Ángelus del Papa en el jubileo de los catequistas, domingo 10 de diciembre
El
domingo 10 de diciembre se celebró en Roma el jubileo de los catequistas y
profesores de religión. El Papa Juan Pablo II presidió la solemne misa en la
plaza de San Pedro y pronunció la homilía que ofrecemos en la página 5. A
mediodía, antes de rezar el Ángelus, dirigió a los fieles la siguiente
alocución:
1. En estos días
se recuerda la aprobación, realizada hace cincuenta años, del estatuto de la
oficina de la Alta Comisaría de las Naciones Unidas para los Refugiados. Es una
fecha importante para muchos que, obligados a huir de sus propios países a
causa de la guerra y de la persecución, han encontrado en este programa
protección y asistencia en los diversos continentes.
Es importante también
para todos los hombres y mujeres que han ofrecido desinteresadamente
tiempo, inteligencia y generosa disponibilidad, superando incluso sus deberes de
trabajo, para llevar ayuda a esos refugiados, a menudo en situaciones graves y
peligrosas. Vaya a ellos el agradecimiento de la comunidad internacional, con el
compromiso de proteger su incolumidad y sostener su labor humanitaria también
con la necesaria contribución económica. En la solidaridad internacional y en
el diálogo político es posible encontrar soluciones para que la acogida de los
refugiados no sea demasiado gravosa en algunos países, y hallen en las
instituciones y en las estructuras públicas una defensa de sus derechos y de
sus libertades fundamentales.
2. Antes de
concluir esta solemne celebración, deseo dirigir unas palabras de gratitud y
aliento a todos los catequistas y profesores de religión aquí presentes y a
cuantos están unidos espiritualmente a nosotros. Gracias, queridos hermanos,
por el impulso misionero y por el celo con que os dedicáis a la obra de
catequesis y de enseñanza religiosa.
Precisamente para
animaros a proseguir vuestra actividad con el espíritu misionero que
caracteriza esta jornada jubilar, entregaré dentro de poco a cinco parejas
de catequistas, en representación de todos los continentes, el Catecismo
de la Iglesia católica. Con este gesto quisiera subrayar que, con la
variedad de lenguas y culturas, los catequistas están llamados a anunciar al
mundo entero la misma verdad: Cristo, único Salvador del mundo, ayer, hoy
y siempre.
3. Queridos
catequistas de lengua francesa, os saludo cordialmente en este momento en que
realizáis un itinerario jubilar. La Iglesia cuenta particularmente con vosotros
para dar a conocer a Cristo a los jóvenes, para hacer que lo amen, y para
ayudarles a vivir en intimidad con él. Quiera Dios que este jubileo os infunda
fuerza y audacia para transmitir incansable y pacientemente el mensaje de
salvación. A todos imparto la bendición apostólica.
Saludo con afecto a
las personas de lengua inglesa que participan en este jubileo de los catequistas
y los profesores de religión. Tenéis en la Iglesia la gran tarea y el
privilegio de ayudar a transmitir la fe en su plenitud salvífica. Al poner simbólicamente
en vuestras manos el Catecismo de la Iglesia católica, deseo invitar a
todos los que se dedican a la enseñanza de la fe, especialmente a los padres y
a los catequistas, a hacer del Catecismo un recurso familiar y a
emplearlo en el hogar, en la parroquia y en la escuela. María, Sede de la
sabiduría, os sostenga en vuestro generoso compromiso. Dios os bendiga a
vosotros y a vuestras familias.
Saludo a los
catequistas y a los profesores de religión de los países de lengua alemana. La
tarea que se os ha confiado no es sólo enseñar con palabras. La mejor lección
que podéis dar a vuestros alumnos es el testimonio de vuestra vida. Quien enseña
la fe debe ponerla en práctica. Para esta exigente misión, invoco sobre
vosotros la abundante bendición de Dios.
Doy mi bienvenida a
los catequistas de lengua española que participáis en este jubileo. Os invito
a que os constituyáis en maestros de espiritualidad acompañando, con vuestro
testimonio personal, toda la vida del cristiano. Comunicad la auténtica sabiduría
del Evangelio. Que Jesucristo sea siempre el centro de vuestras catequesis.
Mi saludo cordial a
todos los catequistas y profesores de religión, que han venido de los países
de lengua portuguesa, a quienes entrego, como recuerdo jubilar, el Catecismo
de la Iglesia católica, repitiendo a cada uno la orden que dio Dios al
profeta Ezequiel: "Come este rollo y ve luego a hablar a tus
hermanos" (Ez 3, 1). A vosotros y a vuestros alumnos imparto mi
bendición.
Saludo cordialmente a los catequistas de Polonia, sacerdotes, religiosas y profesores laicos. La Iglesia os ha confiado la importante tarea de transmitir la enseñanza de Cristo y dar testimonio de su amor salvífico. Ojalá que este encuentro jubilar sea para vosotros tiempo de especial apertura a la luz y a la fuerza del Espíritu Santo, a fin de que, fortalecidos con la gracia, prestéis provechosamente vuestro servicio apostólico en el nuevo milenio. Dios os bendiga a vosotros y a todos los catequistas de Polonia.
4. Al rezar juntos la plegaria del Ángelus, encomendemos una vez más
a la Madre de la Iglesia la obra de evangelización en el mundo entero.