Este Movimiento de unidad y fraternidad universal tuvo sus comienzos en los tiempos de odio y de violencia de la segunda guerra.
En 1943, en Trento, Chiara Lubich con sus primeras compañeras, redescubre el Evangelio. Juntas lo viven cotidianamente, comenzando por los barrios más pobres de la ciudad.
Su vida
personal y colectiva da un salto de calidad. Aquel primer grupo muy pronto se
convierte en un Movimiento que se difunde, primero en Italia, después en Europa
y en el mundo.
Inicia una nueva
corriente de espiritualidad centrada en el amor, expresado en el Evangelio, que
suscita un Movimiento de renovación espiritual y social: la
espiritualidad de la unidad, típicamente comunitaria.
Genera un estilo de
vida que, inspirándose en los principios cristianos -sin descuidar, es más,
poniendo en evidencia los valores paralelos en otros credos y culturas- responde
a la tan difundida pregunta sobre el sentido de la vida y la autenticidad y
contribuye a llevar al mundo paz y unidad: caen prejuicios, las semillas de
verdad y de amor presentes en las distintas culturas se convierten en una
riqueza recíproca; se abren nuevos horizontes en los distintos ámbitos de la
sociedad: cultura, política, economía, arte.
Por esta
espiritualidad, vivida en los más variados ambientes y culturas, se han abierto
diálogos fecundos: en el mundo
católico entre individuos, grupos, Movimientos y asociaciones, para
contribuir a reforzar la unidad; entre cristianos
de diversas Iglesias para favorecer la plena comunión; entre creyentes
de varias religiones y personas de convicciones
distintas. Juntos nos encaminamos hacia esa plenitud de la verdad y
esa fraternidad universal a la que todos tendemos.
El Movimiento, por la variedad
de las personas que lo componen -jóvenes y adultos, niños y
adolescentes, familias y sacerdotes, religiosos y religiosas de distintas
congregaciones y también obispos- aun siendo una única realidad, se articula
en 18 ramas.
Poco a poco se han
desarrollado varias concretizaciones entre las cuales, en el campo de la Cultura,
la Escuela Abbá para la elaboración de una cultura renovada; en el de la
Economía, el proyecto para una Economía de
Comunión en la que están comprometidas más de 700 empresas; ciudadelas
de testimonio, obras sociales, casas editoriales
y revistas.
El
Movimiento de los Focolares se sitúa en ese fenómeno del florecimiento de los
Movimiento Eclesiales que el Papa ha definido "una
respuesta suscitada por el Espíritu Santo ante este dramático reto del fin del
milenio".
Ha sido
aprobado por la Santa Sede desde 1962 y, con los sucesivos desarrollos, en 1990.
Han sido varios los reconocimientos de las Iglesias Ortodoxa, Anglicana y
Luterana; de las distintas religiones y de organismos culturales e
internacionales.
LOS ORIGINES
contados
por Chiara Lubich
Un
ideal por el cual gastar la vida
Una
promesa que se mantiene siempre
Un
nuevo estilo de vida
El
vértice del amor
Para
esas palabras nosotras habíamos nacido
Alegría,
luz, paz
Quien
a vosotros escucha, me escucha a mí
El
primer grupo se convierte en Movimiento
Pruebas
y frutos
En
cada rincón de la tierra
¿Dónde está el secreto?
Un
ideal por el cual gastar la vida
Tenía 23 años
y mis amigas tenían la misma edad o incluso eran más jóvenes. Estábamos en
Trento, nuestra ciudad natal, y la guerra arreciaba destruyendo todo.
Cada una de nosotras tenía sus sueños. Una quería formar una familia y
esperaba que el novio regresara del frente. Otra deseaba una casa. Yo veía mí
realización en el estudio de la Filosofía... Todas teníamos objetivos e
ideales por delante.
Pero el novio no regresó más; la casa fue destruida; el estudio de Filosofía no lo pude continuar por los obstáculos de la guerra. ¿Qué hacer?
¿Existirá
un ideal que ninguna bomba pueda destruir, por el cual valga la pena
gastar la vida? Y enseguida una luz: sí, existe.
Es Dios,
que, precisamente en esos momentos de guerra y de odio, se nos revela como lo
que realmente él es: Amor.
Dios Amor, Dios que ama a cada una de nosotras.
Fue un instante. Decidimos hacer de Dios la razón de nuestra vida, el Ideal de
nuestra vida.
¿Cómo?
Quisimos entonces hacer como hizo Jesús, hacer la voluntad del Padre y no la
nuestra.Es más, nos propusimos ser otros pequeños Él. Sabíamos que cada
cristiano es ya otro Jesús, por el Bautismo y por la fe. Pero sólo en modo
incipiente, podríamos decir. Para serlo plenamente era necesario hacer toda
nuestra parte.
