Hijo
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SUMARIO: 1. Ámbitos significativos del Hijo de Dios: 1.1. Ámbito creacional; 1.2. Ámbito histórico; 1.3. Ámbito metafísico. - 2. Historia del descubrimiento de Jesucristo como el Hijo eterno. - 3. Final de la historia en una nueva expresión cultural. - 4. ¿Cómo evangelizar hoy sobre el Hijo?: 4. 1. Argumentando metafísicamente a partir de la resurrección de Jesús; 4.2. Mostrando a Jesús como la versión humana perfecta del Dios eterno.

1. Ámbitos significativos del Hijo de Dios

Vamos a tratar aquí el término "Hijo" en su relación con "Dios".

Bajo este punto de vista, se pueden distinguir tres grandes ámbitos significativos del Hijo de Dios.

1.1. Ámbito de significación creacional

Es un dato comprobado que los fieles de aquellas religiones que consideran a Dios como Creador del mundo se tienen por hijos suyos y se dirigen a El con el apelativo de "Padre". Si entre nosotros nos llamamos "padres" e "hijos" en virtud del papel esencial pero secundario que desempeñamos en relación con el engendramiento de un nuevo ser humano, con cuánta más razón habrá que asignar el apelativo de "Padre" al que es el Origen sin Origen del universo y la denominación de "hijos" a cuantos somos conscientes de existir gracias a Él.

Nuestra relación metafísica con el Creador es, sin embargo, una relación de total dependencia, infinitamente asimétrica, desproporcionada...

1.2. Ámbito de significación histórica

Entre los pueblos de la tierra, el pueblo israelita ha sido el primero en creer que el Dios Creador interviene en favor de Israel de una forma continuada y planificada a través de los hechos históricos.

"Podemos decir con toda justicia que los hebreos fueron los primeros en descubrir la significación de la historia cono epifanía de Dios" (MIRCEA ELIADE, Historia de las creencias e ideas religiosas, t. 1, Cristiandad, Madrid 1978, 372).

La visión teocrática de Israel sobre la historia alcanza su culminación y plenitud en la fase última y definitiva (=escatológica) del discurrir histórico. En la consecución del reino perpetuo de Yahveh, la figura del Mesías desempeña un papel decisivo. Dicha figura mesiánica, imaginada por el pueblo israelita bajo el símbolo de la realeza davídica, cuenta con el poder invencible de Yahveh (Sal 110: "Oráculo de Yahveh a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que haga de tus enemigos estrado de tus pies"). El Mesías, siempre en función de su acción salvadora en unión con Yahveh y a beneficio del pueblo de Israel, es el que recibe en el A.T. los títulos más elevados ("salvador", "profeta", "sacerdote", "legislador", "príncipe de la paz", "consejero", "juez"...) y, más concretamente, el título de "Hijo de Dios" (Sal 2,7: "Tú eres mi hijo, hoy te he engendrado"; 2Sam 7,14: "Yo seré para él padre y él será para mí hijo").

Como se ve, la filiación divina del Mesías no tiene tampoco una significación real, metafísica: es la expresión máxima de la comunicación del Poder de Yahveh en el plano histórico.

1.3. Ámbito de significación metafísica

Cabe entender también la filiación divina de un modo real. Entonces Aquel que sea llamado "Hijo de Dios" con alcance metafísico, ontológico, tiene que tener los atributos propios de la divinidad (preexistencia o eternidad, omnipresencia, omnisciencia, omnipotencia, justicia, bondad...).

Pues bien, los cristianos afirmamos sólo de Jesucristo que es el Hijo eterno, que ha sido engendrado en la eternidad por el Padre... ¿Cómo se puede confesar preexistente, eterna y necesariamente existente, a un hombre cuya fecha de nacimiento y de defunción se conocen?

2. Historia del descubrimiento de Jesucristo como el Hijo eterno

Aquí no vamos a hablar de la conciencia de Jesús sobre su identidad personal divina. Nos limitaremos a mostrar cómo los primeros discípulos descubrieron la divinidad del Maestro.

