VOS
ARGENTINAE EPISCOPOS
Pío
XI
Carta
al Episcopado Argentino
4
de diciembre de 1931
Con suma satisfacción Nuestra hemos sabido que
vosotros, los Obispos argentinos, siguiendo las insinuaciones de Nuestro Nuncio
en esa noble nación, habéis determinado organizar, de nueva manera y con suma
diligencia, la así llamada Acción Católica. Conocedores de vuestra eximia
prudencia, abrigamos la cierta esperanza de que por medio de una decidida Acción
Católica habrán de recogerse en esa grande y floreciente República óptimos
frutos de bienestar, tanto más cuanto que os habéis propuesto en todo ello
seguir las normas que en más de una ocasión hemos prescrito.
2. Y puesto que en diversas ocasiones hemos tratado
ya acerca de la naturaleza, la finalidad y la necesidad de la Acción Católica,
tan digna de promoverse singularmente en estos tiempos, no Nos parece necesario
insistir más en ese particular, porque no ignoramos que todo ello os es
enteramente conocido. Permítasenos, con todo, recordar que la Acción Católica
no es otra cosa sino la ayuda que prestan los seglares a la Jerarquía eclesiástica
en el ejercicio del apostolado, y que esa Acción Católica ha nacido junto con
la Iglesia, y ha asumido recientemente nuevas maneras y formas nuevas, para
responder más cumplidamente a las necesidades de los tiempos presentes. Y
precisamente porque es apostolado, no se contenta tan sólo con la santificación
propia, bien que ésta es el fundamento necesario, sino que atiende a la mayor
santificación de los demás por medio de la acción organizada de los católicos,
quienes, siguiendo en todo la dirección impuesta por la Jerarquía, ayudan
valiosamente a dilatar en las naciones el reinado de Cristo. Nobilísimo, por lo
tanto, es el fin de la Acción Católica, puesto que coincide con la finalidad
misma de la Iglesia, según aquello: La paz de Cristo en el reino de Cristo.
3. Y aunque la Acción Católica se extiende a todos
los fieles y abarca toda suerte de iniciativas buenas de los mismos, de ninguna
manera síguese de ahí que hayan de suprimirse aquellas asociaciones
religiosas, que en todo tiempo fueron tan beneméritas en la causa católica, en
especial las que de antiguo se dedican a la educación y piedad de los jóvenes.
Aun más, puesto que dichas asociaciones cooperan intensamente a que los espíritus
se formen en la virtud y moral cristianas, no hay duda de que la Acción Católica
ha de reportar de estas asociaciones valiosa ayuda y acrecentamiento. No menor
utilidad se ha de seguir para ella de las asociaciones económico-sociales; y,
para quitar todo motivo de dudas, conviene advertir que tales agrupaciones
-aunque ajusten su actividad a las normas y principios de la Acción Católica-
tienen su verdadero carácter en el ayudar a los hombres, ora en sus problemas
económicos, ora en los profesionales, y de esto sólo ellas responden. En lo
que toca a la religión y moral, dichas sociedades dependen por completo de la
Acción Católica, a la cual han de obedecer como las demás instituciones de
apostolado, si es que desean cooperar.
4. Todavía ha de cuidarse más aún de que la Acción
Católica no actúe en los partidos políticos, pues por su misma naturaleza ha
de mantenerse ajena del todo a las disensiones que originan. Pero con esta norma
y prescripción no pretendemos en modo alguno el impedir a los católicos el que
particularmente puedan intervenir en los asuntos políticos, con tal que sus
programas y actuación no repugnen a las normas de la Iglesia y a la doctrina
católica: más aún, nada prohíbe el que los católicos pertenezcan de hecho a
partidos políticos, con tal que ni sus doctrinas, ni su actuación se opongan a
las santas leyes de Dios. Por otra parte, aunque la Acción Católica, según ya
hemos manifestado otras veces, ha de mantenerse al margen de los partidos políticos,
contribuirá, no obstante, grandemente al bien común de la sociedad, ya
logrando el más amplio cumplimiento de los mandatos de la religión católica
-fundamento de la prosperidad pública-, ya excitando animosamente a sus socios
hacia una perfección tal de la vida cotidiana que, formando como una sagrada
falange, promuevan y defiendan los intereses no sólo de la Iglesia sino también
de la misma sociedad civil. Y si las actuaciones políticas fueren alguna vez
contrarias a la doctrina y moral católica, la Acción Católica no sólo puede
sino que está obligada a actuar, y ello, sin tener en cuenta interés alguno
particular, y dirigiendo la actividad de los católicos al mejor bien de la
Iglesia y al de las almas, que tanta relación tienen con el aumento del
bienestar público.
