Confirmación
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SUMARIO: 1. La pastoral de la Confirmación a lo largo de la historia. a) El bautismo de adultos y de niños b) El obispo, ministro de la Confirmación en Occidente. c) La Eucaristia, en la edad de la discreción. d) Un problema añadido. - 2. Los senderos de la recuperación. a) La orientación de santo Tomás. b) Erasmo y los Reformadores. c) Trento y postrento. - 3. Orientaciones teológicas para una pastoral de la Confirmación. a) La Confirmación, parte de la iniciación cristiana. b) Catecumenado. c) La Confirmación, sacramento que vincula de un modo nuevo con la Iglesia.-4. Algunas cuestiones más urgentes de la pastoral actual de Confirmación. a) Posposición de la Confirmación a la Eucaristía. b) Catecumenado. c) El ministro de la Confirmación.


1. La pastoral de la Confirmación a lo largo de la historia

La pastoral de la Confirmación en la Iglesia latina está estrechamente vinculada a tres factores: la evolución de la praxis del bautismo de adultos y de niños, la reserva del sacramento al obispo en Occidente cuando se multiplicaron las comunidades cristianas lejanas a la sede episcopal, y la fijación de la edad para recibir la primera comunión.

a) El bautismo de adultos y de niños. Durante los primeros siglos, la norma consistió en enmarcar el Bautismo, la Confirmación y la Primera Eucaristía en el contexto más amplio, la iniciación cristiana y celebrarlos durante la Vigilia Pascual que presidía el obispo rodeado de su presbiterio, tanto si eran adultos como si eran niños, fuesen o no infantes, con tal que fuesen hijos de padres cristianos. Los adultos recibían el Bautismo, la Confirmación y primera Eucaristía después de varios años de catecumenado; los niños, en cambio, sólo se unían a ellos en el momento de los sacramentos. Unos y otros seguían el mismo ritual, el cual establecía que el obispo impusiera la mano sobre los neófitos y los ungiera con crisma, y de este modo les diera el don del Espíritu Santo. Esta situación perduró hasta la paz constantiniana. Durante este período la Confirmación seguía al Bautismo, precedía a la Eucaristía y estaba íntimamente vinculada con ambos, más aún, con toda la iniciación cristiana en el plano teológico, litúrgico y pastoral.

Cuando en el siglo IV comenzaron las conversiones masivas, se optó por abreviar el catecumenado, reduciéndolo al tiempo de Cuaresma. Sin embargo, esto no afectó a los sacramentos de la iniciación cristiana: los tres siguieron celebrándose durante la Vigilia Pascual presidida por el obispo, y éste siguió dando el Espíritu Santo mediante la crismación.

A finales del siglo V y principios del VI se había llegado a esta situación: las conversiones ininterrumpidas habían provocado que el número de adultos que recibían el bautismo fuese muy escaso, mientras que el de niños era el habitual. Esto trajo consigo la desaparición práctica del catecumenado. No obstante, los niños continuaron recibiendo los tres sacramentos de la iniciación durante la Vigilia Pascual, por lo que se refiere a la ciudad de Roma y a las comunidades de los lugares en los que residía el obispo. En Roma, no se presentó ninguna dificultad. En cambio, fuera de Roma surgieron dificultades, como consecuencia de la evangelización del medio rural y la primera dispersión del presbiterio; pues, mientras en la ciudad donde residía el obispo, éste podía seguir celebrando los tres sacramentos de la iniciación durante la Vigilia Pascual, en el campo no podía hacerse presente. Podía haberse seguido la costumbre de Oriente, donde los presbíteros celebraban habitualmente la Confirmación, pero se prefirió seguir la costumbre de que ésta se reservara al obispo. Por este motivo se separaron "la administración de este sacramento y la del bautismo".

Es verdad que "a veces se invitaba a los bautizados a trasladarse a la ciudad episcopal durante la octava de pascua para recibir del obispo la confirmación" (R. BÉRAUDY, La iniciación cristiana, en A. G. MARTIMORT (dir), La Iglesia en oración, Barcelona 1967, 613), pero "las más de las veces se difería ésta hasta el próximo paso del obispo por las parroquias, uso que se practicaba ya en el siglo VI en la ciudad de Arlés" (ibidem), y presumiblemente en España no mucho tiempo después. La situación resultante, por tanto, fue ésta: el Bautismo y la Primera comunión siguieron unidos y vinculados a la Vigilia Pascual, mientras que la Confirmación se celebró de modo independiente, antes o después de la Primera Comunión, según el tiempo de la visita pastoral del obispo, aunque con la clara conciencia de que se posponía a la Eucaristía únicamente por estar reservada al obispo. La evolución natural de las cosas trajo consigo que desde el siglo IX existiese un Ordo autónomo de la Confirmación.

