HOMILÍA
En
la santa misa de beatificación del matrimonio Luis y María Beltrame
Quattrocchi, domingo 21 de octubre
1. "Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?" (Lc 18, 8).
La pregunta, con la que Jesús concluye la parábola sobre la necesidad
de orar "siempre sin desanimarse" (Lc 18, 1), sacude nuestra
alma. Es una pregunta a la que no sigue una respuesta; en efecto, quiere
interpelar a cada persona, a cada comunidad eclesial y a cada generación
humana. La respuesta debe darla cada uno de nosotros. Cristo quiere
recordarnos que la existencia del hombre está orientada al encuentro con Dios;
pero, precisamente desde esta perspectiva, se pregunta si a su vuelta encontrará
almas dispuestas a esperarlo, para entrar con él en la casa del Padre. Por eso
dice a todos: "Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la
hora" (Mt 25, 13).
Queridos hermanos y hermanas, amadísimas familias, hoy nos hemos dado cita para la beatificación de dos esposos: Luis y María Beltrame Quattrocchi. Con este solemne acto eclesial queremos poner de relieve un ejemplo de respuesta afirmativa a la pregunta de Cristo. La respuesta la dan dos esposos, que vivieron en Roma en la primera mitad del siglo XX, un siglo durante el cual la fe en Cristo fue sometida a dura a prueba. También en aquellos años difíciles los esposos Luis y María mantuvieron encendida la lámpara de la fe -lumen Christi- y la transmitieron a sus cuatro hijos, tres de los cuales están presentes hoy en esta basílica. Queridos hermanos, vuestra madre escribió estas palabras sobre vosotros: "Los educábamos en la fe, para que conocieran a Dios y lo amaran" (L'ordito e la trama, p. 9). Pero vuestros padres también transmitieron esa llama viva a sus amigos, a sus conocidos y a sus compañeros. Y ahora, desde el cielo, la donan a toda la Iglesia.
Juntamente con los parientes y amigos de los nuevos beatos, saludo a las
autoridades religiosas que participan en esta celebración, comenzando por el
cardenal Camillo Ruini y los demás señores cardenales, arzobispos y obispos
presentes. Saludo asimismo a las autoridades civiles, entre las cuales destacan
el presidente de la República italiana y la reina de Bélgica.
2. No
podía haber ocasión más feliz y más significativa que esta para celebrar el vigésimo
aniversario de la exhortación apostólica "Familiaris consortio".
Este documento, que sigue siendo de gran actualidad, además de ilustrar el
valor del matrimonio y las tareas de la familia, impulsa a un compromiso
particular en el camino de santidad al que los esposos están llamados en virtud
de la gracia sacramental, que "no se agota en la celebración del
sacramento del matrimonio, sino que acompaña a los cónyuges a lo largo de toda
su existencia" (Familiaris consortio, 56). La belleza de este camino
resplandece en el testimonio de los beatos Luis y María, expresión
ejemplar del pueblo italiano, que tanto debe al matrimonio y a la familia
fundada en él.
Estos
esposos vivieron, a la luz del Evangelio y con gran intensidad humana, el
amor conyugal y el servicio a la vida. Cumplieron con plena responsabilidad
la tarea de colaborar con Dios en la procreación, entregándose generosamente a
sus hijos para educarlos, guiarlos y orientarlos al descubrimiento de su
designio de amor. En este terreno espiritual tan fértil surgieron vocaciones al
sacerdocio y a la vida consagrada, que demuestran cómo el matrimonio y la
virginidad, a partir de sus raíces comunes en el amor esponsal del Señor, están
íntimamente unidos y se iluminan recíprocamente.
Los beatos
esposos, inspirándose en la palabra de Dios y en el testimonio de los santos,
vivieron una vida ordinaria de modo extraordinario. En medio de las alegrías
y las preocupaciones de una familia normal, supieron llevar una existencia extraordinariamente
rica en espiritualidad. En el centro, la Eucaristía diaria, a la que se añadían
la devoción filial a la Virgen María, invocada con el rosario que rezaban
todos los días por la tarde, y la referencia a sabios consejeros espirituales.
Así supieron acompañar a sus hijos en el discernimiento vocacional, entrenándolos
para valorarlo todo "de tejas para arriba", como simpáticamente solían
decir.
3. La
riqueza de fe y amor de los esposos Luis y María Beltrame Quattrocchi es una
demostración viva de lo que el concilio Vaticano II afirmó acerca de la
llamada de todos los fieles a la santidad, especificando que los cónyuges
persiguen este objetivo "propriam viam sequentes", "siguiendo
su propio camino" (Lumen gentium, 41). Esta precisa indicación del
Concilio se realiza plenamente hoy con la primera beatificación de una
pareja de esposos: practicaron la fidelidad al Evangelio y el heroísmo
de las virtudes a partir de su vivencia como esposos y padres.