Nos lo propusimos.
Una
promesa que se mantiene siempre
La guerra
era despiadada, no daba tregua.
Teníamos
que ir más de una vez al día y también de noche, a los refugios hechos en la
roca. Cuando sonaban las alarmas había que correr y no podíamos llevar nada
con nosotros, más que un pequeño libro: el Evangelio.
Allí encontraríamos cómo hacer la voluntad de Dios, cómo ser otros Jesús. Lo abríamos y lo leíamos.
Y esas palabras, leídas tantas veces, nos parecían totalmente nuevas, como si una luz las iluminara una por una y un impulso interior nos empujara a vivirlas plenamente. "Cualquier cosa que hayas hecho al más pequeño de mis hermanos a Mí me la hiciste". Y, he aquí que, saliendo del refugio buscábamos, durante toda la jornada, a los "más pequeños" para poder amar en ellos a Jesús: eran los pobres, enfermos, heridos, niños... Los buscábamos por las calles, tomábamos nota de cada uno para poderlo ayudar. Los invitábamos a nuestra mesa reservándoles el mejor lugar. Preparábamos comida para todos. Y, aun no teniendo medios, no nos faltaba nada, porque el Evangelio dice: "Dad y se os dará". |
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Nosotras dábamos y volvían sacos de harina, manzanas, los
paquetes llenaban cada día el pasillo de nuestra casa.
El Evangelio nos decía: "Pedid y se os dará".
Pedíamos "necesito un par de zapatos número 42 para Ti (en el
pobre)", le decíamos a Jesús ante el sagrario y saliendo de la Iglesia
una señora nos entregaba un par de zapatos número 42.
El Evangelio exhortaba: "Buscad el Reino de Dios... y
lo demás se os dará por añadidura". Tratábamos de que Jesús reinara en
nosotros y llegaba todo lo que necesitamos. No hacía falta preocuparse por
nada; así muchas veces, así siempre.
Éramos felices. Todas las promesas del Evangelio se
verificaban, nos parecía vivir en un continuo milagro.
Sabíamos que el Evangelio es verdadero, pero aquí lo constatábamos.
Todas las palabras del Evangelio nos atraían, sobre todo las que se referían al amor. Tratábamos de hacerlas nuestras. Pero quien ama está en la luz. "A quien me ama -dijo Jesús-, me manifestaré". Entendimos que Dios no pide sólo que amemos a los "más pequeños", sino a todos los que encontramos en la vida.
Mientras tanto, otras jóvenes y luego muchachos se unían a nosotras para vivir
la misma experiencia.
Los peligros de la guerra continuaban. Las bombas caían incluso sobre nuestro refugio. Aunque éramos jóvenes podíamos morir.
Surgió un deseo en nuestro corazón: hubiéramos querido saber, de entre todas
las palabras de Jesús, cuál era la que más le gustaba. Querríamos vivirla
profundamente en los que podrían haber sido los últimos instantes de nuestra
vida.
La encontramos. Es ese mandamiento que Jesús llama "nuevo" y "suyo": os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como Yo os he amado".
Reunidas en círculo, unas junto a otras, nos miramos a la cara y cada una le
declaró a la otra: "Yo estoy dispuesta a morir por ti. Yo por ti".
Todas por cada una.
Se hacía todo cuanto era nuestro deber (trabajo, estudio, oración, descanso),
pero sobre esta base. El amor recíproco era nuestro nuevo estilo de vida, nunca
debía faltar y, si faltaba, volvíamos a establecerlo entre nosotros.
Ciertamente no era siempre fácil, no era fácil enseguida; se necesitaba una
gimnasia espiritual durante años para lograrlo siempre.
No
obstante, pronto conocimos el secreto para mantenerlo, cómo vivir aquél
"como Yo les he amado", según la medida de Jesús.
En una circunstancia supimos que Jesús sufrió mucho más cuando, en la cruz, tuvo la terrible impresión de ser abandonado por su Padre y gritó: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". En un ímpetu de generosidad, en el cual no estaba ausente ciertamente una particular ayuda de lo alto, decidimos seguir a Jesús así, amarlo así. Y fue justamente en ese grito suyo, cumbre de su pasión, donde encontramos la clave para mantenernos siempre en plena comunión entre nosotros y con todos. Jesús ha experimentado la más tremenda división, la más terrible separación, pero no ha dudado y se ha vuelto a confiar plenamente al Padre: "En tus manos encomiendo mi espíritu". |
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Siguiendo
su ejemplo, y con su ayuda, no habría habido divisiones en el mundo que
pudiesen detenernos. Nuestro amor recíproco podría ser siempre una maravillosa
realidad.