Las consecuencias que esto trajo consigo fueron fundamentalmente estas tres: ruptura del ritmo unitario de la iniciación cristiana, modificaciones profundas de carácter ritual y pastoral y, sobre todo, un cambio de perspectiva, al recibirse los sacramentos de la iniciación, sobre todo el Bautismo, para asegurar la salvación personal escatológica. Esto último trajo consigo ciertas repercusiones teológico-pastorales.

En primer lugar, pierde vigor progresivamente la relación Iglesia-salvación, pues aunque todos saben que el Bautismo introduce en la comunidad cristiana, ésta corre el peligro de ser entendida como agregación a un grupo religioso. Además, como se sabe que el Bautismo confiere el perdón de los pecados y el don del Espíritu —los dos requisitos para obtener la salvación eterna— el Bautismo pasa a ser considerado no sólo como sacramento necesario sino suficiente para garantizar la posesión de la salvación.

El desarrollo que experimentó el bautismo de adultos está, por tanto, en la base de los primeros cambios importantes de la pastoral de la Confirmación.

b) El obispo, ministro de la Confirmación en Occidente. En Oriente, el cristianismo se propagó en seguida en los medios rurales, haciendo inviable la presencia del obispo en la celebración de los sacramentos de la iniciación durante la Vigilia Pascual. Pero no se creó un problema especial, al establecerse la norma de que fuera el presbítero quien realizara dicha celebración. Al contrario, esta disciplina hizo posible que continuaran unidos los tres sacramentos y que la Confirmación manifestara su originaria vinculación con los Apóstoles, dado que la consagración del myron estaba reservada al obispo. Este planteamiento se ha mantenido invariable hasta nuestros días.

En Occidente, en cambio, las cosas siguieron otros derroteros, al reservarse al obispo no sólo la consagración del crisma sino la celebración de la Confirmación. Es verdad que no hubo plena uniformidad en la praxis de las Iglesias de Roma, Milán, Galia y España, pero todas subrayaron la conexión entre la Confirmación y el obispo. La Iglesia romana fue, sin duda, la que más insistió en este punto.

Mientras las comunidades cristianas estuvieron radicadas en el casco urbano de Roma no existió ningún problema especial para mantener unidos los tres sacramentos de la iniciación, que siguieron celebrándose en el curso de la Vigilia Pascual. Por otra parte, no se planteó variar el orden de los sacramentos ni menos aún posponer la Confirmación a la Eucaristía, bien se tratase de adultos o de niños. La Confirmación siguió ocupando un discreto lugar respecto al Bautismo y a la Eucaristía, y apareciendo como un sacramento relacionado de modo especial con el Espíritu y como una perfección del Bautismo.

Los problemas surgieron cuando el cristianismo se extendió a los campos e hizo imposible la presencia del obispo en la Vigilia Pascual; pues no se adoptó la solución de Oriente sino que el obispo continuó siendo el único ministro de la Confirmación. Ya hemos visto antes cuál fue el rumbo que siguieron los acontecimientos y sus repercusiones en la pastoral de la iniciación cristiana en general y, más en concreto, de la Confirmación. Es más que probable que si en Occidente se hubiese seguido la opción de Oriente, se habrían evitado casi todos los problemas posteriores anejos a la Confirmación, sobre todo su excesiva autonomía y posposición a la Primera Comunión. Es verdad que habría quedado menos subrayada la eclesialidad de la Confirmación y su vinculación con la Iglesia local, pero incluso estas dimensiones se habrían salvaguardado suficientemente, reservando al obispo la consagración del Crisma y la celebración de la Confirmación cuando estuviese presente.

c) La Eucaristía, en la edad de la discreción. En 1215, el IV concilio de Letrán estableció que la primera comunión se recibiese a la "edad de la discreción" (D 812). Esta circunstancia trajo consigo una reorganización de los sacramentos de la iniciación, con este resultado: enseguida del nacimiento, el Bautismo —dado que desde hacía dos siglos se había generalizado el bautismo de niños quam primum y no en la noche de Pascua—; la Confirmación, en la primera visita pastoral del obispo; y la Eucaristía, a la edad de la discreción, antes o después de la Confirmación, dependiendo de la presencia del obispo. Como quiera que desde hacía más de un siglo, concretamente desde el 1080, la liturgia romana era la liturgia de todo el Occidente y se trataba de un concilio ecuménico, la norma lateranense afectó a toda la Iglesia latina. Con ella, quedaba truncada completamente la unidad celebrativa de la iniciación, aunque, de otro lado, hizo más viable seguir la secuencia tradicional de Bautismo, Confirmación y Primera comunión.

