EVANGELIZAR EN TIEMPOS DE INCREENCIA

CARTA PASTORAL DE LOS OBISPOS DE
PAMPLONA Y TUDELA, BILBAO, SAN SEBASTIÁN Y VITORIA
PASCUA DE RESURRECCIÓN, 1994


INTRODUCCION

1. Conscientes de nuestra responsabilidad de alentar y dirigir a nuestras Iglesias diocesanas según el espíritu de Cristo resucitado, queremos proclamar en voz alta y recordar a todas nuestras comunidades cristianas que también hoy, en momentos difíciles para la fe, «evangelizar constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar» 1.

Convocados a evangelizar

2. Queremos convocaros a todos a la tarea más esencial de la Iglesia: «proclamar la Buena Noticia de Dios» 2 al hombre de hoy. Esa es la preocupación que ha de centrar y unificar de manera nueva y vigorosa todos nuestros esfuerzos, trabajos y actividades: hacer presente en medio de la sociedad el Evangelio de Jesucristo que «es fuerza de salvación para todo el que cree» 3. El mandato del Resucitado tiene que resonar en nuestros corazones como la encomienda más gozosa, la obligación más grave y la llamada más urgente: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Noticia a toda la creación» 4. «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» 5.

En tiempos de increencia

3. En pocos años ha cambiado profundamente el clima religioso que se respiraba entre nosotros. Los intensos cambios sociales y culturales de estas últimas décadas están produciendo un debilitamiento de la fe de no pocos cristianos y un deterioro de la vida moral, personal, familiar y social. Son bastantes los que hoy viven su vida al margen de Dios y de cualquier referencia cristiana. No parecen necesitar de El para dar sentido a su existencia. Un tono de indiferencia y desafección religiosa impregna la cultura dominante, el pensamiento, las convicciones más generalizadas, la conducta y el género de vida de no pocos.

Durante estos últimos años, los Obispos de Euskal-Herria os hemos querido ayudar con nuestras Cartas Pastorales a «creer en tiempos de increencia» 6. Nos hemos esforzado por examinar y comprender mejor los motivos y experiencias que han conducido a tantos a la indiferencia. Os hemos animado a reavivar vuestra fe y a redescubrir la riqueza de la experiencia cristiana en medio de ese clima de increencia que nos puede estar trabajando incluso a quienes nos decimos cristianos. Hemos querido rescatar la fe en el Dios vivo, tan desprestigiada socialmente, y purificar su imagen tantas veces deformada por el corazón humano 7. Nos hemos esforzado por mostrar cómo nos puede ayudar el Evangelio de Jesucristo a afrontar hoy nuestra tarea humana con sentido más pleno, responsabilidad más lúcida y esperanza más gozosa 8.

4. Pero no basta con vivir la fe. Hemos de comunicarla. Queremos poner a nuestras Iglesias diocesanas en dirección a un objetivo: «evangelizar en tiempos de increencia». Este quiere ser nuestro primer empeño en estos tiempos. En diversas ocasiones os hemos dado a conocer las preguntas que nacen en nuestra conciencia de creyentes y de pastores ante una crisis religiosa tan profunda: Estos hombres y mujeres aparentemente tan desinteresados por la religión, ¿ya no la necesitan? ¿Qué queda en ellos de aquella fe que un día habitó su corazón? ¿Se han cerrado para siempre a Jesucristo? ¿Qué es lo que está alejando a las nuevas generaciones de nuestra Iglesia? ¿Por qué no llegan a descubrir a Dios como «el mejor guardián y el mayor amigo del hombre?» 9.

Estas preguntas nacen de una interpelación de fondo que nos llega desde el mandato mismo de Cristo de proclamar el Evangelio a todo hombre. Una interpelación que ha de resonar en todas y cada una de nuestras comunidades cristianas: ¿Cómo puede el Evangelio ser noticia y noticia buena en esta sociedad? ¿Cómo anunciar a Cristo a hombres y mujeres que, habiendo oído hablar de El, hoy le dan la espalda? ¿Cómo hacer creíble su Evangelio a personas que lo rechazan después de haber escuchado, de alguna manera, su mensaje? ¿Cómo presentar la salvación cristiana a quienes no parecen necesitarla? En definitiva, ¿cómo anunciar y ofrecer al hombre de hoy el Evangelio de la vida y la salvación de Jesucristo de tal manera que pueda ser acogido, vivido y experimentado ya desde ahora, dentro de los límites y fragilidad de nuestra existencia, como promesa de Vida eterna?

Una inquietud de toda la Iglesia

5. No es sólo inquietud nuestra. En toda la Iglesia se deja sentir hoy de manera nueva y urgente la necesidad de centrar el trabajo y los esfuerzos pastorales en la acción evangelizadora. De manera repetida e insistente, el Papa viene recordando a las Iglesias «la actual urgencia de una nueva-evangelización» 10. En su encíclica «Redemptoris missio» decía así: «Preveo que ha llegado el momento de dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización y a la misión ad gentes» 11. Lo mismo afirmábamos los Obispos hace unos años: «La hora actual de nuestras Iglesias tiene que ser una hora de evangelización» 12, y nos hacíamos las mismas preguntas que ahora queromos compartir con vosotros: «¿cómo hablar de Dios y de su Reino en el mundo actual? ¿Cómo suscitar en nuestros hermanos cristianos un mayor dinamismo evangelizador y misionero? ¿Cómo intensificar nuestro servicio al mundo en que vivimos?» 13.

6. Un esfuerzo renovado de evangelización y difusión de la fe verdadera es la mejor contribución que nosotros podemos hacer al desarrollo profundo y al crecimiento verdaderamente humano de nuestra sociedad. Por eso, al invitaros a centrar todos los esfuerzos en una pastoral de evangelización, no nos desentendemos ni apartamos de los problemas que nos acucian y atormentan a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Al contrario, nos esforzamos por ofrecer al hombre de hoy el servicio más urgente y de consecuencias más hondas que la Iglesia puede prestarle, pues estamos convencidos de que la acogida de la gracia y la salvación de Dios, y la adhesión a Jesucristo son la luz más clara, el estímulo más vigoroso y el camino más acertado para desarrollar una vida individual y social más humana.

Nueva etapa histórica

7. Antes que nada, queremos que nuestras diócesis tomen conciencia de que comienza una etapa histórica nueva para nuestra Iglesia. Hasta hace poco, nuestras parroquias y comunidades cristianas y todos nosotros hemos vivido en el interior de una cultura nacida más o menos directamente de la fe cristiana. Hoy no es así. Todos percibimos ya de manera clara cómo esa situación cultural está siendo sustituida por otra nacida, en gran parte, del agnosticismo y la increencia.

Está concluyendo entre nosotros un ciclo cultural en el que la fe cristiana se vivía, se enseñaba y transmitía de una forma casi espontánea. A nosotros nos toca hoy comenzar una nueva etapa en la historia de nuestra Iglesia con el ardor, la fe y el espíritu de los primeros tiempos. La tarea evangelizadora es la de siempre. Pero hablamos de «nueva evangelización» porque hemos de anunciar y ofrecer la salvación de Jesucristo en condiciones nuevas y a un hombre culturalmente diferente. No se trata sólo de nuevos métodos y movilizaciones pastorales. El Papa nos invita a «una nueva calidad de evangelización» 14 y a «una nueva síntesis creadora entre el Evangelio y la vida» 15. Es importante que captemos bien la importancia y el significado de este tiempo eclesial. Se trata de ponernos en condiciones de comunicar el Evangelio de Jesucristo al hombre de hoy, de buscar juntos cómo hemos de revitalizar y configurar nuestra Iglesia para que sea «signo e instrumento» eficaz de evangelización en la sociedad actual, cómo renovarnos para servir fielmente a ese Cristo que «sale al encuentro del hombre de toda época, también de nuestra época, con las mismas palabras: «Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres»» 16.

