Carta apostólica para los
directores espirituales
Pío XII
5 de septiembre de 1956
La próxima "Reunión de los Directores
Espirituales de Italia" que una vez más han de encontrarse aquí en Roma
bajo los auspicios de este S. Dicasterio, ofrece al Padre Santo la agradable
ocasión de complacerse por el celo de Vuestra Eminencia Reverendísima y de sus
colaboradores, atentos a promover todo cuanto redunde en provecho de los
seminaristas.
Su Santidad anima paternalmente, y con mucha
confianza, a esa Reunión, y se alegra tanto más cuanto que conoce bien la
delicadeza y las dificultades del silencioso trabajo de estos sus amados hijos,
a quienes se halla confiado campo de esperanzas tantas para la Iglesia. Pues, si
en verdad se ha llamado "arte de las artes" al oficio de formar las
almas juveniles, mejor aún se cumple ello cuando se trata de preparar a las
responsabilidades del mañana a quien habrá de ser, en la Iglesia, guía de la
grey, luz que brilla sobre el candelabro, sal que preserva y da sabor.
2. El Sumo Pontífice encuentra también muy
interesante el programa de los trabajos, muy adaptado a las ansias y
preocupaciones que hoy angustian tanto a los directores espirituales de los
candidatos al sacerdocio. Los seminaristas de nuestro tiempo, de hecho,
pertenecen -también ellos- a una generación que ha tenido la desgracia de
asistir a la tragedia de guerras crueles y a profundos trastornos religiosos y
sociales: ello hace difícil, a veces, comprender y dirigir con mano segura sus
almas. Añádase que la necesidad de adaptar el apostolado a las necesidades y a
la mentalidad de la vida moderna arrastra a muchos a intentar caminos nuevos no
perfectamente conformes a la ortodoxia, a tener en menor estima la vida
interior, sin la cual la acción se convierte en agitación y desorden, y en
consecuencia a atenuar los peligros de un mundo, a cuyos sugestivos atractivos
mal podría sustraerse el sacerdote no templado fuertemente en la oración, en
la penitencia, en el espíritu de unión con Dios.
3. Frente a tales problemas, el buen director de espíritu
se dará buena cuenta de que hoy como nunca es necesario inculcar con
insistencia en los seminaristas la estima de la vida interior y la observancia
de la disciplina eclesiástica. Su palabra será avalorada por la oración, por
el ejemplo, por el amor de las almas. Mas recuerde muy bien que la dirección
espiritual es también un arte, y que como tal exige de él preparación cuidada
y esfuerzo continuo, ya para aprender sus reglas, ya para estar al corriente de
las normas directivas de la Iglesia, ya también para ayudarse con todos
aquellos medios y subsidios que el progreso de las ciencias puede hoy ofrecerle
para comprender cada vez mejor la psicología juvenil. Confiarse a la
improvisación o a conocimientos empíricos e insuficientes en un campo tan
complejo sería temeridad que concluiría estorbando, en vez de ayudarla, la
obra del principal agente, guía y motor de las almas.
Por ello, no será inútil a los fines de este
Congreso -que tiene como fin profundizar en los varios problemas y aprovechar
las comunes experiencias de todos-, el meditar las graves palabras de San Juan
de la Cruz: No es culpa ligera hacer perder a un alma bienes incalculables...
por su temerario consejo. Quien yerra por temeridad, mientras se halla obligado
a asegurarse bien -como cada uno lo está en su propio oficio- no lo hará
impunemente, sino que recibirá un castigo merecido en proporción al daño que
haya hecho; porque los negocios de Dios deben tratarse con mucha ponderación y
con los ojos abiertos.
Con el augurio de abundantes frutos, de los que es
garantía la responsabilidad de todos los participantes, el Augusto Pontífice
bendice el próximo Congreso, a cuantos en él intervendrán y singularmente a
sus promotores y ponentes.