Por otra parte, el rito de la Confirmación, que tenía ya su autonomía desde hacía tiempo (s. IX), experimentó algunas variaciones importantes en la diócesis de Metz, donde Durando creó un Pontifical, que pronto sería asumido como el Pontifical oficial romano. Poco a poco fue decreciendo la conciencia teológica y pastoral sobre la relación de la Confirmación con los otros dos sacramentos de la iniciación cristiana, y la teología fue insistiendo cada vez más en que el confirmado es un miles Christi, sin ahondar sobre otras consecuencias teológico-pastorales de la doctrina de Santo Tomás sobre la Confirmación.

d) Un problema añadido. La pastoral de la Confirmación sufrió un nuevo golpe cuando fue instrumentada por la catequesis en algunas diócesis de Francia duran-te el siglo XVII. Hasta ese momento, en efecto, existía la conciencia de que la Confirmación debe preceder a la Primera Comunión, incluso cuando se posponía por la ausencia del obispo. Si éste podía hacerse presente en la comunidad, el orden celebrativo de los sacramentos era éste: Bautismo, Confirmación, Primera Comunión.

El Bautismo seguía considerándose como el sacramento-puerta de la Iglesia y la Eucaristía como la cumbre de los sacramentos. Por otra parte, existía la conciencia de que si un cristiano podía recibir la primera comunión, con mayor motivo podía recibir la Confirmación. Este estado de cosas varió sustancialmente cuando el Sínodo de Toulon estableció que "para asegurar que los niños que se presentan en esta diócesis para confirmar estén suficientemente instruidos, se ordena que sólo se confirmen después de haber hecho la primera comunión" (R. LEVET, L'áge de la Confirmation, "La Maison Dieu" 54 (1958) 121-128). Esta disposición, en efecto, no sólo comportaba una inversión práctica sino teológica de la iniciación cristiana, al perder la Confirmación su originaria y radical orientación hacia la Eucaristía y quedar condicionada por la catequesis, concebida, por lo demás, como instrucción doctrinal. Benedicto XIV desautorizó esta praxis y León XIII apoyó la propuesta pastoral del obispo de Marsella, tendente a restaurar en su diócesis los usos vigentes en el resto de la Iglesia Latina, pues los usos que allí y en otros lugares se seguía estaba "en abierta oposición con la antigua y constante praxis eclesial" (Epist. Abro-gata. Leonis XIII Pontifici Maximi Acta, XIII, Romae 1889, 205-206).

En las décadas posteriores al Vaticano II no siempre se ha tenido en cuenta esta sabia disposición, cuyo último fundamento teológico no es otro que la Eucaristía es la cumbre de todo el organismo sacramental, puesto que posee no sólo la gracia (sacramentos) sino al mismo autor de la gracia, según la enseñanza clásica.

2. Los senderos de la recuperación

La principal objeción que se hacía a la Confirmación era que no aportaba nada al Bautismo, respecto a los fines de la salvación. Esto explica que la teología se esforzase en resaltar los dones específicos de santificación subjetiva que añade la Confirmación a los conferidos por el Bautismo. Tal tendencia ya aparece implícita en el famoso sermón de Pentecostés de Fausto de Riez (segunda mitad del siglo V), donde, con una imagen bastante novedosa en la tradición cristiana, contempla el Bautismo como el alistamiento en el ejército cristiano y la Confirmación como el armamento para la lucha. El Bautismo recluta los soldados de Cristo y la Confirmación les da las armas para combatir.

