Humanae Vitae
DPE
 

Pablo VI, el 25 de Julio de 1968, publica la encíclica tal vez más polémica y contestada de su pontificado: sobre la regulación de la natalidad.

En una primera parte se analizan los nuevos problemas que la sociedad plantea: el rápido desarrollo demográfico, el trabajo de la mujer fuera de casa, los anticonceptivos. Y, junto a estos factores externos, la conciencia de una mayor paternidad y maternidad responsables, el redescubrimiento del amor conyugal como fin importante del matrimonio y la mentalidad cada vez más extendida de que, "en aras del principio de totalidad", la finalidad procreadora pertenecería al conjunto de la vida conyugal más bien que a cada uno de los actos. Todo esto exige del Magisterio una voz autorizada, apoyada en las conclusiones de una Comisión de Expertos creada ya en 1963 por Juan XXIII.

El Papa quiere recordar los principios doctrinales comenzando por una visión global del hombre y por la verdadera naturaleza y nobleza del amor conyugal: plenamente humano, es decir, sensible y espiritual al mismo tiempo; amor total, es decir, una forma singular de amistad personal; amor fiel y exclusivo hasta la muerte; finalmente, un amor fecundo, abierto a nuevas vidas.

Este amor requiere el ejercicio de una paternidad y maternidad responsables, conformando la conciencia y voluntad de los esposos a la intención creadora de Dios y a las enseñanzas de la Iglesia. Por ello se debe respetar la naturaleza y finalidad del acto matrimonial, sin separar los dos aspectos: lo unitivo amoroso y lo procreativo generativo.

Por todo ello, hay que excluir absolutamente la regulación de los nacimientos mediante la interrupción directa del proceso generador ya iniciado, bien sea por medios anticonceptivos o por aborto. Así mismo mediante la esterilización directa. Queda además excluida toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medios hacer imposible la procreación. Sin embargo, no se declaran ilícitos el uso de medios anticonceptivos para fines terapéuticos. Se invita al recurso de los períodos infecundos, al dominio de uno mismo y a crear un ambiente favorable a la virtud de la castidad.

Además, la Iglesia invita a reflexionar sobre algunas de las consecuencias que puede ocasionar el fácil recurso a los métodos de regulación artificial: infidelidad conyugal, libertinaje entre los jóvenes, pérdida de respeto a la mujer y arma peligrosa en manos de autoridades públicas para un obligado control de la natalidad.

La iglesia, en este campo, se siente llamada a garantizar los auténticos valores humanos, haciendo una llamada de responsabilidad a las autoridades públicas, a los hombres de ciencia, a los esposos cristianos, a los médicos y personal sanitario, a los obispos y a los presbíteros.

BIBL. — PABLO VI, Encíclicas, Edibesa, Madrid 1998, 283-321.

Raúl Berzosa Martínez