5. Después de haber tratado brevemente hasta aquí
acerca de la naturaleza y el fin de la Acción Católica, queremos hablaros con
más detalle sobre la necesidad de preparar lo mejor posible al clero y a los
hombres escogidos dentro de los católicos para que por medio de esta vuestra
actuación tan noble la Acción Católica pueda quedar firmemente constituida, y
ello según un plan tan nuevo como excelente.
6. Ante todo, es de suma necesidad que tanto el
clero como los fieles conozcan muy bien no sólo la naturaleza, actuaciones y métodos
de la Acción Católica, sino también el deber que tienen -bien que en forma
distinta- los sacerdotes y seglares de promover esta forma de apostolado, que en
realidad comenzó, según ya dijimos, aun en los primeros tiempos de la Iglesia;
deben conocer, asimismo, la necesidad de la Acción Católica, sus muchísimos
beneficios, tanto en el orden sobrenatural como en el natural, con gran provecho
así para la Iglesia como para el Estado.
Y en lo que toca al clero, ha de tenerse muy en
cuenta, en esta cuestión tan santa, que la Acción Católica, aunque sea acción
de seglares, por su propia naturaleza no puede comenzar, ni adelantar, ni dar
sus frutos peculiares sin el trabajo constante y diligente de los sacerdotes. A
éstos corresponde el vigilar para que aquellos, en sus actividades, no se
aparten del recto camino que deben seguir, cumpliendo siempre con la plena
fidelidad debida las normas de la Jerarquía eclesiástica. Corresponde, además,
a los sacerdotes la íntegra formación de los miembros de la Acción Católica,
singularmente de los que en su día habrán de llegar a ser dirigentes, pues tan
sólo los sacerdotes, que son ministros de Cristo y dispensadores de los
misterios de Dios[i] reciben tanto el divino
mandato como las gracias necesarias para su acción.
Pero nadie puede ser apóstol si antes no tuviere
las debidas virtudes cristianas, pues bien sabido es que no podrá imbuir a los
demás con el espíritu de Cristo el que no arda en ese mismo espíritu según
el principio: "Nadie da lo que no tiene". Esta formación cristiana de
las almas, confiada en primer lugar a la actividad sacerdotal, es tan necesaria
que, si ella falta, el apostolado no podría ni durar largo tiempo ni ser fructífero.
7. Sabemos muy bien cuánto trabajo y entusiasmo ha
de poner el clero para lograr esta empresa a la que con tanto cariño se
consagra. Pero, ¿no es llena de trabajo y de sufrimiento como ha de ser la vida
misma del Sacerdote? Trabajos y sufrimientos, que irán seguidos de no pocos
beneficios, porque los sacerdotes, en los miembros de la Acción Católica, no sólo
encontrarán colaboradores activos y fieles que multiplicarán
extraordinariamente su propio apostolado, sino que ellos [los seglares] llegarán
a donde los mismos sacerdotes no podrían llegar.
8. Añádase a todo esto el que no pocos jóvenes,
encuadrados en la Acción Católica, llegarán a sentirse llamados a la herencia
del Señor, según por la experiencia se ha comprobado ya en otras partes; y así
se verá aumentado en número el clero, tan exiguo en algunas de vuestras diócesis.
9. No ignoramos, Venerables Hermanos, la gran
solicitud pastoral con que procuráis que vuestro clero se haga cada día más
apto para ejercer lo que de ellos requiere la Acción Católica. Y a esa vuestra
solicitud se debe el que algunos de vuestros sacerdotes o seminaristas hayan
sido enviados ya por vosotros a esta Ciudad Eterna, sede de San Pedro, para que
de más cerca puedan conocer Nuestros criterios en esta materia. Nos
congratulamos de ello, y aplaudimos vuestra determinación, como cumplidamente
se merece.
10. Por lo que toca a la preparación de los
seglares que han de ser miembros de la Acción Católica, juzgamos que es muy útil
recordaros lo que manifestamos desde el mismo comienzo de Nuestro Pontificado, a
fin de que aquellos entren en la Acción Católica en gran número y dignos de
ella -esto es- que la Acción Católica, como apostolado, es obligación tanto
de los sacerdotes como de los fieles, pues surge del mandato mismo universal de
amar a Dios sobre todas las cosas y de amar a los demás como a nosotros mismos.