Esta explicación tuvo gran éxito y sirvió para acentuar la separación entre la pastoral y la teología de la Confirmación. Mientras la teología seguirá el camino de ilustrar los efectos de la Confirmación, la pastoral, en cambio, -sin los elementos operativos que ofrecía el catecumenado y sin una apoyatura doctrinal que presentase los significados y compromisos histórico-salvíficos derivados de la Confirmación- tiene que contentarse con que los cristianos, además del Bautismo, reciban la Confirmación. De este modo, aunque sin pretenderlo, la pastoral contribuirá a que el sacramento sea más un 'rito de despedida' que de reclutamiento y compromiso.

a) La orientación de santo Tomás. Santo Tomás es una excepción en la historia de la reflexión teológica sobre la Confirmación y su doctrina podría haber sido una premisa para el correcto desarrollo de la teología y de la pastoral de este sacramento.

La reflexión tomista gira sobre estos tres ejes: 1) la estrecha conexión existente entre el Bautismo y la Confirmación: "Este sacramento es casi la plena realización del Bautismo (STh., 3, 72, .2 ad 11); 2) la Confirmación es al Bautismo lo que el crecimiento es al nacimiento (STh., 3, q.72, a.2 ad 2 et ad 6); 3) el confirmado es un "adultus spiritualiter" y del mismo modo que se puede nacer por el B. estando en la madurez o vejez, se puede madurar espiritualmente en la edad infantil" (STh., 3, q.72, a.8 in corp).

La doctrina tomista fue el punto de referencia en los siglos posteriores. Pero el hecho de que el mismo santo Tomás no hubiese desarrollado los puntos eclesiológicos subyacentes y, sobre todo, el que su doctrina fuera recibida en un contexto cultural que facilitaba una lectura preconcebida, darían lugar a equívocas interpretaciones teológicas y a problemáticas opciones pastorales.

b) Erasmo y los Reformadores. El punto crítico que puede unas y otras es, sobre todo, el tercero. Precisamente, apoyado en que la Confirmación es un momento de crecimiento y maduración, Erasmo propuso convertir este sacramento en una especie de "ratificación" del Bautismo recibido en edad infantil; propuesta que encontró una acogida muy favorable en la Reforma, pues sin necesidad de reconocer la sacramentalidad de la Confirmación, ofrecía a los creyentes una ocasión para realizar una elección de fe personal refleja.

c) Trento y postrento. El concilio de Trento condenó la doctrina de los Reformadores. Ahora bien, como quiera que la preocupación principal de los padres conciliares era la de salvaguardar la sacramentalidad de la Confirmación, continuó serpeteando dentro de la pastoral católica la inconfesada aspiración de utilizar este sacramento para favorecer una opción más consciente de la fe y de la vida cristiana.

Esta tendencia emergió por primera vez en Francia, durante el siglo XVIII, donde se pospuso la Confirmación hasta los doce o más años por estos motivos. Sin embargo, la tendencia cobró especial vigor en fechas más recientes, sobre todo a partir del decreto Quam singulari de Pío X. Dado que permitía admitir a la primera comunión a los niños que hubiesen llegado al uso de razón (hacia los siete años), muchos vieron en la Confirmación el único sacramento de la iniciación cristiana disponible, de hecho, para impartir una instrucción catequética más profunda y una opción de fe más personalizada. Las opciones pastorales siguieron ahondando el foso que las separaba de la teología, y crearon nuevos problemas, sin resolver apenas la situación de crisis que sufría el sacramento de la Confirmación. Un hecho concreto es la explosión de lo que alguien ha calificado como "pseudoproblema de la edad de la Confirmación" (p. 196), dado que el verdadero problema es el de la Confirmación pospuesta a la Eucaristía, puesto que si ésta es el vértice de la iniciación, no se ve cómo pueda recibirlo el que todavía no está plenamente iniciado.

El nuevo Ordo confirmationis (1971) -publicado como consecuencia de la reforma litúrgica reciente y que debe ser leído a la luz del posterior Ordo Initiationis christianae adultorum (1972) - abre perspectivas doctrinales interesantes, además de resolver algunas cuestiones de relieve sobre el signo sacramental y el ministro. No obstante, desde el punto de vista práctico, todavía no ha sido capaz de sacar a la pastoral del estado de incertidumbre y fluidez en que se encuentra.