Confiando en el EspÍritu

8. La tarea de evangelizar la sociedad actual nos puede parecer excesiva y desproporcionada para nuestras fuerzas. Nos puede estar trabajando interiormente la sensación de que el hombre de hoy es incapaz de escuchar la llamada de Dios y responder a esa fuerza transformadora y salvadora que la resurrección de Cristo ha introducido en la historia. Podemos sentir la tentación de Moisés: «No me creerán»; «no sé hablar»; «no escucharán mi voz» 17, y dejarnos paralizar por la cobardía, pensando que no sabremos estar a la altura de nuestra tarea hoy.

Sin embargo, lo que se nos pide no es un esfuerzo que está por encima de nuestras posibilidades. El Espiritu de Dios está actuando ya en esa cultura agnóstica e indiferente antes de que nosotros empecemos a organizar nuestra pastoral evangelizadora. Lo que a nosotros se nos pide es secundar su acción e impulsar la conversión que nos haga portadores más creíbles de la Palabra y el amor de Dios. No hemos de olvidarlo: la verdadera evangelización es siempre servicio y participación en la acción salvadora que el Espíritu de Dios está llevando a cabo en la historia.

Por eso, la «nueva evangelización» no es tampoco un acto de voluntarismo que de pronto nos moviliza a todos. Es una experiencia que el Espíritu viene preparando de manera más explícita a partir, sobre todo, del Concilio Vaticano II. Lo que se nos pide ahora es tomar conciencia más lúcida y responsable de nuestra misión evangelizadora, y ahondar en la renovación eclesial necesaria para hacer presente la fuerza salvadora del Evangelio en la sociedad actual.

Dos objetivos muy precisos

9. Desde el principio os queromos indicar los dos objetivos que constituyen el hilo conductor de nuestra Carta Pastoral y que todos hemos de tener muy presentes en estos momentos 18. En primer lugar, recuperar la conciencia evangelizadora. Durante mucho tiempo han venido funcionando entre nosotros mecanismos que tradicionalmente servían para «transmitir» la fe.

Los sacerdotes predicaban a los fieles congregados en la misa dominical, los padres educaban cristianamente a los hijos, los catequistas y maestros enseñaban la doctrina cristiana a sus alumnos. Parecía suficiente. Bastaba el ambiente cultural para que se practicara la religión. No se sentía la necesidad de una acción realmente evangelizadora. Nuestras Iglesias centraban entonces sus esfuerzos en los servicios y la atención a los practicantes. La preocupación principal de la pastoral era instruir esa fe que se suponía en todo individuo y conservarla viva mediante la práctica de los sacramentos. Poco a poco, las parroquias se polarizaron casi exclusivamente en la catequesis, en el culto y en las prácticas religiosas, perdiendo dinamismo misionero y olvidando cada vez más la tarea propiamente evangelizadora.

Desde nuestra responsabilidad de pastores diocesanos y nuestra voluntad de escuchar con fidelidad el mandato evangelizador de Jesús, os queremos decir: lo que hemos venido haciendo durante tantos años, con tanto esfuerzo y generosidad, cumpliendo nuestra tarea de entonces, hoy ya no es suficiente para hacer presente el Evangelio en una sociedad indiferente y descreída. Por eso, la crisis actual puede ser hora de gracia y estímulo que nos lleve a recuperar la conciencia evangelizadora y descubrir otra vez con gozo la verdadera misión de la Iglesia y de las comunidades cristianas en el mundo.

10. En segundo lugar, aprender a evangelizar hoy. La evangelización siempre es la misma y «debe contener siempre como base, centro y a la vez culmen de su dinamismo, una clara proclamación de que en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia de Dios» 19.

Pero el momento cultural y el hombre al que hay que proclamar éste Evangelio son diferentes. Por eso, nuestra primera tarea, humilde pero urgente en estos momentos, es aprender a evangelizar. Aprender a poner en marcha la evangelización que reclama esta sociedad, un día tradicionalmente cristiana y hoy indiferente en gran medida a Dios. Nos falta experiencia. No nos resultará fácil desprendernos de actitudes y esquemas de actuación propios del pasado. Acostumbrados a presentar la fe a personas que la aceptaban sin dificultad, no sabemos cómo dialogar con los increyentes y cómo anunciar a Jesucristo a los indiferentes. Entramos en una fase abierta y creativa, llena de posibilidades y estimulante. Un tiempo en el que todos nos hemos de sentir llamados a participar, cada uno desde su propia responsabilidad y colaboración. Nosotros queremos por nuestra parte, ofreceros algunas líneas de fuerza que nos ayuden a abrir caminos nuevos de evangelización.

A quiénes nos dirigimos

11. Nos dirigimos, en primer lugar, a nosotros mismos y a vosotros, los sacerdotes, nuestros primeros colaboradores en la responsabilidad pastoral y apostólica. Se nos pide hoy dar un giro importante en el trabajo pastoral para introducir en nuestras parroquias y comunidades cristianas un mayor espíritu misionero y evangelizador. Tarea urgente en la que, tal vez, no hemos pensado suficientemente y que nos exige a todos «renovar el carisma de Dios que está en nosotros por la imposición de las manos» 20. Os convocamos también a las comunidades de religiosos y religiosas. Desde vuestra vocación de seguimiento radical a Cristo estáis llamados a introducir en nuestra sociedad «los signos del Reino de Dios» con especial intensidad. Nuestras Iglesias necesitan de vuestro trabajo y colaboración generosa. Pero os necesitamos, sobre todo, como «testigos excepcionales de la trascendencia del amor de Cristo» 21 y como «fermento permanente de renovación salvífica» 22.

Queremos también que nuestra llamada llegue hasta las familias. No pocos padres y madres sufrís en vuestro propio hogar el desgarro de seres queridos que ya no comparten vuestra fe. Queromos despertar vuestra responsabilidad esperanzada y animaros a revitalizar la fe en vuestros hogares. Nada puede sustituir al clima religioso que podéis crear en vuestras casas y al testimonio de fe vivida que podéis dar a vuestros hijos. Estamos convencidos de que la fe o la increencia de las nuevas generaciones se juega, en buena parte, en la familia.

Pero la responsabilidad de anunciar y hacer presente el Evangelio en esta sociedad es de todos los que os sentís cristianos. Pensamos en todos los seglares que, con tanta generosidad, trabajáis en nuestras parroquias y comunidades cristianas: catequistas, monitores, educadores, colaboradores en la celebración litúrgica, en la pastoral de la caridad y en otros servicios. Y en todos los que, insertos en sus propias comunidades y formando parte de movimientos apostólicos, os esforzáis en la evangelización de los ambientes. Cada uno desde vuestro propio trabajo estáis llamados a colaborar de maneras diferentes en esta tarea común: ir construyendo unas comunidades más evangélicas y con más fuerza evangelizadora.

Y pensamos también en todos los que podéis ser testigos del Evangelio desde vuestro compromiso profesional, cultural, político o social. Al escribir esta Carta no olvidamos la afirmación del Concilio: «Los laicos tienen como vocación especial el hacer presente y operante a la Iglesia en los lugares y circunstancias donde ella no puede llegar a ser la sal de la tierra sino a través de ellos» 23.

Sin vuestro testimonio y compromiso difícilmente llegará el anuncio y la fuerza salvadora del Evangelio hasta el entramado de la sociedad.

Estructura de la Carta

12. Ante todo, tratamos de acercarnos a la sociedad actual a la que vemos debatirse entre el rechazo y la necesidad del Evangelio (capítulo 1). Ante esta situación, la única reacción posible, si somos fieles a Cristo, es sentirnos llamados de nuevo a evangelizar (capítulo 2). De ahí, nuestro esfuerzo por descubrir mejor ¿qué es evangelizar? (capítulo 3). Sólo desde una visión clara de la evangelización podemos trazar algunas Iíneas de fuerza para evangelizar hoy (capítulo 4) y concretar los cambios necesarios para impulsar el giro hacia una pastoral evangelizadora (capítulo 5).

I

ENTRE EL RECHAZO Y LA NECESIDAD DEL EVANGELIO

13. Nuestra llamada a la evangelización nace de una profunda convicción: Dios ama al hombre de hoy con igual amor con que rodeó al hombre de ayer y abrazará al hombre de mañana. Por eso nos acercamos al mundo actual de manera cordial y esperanzada. Sabemos que es un mundo que rechaza de muchas maneras a su Salvador, pero necesita más que nunca salvación.