En su vida, como en la de tantos otros matrimonios que cumplen cada día sus
obligaciones de padres, se puede contemplar la manifestación sacramental del
amor de Cristo a la Iglesia. En efecto, los esposos, "cumpliendo en virtud
de este sacramento especial su deber matrimonial y familiar, imbuidos del espíritu
de Cristo, con el que toda su vida está impregnada por la fe, la esperanza y la
caridad, se acercan cada vez más a su propia perfección y a su santificación
mutua y, por tanto, a la glorificación de Dios en común" (Gaudium et
spes, 48).
Queridas
familias, hoy tenemos una singular confirmación de que el camino de santidad
recorrido juntos, como matrimonio, es posible, hermoso y extraordinariamente
fecundo, y es fundamental para el bien de la familia, de la Iglesia y de la
sociedad.
Esto
impulsa a invocar al Señor, para que sean cada vez más numerosos los
matrimonios capaces de reflejar, con la santidad de su vida, el "misterio
grande" del amor conyugal, que tiene su origen en la creación y se realiza
en la unión de Cristo con la Iglesia (cf. Ef 5, 22-33).
4. Queridos
esposos, como todo camino de santificación, también el vuestro es difícil.
Cada día afrontáis dificultades y pruebas para ser fieles a vuestra
vocación, para cultivar la armonía conyugal y familiar, para cumplir vuestra
misión de padres y para participar en la vida social.
Buscad en
la palabra de Dios la respuesta a los numerosos interrogantes que la vida diaria
os plantea. San Pablo, en la segunda lectura, nos ha recordado que "toda
Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender,
para corregir y para educar en la virtud" (2 Tm 3, 16). Sostenidos
por la fuerza de estas palabras, juntos podréis insistir con vuestros hijos
"a tiempo y a destiempo", reprendiéndolos y exhortándolos "con
toda comprensión y pedagogía" (2 Tm 4, 2).
La vida
matrimonial y familiar puede atravesar también momentos de desconcierto.
Sabemos cuántas familias sienten en estos casos la tentación del desaliento.
Pienso, en particular, en los que viven el drama de la separación; pienso en
los que deben afrontar la enfermedad y en los que sufren la muerte prematura del
cónyuge o de un hijo. También en estas situaciones se puede dar un gran
testimonio de fidelidad en el amor, que llega a ser más significativo aún
gracias a la purificación en el crisol del dolor.
5. Encomiendo a todas las familias probadas a la providente mano de Dios y a la protección amorosa de María, modelo sublime de esposa y madre, que conoció bien el sufrimiento y la dificultad de seguir a Cristo hasta el pie de la cruz.
Amadísimos
esposos, que jamás os venza el desaliento: la gracia del sacramento os
sostiene y ayuda a elevar continuamente los brazos al cielo, como Moisés,
de quien ha hablado la primera lectura (cf. Ex 17, 11-12). La Iglesia os
acompaña y ayuda con su oración, sobre todo en los momentos de dificultad.
Al mismo
tiempo, pido a todas las familias que a su vez sostengan los brazos de la
Iglesia, para que no falte jamás a su misión de interceder, consolar,
guiar y alentar. Queridas familias, os agradezco el apoyo que me dais también
a mí en mi servicio a la Iglesia y a la humanidad. Cada día ruego al Señor
para que ayude a las numerosas familias heridas por la miseria y la injusticia,
y acreciente la civilización del amor.
6. Queridos
hermanos, la Iglesia confía en vosotros para afrontar los desafíos que se le
plantean en este nuevo milenio. Entre los caminos de su misión, "la
familia es el primero y el más importante" (Carta a las familias,
2); la Iglesia cuenta con ella, llamándola a ser "un verdadero sujeto de
evangelización y de apostolado" (ib., 16).
Estoy
seguro de que estaréis a la altura de la tarea que os aguarda, en todo lugar y
en toda circunstancia. Queridos esposos, os animo a desempeñar plenamente
vuestro papel y vuestras responsabilidades. Renovad en vosotros mismos el
impulso misionero, haciendo de vuestros hogares lugares privilegiados para el
anuncio y la acogida del Evangelio, en un clima de oración y en la práctica
concreta de la solidaridad cristiana.
Que el Espíritu Santo, que colmó el corazón de María para que, en la plenitud de los tiempos, concibiera al Verbo de la vida y lo acogiera juntamente con su esposo José, os sostenga y fortalezca. Que colme vuestro corazón de alegría y paz, para que alabéis cada día al Padre celestial, de quien viene toda gracia y bendición. Amén.