3. Orientaciones teológicas para una pastoral de la Confirmación

Para superar esta situación, se requiere un esfuerzo conjunto de la teología y de la pastoral, capaz de remover los procesos disociantes ya aludidos. Esta reflexión debe orientarse a la luz de algunos datos que pueden considerarse adquiridos, según los cuales la Confirmación aparece como un sacramento de la iniciación cristiana, un sacramento del Espíritu y un sacramento que tiene una especial vinculación con la Iglesia.

a) La Confirmación, parte de la iniciación cristiana. La reflexión teológica actual ha puesto de relieve tanto la especificidad de la Confirmación como su conexión e interdependencia con los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía. Los tres forman el 'todo' de la iniciación cristiana. La Confirmación no puede, por tanto, llevar una vida independiente ni autónoma del Bautismo y de la Eucaristía, puesto que del primero es perfección y al segundo está intrínsecamente ordenada.

Así lo entendió y vivió la Iglesia de los primeros siglos, que preparó los tres sacramentos en un marco común de catecumenado y mistagogia, y los celebró en el mismo contexto: la noche de Pascua. La Iglesia actual ha recuperado este marco para los adultos, dado que lo previsto como normal en el Ritual de la Iniciación cristiana de adultos es que los tres sacramentos se vivan nuevamente en el contexto más amplio del catecumenado por etapas y en el de la mistagogia, y tengan lugar en el mismo acontecimiento celebrativo de la Vigilia Pascual.

Este contexto ha de iluminar la pastoral del supuesto de los niños que reciben el Bautismo a los pocos días de su nacimiento y la Confirmación en la adolescencia. No se trata, ciertamente, de reproducir literalmente los pasos que siguen los adultos, entre otras razones porque éstos se preparan a recibir el Bautismo y aquéllos ya lo han recibido. Se trata, más bien, de tener siempre presente que quien ahora se prepara para celebrar la Confirmación es un bautizado que viene a recibir de un modo más pleno el Espíritu Santo y a iniciarse para poder recibir el Cuerpo y la Sangre del Señor.

El adagio clásico de la época de los Padres: 'Confirmatione baptisma perficitur' ('el Bautismo se perfecciona por la Confirmación', 'la Confirmación perfecciona el Bautismo') ha de iluminar cualquier opción pastoral de la Confirmación. Entre las muchas implicaciones que esto conlleva, ésta la principal: Cristo y el Espíritu son dos Personas inseparables. Inseparables en su acción salvífica y también en nuestro camino de adhesión del uno al otro: es Cristo quien nos da el Espíritu -nos lo da a conocer y nos lo envía- porque es 'su' Espíritu y, al mismo tiempo, es el Espíritu quien revela a Cristo a los creyentes y quien realiza su inserción efectiva en Cristo (cf. Ef 1, 17). Baste pensar que Pentecostés, que sella la mayor manifestación del Espíritu, es, a la vez, el coronamiento del Misterio Pascual y el comienzo de la Iglesia y de los sacramentos, frutos ambos de la Pascua.

Desde Pentecostés la acción del Espíritu está en acto y se revela a cuantos, creyendo en Cristo, reciban el Bautismo (cf. Act 2, 15-21, 38-41). Por eso, desde ese momento el Bautismo cristiano es designado siempre como 'Bautismo en el Espíritu', es decir, como un evento salvífico complejo que, renovando al hombre y agregándolo a la comunidad nueva, estructura esta comunidad en la multiplicidad de carismas.

b) La Confirmación, sacramento del Espíritu. Los textos litúrgicos de todos los tiempos, desde los sacramentarios medievales hasta el actual Ordo Confirmationis, no dejan lugar a dudas respecto a la vinculación del Espíritu Santo y la Confirmación. Esta simple constatación exige que la teología aporte a la pastoral los datos precisos sobre el papel que el Espíritu juega en la historia de la salvación, tal y como aparecen en el Antiguo y Nuevo Testamento, para que, desde ellos, pueda realizar opciones válidas de acción.

Los datos más relevantes que ambos Testamentos ofrecen sobre la presencia y acción del Espíritu en la historia de la salvación pueden sintetizarse así. En primer lugar, el Espíritu Santo aparece como el que trasformará a los hombres, sacándoles de un estado de aridez y muerte para introducirlos en una vida nueva (cf. Ez 37, 4-11); vida que dará a los hombres una sensibilidad tan nueva como la del que antes tenía un corazón de piedra y ahora lo tiene de carne (cf. Ez 11, 19; 36, 26-27). En segundo término, el Espíritu constituirá a los hombres en una comunidad de profetas, de testigos de la fidelidad y santidad de Dios y, en última instancia, de la salvación que Dios quiere realizar (Joel 3, 1-5). En consecuencia —y esta sería su tercera gran tarea— el Espíritu Santo trasformará la tierra, convirtiéndola en una verdadera tierra prometida, es decir, en un reino de santidad, paz y justicia (cf. Is 32, 15-16).