Con toda seguridad, los primeros cristianos no adivinaron la personalidad divina de Jesús de Nazaret cuando convivieron con él. Si ni siquiera le aceptaron y confesaron -con hechos inequívocos de vida- como el Mesías esperado, ¿cómo iban a creer que aquel hombre era el Hijo de Dios en Persona? Repito: en los evangelios, que fueron escritos después de Pascua, no hay manera de detectar en el comportamiento de los Apóstoles ningún indicio de fe en la divinidad de Jesús de Nazaret. Las declaraciones verbales de fe en la mesianidad y en la divinidad de Jesús que se hallan en los evangelios "chocan" frontalmente contra el vivir no cristiano de los llamados "primeros cristianos" (aires de grandeza, actitud competitiva entre ellos mismos, rechazo de un Mesías históricamente insignificante, abandono por parte de los Apóstoles de la causa de Jesús a partir del arresto del Maestro en Getsemaní...). Las confesiones de fe de los evangelios en Jesucristo como el Hijo de Dios pueden ser entendidas en clave no necesariamente metafísica (en clave, por ejemplo, de poder histórico, de excelencia, de adopción...). O pueden también ser interpretadas sencillamente como anticipaciones de la fe postpascual de los Apóstoles que han sido incorporadas al relato de la vida prepascual de Jesús. La conducta de los Apóstoles es claramente manifiesta, tozudamente reveladora por sí misma de la falta de fe de los discípulos en la divinidad de Jesús, por lo cual nosotros optamos por la segunda explicación.

El descubrimiento de la divinidad de Jesús hecho por los Apóstoles tuvo que ver con toda certeza con el acontecimiento de la resurrección del Señor.

Los Apóstoles, como judíos que eran, creían como los fariseos en la resurrección universal de los muertos. Su sorpresa fue enorme cuando Jesús de Nazaret resucitó en solitario. Ellos, de acuerdo con el cálculo universal de la resurrección de los muertos, esperaban que a la primera resurrección, la de Jesús, habría de seguirle en fecha próxima la resurrección del resto de la humanidad. Pero la parusía del Señor glorificado no ha ocurrido todavía.

Los primitivos cristianos tuvieron que empezar pronto a valorar el hecho de la resurrección de Jesús como algo más que la primera resurrección de entre los muertos. Además, ellos recordaban que con motivo de la resurrección de Jesús se habían dado cita otras peculiaridades: el cambio operado en la manera de ser hombre de Jesús resucitado, hasta el punto de que los testigos de sus apariciones tenían serias dificultades en reconocer a Jesús, el Crucificado, en el Resucitado; el envío con poder que el Hijo resucitado y el Padre resucitador habían hecho del Espíritu santificador a la Iglesia...; y algo de consecuencias metafísicas aún mayores: que Jesús había resucitado con su alma y con su anterior cuerpo, o que había sido resucitado por el Padre antes de que el cuerpo muerto de Jesús comenzara a corromperse.

Esta diferencia en cuanto al modo de resucitar de Jesús y el modo como resucitaremos los demás hombres era un detalle que no podía pasar desapercibido ni siquiera a gente no cultivada filosóficamente, como eran los primitivos cristianos. De hecho, les tuvo que hacer pensar planteándoles preguntas de hondo calado metafísico.

Entre los escritos del N.T., son sobre todo los escritos de Juan los que dan a esas preguntas las respuestas metafísicas más en línea con la divinidad, con la preexistencia, con la eternidad del Hijo de Dios Jesucristo.

Hablando concretamente de la resurrección de Jesús de la muerte, el evangelista Juan equipara al Hijo con el Padre, tanto en la entrega voluntaria de la Vida a la muerte como en la recuperación poderosa de la Vida tras la muerte: "El Padre me ama porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre" (Jn 10,17-18).

La explicación de esta actuación libre del Hijo ante la muerte y ante la resurrección está en que Jesucristo es la Vida como el Padre, tiene la Vida en sí igual que el Padre:"Como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo" (Jn 5,26).