Quien ama a Dios no puede menos de querer que todos le amen, y quien
verdaderamente ama a su prójimo, no puede menos de desear la salvación eterna
del mismo, y trabajar en ese sentido. En este principio, como en su fundamento,
radica el apostolado, porque el apostolado no es sino el ejercicio de la caridad
cristiana, que obliga a todos los hombres. Pero, además de ser un deber de
caridad, el apostolado es como una obligada acción de gracias a Jesucristo,
porque, ciertamente, cuando hacemos copartícipes a los demás de los dones
espirituales que nosotros hemos recibido de la divina largueza, satisfacemos el
deseo del Corazón dulcísimo de Jesús, que no anhela otra cosa sino ser
conocido y amado, según El mismo lo proclama en su Evangelio: Fuego vine a
traer a la tierra, y ¿qué otra cosa ansío sino que se inflame?[ii].
11. A más de ello, las necesidades de los tiempos
exigen que según varían la vida, las costumbres y demás cosas con ellas
relacionadas, se ejerciten también el clero y los seglares en las nuevas formas
de apostolado cristiano, que fueren oportunas. De buen grado, pues, aprobamos la
Acción Católica, tal como la queréis renovar ahí, pues esta forma de
apostolado responde mejor que ninguna otra a las necesidades de nuestros
tiempos, según Nos consta por la experiencia de Nuestro ya largo pontificado.
12. Los párrocos y los demás sacerdotes, por muy
afanosa y constante que sea su actividad, son insuficientes para poder acudir a
todas las grandes necesidades a que en estos tiempos debe atender el apostolado.
13. Conviene, pues, que el clero tenga muchos y
escogidos colaboradores, que propaguen doquier la verdad y los beneficios de la
religión: estos colaboradores son las asociaciones de la Acción Católica. Por
ello, Nos ha llenado de alegría el saber -por las consultas que habéis
dirigido- que deseáis, ajustándoos a Nuestros deseos, constituir en la
Argentina una muy vasta organización de los católicos en un solo cuerpo, de
tal suerte que comprenda las cuatro ramas de la Acción Católica -Hombres,
Mujeres, Juventud masculina y Juventud femenina-, asociación que bajo la
prudente dirección de los Obispos y de los consiliarios o representantes de
aquellos, al ejercitar su apostolado auxiliar de la Iglesia en cualquier campo
que exija su actividad, instaurará cumplidamente entre vosotros el reino de
Cristo.
14. Para que más íntimamente se unan entre sí las
diversas sociedades, habéis constituido Juntas -según laudablemente se ha
hecho ya en otras partes-, esto es, el Consejo que ha de ser como el centro y la
cabeza de toda la nación, las Juntas diocesanas y las Juntas parroquiales;
Juntas que, además de conducir a la unidad de toda la Acción Católica (y en
ello está la fuerza de cada una de las asociaciones), contribuirá a confirmar
la obediencia a la Jerarquía eclesiástica, lo que constituye un magnífico
privilegio y la garantía de una vida fecunda y duradera de apostolado.
15. Además de esta magna institución, que bien
podrá llamarse la Acción Católica oficial, hay entre vosotros también
otras asociaciones, cuyo fin es promover la piedad y la formación religiosa o
la caridad y la beneficencia, asociaciones que no ha mucho denominamos Nos, en
cierta ocasión, auxiliares de la Acción Católica, pues llevan a la práctica,
por sí mismas, algunos de los fines de la Acción Católica, y, además, pueden
y deben traer hacia ésta otros elementos muy bien preparados y activos.
Os felicitamos, pues, vivamente porque vosotros,
Venerables Hermanos, pensáis serviros de tan beneméritas asociaciones para
incrementar la Acción Católica. Ello se logrará con mayor facilidad si, como
esperamos, las asociáis a la Acción Católica, disponiendo oportunamente las
modalidades de su incorporación de tal suerte que, conservando cada una sus
propios fines y las formas peculiares de su organización, se apreste a cooperar
por su parte, en la actividad de la Acción Católica.
Finalmente, no Nos resta sino daros las gracias más
cumplidas por cuanto hasta ahora habéis hecho para implantar la Acción Católica.
Y sabiendo perfectamente que ningún bien pueden hacer los hombres si Dios no
bendice a tiempo su crecimiento, en señal de Nuestra paternal benevolencia, y
con el deseo de todos los dones celestiales, a vosotros, Venerables Hermanos, y
a todos cuantos os ayudan en vuestros trabajos por la Acción Católica,
concedemos de todo corazón en el Señor la Bendición Apostólica.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 4 de diciembre
de 1931, año noveno de Nuestro Pontificado.
PÍO XI