1. Rechazo del Evangelio

Nuestro país, caracterizado tradicionalmente por una profunda religiosidad, ha vivido estos años de manera acelerada el proceso de secularización que se ha producido en las sociedades occidentales. Indicamos brevemente algunos hechos fáciles de captar por todos y que reflejan el oscurecimiento y retroceso de la fe entre nosotros.

Indiferencia religiosa

14. Lo primero que constatamos es el carácter generalizado que reviste ya la increencia en nuestra sociedad. Lo afirmado por el Vaticano II es una realidad entre nosotros: «Muchedumbres cada vez más numerosas se alejan prácticamente de la religión. Negar a Dios o la religión, o bien prescindir de ellos, no constituye ya, como en épocas anteriores, un algo insólito e individual» 24. Es cierto que la mayoría de las gentes sigue creyendo de alguna manera en Dios, pero es fácil observar que la cultura actual divulga entre nosotros una visión del mundo, del hombre y de la historia que imprimen a la vida una orientación no creyente. La ciencia, el arte y la literatura que se produce, los medios de comunicación que invaden los hogares, propagan, por lo general, una cultura que presupone o favorece la increencia.

Lo que percibimos no es tanto un rechazo abierto y sistemático de Dios, cuanto una actitud de indiferencia y falta de sensibilidad ante el planteamiento mismo de la fe en él. En no pocas personas, Dios no suscita apenas interés alguno. Poco a poco se va imponiendo un estilo de vida, sin ningún horizonte de trascendencia, instalado en la contingencia de cada día, sin más atractivo ni valores convincentes y operantes que la felicidad inmediata, fundada sobre todo en la posesión y disfrute de abundantes bienes materiales. Mientras tanto, la fe en Dios que en otros tiempos venía ofreciendo sentido, fundamentación moral y esperanza de salvación, va siendo abandonada como algo desfasado que cada vez tiene menos relevancia. Incluso, cuando su existencia es admitida, Dios no es percibido como Amigo ni Salvador. Dios no es Buena Noticia 25. No es tampoco coherente el comportamiento de muchas personas indiferentes o alejadas que celebran matrimonio sacramental o presentan a sus hijos para su bautizo y primera comunión. Ese alejamiento de la vida cristiana coexiste, así, con la celebración de algunos sacramentos que quedan empobrecidos de su verdadero significado y con el riesgo de verse reducidos a actos sociales más que religiosos.

Vaciamiento ético

15. Junto a esta indiferencia religiosa, la cultura dominante de carácter racionalista y un estilo de vida pragmático y hedonista van vaciando progresivamente las conciencias de una inspiración cristiana y de todo contenido ético. La producción técnica, la racionalidad económica y la acción política pretenden imponer su propia lógica de eficacia y rendimiento sin permitir apenas intervención alguna de carácter ético. Se extiende entonces la persuasión de que los valores éticos y particularmente los inspirados en la fe cristiana son un freno para la eficacia y el progreso, o un estorbo para una vida liberada y de disfrute. Al mismo tiempo, no es difícil constatar una creciente «secularización de las conciencias». Dios tiene cada vez menos peso determinante al decidir el propio comportamiento. Son bastantes los que, al adoptar sus pautas de conducta, no sienten necesidad de recurrir a la enseñanza moral transmitida por la Iglesia. En no pocas personas, se puede hablar incluso de un «vacío ético», pues, privadas de criterios sólidos, van cayendo en la insensibilidad moral o se dejan arrastrar por puros intereses individuales o de grupo. No es extraño, entonces, que la llamada a la conversión sea percibida más como mutilación del ser humano que como oferta de vida más plena y liberada 26.

Crisis en la transmisión de la fe

16. En este contexto socio-cultural es fácil constatar una profunda crisis en la transmisión de la fe. La familia y la escuela ya no son, con frecuencia, ámbitos donde las nuevas generaciones puedan aprender a creer. Por otra parte, a pesar de los esfuerzos pastorales que se realizan, son pocos los jóvenes que recorren un camino de iniciación que les conduzca a vivir su fe en Jesucristo de manera convencida en el seno de una comunidad cristiana.

Este es el dato doloroso. A la vez que las comunidades cristianas difícilmente logran enraizar en la fe a nuestros jóvenes, la sociedad los va iniciando a una comprensión de la existencia y un estilo de vida alejados del Evangelio. Neutralizada rápidamente por la presión social la educación cristiana que han podido recibir, las nuevas generaciones creen encontrar la buena noticia de su liberación no en el Dios encarnado en Jesucristo sino en los ídolos del dinero, el sexo, la droga o el consumismo sin medida, nueva «religión popular» que atrae, fascina y a la que se sacrifica todo.

De vuelta del cristianismo

17. La indiferencia religiosa de nuestros tiempos no es, por lo general, fruto de una decisión personal ni conclusión de un razonamiento teórico. Es más bien el resultado práctico de un clima donde lo religioso se ha ido tornando irrelevante al ir perdiendo importancia y prestigio sociales

El proceso comienza por el abandono callado de la práctica religiosa. Le siguen el alejamiento de la Iglesia, la disolución del contenido de la fe y el deterioro de la conciencia y del comportamiento moral. Desaparecen del horizonte de la persona el Dios revelado en Jesucristo, la preocupación por la salvación, el mensaje del Evangelio. Esas personas «no parecen sentir inquietud religiosa ni advierten por qué han de ocuparse de la religión» 27. Pero esta indiferencia de los adultos, es importante recordarlo, es un estado al que se ha llegado después de un contacto preciso con el cristianismo, aunque éste se haya reducido a una educación bastante superficial y una práctica rutinaria, más o menos «obligada». Son personas que creen conocer el cristianismo y afirman saber por experiencia la vaciedad de las palabras que repite la Iglesia y el aburrimiento de la liturgia cristiana. No guardan buen recuerdo de su experiencia religiosa. De ser cierto lo que dicen, el Dios que han conocido no ha sido para ellos gracia, liberación, fuerza y alegría para vivir, ni esperanza para morir.

2. Necesidad de salvación

18. Pero este hombre de hoy, como los hombres de todos los tiempos, sólo puede alcanzar su plenitud en el encuentro amoroso con el Dios de la gracia y en la acogida de su voluntad salvadora. Por eso, cuando la cultura moderna niega a Dios y olvida la trascendencia, está cerrando al ser humano el único camino que le puede llevar hasta su último y pleno destino: la vida eterna.

No es ésta sólo la convicción fundamental de una Iglesia que «cree que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre luz y fuerzas por su Espíritu, para que pueda responder a su máxima vocación; y que no ha sido dado a los hombres bajo el cielo ningún otro nombre en el que haya que salvarse» 28. Es, al mismo tiempo, una realidad que se puede entrever de diversas maneras en la experiencia misma del hombre contemporáneo.

Sin luz

19. El hombre de hoy, configurado por el pensamiento científico, se esfuerza por conocerlo y dominarlo todo, pero no puede conocer ni dominar el origen, el sentido y el destino de su existencia. Al contrario, se diría que el progreso científico no hace sino agigantar aún más su necesidad de ser iluminado por otra luz. Al negar a Dios, el hombre actual se queda sin respuesta al misterio de la vida, sin luz para vislumbrar el «desde dónde» y el «hacia dónde» de la existencia. ¿No necesita esa Palabra que es «luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo»? 29.

No sólo de pan

20. El hombre de hoy busca alimentar pragmáticamente su vida de todo aquello que parece útil para satisfacer sus necesidades. De hecho, el desarrollo orienta a las personas a una búsqueda imparable de bienestar material. Pero, al mismo tiempo, se escuchan ya preguntas inevitables: ¿Hacia dónde nos dirigimos con todo nuestro progreso? ¿Estamos respondiendo a las verdaderas necesidades del ser humano? ¿Sabemos siquiera dónde está y en qué consiste nuestro último bien? ¿No es cierto también hoy que «no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios»? 30.