Aun siendo la Vida, el Hijo humanado puede libremente, por amor, morir. Sin embargo, no puede convertirse en cadáver, ser vencido definitivamente por la muerte. Esto último es metafísicamente imposible. Sería una contradicción que la Vida muriese para siempre... "Si la encarnación debía permanecer para siempre (y solamente así es inteligible), Cristo debía triunfar sobre la muerte, y esta victoria no podía ser sino su resurrección gloriosa. Resucitar para volver a caer bajo el dominio de la muerte hubiese sido en el Hijo de Dios un contrasentido; por su muerte estaba ya completamente realizado y expresado el misterio del verdadero `ser hombre como nosotros"' (JUAN ALFARO, Mysterium Salutis, 111-1, Cristiandad, Madrid 1971, 741-742).

No hay duda alguna de que los primeros cristianos eran los más interesados, mucho más que los miembros del Sanedrín, en comprobar la verdad de que el cuerpo de Jesús no se encontraba hecho cadáver en algún lugar de la tierra... ¿Por qué? Sencillamente, por las colosales consecuencias metafísicas que entrañaba para los primeros cristianos la resolución del hecho en uno u otro sentido. Si el cuerpo de Jesús de Nazaret yacía como el de todos los hombres que se mueren, entonces estaba claro que Jesús resucitado no era en absoluto eterno, Hijo de Dios en sentido metafísico estricto. Si, por el contrario, el cuerpo de Jesús había sido transformado en un cuerpo glorioso antes de conocer el dominio aniquilador de la muerte, entonces cabía la posibilidad de interpretar metafísicamente tal excepción como una exigencia del modo de ser divino del Hijo de Dios. Los Apóstoles no podían dejar "abierto" el tema del paradero del cuerpo de Jesús. Tenían que estar seguros si Dios Padre lo había incorporado a la resurrección de Jesús, o bien si Dios Padre lo había abandonado en el sepulcro dotando a Jesús de otra corporeidad, sin continuidad alguna con su cuerpo primero muerto.

¿Hay en el N.T. manifestaciones de que los primeros cristianos estaban totalmente seguros de que el cuerpo de Jesús no se halla enterrado por ahí, en algún lugar de la tierra? A continuación se reseñan dos testimonios convergentes que muestran la certidumbre sólida y compacta de los primeros cristianos de que Jesús había resucitado sin haber conocido la corrupción de "su" carne:

a) Los cuatro evangelios son unánimes en la narración del pronto hallazgo del sepulcro vacío por parte de las mujeres. El protagonismo que ejercen las mujeres en la noticia de la tumba vacía dota al hecho de verosimilitud histórica. En efecto, si se tiene en cuenta que en aquellos tiempos la mujer no era considerada testigo válido en los testimonios ante los tribunales de justicia, sería una torpeza manifiesta que los evangelistas hubiesen inventado el hecho del sepulcro vacío y hubiesen puesto a las mujeres como protagonistas del curioso descubrimiento. Si en las narraciones evangélicas del hallazgo del sepulcro vacío sólo figuran las mujeres, lo lógico es concluir que algún fundamento histórico tiene que haber en los relatos evangélicos que hablan de unas mujeres que fueron al sepulcro de Jesús y allí no encontraron su cuerpo...

b) El segundo testimonio tiene carácter más público y oficial que el primero. El capítulo 2 de los Hechos de los Apóstoles es como la carta magna de la religión cristiana. En el discurso que en ese capítulo pronuncia Pedro (cf. He 2,14-36) se declaran los puntos cruciales sobre Jesucristo, fundamento de la nueva fe. Pues bien, en la presentación oficial de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, se proclama explícitamente que Jesucristo ha resucitado sin que "su carne experimentara la corrupción" (He 2,31), que Dios no lo abandonó definitivamente en la muerte, "pues no era posible que quedase bajo su dominio" (He 2,24).