Según esto, Dios, por medio del Espíritu, realizará en la época mesiánica y escatológica una renovación radical. Pero tal renovación no será tanto estructural o ideológica, cuanto antropológica. No obstante, 'el lugar' histórico de esa renovación antropológica es la comunidad nueva suscitada por el Espíritu; a través de esta comunidad nueva de profetas y testigos el Espíritu renovará la tierra. Estamos, pues, ante las grandes coordenadas de la salvación y de la acción que en ella desempeña el Espíritu. La pastoral de la Confirmación sólo será adecuada en la medida en que sepa caminar a la luz de esta presencia y acción del Espíritu en la comunidad de salvación que es la Iglesia, en la que dicho sacramento introduce de un modo y con una finalidad nuevos.

c) La Confirmación, sacramento que vincula de un modo nuevo con la Iglesia. La Iglesia aparece siempre en el Nuevo Testamento como una comunidad que se estructura sobre la base de dos magnitudes: la unidad y la multiplicidad. Ambas están tan indisolublemente unidas, que la una no puede realizarse sin la otra y, todavía menos, a costa de la otra.

La unidad viene dada por la única Palabra de Dios, en torno a la cual converge una única respuesta humana, la fe; y del único Cristo, del cual recibe la gracia. La multiplicidad, en cambio, procede o bien de que el servicio a esta única Palabra de Dios —que ha de ser anunciada y actualizada en todos los lugares y tiempos de la historia— sólo puede hacerse mediante la pluralidad de testimonios, o bien porque la experiencia salvífica de la única gracia de Cristo no puede consumarse más que en la multiplicidad de situaciones y estados de vida cristiana. En otras palabras, la unidad está postulada y garantizada por la acción de Dios y la fidelidad del hombre a ella; la multiplicidad está exigida por la historicidad del hombre y garantizada por la fidelidad de Dios a esta misma historicidad. Ahora bien, el Espíritu es el alma de esta doble dimensión de la Iglesia como comunidad de salvación.

Baste pensar que san Pablo, que encuentra el fundamento de la unidad en el Espíritu en que hemos sido bautizados, se remite al mismo Espíritu para justificar la multiplicidad de los carismas y exigir su aceptación y respeto (cf. 1 Cor 123, 4-11). Estas dimensiones de unidad-pluralidad que estructuran a la Iglesia no provienen de la iniciativa humana sino de la iniciativa divina, de la cual las celebraciones sacramentales son signo constitutivo. La unidad y la pluralidad tienen, pues, una connotación sacramental.

Según esto, es plenamente coherente con el dato neotestamentario, afirmar no sólo que el Espíritu nos viene dado por un doble evento sacramental -el Bautismo y la Confirmación-, cada uno de los cuales confirma al otro, sino que mientras el Espíritu que nos otorga el Bautismo constituye a la Iglesia en su unidad, el Espíritu donado en la Confirmación la constituye en la multiplicidad. En otras palabras, la Confirmación es la donación de un Espíritu que confirma la agregación -ya realizada en el Bautismo- a un único Pueblo, confiando a cada uno la multiplicidad de fidelidades a la única Palabra de Dios y a la única gracia de Cristo, indispensable para llevar a cabo la historia de la salvación.

Desde esta perspectiva puede hablarse, en cierto sentido, de la Confirmación como 'sacramento de las vocaciones'. Decimos 'en cierto sentido', para evitar que sea malentendido, como lo fue durante mucho tiempo lo de 'sacramento de la madurez cristiana'. Ser el 'sacramento de las vocaciones cristianas' no quiere decir que la Confirmación descubra a cada cristiano de modo explícito y directo cuál es su papel en la Iglesia -que equivaldría a una concepción cuasimágica del sacramento-, sino que cada bautizado debe buscar e individuar su propio carisma eclesial, según la medida del don del Espíritu, como camino históricamente concreto de realización del Bautismo y de plena y madura pertenencia a la Iglesia. Fuera de los casos extraordinarios, cada uno descubre su propio carisma o vocación por medio de un conjunto de factores, leídos e interpretados a la luz de la fe, vivida en la comunidad a la que los sacramentos nos han dado pertenecer. En términos semejantes hay que entender la relación entre Confirmación y madurez. Apartándose de esta recta orientación trazada por santo Tomás, la teología intentó justificar durante mucho tiempo praxis pastorales diversas -como eran las de celebrar la Confirmación en la infancia y en la edad adulta- recurriendo a explicaciones puramente metafóricas o psicológicas de la madurez cristiana.