El riesgo de perderse

21. A pesar del admirable progreso científico y técnico, no parece que el hombre consigue ser más humano. Al contrario, queda con frecuencia despojado de su humanidad, reducido a puro instrumento, prisionero de su propio poder, empujado a una lucha de competitividad insolidaria. Es entonces cuando «el mundo actual se muestra, al mismo tiempo, poderoso y débil, capaz de realizar lo mejor y lo peor, pues tiene ante sí el camino hacia la libertad o la esclavitud, el progreso o el retroceso, la fraternidad o el odio» 31. De ahí, esa mezcla de sentimientos en la cultura moderna: por una parte, el orgullo del poder adquirido por el hombre; por otra, la inseguridad e incertidumbre ante el futuro. ¿Se basta el hombre a sí mismo? ¿No necesita abrirse a una Realidad mayor que él? ¿No sería todo distinto si se enraizara de nuevo en el Absoluto y orientara su existencia desde la fe en ese Dios de Jesucristo que sólo busca su plena realización? ¿No necesitamos de ese Hijo enviado por Dios a los hombres «para que el mundo se salve por medio de él»? 32

¿Qué tipo de hombre?

22. Aun en medio de una profunda crisis de valores morales, no podemos dejar de preguntarnos qué tipo de hombre queremos ver nacer y qué tipo de sociedad queromos configurar. ¿Cómo definir y luchar por objetivos sociales o políticos inmediatos, si no sabemos o no queremos saber cuál es la razón de ser, el sentido o el proyecto humano de la vida de las personas? El hombre de hoy, como el de siempre, necesita conocer cuáles son los valores auténticos que ha de perseguir para caminar hacia la liberación real y plena del ser humano. No basta para ello con dejarnos llevar por valores subjetivos, imprecisos y fluctuantes. No basta tampoco con lograr en cada momento un nuevo consenso social y legal, sin las adecuadas referencias a valores objetivos. En una sociedad guiada por tantos intereses de signo diverso y atraída por tantas apetencias de carácter hedonista, ¿quedará así asegurada la defensa de toda vida y la dignidad de toda persona? ¿No es necesaria la referencia a algún Valor absoluto? ¿No es necesario Jesucristo como «el camino, la verdad y la vida» del ser humano? 33.

Anhelo de libertad

23. El anhelo profundamente humano del hombre moderno de alcanzar auténtica libertad no siempre se traduce en liberación. No son pocos los que, después de haber roto con su pasado religioso, terminan sometiendo sus vidas a nuevas servidumbres, ideologías y conformismos, sin crecer en responsabilidad individual y social. Lejos de ver surgir un hombre más lúcido y responsable, estamos constatando con frecuencia el nacimiento de «esclavos-satisfechos», poco dueños de sí mismos y de su crecimiento humano. Nos apena de modo particular la vida de no pocos jóvenes tan deteriorada y alejada de la realidad. ¿No es ésta una «liberación» vacía de libertad? ¿Qué futuro más libre pueden construir hombres esclavos de tantas cosas? ¿No necesita el hombre de hoy «conocer una verdad que le haga más libre»? 34.

Crisis de esperanza

24. Quizás el rasgo más sombrío del momento actual es la crisis de esperanza. La historia de estos últimos años se ha encargado de desmitificar el mito del progreso, piedra angular de la civilización moderna. Las grandes promesas no se han cumplido. Hemos creado bienestar, pero también marginación, paro, soledad, masificación, individualismo, desigualdad. Hemos hecho la vida más larga, pero también más vacía y superficial. Se extiende poco a poco una convicción: el hombre actual no está acertando en su manera de entender la vida y de buscar felicidad. La crisis de la cultura moderna es, en gran parte, crisis de una sociedad que se está quedando sin horizonte, sin metas ni puntos de referencia en su búsqueda de un futuro mejor para la humanidad. ¿Dónde encontrar fuerza, sentido, horizonte para seguir trabajando por un hombre mejor? ¿Cómo recuperar la esperanza en esa salvación eterna y definitiva de la que el hombre está necesitado? ¿No necesitan los hombres de hoy encontrarse con Jesucristo, venido «para que tengan vida y la tengan en abundancia»? 35.

¿Qué hacer con la culpa?

25 También el hombre de hoy conoce la experiencia de la culpa, pero no sabe qué hacer con ella. Por lo general, tiende a olvidar su propio pecado para atribuir todos los males a la sociedad o a la actuación injusta de los demás. Busca por todos los medios ser libre, pero luego trata de eludir su propia responsabilidad. Sin embargo, ésta es la mejor manera de vivir engañados, separados de la propia verdad, incapacitados para una renovación. ¿No necesita el ser humano confesar su propio pecado, saberse perdonado, ser aceptado con sus errores y miserias, y verse restituido de nuevo a su ser más auténtico? ¿No necesita conocer la experiencia del perdón de Dios y el anuncio evangélico: «Tus pecados te son perdonados»? 36.

¿Sólo esta vida?

26. El hombre actual no quiere pensar en la otra vida. Prefiere ocuparse sólo del momento presente, organizar lo mejor posible este mundo, disfrutar al máximo de esta vida y olvidar cualquier otro planteamiento. Sin embargo, sabe que no puede eludir la pregunta más seria que llevamos los hombres dentro de nosotros: ¿Qué va a ser de todos y cada uno de nosotros? ¿Qué final nos espera? Es ante la muerte donde aparece «la verdad» de esta civilización que no sabe qué hacer con ella si no es ocultarla al máximo para ignorar su trágico desafío. Este hombre que busca vivir mucho, vivir bien, vivir feliz, pero que tanto teme la vejez y la muerte, ¿no está necesitando escuchar «palabras de vida eterna»? 37 ¿no necesita escuchar la promesa de Jesucristo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque muera, vivirá»? 38.

II

LLAMADOS DE NUEVO A EVANGELIZAR

27. En diferentes ocasiones os hemos invitado a vivir nuestros tiempos como una «hora de gracia y de interpelación». Hace unos años os decíamos que la crisis religiosa contemporánea nos ayuda a descubrir las insuficiencias e incoherencias de nuestra fe, y nos urge a purificar nuestro seguimiento a Jesucristo y nuestra fidelidad al Evangelio 39. Hoy os queremos invitar a vivir estos tiempos como una «hora de evangelización».

1. Reacciones inaceptables

Sabemos que sois muchos los creyentes, sacerdotes, religiosos y seglares que, sin eludir la dureza de los tiempos, trabajáis con fidelidad y constancia esforzándoos por llevar el Evangelio al hombre de hoy. Valoramos vuestros esfuerzos por renovar la vida de las parroquias y comunidades, y por dinamizar la acción pastoral. En algunos casos es todavía un trabajo de búsqueda pero que señala ya la dirección hacia una Iglesia más preocupada por el anuncio evangelizador. A todos os animamos a seguir escuchando la llamada del Espíritu.

Hay, sin embargo, quienes, desconcertados por el clima actual, sienten nostalgia de tiempos pasados en que todo parecía más claro y seguro. Es explicable también la actitud defensiva que adoptan otros, atemorizados tal vez por un mundo indiferente y a veces hostil a la fe. Pero, ¿no hemos de escuchar una llamada más honda y urgente de Aquel que nos pidió ser «luz del mundo» y «sal de la tierra»? 40. Hay también quienes tratan de recuperar la audiencia y el prestigio perdidos adaptando la fe a los criterios del mundo moderno, con el riesgo de configurar el mensaje evangélico desde ideologías más aceptadas hoy, y de sustituir la salvación y la esperanza cristiana por el logro de metas históricas concretas. Pero, ¿no es ésta una manera grave de «desvirtuar la sal» y «ocultar la luz» que necesita precisamente el hombre de hoy? 41

No es difícil encontrar quienes viven abatidos porque piensan que la incredulidad avanzará sin remedio destruyendo la presencia de la Iglesia de Dios en nuestra sociedad. Otros se enquistan en sus propias posiciones sin revisar su forma de proceder y sin tratar de interpretar correctamente el significado y las exigencias de los nuevos tiempos. Otros se lanzan a ensayos desesperados que desnaturalizan la palabra del Evangelio, debilitan la unidad de la Iglesia y aumentan todavía más las dificultades de la evangelización. ¿No es el momento de aunar fuerzas y escuchar juntos la llamada a evangelizar, sabiendo que el Señor está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo? 42

2. Hora de evangelización

28. Con Juan Pablo II, os queremos decir a todos: «Esta es la hora de Dios, la hora de la esperanza que no defrauda. Esta es la hora de renovar la vida interior de vuestras comunidades eclesiales y de emprender una fuerte acción pastoral y evangelizadora en el conjunto de la sociedad española» 43. No hemos de dejarnos llevar por el optimismo fácil, pero menos aún por el pesimismo desesperanzado. La gracia y el amor de Dios están trabajando siempre los corazones de los hombres y mujeres preparando el camino a la conversión y salvación. No es difícil ver en el hombre de hoy actitudes y aspiraciones nobles y valiosas que lo preparan para acoger la fuerza salvadora del Evangelio de Jesucristo.