Como se observa, la afirmación de que Jesús ha resucitado enteramente de la muerte (alma y cuerpo) antes de que su cuerpo muerto padeciera la corrupción pertenece al Credo constitutivo de los cristianos, a la fórmula básica de la fe de los Apóstoles. En los mismos Hechos de los Apóstoles existe otro discurso de presentación oficial de la religión cristiana, pero esta vez el pregonero es Pablo y los destinatarios son los judíos. Por debajo de los matices diferentes de forma, encontramos en el discurso de He 13,16-41 los mismos elementos constitutivos de la religión cristiana que en el discurso de He 2,14-36. Y entre ellos continúa afirmándose inequívocamente que Jesús ha sido resucitado "sin haber experimentado la corrupción" (He 13,37) y que es el único caso que se ha dado, ya que la muerte incorrompida de Jesús no la ha tenido ni el más ilustre de los judíos, David, del cual se sabe a ciencia cierta que "después de haber servido en sus días a los designios de Dios, murió, se reunió con sus padres y experimentó la corrupción. En cambio, aquel a quien Dios resucitó, no experimentó la corrupción" (He 13,36-37).

Tanto en He 2, como en He 13, los primeros cristianos reflejan ante todo el descomunal impacto que les produjo el hecho de la resurrección de Jesús en general, pero más en particular que, con la resurrección, había desaparecido todo resto mortal de Jesús, con las consecuencias que tal dato acarreaba a su fe en Jesús.

Aquellos que afirman a la ligera que los restos mortales de Jesús continúan enterrados en algún lugar se apartan de la asombrosa experiencia vivida por los primeros cristianos ante el hecho de la resurrección de Jesús ocurrida antes de que su cuerpo muerto conociera la corrupción y se sitúan racionalmente del lado de los judíos que pensaban que el muerto Jesús había terminado corrompiéndose en la tierra como todos los demás hombres que se mueren.

La desaparición del cuerpo muerto de Jesús de su sepultura es mucho más que un recurso didáctico para expresar que el Resucitado tiene las señas de identidad del sepultado Jesús de Nazaret: es más bien un dato integrante del anuncio de la resurrección del Señor detectado y verificado por los primeros cristianos, que les llevó, a pesar de su fe monoteísta judía en contra, al descubrimiento y a la proclamación de la divinidad de este Hijo de Dios, de Jesús de Nazaret.

3. Final de la historia en una nueva expresión cultural

Reconocida y confesada por los Apóstoles la condición divina del Hijo resucitado del Padre (cf. Rom 1,2-4; He 13,13), ¿cómo podría explicarse razonablemente que el Hijo engendrado en la eternidad se haya hecho también carne (cf. Jn 1,14), haya sido asimismo probado en todo como nosotros, excepto en el pecado (cf. Heb 4,15), haya incluso padecido la crucifixión, la muerte y la sepultura? (cf. Credo de los Apóstoles).

Los primitivos cristianos afirman de Jesucristo, por encima de los dictados de su cultura judía, hechos metafísicos de naturaleza contrapuesta: que el Hijo inmutable del Padre ha nacido de mujer; que el Hijo omnisciente ignora cuándo ocurrirá el fin de la historia de la salvación; que el Hijo omnipotente no puede salvarse a sí mismo bajando de la cruz; que el Hijo inmortal expiró como un ser humano cualquiera...

Pero más tarde una nueva cultura, la cultura helenística, acabó imponiéndose entre los cristianos a la cultura judía. Las gentes cultas cristianas pensaban de acuerdo con las características de la filosofía griega. Un sacerdote de Alejandría llamado Arrio concluía que el Hijo Jesucristo, puesto que había tenido principio como criatura, no podía tener la misma sustancia inefable, invisible, incognoscible... de Dios.

La respuesta del concilio de Nicea (325) - Constantinopla (381) a Arrio confesando que Cristo es "Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma sustancia (naturaleza) del Padre" no resolvía completamente el problema: ¿cómo se unen en Cristo las acciones que provienen de su naturaleza divina y las que tienen origen en su naturaleza humana? Había quien, con toda lógica, admitía en Jesucristo la existencia de las dos naturalezas (divina y humana) y la de sus correspondientes personas (divina y humana), o dos sujetos subsistentes (divino y humano). Entre las dos personas de Jesucristo se daría una unión moral fortísima, irrompible en la práctica...