En realidad, la íntima relación existente entre el Bautismo y la Confirmación debería haber hecho pensar que la madurez cristiana debe ser entendida en clave eclesial, a saber: como pertenencia a la comunidad de salvación hasta el extremo de hacerse responsable de su misión. Es verdad que el Bautismo implica ya al bautizado en la misión, al agregarlo a la Iglesia; no obstante, es la Confirmación la que lleva dicha implicación a plena madurez, especificándola en sentido vocacional.

En este punto es necesario referirse también al compromiso cristiano que deriva de la Confirmación, para no reducirlo a mero testimonio y entenderlo en sentido vocacional. El testimonio, ciertamente, es necesario. Pero la contribución específica del cristiano a la salvación de la humanidad y a la construcción de un mundo nuevo comporta un modo nuevo de ver el mundo y la historia y, por ello, un espíritu nuevo para construirla. Esto no supone, en contra de lo que aparentemente puede parecer, una justificación teológica de las instancias pastorales que postulan retrasar la Confirmación hasta la edad adulta. Pues la Confirmación no es el aval de un compromiso cristiano ya en acto, sino la acción de Dios que, en su Espíritu funda y constituye un 'poder ser' dilatado en el tiempo. Según esto, el compromiso que deriva de la Confirmación ha de entenderse en sentido vocacional, como se hace con el Bautismo de niños y la vida cristiana. Así lo entendieron la literatura y praxis cristianas de los primeros siglos, para quienes el compromiso cristiano consistía es testificar con la vida los misterios salvíficos de Cristo y del Espíritu, no como simple coherencia o buen ejemplo.

5. Algunas cuestiones más urgentes de la pastoral actual de Confirmación

Tres son, al parecer, los principales problemas que tiene planteada actualmente la pastoral de la Confirmación: la posposición a la Eucaristía, la ausencia total de un catecumenado y el ministro.

a) Posposición de la Confirmación a la E. El mayor problema, quizá, consiste en haber aceptado -de modo pasivo o activo, pero siempre cuasi definitivo- posponer la C. a la Eucaristía, que es tanto como dar por buena la ruptura del ritmo teológico y celebrativo de la iniciación cristiana. El problema se agudiza cuando dicha preterición se postula como el ideal al que debe tender una 'pastoral madura y responsable de la Confirmación'.

Cuatro son las razones que justifican este grave aserto. En primer lugar, la infidelidad sacramental que comporta esta praxis, pues la pastoral sacramental no debe servirse de, sino servir a los sacramentos; éstos nunca deben instrumentalizarse, aunque sea por intenciones y objetivos nobles. En segundo término, porque los argumentos que se aducen para justificarla son sólo aparentemente objetivos y no resisten una lectura de fe de la situación. Además, porque los fines que se propone esta pastoral, no los alcanza frecuentemente. Por último, porque en lugar de resolver los actuales problemas pastorales crea otros mayores. Baste pensar, por ejemplo, en los niños que se bautizan en la edad escolar y en los esposos que reciben la Confirmación después del matrimonio. En el primer supuesto, que ya comienza a presentarse en las grandes ciudades y tiende a incrementarse, podría resultar que -según el Ritual de la Iniciación cristiana de adultos- unos niños que proceden ordinariamente de familias escasamente practicantes y con una praxis cristiana no luminosa, se encontrarían en una situación privilegiada respecto a los niños de su misma edad, que han recibido el Bautismo nada más nacer, precisamente porque sus padres eran practicantes e incluso militantes cristianos.

