Ecología
DPE
 

SUMARIO: 1. Nueva sensibilidad ecológica. — 2. Redescubrir y vivir una espiritualidad y pastoral en clave ecológica.

1. Nueva sensibilidad ecológica

Como es bien conocido, la palabra Ecología proviene del griego oikos y logos (discurso sobre el ambiente, sobre la casa) e indica genéricamente el estudio de las leyes que caracterizan las mutuas relaciones entre los diversos organismos vivientes. De manera especial las condiciones bajo las cuales se desarrolla la vida del hombre.

Juan Pablo II reconoce en la preocupación ecológica uno de los signos sociales y culturales más positivos y relevantes de la hora presente.

Pero, por qué el problema ecológico ha saltado al primer plano de la actualidad y del interés general, incluso en teología.

Comenzamos con unas palabras de L. González Carvajal:

"Hoy ninguna persona consciente puede ignorar que estamos destruyendo los diferentes ecosistemas de la Tierra como consecuencia de los recursos que les robamos y los elementos contaminantes que vertemos sobre ellos. Un famoso Informe del Club de Roma, titulado "Los límites del crecimiento", llegaba a la conclusión de que, si no tomamos medidas radicales, tendrá lugar a lo largo del próximo siglo una catástrofe planetaria. Se podrán discutir los detalles del modelo matemático empleado por el citado estudio, pero creo que la tesis de fondo no admite discusión: pretender, con unos recursos finitos, un crecimiento indefinido y, peor todavía, exponencial, conduce necesariamente al colapso. Este es el quid de los problemas ecológicos".

El propio L. González Carvajal, a la hora de situar las raíces culturales de la crisis ecológica señala, en primer lugar, la sociedad industrial y el liberalismo defendido por ejemplo en la postura de Keynes, quien postuló literalmente "la necesidad de seguir saqueando la naturaleza durante cien años más. Después honraremos a las deliciosas personas que son capaces de disfrutar directamente de las cosas, los lirios del campo que no trabajan ni hilan".

Al parecer, ni siquiera Marx, que con tanta energía se opuso a la explotación del hombre por el hombre realizada por el sistema capitalista, tuvo suficiente sensibilidad para denunciar la explotación de la naturaleza por el hombre.

En resumen, que para la naturaleza afectada, la civilización industrial es el monstruo más horrible que ha aparecido sobre la tierra hasta hoy; y esto independientemente de que sea gestionada por el capitalismo o por el socialismo.

Con palabras de J. Moltmann, "la llamada crisis del medio ambiente no es sólo una crisis del entorno natural del hombre. Es una crisis del hombre mismo. Es una crisis global, irreversible, de la vida en este planeta; una crisis a la que cuadra perfectamente el calificativo de apocalíptica. No es una crisis pasajera, sino, según todos los indicios, el comienzo de la lucha por la supervivencia de la creación en esta tierra".

No es de extrañar que, L. González Carvajal, subraye que el desequilibrio ecológico no es una realidad originaria que pudiera afrontarse directamente con medidas ecológicas. Sus raíces son culturales y consisten en el sentido que el hombre de la civilización industrial ha dado a su relación con la naturaleza. Si no ocurre una revolución en nuestro ethos cultural será inútil esperar nada de las soluciones de carácter técnico. Sufrimos por carencia metafísica, y no por déficit técnico. La fe cristiana puede poner su granito de arena en la realización de esa revolución cultural y ética capaz de resolver la crisis ecológica.

El tema ecológico fue tratado con profundidad en la Asamblea Ecuménica Europea de Basilea (mayo 1989) bajo el título: "Justicia, Paz e integridad de la Creación". Dicho documento sitúa la raiz de la crisis ecológica en el avance de una ciencia y técnica mal entendidas y en el mismo corazón perverso del hombre.

J. L. Ruiz de la Peña señala estos graves problemas ecológicos c omo retos a resolver: la contaminación ambiental, la superpoblación, la extenuación de los recursos, la carrera armamentista y la interacción conjugada de los factores anteriormente descritos.