Nosotras
habíamos nacido para aquellas palabras
Un día,
para protegernos de la guerra, nos encontramos en un refugio y a la luz de una
vela abrimos el Evangelio. Era la solemne página de la oración de Jesús antes
de morir: "Padre, que todos sean uno". Tuvimos la impresión de
comprenderla, aunque es difícil, pero sobre todo nos quedó la neta sensación
de que nosotras habíamos nacido para aquellas palabras, para la unidad, para
contribuir a realizarla en el mundo.
El mandamiento nuevo, que nos esforzábamos en mantener
siempre vivo entre nosotras, realizaba precisamente la unidad.
Y la unidad es portadora de una realidad extraordinaria, excepcional, divina,
del mismo Jesús: "Donde dos o tres están reunidos en mi nombre (es decir,
en su amor), yo estoy en medio de ellos". Donde está la unidad está Jesús.
Y porque
estaba Jesús, porque vivía entre nosotras y en nosotras, no se podía dejar de
advertir su presencia.
Se advertía una alegría que no se había probado nunca, se experimentaba una
paz nueva, un nuevo ardor; una luz iluminaba y guiaba el alma...
Y, porque
estábamos unidos y Jesús estaba entre nosotros, el mundo a nuestro alrededor
se convertía.
"Que
sean uno para que el mundo crea", había dicho Jesús. He aquí que muchas
personas volvían a Dios, muchos otros descubrían a Dios por primera vez.
Y porque
Jesús estaba entre nosotros, llamaba. Florecían así distintas vocaciones: había
quien quería consagrarse a Dios en la virginidad para realizar la unidad por
doquier, y nacían los focolares; quien, inclusive casándose, se ponía
totalmente a disposición de Dios; quien entraba en el convento..., quien se hacía
sacerdote...
Se conocía también el odio del mundo prometido por Jesús, pero se experimentaba que Él , en medio nuestro, es más fuerte: no dejaba a nuestro alrededor las cosas como estaban , sino que iluminaba también la economía, la política, el trabajo, las estructuras sociales. Cristificaba la sociedad que nos circundaba, la hacía nueva.
Y dado que Jesús es vida, crecíamos continuamente en número. Al cabo de dos
meses de nuestro inicio, éramos quinientos, de diferentes edades, categorías
sociales, de ambos sexos, de toda vocación.
Quien
a vosotros escucha, me escucha a mí
Nos parecía
que no éramos otra cosa que cristianos, nada más que cristianos, que se
esfuerzan en poner en práctica el Evangelio.
No obstante, advertíamos la exigencia de expresarle
nuestra experiencia al Obispo. Su juicio para con nosotros habría sido el de
Jesús, de Jesús que, hablándole a sus apóstoles, había dicho: "Quien a
vosotros escucha, a mí me escucha".
Y el Obispo aprobó: "Aquí está el dedo de Dios" -dijo-.
Y seguimos adelante.
El
primer grupo se convierte en Movimiento
Aquel
primer grupo creció, se convirtió en Movimiento y, año tras año, se
difundió como una explosión, primero en Italia, luego en toda Europa y
ahora, después de un camino de más de 50 años, está presente, se puede
decir, en todas las naciones del mundo. |
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El Espíritu diseñó a lo largo de los años, las líneas que esta Obra debía asumir paso a paso.
La luz fue muy abundante, más de lo que podemos expresar.
Las pruebas nunca han faltado porque al árbol que da frutos se le poda. Y los
frutos fueron innumerables. Así se puede ver, también a través de este
Movimiento, lo que puede hacer Jesús si nosotros los cristianos, no obstante
nuestra pequeñez y nuestra miseria, nos esforzamos en dejar que él viva, en
nosotros y en medio de nosotros.
Llevar el
amor de Jesús por doquier. Querríamos que el amor se propagase en cada rincón
de la tierra.
Llevar la unidad incrementándola al campo religioso y humano, entre las
personas, entre los grupos y entre los pueblos.
Esto se hace al lado y en colaboración con todas las realidades de la Iglesia
surgidas a lo largo de los siglos, con las nuevas asociaciones -Movimientos,
grupos- que caracterizan estos tiempos, con decenas de miles de cristianos de
otras Iglesias. Incluso fieles de otras religiones y personas de buena voluntad
se sienten atraídas por la viva fraternidad que allí encuentran.
El secreto está en haber arriesgado al inicio la vida por un gran Ideal, el más grande: Dios.
En haber creído en su amor y, por lo tanto, habernos abandonado momento tras
momento a su voluntad.
Si hubiésemos hecho la nuestra, si hubiésemos seguido nuestros proyectos,
ahora no habría nada.
Pero -aun con nuestros límites- nos hemos lanzado en esta divina aventura.