A esta teoría tan humana, tan comprensible sobre el fondo del ser de Cristo, el concilio de Calcedonia (451) respondió acertadamente afirmando que "Jesucristo es un solo y único Hijo, el mismo perfecto en su divinidad y el mismo perfecto en su humanidad"; que "es reconocido un solo Cristo, Señor e Hijo unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación"; más adelante habla el concilio de las dos naturalezas (divina y humana) "unificadas en una persona y en una hipóstasis, no dividido ni separado en dos personas, sino uno solo y el mismo Hijo unigénito, Dios, el Verbo, el Señor Jesucristo"... Es la fórmula de la llamada "unión hipostática" de Cristo, esto es, la unión de las dos naturalezas en la única Persona, divina, del Hijo unigénito.

Con este lenguaje metafísico quedaba aclarado, humanamente lo más posible, el Misterio de la personalidad divina del Hijo y la compatibilidad de atributos y de propiedades contrapuestos en la única Persona divina del Hijo, que por Amor es capaz de pasar -sin dejar de ser el Hijo unigénito del Padre- de la eternidad a la temporalidad, de la inmortalidad a la mortalidad, de la impasibilidad a la pasibilidad..., y viceversa.

El nuevo lenguaje helenítico, de carácter filosófico, no significó, sin embargo, para los obispos de Nicea, Constantinopla, Calcedonia... ningún cambio de sentido respecto del antiguo lenguaje narrativo de los evangelios:

"Los Obispos... fueron compelidos a recoger el sentido de las Escrituras... Si las expresiones no están con tantas palabras en las Escrituras, sin embargo, contienen el sentido de las Escrituras." (Cartas referentes a los decretos del concilio de Nicea, cap. 5, nn. 20 y 21).

4. ¿Cómo evangelizar hoy sobre el Hijo?

4.1. Argumentando metafísicamente a partir de la resurrección de Jesús

Ésta es una vía recorrida por los primeros cristianos que conserva todo su vigor y actualidad. De todos es sabido que los Apóstoles eran gente sencilla. Ni ellos ni nadie podían dejar de lado una realidad tan llamativa como que un ser humano -y sólo él- había resucitado de entre los muertos y antes de que la muerte lo hubiese convertido en cadáver. Cualquiera sabe con total certidumbre que los hombres nos morimos y que tras la muerte viene imparablemente el deshacimiento. ¿Cómo puede dejar indiferente a alguien la noticia cierta de que un muerto ha sido resucitado y librado su propio cuerpo muerto de la humillación de pudrirse en el sepulcro?

Pensamos que el cristiano contemporáneo, ciudadano de la tecnópolis, tan poco dado a filosofar, es sobradamente capaz de extraer las trascendentes consecuencias metafísicas que emanan de la buena y segura noticia que nos dieron los primeros cristianos, a saber, que Jesús de Nazaret, el Crucificado, ha sido resucitado de entre los muertos antes de que su cuerpo muerto se convirtiera en un despojo en las manos aniquiladoras de la muerte.

Si se afirma que Jesús resucitado no asumió su cuerpo terrenal en su transformación gloriosa, no hay manera razonable de confesar que Jesús es el Hijo sempiterno del Padre. Si se tapona la vía que los primeros cristianos recorrieron en su descubrimiento de la divinidad de Jesús (=el hecho de la resurrección de Jesús antes de que su cuerpo mortal conociera la corrupción), desaparece automáticamente toda posibilidad de argumentar en términos metafísicos sobre la divinidad de Jesús. Algunos teólogos que empezaron admitiendo que "la corporeidad de la resurrección de Jesús no exige que el sepulcro se quede vacío" han terminado negando, con toda la lógica de la razón humana, que Jesús sea Dios en un sentido metafísico, esto es, el Hijo engendrado eternamente por el Padre.