Antes que nada, os invitamos a descubrir y valorar adecuadamente el interés de la cultura moderna por la defensa del hombre y de su dignidad personal como primer valor que ha de inspirar la historia y la convivencia social. Las perversiones que luego se producen históricamente no nos han de distraer de esta intención fundamental. De hecho, si la cultura actual tiende a eliminar a Dios o ignorarlo es porque rechaza todo lo que percibe como negativo para el ser humano. Esta exaltación moderna del hombre no coincide siempre con la manera cristiana de entender la dignidad y el valor de la persona como imagen de Dios, pero es precisamente este interés por el hombre y lo humano lo que hace posible el anuncio de Dios como Buena Noticia, si realmente es ofrecido y comunicado como el mejor Amigo del hombre y de su plena realización.

El hecho mismo de la secularización, entendida como legítima autonomía del mundo y las realidades temporales, puede ser considerado como una cierta «preparación evangélica», pues nos permite e induce a confesar y anunciar con más nitidez nuestra fe en el misterio de Dios, en su gratuidad absoluta y en su designio de amor sobre los hombres, sin mezclarlo con otros intereses de utilidad y funcionalidad de carácter ambiguo. La crisis actual nos llevará a creer y anunciar a Dios con más pureza y verdad. Es gozoso también comprobar hoy el reconocimiento generalizado del valor y la dignidad de la libertad como rasgo esencial del ser humano. También ahí hemos de descubrir «semillas de la Palabra» que nos permiten presentar el Evangelio de Jesucristo como una fuerza de libertad que sana la voluntad del hombre y nos ayuda a plantearnos la propia existencia con el atractivo y la dignidad de una existencia verdaderamente libre y liberadora.

También percibimos otros «gérmenes del Reino de Dios» en la sociedad actual: los ideales de justicia, igualdad y fraternidad, la visión abierta y progresiva de la historia, el reconocimiento de la plena dignidad de la mujer, el respeto a la naturaleza o el rechazo de toda forma de guerra y violencia. Todos ellos son valores sinceramente apreciados por el hambre contemporáneo, que tienen un arraigo cristiano y pueden ser camino para redescubrir la fecundidad de la revelación cristiana y de la gracia salvadora de Dios que se nos ofrece en Cristo. Lo mismo que Juan Pablo II, también nosotros percibimos que «Dios abre a su Iglesia horizontes de una humanidad más preparada para la siembra evangélica ... al afianzar en los pueblos los valores evangélicos que Jesús encarnó en su vida» 44

3. Tres objetivos urgentes

29. A la luz de estas consideraciones hemos de preguntarnos si, a pesar de todos los esfuerzos realizados, no estamos dejando pasar demasiado tiempo sin estudiar detenidamente el reto del momento presente y sin promover los cambios pastorales que exige la evangelización del hombre de hoy. En nuestras diócesis la llamada a la evangelización se concreta en estos momentos en tres objetivos urgentes: recuperar el carácter central y constituyente de la evangelización para nuestras Iglesias; entender y promover la evangelización como tarea de todos los creyentes; impulsar una pastoral evangelizadora.

a) Carácter central y constituyente de la evangelización

30. Después de tantos años en que no se sentía entre nosotros la necesidad de evangelizar, la crisis religiosa actual nos va a llevar a redescubrir y profundizar algo que en gran parte habíamos olvidado: la evangelización como misión esencial de la Iglesia. Es cierto que nuestras diócesis han sentido siempre con fuerza la llamada a colaborar en esa evangelización que se lleva a cabo en «países de misión». Pero no nos ha sido fácil persuadirnos que también aquí lo que constituye y define esencialmente a la Iglesia es su misión evangelizadora.

Y, sin embargo, es así. No hemos de pensar que nuestro pueblo está ya evangelizado y que nuestras Iglesias están perfectamente configuradas y constituidas viviendo y manteniendo su fe en Jesucristo, para, en un segundo momento, ser llamadas a evangelizar. No. La misión de evangelizar no les es algo añadido. Es la «identidad más profunda» de nuestras Iglesias, lo que las constituye y las hace subsistir. Sin acción evangelizadora, la Iglesia no está haciendo lo suyo. Estrictamente hablando, hay que decir que no es la Iglesia la que tiene la misión de evangelizar, sino que es esa misión la que genera y recrea permanentemente a la Iglesia. Ser Iglesia consiste en acoger permanentemente y en comunicar con ardor el Evangelio de Jesucristo en su entorno y en el mundo entero.

Esta conciencia puede resultar «novedad» hoy entre nosotros. Pero es lo primero que hemos de recuperar. Poca fuerza y consistencia tendrán las acciones pastorales y campañas que podamos poner en marcha, si no nacen del dinamismo de una Iglesia que ha descubierto que no está respondiendo a su ser más profundo si no evangeliza. No se trata, por tanto, de recuperar el prestigio o la influencia perdida, sino de recuperar la misión evangelizadora como dimensión central y esencial de la Iglesia. Esta es la convicción que hemos de introducir en las comunidades cristianas: no podemos renunciar a hacer presente a Jesucristo y los valores del Reino de Dios en la sociedad actual sin traicionar la esencia misma de nuestras Iglesias diocesanas.

b) La evangelización, tarea de todos los creyentes

31. La responsabilidad de la evangelización recae sobre todos los creyentes. Es toda la comunidad de los cristianos la que existe para evangelizar. Todos hemos recibido el don del Evangelio y también la responsabilidad de transmitirlo sin que nadie pueda ser sustituido por otro en esa responsabilidad. Esto no significa que todos tengamos que realizar la misma tarea, pero sí que todos y cada uno estamos llamados desde la propia vocación y servicio a ser testigos que anuncian a Jesucristo y fermento del Reino de Dios en la sociedad. No son los sacerdotes y religiosos los únicos esforzados que han de echar sobre sus hombros todo el peso de la nueva evangelización.

Esta conciencia de que todo el Pueblo de Dios es el portador activo de la evangelización y de que todos estamos llamados a evangelizar representaría hoy entre nosotros una novedad de gran alcance. Hemos de confesar que son muchos los cristianos, incluso practicantes convencidos, que viven su fe sin sospechar siquiera que ellos puedan tener alguna responsabilidad de comunicar algo a otros. Se adhieren a la doctrina revelada por Dios y enseñada por la Iglesia, se esfuerzan por cumplir los diversos preceptos, pero no tienen conciencia de que todo cristiano, por el mero hecho de serlo, participa de la condición de enviado de Jesucristo, apóstol, evangelizador.