El mismo J. L. Ruiz de la Peña, ante la búsqueda de salidas a estos hechos tan graves, señala dos posturas: el pronóstico pesimista, o un replanteamiento decididamente ético. Al mismo tiempo, con gran agudeza, nuestro autor, subraya que existen tres opciones o alternativas éticas: el antropocentrismo prometeico (que conduce a la destrucción de la naturaleza y del propio hombre), el cosmocentrismo panvitalista (que diviniza el cosmos y la naturaleza) y, finalmente, el humanismo creacionista cristiano, que sitúa en su justa medida quién es el hombre, qué es la naturaleza y en qué lugar queda el Dios de la creación. Ni el hombre ni la naturaleza son fines en sí mismos. Mientras hablemos del hombre y la naturaleza en un horizonte divino, están garantizados los más verdaderos y sólidos valores ecológicos.

Precisamente éste es el nuevo reto: redescubrir las claves de una genuina teología y espiritualidad ecológicas. Ambas van unidas y son inseparables. Es éste, un aspecto o vertiente de la espiritualidad nuevo. Hoy, las personas, no sólo buscan la perfección individual o social, sino también la universal o ecológica. Conscientes que persona-sociedad-cosmos están unidos profundamente en el único e idéntico destino y futuro.

Brevemente, de la mano de R. Gibellini situemos en qué fase se encuentra el debate teológico (y espiritual) sobre la ecología. Como afirmación global se puede destacar que, mientras en los años 50-60 la teología reivindicaba el proceso de formación del mundo moderno como una consecuencia legítima de la fe cristiana, en el debate ecológico que comenzó durante los años 70, y que todavía está en curso, la teología está empeñada en liberar al cristianismo de toda responsabilidad en el proces o de formación del antropocentrismo de la modernidad, es decir, de afrontar la relaciones cristianismo-modernidad, de forma diferenciada.

Como hitos importantes en esta evolución o cambio de mentalidad Gibellini indica que, en 1953, F. Gogarten reclamaba un ética de la responsabilidad mundial. A. Auer, en 1984, abogará por el fin de la concepción antropocéntrica de la creación, y se va poniendo de relieve, en la discusión teológica, el conflicto entre naturaleza y tecnología (ejem. G. Liedke, en 1979; C. Link, en 1991).

En 1991, A. Primavesi, en 1992, R. Ruether, y en 1993, S. McFague, hablarán del ecofenimismo o paradigma ecológico desde un perspectiva feminista. Paralelamente, la teología de la liberación, desde los años 90, se hace eco también, como no podía ser menos, de las preocupaciones ecológicas tal y como se recogen por ejemplo en L. Boff en su obra, escrita en 1993, La emergencia de un nuevo paradigma: ecología, mundialidad, mística.

Concluye el interesante artículo de R. Gibellini que "la teología y la Iglesia cristiana están llamadas hoy a despertase de lo que podríamos definir como olvido de la creación en clave ecológica y a desarrollar todo el potencial teológico y eclesial, pero también político y cultural, que esta realidad comporta.

Sin duda, hoy en el debate teológico desde la vertiente ecológica, se ha logra-do resaltar la ambigüedad de la técnica y el progreso y las claves bíblicas del tema: aunque la naturaleza no sea divina, tampoco es un puro fenómeno. La naturaleza creada es la casa del hombre (oikós) y su medio para realizarse y vivir individual y colectivamente. La responsabilidad ecológica debe alargarse en clave ética o moral para respetar la dignidad auténtica del ser humano, los derechos de la naturaleza y el sentido primigenio de la obra de Dios Creador.

R Costa Morata ha puesto de relieve algunos de los rasgos que definen estos movimientos ecologistas: por un lado, lo sencillo, lo pequeño, lo descentralizado, lo autónomo y lo solidario. Por otro, lo antijerárquico, lo no convencional, lo antiprejudicial y lo radical. Dividiéndose a su vez, estos movimientos en al menos estos grupos: los naturalistas-conservacionistas (defensores de la naturaleza pero sin alternativa macropolítica definida); los grupos ecologistas que colaboran con los programas de ciertos partidos y con la Administración; los grupos ecologistas radicales que critican todos los programas políticos actuales; y los nuevos verdes o movimientos ecologistas en cuanto tal, con programas políticos alternativos.