En el segundo caso puede suceder que la Confirmación se posponga al matrimonio para posibilitar que los esposos tengan una preparación que ahora resulta imposible por la proximidad de las nupcias. Esta postura, comprensible en cuanto a intenciones, no deja de poner de relieve que la Confirmación es una especie de motivo ornamental, que se quita y pone en el lugar que más convenga. Parece que la lógica cristiana pide que, en supuesto de diferir, debería ser el Matrimonio, no la Confirmación. Todos estos problemas y planteamientos incorrectos se obviarían si la Confirmación quedara bien integrada en un catecumenado, como ahora diremos.

b) Catecumenado. Los datos que aporta la pastoral de la Confirmación realizada a lo largo de los siglos ponen de manifiesto, de una u otra manera, la preocupación de dotar a este sacramento de algún tipo de catecumenado. El objetivo parece laudable, con tal de que, por una parte, no se quiera copiar al pie de la letra el catecumenado que practicó la Iglesia en unos momentos y situaciones culturales y religiosas tan distintas de las nuestras y, por otra, se contemple la idea de un catecumenado prevalentemente, aunque no exclusivamente, postsacramental. Las grandes coordenadas de este catecumenado son dos: su función formativa y el compromiso de toda la comunidad cristiana.

Función formativa del catecumenado de Confirmación. El catecumenado es, ante todo, una realidad pastoral que consiente tener una experiencia gradual e integral del hecho y de la existencia cristiana. Ciertamente, comporta 'la entrega' y 'aceptación' de unos contenidos catequéticos; pero la actividad catequética no es ni la única ni la más importante. Junto a los contenidos doctrinales básicos, el catecumenado debe proporcionar la educación necesaria para que la Palabra de Dios, tal y como la entiende la Iglesia, se convierta en el criterio supremo para enjuiciar y valorar cualquier situación histórica. Se trata, por tanto, de formar una mentalidad, un modo de ver y sentir la realidad según la novedad cristiana. Además, ha de favorecer un estilo de vida cristiana, que se manifiesta en la fidelidad a la voluntad de Dios como Padre, en la práctica de las virtudes, en la oración personal y comunitaria, y en participación en la vida comunitaria para realizar la misión que le es propia, mediante un continuo apostolado en el propio ambiente, trabajo y familia.

La comunidad cristiana. Precisamente, porque el catecumenado no se limita a una docencia doctrinal, no se agota en la relación catequista-catequizando/s sino que abarca a toda la comunidad. En este sentido, es preciso correlacionar los diversos contextos catequéticos: la familia, la parroquia, el colegio, las asociaciones apostólicas, etc. En una sociedad tan abierta y plural como la presente, la coordinación, entre parroquia y familia es imprescindible. De hecho, una familia cristiana es, de modo ordinario, la única y verdadera garantía de un catecumenado postscramental. Situada en este horizonte, la pastoral despejaría en buena medida las dificultades y problemas que conllevaría celebrar la Confirmación antes de la Primera Comunión, puesto que la Confirmación sólo se diferiría en el caso de los que pertenecen a familias que no dan ninguna garantía o las dan insuficientes; bien entendido, que en este supuesto, habría que diferir la Primera Comunión. Por lo demás, la comunidad cristiana es necesaria para realizar, en la práctica, la búsqueda y descubrimiento de la propia vocación.

c) El ministro de la Confirmación. La praxis eclesial no presenta ninguna duda sobre este particular: la Confirmación está vinculada con el obispo. En Oriente, él es el que bendice el myron, aunque el presbítero sea ministro ordinario; en Occidente, el obispo es el ministro originario y ordinario, aunque el presbítero sea en ocasiones ministro extraordinario. Hay dos casos que pueden iluminar el problema pastoral del ministro: el de los presbíteros que pueden confirmar en peligro de muerte y en la iniciación cristiana de adultos.

Dado que el obispo no puede estar presente, podría pensarse en una concesión ordinaria a los párrocos para confirmar en el supuesto que aquí se contempla, es decir, en una nueva situación en la que la Confirmación precedería a la Primera Comunión, tanto si ambos sacramentos se celebraban en la misma ocasión como en dos momentos distintos. Desde el punto de vista teológico no hay ninguna dificultad, como atestigua la praxis de Oriente. Por lo demás, si el presbítero puede celebrar el sacramento-cumbre de la iniciación cristiana —la Eucaristía— y el que da acceso y es fundamento de todos los demás —el Bautismo—, con mayor razón podría conferir el de la Confirmación.

BIBL. — CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Ritual de la Confirmación, Madrid 1976; la gestación y problemática fundamental en A. BUGNINI, La reforma litúrgica, Madrid, BAC 1999, 523-543; COMISIÓN EPISCOPAL ESPAÑOLA PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Sobre algunos aspectos doctrinales del Sacramento de la Confirmación (24.10.1991).

José Antonio Abad Ibáñez