Nos falta recorrer un largo camino pastoral para lograr que todos los cristianos descubran de manera práctica que evangelizar no es un deber o una consecuencia que hay que sacar de la fe sino que creer en Jesucristo es quedar constituido en su testigo para anunciar de palabra y con la vida su salvación. Sin embargo, recuperar esta conciencia de todos los cristianos es fundamental si queremos echar las bases de una nueva evangelización. Esta es la idea-fuerza a introducir en nuestras parroquias y comunidades cristianas: hay que despertar la conciencia y el potencial evangelizador de las personas, los grupos cristianos, las familias y las instituciones.

c) Promover una pastoral evangelizadora

32. Por lo general, la pastoral que se promueve en nuestras diócesis está concebida y funciona más para ofrecer los servicios de culto y catequesis que necesita una sociedad sociológicamente cristiana que para impulsar una acción misionera en medio de una sociedad que se ha ido alejando de la fe. Por eso, el gran reto y la gran urgencia para nuestras Iglesias es pasar de una pastoral de mantenimiento a una pastoral netamente evangelizadora.

La pastoral de mantenimiento que venimos desarrollando da por supuesta la condición de creyentes de aquellos a los que se dirige. Es una pastoral que, al presuponer la fe, no se centra en la conversión de las personas a Jesucristo sino que se ocupa, sobre todo, de ayudar a los cristianos a practicar su religión y a vivir una conducta moral coherente con sus creencias.

La pastoral evangelizadora, por el contrario, tiene como centro principal de los diversos esfuerzos y actividades el anuncio del Evangelio y la llamada permanente a la conversión a Jesucristo. Por ello, es una pastoral que se dirige expresamente a los no creyentes y a los indiferentes, pero también a aquellos cristianos que, aun siendo practicantes, viven su fe de manera apagada o sin coherencia vital.

En esta pastoral misionera, la evangelización es el punto de referencia de toda actividad eclesial y constituye una dimensión de todas las tareas pastorales. La liturgia, la catequesis, la acción caritativa, todo queda orientado hacia la evangelización. Ni siquiera «la vida íntima —la vida de oración, la escucha de la Palabra y de las enseñanzas de los Apóstoles, la caridad fraterna vivida, el pan compartido— tiene pleno sentido más que cuando se convierte en testimonio, provoca la admiración y conversión, se hace predicación y anuncio de la Buena Nueva» 45. Más adelante hablaremos de la conversión pastoral que todo esto lleva consigo en la revitalización de la fe de los creyentes, en su incorporación a la tarea evangelizadora, en la experimentación de nuevos cauces directamente ordenados a evangelizar. Ahora queremos apuntar una pregunta que habría de estar muy presente en nuestro trabajo pastoral: ¿esta acción, esta catequesis, este servicio, esta liturgia son realmente evangelizadoras?

III

¿QUÉ ES EVANGELIZAR?

33.Estamos hablando de «evangelizar», pero no siempre está claro para todos qué significa esta expresión. Entre nosotros se oye hablar de evangelización con sentidos y concepciones bastante diferentes. Es, pues, necesaria una reflexión: ¿qué es lo que queremos decir cuando hablamos de la necesidad de desarrollar en nuestras Iglesias un nuevo e intenso esfuerzo de evangelización?

1. El primer evangelizador

34. En su origen, «evangelizar» quiere decir literalmente «anunciar una buena noticia». Pero, más en concreto, entre los cristianos significa anunciar y hacer creíble la Buena Noticia que Jesús anunció a los hombres. Por eso, la manera más adecuada de clarificar qué es evangelizar consiste en acercarnos a la actuación de Jesús, pues toda su vida fue evangelizar. «Jesús mismo, Evangelio de Dios, ha sido el primero y más grande evangelizador» 46. El sigue siendo para nosotros la norma y el criterio de toda evangelización.

Anuncio del Reino de Dios

35. Lo que Jesús anuncia, ante todo, es el Reino de Dios. Esto es lo absoluto. Todo «lo demás» es dado por añadidura. El Reino de Dios es la realidad central, el origen y el horizonte último de toda su actividad evangelizadora. Este es el resumen de toda su actuación y predicación: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva» 47. ¿Qué significa esto? Como núcleo y centro de todo está el anuncio de la Salvación como el gran don de Dios al hombre. Los anhelos de vida, justicia, liberación y felicidad que se encierran en la humanidad se van a hacer realidad. Esta es la Buena Nueva. Dios quiere intervenir en la vida del hombre como Salvador.

La Buena Noticia de Dios

36. Esta es la mejor noticia que el mundo puede escuchar, pues este Dios no es como los falsos ídolos que conducen a la injusticia, la esclavitud y la muerte. Es el Dios de la vida, un Padre que quiere la salvación y la vida eterna para todos y cada uno de los hombres porque El los ha creado y son sus hijos.

Más concretamente, las gentes captan en el anuncio y la actuación de Jesús una imagen nueva de Dios y un nuevo acceso posible a El. No es el antiguo Dios de la Ley. Es un Dios de bondad insondable que «es bueno con los desagradecidos y malvados» 48. Un Dios que ofrece a los hombres su gracia, más allá de lo prescrito y exigido por la Ley. El anuncio de este Dios lleva igualmente a Jesús a denunciar cuanto se opone a su voluntad: el pecado farisaico, el cumplimiento vacío de la Ley, la plegaria puramente exterior, el desprecio a los pequeños, el abuso de los poderosos, el odio y todo cuanto contradice el amor fraterno.

Llamada a la conversión

37. Esta Buena Nueva no puede dejar a los hombres indiferentes. Exige conversión, un giro total en la manera de entender y orientar la vida. El hombre ha de acoger a este Dios de la gracia, creer en su promesa de salvación y escuchar sus exigencias. De la acogida o del rechazo de este Dios depende la salvación o la perdición eterna del hombre. La acogida de Dios exige, sobre todo, vivir el mandamiento del amor a Dios como Padre y el amor al prójimo como hermano.

Con palabras y hechos

38. Jesús anuncia la Buena Noticia de Dios con sus palabras y sus obras. Habla del Dios del perdón y de la misericordia en parábolas, pero, al mismo tiempo, con su acogida incondicional a los pecadores y su servicio sanador y humanizador a todos los necesitados, él mismo se convierte en «parábola viviente» de ese Dios.

Si Jesús puede presentar y comunicar el misterio de Dios como Buena Nueva creíble para los hombres es porque las gentes pueden escuchar en «las palabras llenas de gracia que salen de su boca» 49 el anuncio nuevo de un Dios gratuito y salvador, y porque pueden ver aparecer en sus obras «la benignidad de Dios y su amor a los hombres» 50.

Una vida que evangeliza

39. Con su palabra y actuación, Jesús, no sólo anuncia el Evangelio de Dios, sino que él mismo viene a ser «Evangelio», pues en él y a través de él se va haciendo presente entre los hombres la salvación de Dios. Es la vida misma de Jesús la que evangeliza. Es su vida la que irradia gracia y la que contiene fuerza para ofrecer y comunicar a Dios como Buena Noticia.

¿Dónde reside esta fuerza? Los evangelistas destacan algunos rasgos: su experiencia radical de un Dios Padre de todos los hombres; su trayectoria de servicio incondicional a todo hombre necesitado; su acogida y ofrecimiento de perdón gratuito a los pecadores; su libertad para buscar siempre el bien; su misericordia no condicionada por ningún otro interés que la salvación del hombre; su voluntad de poner verdad en la vida humana; su capacidad de contagiar esperanza; su fidelidad al Reino de Dios hasta el olvido de sí mismo y su entrega a la muerte.

Los pobres son evangelizados

40. Toda la vida de Jesús puede ser captada como Buena Nueva de Dios, pero hay en su actuación un rasgo que encierra un contenido especialmente significativo: Jesús ofrece la Buena Nueva de Dios de manera preferente a «los pobres». Son ellos los primeros que han de experimentar su verdad. No son mejores que los demás, no tienen más méritos. Son, sencillamente, los que más sufren la ausencia del Reino de Dios: los pecadores despreciados por la sociedad; los empobrecidos por las injusticias y el egoísmo de los poderosos; los desposeídos de salud y maltratados por la vida. Dios sólo puede ser anunciado como Padre de todos y su justicia ser introducida entre los hombres, haciendo justicia a los que nadie hace. Cuando se anuncia al verdadero Dios, «los pobres son evangelizados /M/11/05 /Lc/04/18» 51.

