza del cosmos: la variedad de las culturas humanas.

La ONU declaró el año 1993 el «año internacional de los pueblos indígenas». Reconoce en todo el mundo cinco mil culturas diferentes; en A.L. hay varios cientos de ellas, la mayoría en las selvas amazónica, algunas todavía sin contacto con otras culturas. Pero todas son culturas que conservan costumbres, valores y comportamientos sociales de gran valor, muchos de los cuales serían, sin duda, garantía de una vida más humana y fraterna.

Conclusión

En el problema de la relación fe y cultura aún dentro del respeto que ambas partes merecen y de la consideración de que ambos son sujetos dentro de un diálogo enriquecedor para las dos partes, hay sin embargo una verdad que nos viene dada de la acción de Espíritu.

El Espíritu de Dios es novedad y hace nuevas todas las cosas. Es decir el camino está trazado, la nueva concepción de la «inculturación» presenta ideas nuevas. Pero aún así hay otras novedades que en la vida nos encontramos. El Espíritu sopla y, cuando encuentra en nosotros apertura, es más fácil que logremos llevar la fe como llamada e invitación, con nuestro testimonio vivencial que provoca reacciones positivas de acogida.

Es innegable, por otro lado, la necesidad siempre creciente y dinámica, de que estemos abiertos a recibir los valores de las culturas, sobre todo aquellos en los que se ve con mayor claridad «las semillas del Verbo» diseminadas en todas ellas.

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Daniel Camarero