Para finalizar este apartado, y desde lo señalado por P. Costa Morata, subrayemos que el tema del ecologismo se inscribe dentro de los denominados "nuevos movimientos sociales". Es decir, los que llevan las siglas de "pacifismo, antimilitarismo, verdes, antirracismo, defensa de los derechos humanos, feminismo", etc. Estos nuevos movimientos denuncian la cultura y crisis de la modernidad y piden un cambio de política: no sólo basada en palabras sino en acciones hasta llegar a hacer realidad "una humanidad libre y justa sobre una tierra habitable". Digamos que estos nuevos movimientos formarían la denominada "nueva izquierda" que, renunciando a una cosmovisión de la realidad, fija su atención en campos o fragmentos de esa misma realidad que pretende cambiar. Como todo movimiento social, en palabras de J. M. Mardones, "no están libres de ambigüedades y aún de desviaciones".

2. Redescubrir y vivir una espiritualidad y pastoral en clave ecológica

"Para los cristianos, la naturaleza creada participa, lo mismo que el hombre, de la dimensión de creaturalidad, y junto con el hombre sufre y goza y espera la revelación final de los hijos de Dios". Estas palabras de E D. Agostino nos sirven de introducción y clave de bóveda a la hora de señalar algunas líneas de fuerza en lo que puede llamarse una espiritualidad cristiana en clave ecológica.

Esta espiritualidad debe tener como punto de partida, al menos, tres criterios irrenunciables:

O, parafraseando a D. Agostino, si es verdad que la creación es el espejo donde el Dios Vivo se mira y el hombre es el microcosmos, en el que se refleja el macrocosmos, no es menos cierto que todo lo creado no se agota en sí mismo, sino que anhela y clama por su consumación en Cristo, sentido, paradigma y plenitud de lo creado.

Como forma existencial de plasmarse esta espiritualidad deberá volver, al menos a situar en primer plano estas dimensiones:

- redescubrimiento de la experiencia bíblica: memoria de la armonía, bondad y belleza de lo creado, y del hombre como parnet o interlocutor de la divinidad;

- potenciar un ethos cristiano, que señale siempre como punto de referencia la persona, misterio y obra salvadora del Señor Jesús, el Señor de la historia;

- vivencia conjunta y solidaria de un crecimiento personal y social. Es el momento de pensar en clave de universalidad y de totalidad. La creación es de todos y la salvación es para todo hombre y para todo el hombre;

- necesidad, por lo mismo, de una espiritualidad de la solidaridad, del amor y de la vida, traducida en micro y macro acciones. Se deben cuidar los gestos ascéticos y de compromiso, de denuncia y de alternativa. Conscientes que la raíz última y profunda del desorden es el pecado y, la mejor ecología integral, será la inserción en el misterio pascual de Cristo. Todos estamos llamados a responder a este reto, si bien los fieles laicos y nuestras comunidades y movimientos laicales, llamados a transformar el mundo "desde dentro", adquieren en este sentido especial relevancia y responsabilidad;

- espiritualidad en diálogo con todos los hombres, culturas y religiones. El futuro es responsabilidad compartida. Sigue siendo necesario el diálogo ecuménico, intercultural e interreligioso como base y garantía de un nuevo orden ético mundial.

S. De Fiores habla, resumiendo lo anterior, de una espiritualidad que no puede ser evasiva ni dualista, que potencia las dimensiones personales y sociales, y que debe ser, en relación al universo, creativa y unitaria.

Ampliando horizontes, desde la más genuina espiritualidad cristiana, podemos hablar, también con S. Gamarra, de una espiritualidad integradora de la persona, vivida en el Espíritu, comprometida con la vida y la sociedad, gratificante y dialogante, realista y apostólica, pascual y trinitaria, de experiencia personal pero al mismo tiempo eclesial.

Todo ello es posible, lo repetimos, desde la inserción en el misterio total de Cristo, el Señor. Sólo desde El, penetraremos en el sentido de la creación, en el misterio de la historia y en las profundidades de la consumación escatológica. María, la Virgen, se presenta como paradigma de criatura que ha entrado en el futuro absoluto y participado de su plenitud.

BIBL. - R. BERZOSA MARTÍNEZ, Como era en el principio. Claves de antropología cristiana, San Pablo, Madrid 1996.

Raúl Berzosa Martínez