Reunir a los dispersos

41. La acción evangelizadora de Jesús aparece inspirada y sostenida por la voluntad de ir congregando a los hijos del mismo Padre. Su acercamiento a los excluidos, sus comidas con pecadores, su acogida a los impuros, la formación del grupo de discípulos son gestos orientados a reunir a los dispersos, reconciliar a los divididos y congregar a todos en un solo pueblo de hermanos, «el nuevo Israel», signo del Reino de Reino de Dios en la tierra.

Jesús, constituido Evangelio de Dios

42. Jesús, portador del Evangelio de Dios, muerto por esta razón con la muerte de un crucificado, al ser resucitado por el Padre a la vida misma de Dios, ha venido a ser la Buena Nueva definitiva para la humanidad. Ha quedado así constituido para siempre en Salvador, Evangelio de Dios para los hombres. Por eso se puede decir que «evangelizar quiere decir proclamar la Buena Nueva de la salvación, anunciar a Jesucristo, que es el Evangelio de Dios» 52.

2. El proceso evangelizador

43. Si queremos seguir con fidelidad el camino evangelizador de Jesús, hemos de evitar la comprensión parcial o fragmentaria de la evangelización. «Ninguna definición parcial y fragmentaria refleja la realidad rica, compleja y dinámica que comporta la evangelización si no es con el riesgo de empobrecerla e incluso mutilarla» 53. Por ello, teniendo como referencia a Jesús y al hilo de la «Evangelli nuntiandi», vamos a recordar los elementos esenciales del proceso evangelizador.

Anuncio explícito

44. Ante todo, hemos de recordar que no hay evangelización plena si no hay anuncio explícito del Reino de Dios. La evangelización no es muda. No puede reducirse a presencia testimonial silenciosa o compromiso transformador callado. «La evangelización debe contener siempre —como base, centro y a la vez culmen de su dinamismo— una clara proclamación de que en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia de Dios» 54

Hemos de recuperar para la evangelización este anuncio explícito de la salvación en toda su riqueza y la fe en la fuerza salvadora de la Palabra de Dios, anunciada como don liberador hecho a los hombres. Sin este anuncio, nuestra evangelización queda inacabada y priva a los hombres de la gracia de la Palabra de Cristo. En una sociedad como la nuestra, tienen plena vigencia las palabras de S. Pablo: «¿Cómo creerán en aquél a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique?... La fe viene de la predicación, y la predicación, por la Palabra de Cristo» 55.

Testimonio vivido

45. Inmediatamente hemos de decir que el anuncio evangelizador ha de brotar del testimonio que es «un elemento esencial, en general el primero absolutamente en la evangelización» 56. Una evangelización reducida a palabras vacías difícilmente puede anunciar la Buena Nueva del Dios vivo. Al contrario, el testimonio de una vida de seguimiento fiel a Jesucristo en sus rasgos esenciales «constituye ya por sí una proclamación silenciosa, pero también muy clara y eficaz, de la Buena Nueva» 57. Para quienes viven alejados de la fe es especialmente necesario el testimonio de unos creyentes que la viven de manera gozosa y responsable. Los gestos más asequibles para ellos no son los sacramentos, el lenguaje más inteligible no es el religioso. Lo primero que pueden captar son los gestos y el lenguaje de una vida humana digna, liberada, comprometida, esperanzada. De ahí el valor evangelizador que encierra: una vida fiel a Jesucristo en medio de la persecución y el rechazo social; la entrega abnegada y gratuita al servicio de los últimos; el seguimiento radical a Cristo plasmado en la vida de los religiosos y religiosas; la consagración a la vida contemplativa; el celibato al servicio del Reino de Dios en medio de una sociedad hedonista.

Compromiso transformador

46. No hemos de ignorar tampoco otro elemento esencial. «Evangelizar significa, para la Iglesia, llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad» 58. El compromiso por transformar la sociedad promoviendo en ella el Reino de Dios no es mera exigencia ética de la evangelización o mera preparación para que a través de ella se acepte el anuncio de la salvación. Pertenece al mismo ser de la evangelización acoger y realizar bajo las condiciones de la historia lo que se anuncia y se espera en la consumación final: el Reino de Dios, reino de amor, justicia y fraternidad.

En nuestra sociedad no se puede llevar a cabo una verdadera evangelización sin promover la justicia del Reino de Dios. Lo que oculta el rostro de Dios entre nosotros no es sólo la indiferencia religiosa, sino también la injusticia en sus diversas formas de marginación, violencia y atentados a la dignidad de la persona. Dificilmente se puede proclamar de manera creíble la Buena Nueva de Dios para la vida eterna sin que, de alguna manera, se pueda captar ya su contenido salvador en las condiciones limitadas y precarias de esta vida. Allí donde los pobres no son evangelizados, faltan señales de la presencia del Reino.

Conversión al Dios vivo

47. La evangelización no desarrolla toda su fuerza más que cuando la Buena Nueva de Dios hace nacer, en quien la recibe, una adhesión de corazón. Este es el objetivo central y primario de la evangelización: la conversión al Dios revelado en Jesucristo y la acogida del Evangelio como forma de vida. «En una palabra, adhesión al reino, es decir, al «mundo nuevo», al nuevo estado de cosas, a la nueva manera de ser, de vivir juntos, que inaugura el Evangelio» 59.

No hemos de silenciar esta primacía de la conversión personal a Dios. El objetivo primero no es desarrollar la eficacia temporal del Evangelio, menos aún extender la influencia social del cristianismo, sino hacer nacer la fe. Ahora bien, no hay propiamente fe sin esa experiencia inicial que llamamos «conversión a Dios». Conversión religiosa y no sólo moral; encuentro con el Dios vivo y no sólo cambio de conducta; sentido nuevo a la vida desde Jesucristo y no sólo arrepentimiento.

Entrada en la comunidad

48. La adhesión a la Buena Nueva «no puede quedarse en algo abstracto y desencarnado, se revela concretamente por medio de una entrada visible en una comunidad de fieles» 60, Acoger el Evangelio no es aceptar cada uno individualmente el mensaje de Jesucristo, ni buscar cada uno aisladamente el Reino de Dios y su justicia, sino agregarse a la comunidad de convertidos convocada por Jesús y establecida por su resurrección: la Iglesia.

No hemos de olvidar, pues, que la evangelización busca establecer la comunidad fraterna de convertidos al Evangelio. No se trata de imponer la pertenencia eclesial como una obligación, sino de ofrecer la comunidad cristiana como un don, pues «aquellos cuya vida se ha transformado entran en una comunidad que es en sí misma signo de transformación, signo de la novedad de vida: la Iglesia, sacramento visible de la salvación» 61.

La entrada en la comunidad eclesial se expresa a través de «muchos otros signos que prolongan y despliegan el signo de la Iglesia» 62. En esta comunidad, «signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano» 63, el sentido de pertenencia y las relaciones mutuas se van consolidando por medio de los sacramentos que no sólo suponen la fe, sino que, a la vez, la alimentan, la robustecen y la expresan.

3. Evitar malentendidos

49. Tal vez ahora estamos en mejores condiciones para aclarar malentendidos y formas equivocadas de concebir la evangelización.

La rutina pastoral

Ante todo, hemos de superar una manera excesivamente cómoda de entender la evangelización, que consiste en continuar haciendo más o menos lo mismo, cambiando sólo las palabras, como si todo lo que ya estamos haciendo fuera en realidad una verdadera pastoral de evangelización.

Sin embargo, utilizar una terminología nueva y atractiva sin contrastar nuestra actuación con la acción evangelizadora de Jesús sería rehuir hoy la llamada que el Señor nos hace. No toda pastoral es verdadera evangelización. Si queremos responder a las exigencias de ésta, hemos de entenderla en toda su verdad originaria, aceptando con realismo lo que tiene de nuevo y exigente para nuestros tiempos.