4.2. Mostrando a Jesús como la versión
humana perfecta del
Dios eterno

En el plano metafísico, la filiación de Jesucristo es única y exclusiva, de modo que entre el Hijo eterno del Padre y los hijos adoptivos del Padre, que somos nosotros, hay un abismo insalvable y no hay posibilidad alguna de comparación. Por eso hemos abordado por separado la filiación eterna de Jesucristo, mostrando cómo hoy día es posible evangelizar sobre ella a los creyentes (y a los no creyentes).

Ahora queremos llevar la reflexión sobre el Hijo unigénito del Padre al terreno de la historia, que resulta más asequible para nosotros, los hijos de Dios ya en esta condición histórica.

Jesús de Nazaret predicó sobre el Mesías, la Ley y el Templo (el contenido trinitario de la religión judía) como cualquier otro profeta del A.T. La diferencia de Jesús respecto de los otros personajes bíblicos consiste en que el profeta de Galilea presentaba un Dios, en relación con el triple contenido, muy distinto del Dios oficial: un Dios más Misericordioso que Justo, más Próximo a los hombres que Altísimo, más Comunicativo que Santo, más Bondadoso que Poderoso...

"La concepción judaica de Dios excluye a los pecadores de la luz del sol por considerarlos indignos. Dios es bueno, pero también es justo. No sólo es el Padre misericordioso, sino también el Dios del orden social, el Dios de la nación y de la historia. El concepto que Jesús tiene de Dios se sitúa en el extremo opuesto. El judaísmo no podía aceptar como suya semejante concepción" (J. KLAUSNER, citado por DIDIER en el libro colectivo ¿Creer en Dios hoy?, Sal Terrae, Santander 1969, 31).

Además, Jesús de Nazaret establecía una relación vinculante y definitiva entre su persona y misión y el mismo Dios:

"Aunque Jesús no hace nunca directamente propaganda de sí o de su actividad, sin embargo, establece un vínculo único e indisoluble entre su persona y el reino de Dios, entre sus opciones y propuestas autorizadas y el hecho de que Dios se manifiesta y actúa aquí y ahora, de manera que ahora los hombres se encuentran ante una ocasión única e irrepetible de salvación" (RINALDO FABRIS, Jesús de Nazaret. Historia e interpretación, Sígueme, Salamanca 1985, 105).

Esto es, Jesús de Nazaret no nos ha revelado históricamente -cosa imposible de hacer- la preexistencia del Padre ni su propia preexistencia de Hijo unigénito, pero sí que nos ha manifestado con hechos y dichos el modo de ser del Dios eterno, tanto del Hijo como del Padre.

La tarea de evangelizar a Jesucristo como la novedosa manera de ser hombre histórico del Dios omnipotente, omnisciente, impasible... comporta para nosotros exigencias muy hondas en la forma de ser y de actuar como hombres. Reclama de nosotros que el Amor de Dios sea, en definitiva, como lo fue en el caso de Jesús de Nazaret, el atributo distintivo de nuestro vivir, en medio de nuestras capacidades (en los tres ámbitos indicados: de la creación, de la historia y de la existencia humana) y de nuestras limitaciones (también en los tres ámbitos: como criaturas, como seres históricos y como seres humanos). ¡Empeñémonos en ser hijos del Dios-Amor a imagen y semejanza del Hijo hecho hombre y hechó historia llamado Jesús de Nazaret! Así daremos testimonio no de la preexistencia del Hijo Jesucristo, sino del modo de ser distintivo del Dios que preexiste como Padre-Hijo-Espíritu.

BIBL.-CHRISTIAN DuQUOC. El Hijo, en Diccionario teológico (El Dios cristiano), Secretariado Trinitario, Salamanca 1992, 615-630; WALTER KASPER, jesucristo, Hijo de Dios, en su libro «Jesús, el Cristo», Sígueme, Salamanca 1978, 199-240; WOLFHART PANNENBERG, La divinidad de Cristo y el hombre Jesús, en su libro «Fundamentos de Cristología», Sígueme, Salamanca 1974, 351-452.

Eduardo Malvido Miguel