El retorno al pasado

50. Hay que descartar también aquellas interpretaciones de la evangelización que la confundan con las formas históricas con que se realizó en el pasado. Querer que el Reino de Dios se extienda en nuestra sociedad y que la fe se difunda también hoy en las nuevas generaciones no significa en modo alguno querer recuperar para la Iglesia espacios y zonas de influencia socio-política perdidos para desempeñar de nuevo un papel que no le corresponde. El Reino de Dios que anuncia Jesús no se establece por imposición o prestigio social, sino por la fuerza del Espíritu que envía a Jesús a ofrecer la salvación de Dios en una actitud de servicio.

La llamada a la evangelización, entendida como el deseo de una vuelta al esplendor social y al poder político de la Iglesia, alegra a algunos que entienden así la mejor garantía del orden social, y asusta a otros que temen se pierda el patrimonio del Vaticano II en la purificación religiosa de la Iglesia y en el justo reconocimiento de la autonomía de la cultura y de las instituciones seculares.

A unos y a otros queremos decirles, de manera clara y rotunda, que nuestra llamada a desarrollar una pastoral de evangelización se inscribe en la mejor tradición de la Iglesia, de la cual forma parte irrevocablemente el Concilio Vaticano II y sus grandes documentos doctrinales y pastorales. La evangelización que queremos promover en nuestras Iglesias diocesanas ha de inspirarse en aquel que «no vino a ser servido sino a servir» 64 y ha de desarrollarse, según el espíritu conciliar, como servicio al mundo y «a las dificultades y problemas que más oprimen y angustian a los hombres» 65,

Un proyecto puramente temporal

51. Es tentador para algunos reducir la acción evangelizadora a las dimensiones de un proyecto puramente temporal: «reducir sus objetivos a una perspectiva antropocéntrica; la salvación, de la cual ella es mensajera y sacramento, a un bienestar material; su actividad —olvidando toda preocupación espiritual y religiosa— a iniciativas de orden politico o social» 66,

Sin embargo, una evangelización preferentemente orientada a dimensiones políticas, sociales o culturales, que deje en segundo plano el misterio del hombre en toda su profundidad ni le ayude a abrirse al Absoluto que es Dios, estaría privada de su originalidad más profunda y de su finalidad más específica.

La actuación de Jesús no es realización de un proyecto temporal, no es siquiera denuncia social o acción filantrópica. Sus palabras y sus gestos evangelizadores nacen de su experiencia radical de Dios como Amor incondicional al hombre y tienen como objetivo conducir a los hombres al Padre haciendo realidad, ya desde ahora, su voluntad de fraternidad y justicia.

Anuncio sólo doctrinal

52. Hemos de superar también una concepción excesivamente doctrinal de la evangelización como si evangelizar fuera exclusivamente transmitir la doctrina de Jesucristo a aquellos que todavía no la conocen o la conocen de manera insuficiente. Sin duda, evangelizar significa hablar, predicar, anunciar verbalmente un mensaje. Pero el Evangelio no es sólo ni, sobre todo, una doctrina. Es la persona misma de Jesucristo, la salvación de Dios que en él se nos ofrece, la fuerza salvadora, sanadora y transformadora que de él nos llega.

Por eso, evangelizar es hacer presente en la vida de los hombres, en la sociedad, en la historia humana, el anuncio de Jesucristo y la fuerza salvadora que se encierra en El y en su Evangelio. De ahí la necesidad de cuidar los gestos sacramentales donde se nos ofrece de manera eficaz la gracia de Dios. Pero de ahí también la necesidad de realizar signos eficaces de su amor incondicional al hombre. Donde se defiende el valor absoluto de la persona por encima de todo interés político o económico, donde se busca la reintegración de los excluidos a una convivencia más justa y solidaria, donde se trabaja en favor de los más débiles y olvidados, ahí está llegando el Reino de Dios 67 continúa


1. Pablo Vl, La evangelización en el mundo contemporáneo. Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, n. 14.
2. Mc 1, 14.
3. Rm 1, 16.
4. Mc 16, 15.
5. Mt 28, 19-20.
6. Creer en tiempos de increencia (Cuaresma-Pascua, 1983); Salvación y existencia cristiana. Gozo y esperanza (Cuaresma-Pascua, 1990); Convertíos y creed la Buena Noticia (Cuaresma-Pascua 1991) en Al servicio de la Palabra. Cartas Pastorales y otros documentos conjuntos de los Obispos de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria (1975-1993), pp. 664-714, 800-852 y 864-919 respectivamente.
7. Creer hoy en el Dios de Jesucristo (Cuaresma-Pascua, 1986), o.c., pp. 536-590.
8. En busca del verdadero rostro del hombre (Cuaresma-Pascua, 1987), o.c., pp. 597-650; Al servicio de una vida más humana (Cuaresma-Pascua, 1992), o.c., pp. 975-1028.
9. Ibid., p. 600.
10. Juan Pablo II, Exhortación apostólica Chnstifideles laici, nº. 34-35.
11. Juan Pablo II, Exhortación apostólica Redemptoris missio, n. 3. 12. Testigos del Dios Vivo. Reflexión sobre la misión e identidad de la Iglesia en nuestra sociedad. Conferencia Episcopal Española, n.53.
13. Ibid., n. 5.
14. Carta a los Presidentes de los Episcopados de Europa (2-1-1986), en EcclesIa 2.253 (1986), p. 114.
15. Discurso al Convenio de las Conferencias Episcopales de Europa (11-X-1985), n. 2, en EcclesIa 2.242 (1985), p. 1321.
16. Juan Pablo II, Exhortación apostólica Redemptor hominis, n. 12. 17. Ex 4.
18. Os lo recordábamos también en nuestra Carta Pastoral Creer en tiempos de increencia
(Cuaresma-Pascua, 1988), no. 67-68, en Al servicio de la Palabra, pp. 706-707.
19. Pablo Vl, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, n. 27.
20. Cf. 2 Tm 1, 6.
21. Pablo Vl, Exhortación apostólica Evangelica testificatio, n. 3.
22. Juan Pablo II, Redemptoris donum, n. 14.
23. Lumen gentium. n. 33 24. Gaudium et spes, n. 7.
25. Para un análisis más detallado de la increencia religiosa ver nuestra Carta Pastoral Creer en tiempos de increencia (Cuaresma-Pascua, 1988), no. 1-35, en Al servicio de la Palabra, pp. 664-686.
26. Ver nuestra Carta Pastoral Seguimiento de Jesús y conciencía moral (Cuaresma-Pascua, 1985), en Al servicio de la Palabra, pp. 492-535.
27. Gaudium et spes, n. 19 28. Ibid., n. 10.
29. Jn 1,9.
30. Mt 4,4.
31. Gaudium et spes. n. 9.
32. Jn 3, 17.
33. Jn 14.6.
34. Cfr. Jn 8, 32.

35. Jn 10, 10.
36. Mc 2,9.
37. Jn 6, 68.
38. Jn 11, 25.
39. Ver nuestra Carta Pastoral Creer en tiempos de increencia (Cuaresma-Pascua. 1988). en Al servicio de la Palabra. pp. 664-714.
40. Mt 5, 13-14.
41. Ibid
42. Cf. Mt 28,20.
43. Discurso a los Obispos en la Sede de la Conferencia Episcopal Española (15-VI-1993), n. 2, en La hora de Dios (B.A.C.), p. 186.
44. Juan Pablo II, Exhortación apostólica Redemptoris missio, n. 3.
45. Pablo Vl, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, n. 15.
46. Ibid. n. 7.
47. Mc 1, 15.
48. Lc 6,.35.
49. Lc 4,22.
50. Tt 3,4.
51. Mt 11,5; Lc 4,18.
52. Juan Pablo II, Carta a la XV Asamblea General de los religiosos de Brasil (I I-VII1989), p. 3.
53. Pablo Vl, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, n. 17.
54. Ibid., n. 27. 55. Rm, 10, 14. 17.
56. Pablo Vl, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, n. 21.
57. Ibid.
58. Ibid., n. 18.
59. Ibid. n 21
60. Ibid.
61. Ibid.
62. Ibid.
63. Lumen gentium, n. 1.
64. Mc 10, 45.
65. Christus Dominus, n. 13.
66. Pablo Vl. Exhortación apostólica Evangelli nuntiandi, n. 32.
67. Cfr. Lc 11, 20.