HOMILÍA Durante la santa misa celebrada en la parroquia romana de San Andrés Apóstol, domingo 4 de marzo

Las familias han de ser lugares de serenidad
y paz, de comunión y respeto a cada uno

 

El día 4 de marzo, I domingo de Cuaresma, Juan Pablo II visitó la parroquia romana de San Andrés Apóstol,  situada  en  el  sector norte de la ciudad, en la zona de la "Tumba de Nerón". Tiene dieciocho mil habitantes (muchos de ellos del Este de Europa y del tercer mundo) y está encomendada a los Sacerdotes de la Doctrina Cristiana, instituto fundado en 1592 por el padre Cesare De Bus, beatificado por Pablo VI durante el año santo 1975; el párroco es el padre Battista Previtali y colaboran con él los vicarios parroquiales Giuseppe Giunta y Franco Mangini. La parroquia tiene ya sesenta años.

Juan Pablo II llegó al templo en torno a las nueve y media de la mañana y fue acogido por el cardenal vicario Camillo Ruini; por el obispo auxiliar del sector, mons. Enzo Dieci; por el párroco; y por los dos vicarios parroquiales. El Romano Pontífice se detuvo a saludar a las personas congregadas en el patio situado delante del templo, que no pudieron entrar en él por falta de espacio y siguieron la visita a través de una pantalla gigante de televisión. Una vez dentro de la iglesia, fue acogido con un gran aplauso. Saludó personalmente a muchos de los presentes, acarició a los niños y bendijo a todos.

Como siempre, la celebración de la eucaristía fue el momento central de la visita. Concelebraron con Su Santidad el cardenal Ruini, el obispo auxiliar, el párroco y el provincial para Italia de la congregación, padre Gian Mario Redaelli. Después del saludo litúrgico, dirigieron unas palabras a Juan Pablo II el párroco, una niña y una joven. El Santo Padre pronunció la homilía que ofrecemos. La oración de los fieles la proclamaron cinco representantes de la comunidad parroquial:  una niña, una religiosa, una scout, un africano y un joven. Las ofrendas las presentaron tres familias, mientras se cantaba el "Heme aquí". Una vez concluida la celebración, en una sala del complejo parroquial, el Vicario de Cristo saludó a los miembros del consejo pastoral y a algunos laicos comprometidos en la vida de la comunidad cristiana.

Fuera del templo le esperaba una gran multitud, que le agradeció la visita y le manifestó su afecto. El Papa se despidió de los fieles y les deseó una buena Cuaresma en preparación de la santa Pascua. Durante un kilómetro, el coche tuvo que ir lentamente, porque a ambos lados había numerosas personas que le saludaban con cariño.


1. "Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, donde durante cuarenta días fue tentado por el diablo" (Lc 4, 1-2).

En este primer domingo de Cuaresma volvemos a escuchar la narración de la lucha de Jesús contra el diablo, al comienzo de su vida pública. Después de ser reconocido por el Padre, en el momento del bautismo a orillas del río Jordán, como el "Hijo predilecto" (Lc 3, 22), Jesús afronta la prueba de su fidelidad a Dios. Pero, contrariamente a Adán y Eva en el paraíso terrenal (cf. Gn 3), y a diferencia del pueblo de Israel en el desierto (cf. Ex 16-17; Dt 8), resiste a la tentación y triunfa sobre el Maligno.

En esta escena vislumbramos la lucha de dimensión cósmica de las fuerzas del mal contra la realización del plan salvífico que el Hijo de Dios vino a proclamar y comenzar en su misma persona. En efecto, con Cristo se inicia el tiempo de la nueva creación; en él se realiza la nueva y perfecta alianza entre Dios y toda la humanidad. Este combate contra el Espíritu del mal nos implica a cada uno de nosotros, llamados a seguir el ejemplo del divino Maestro.

2. "Después de las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión" (Lc 4, 13). El ataque del tentador contra Jesús, que comenzó durante su estancia en el desierto, culminará en los días de la pasión en el Calvario, cuando el Crucificado triunfe definitivamente sobre el mal, reconciliando al hombre con Dios. El evangelista san Lucas concluye la narración de las tentaciones con la referencia a Jerusalén; a diferencia de san Mateo, quiere poner de relieve desde el comienzo que el triunfo de Cristo en la cruz se producirá en la ciudad santa, donde se realizará el misterio pascual.

En el Mensaje para la Cuaresma de este año escribí que también a los hombres y a las mujeres de hoy Cristo dirige la invitación a "subir a Jerusalén", es decir, a seguirlo por el camino de la cruz. Sentimos hoy con fuerza la elocuencia de esta invitación, mientras damos los primeros pasos del tiempo cuaresmal, tiempo favorable para la conversión y la vuelta a la plena comunión con Dios.

3. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de San Andrés Apóstol, saludo con afecto a toda vuestra comunidad. Saludo y doy las gracias a los que, en nombre de todos, me han dado la bienvenida al comienzo de la celebración eucarística. Saludo al cardenal vicario, al obispo auxiliar del sector, a vuestro querido párroco, el padre Battista Previtali, y a sus colaboradores pertenecientes a la congregación de los Padres de la Doctrina Cristiana. Dirijo asimismo un cordial saludo a las religiosas y religiosos presentes en la parroquia, así como a los miembros de los numerosos y activos grupos parroquiales. Por medio de vosotros, quisiera enviar mi saludo también a todos los habitantes de este barrio.

Vuestra hermosa comunidad de San Andrés Apóstol celebra este año el 60° aniversario de su fundación. Una efemérides tan significativa constituye una ocasión muy oportuna para reflexionar en vuestro pasado, para afrontar con lucidez los desafíos y los compromisos de la hora actual, y para elaborar con valentía proyectos para el futuro.

Con alegría uno mi voz a la vuestra en acción de gracias al Señor por los numerosos signos de amor que ha concedido a esta comunidad desde su inicio. A lo largo de los años vuestra comunidad se ha transformado parcialmente, hasta asumir la configuración actual, con una diferenciación del estilo de vida de los habitantes que la componen. Ha aumentado  el número de las personas procedentes de países del Este de Europa y del llamado "tercer mundo".

4. Esta situación concreta de la parroquia os exige crecer cada vez más en la comunión con todos. En la Iglesia nadie es extranjero:  por eso es importante crear ocasiones de diálogo y favorecer la comprensión recíproca. Es preciso, sobre todo, que cada uno se sienta implicado en una pastoral atenta a las necesidades reales de la gente.

Así pues, sed una comunidad abierta a todos, perseverando en la escucha de la palabra de Dios y en la celebración de los sacramentos de la salvación, y compartiendo las numerosas iniciativas pastorales y de solidaridad promovidas en el ámbito de la diócesis y de la prefectura. Sé que estáis perseverando en el compromiso, asumido durante la Misión ciudadana, de llevar el Evangelio a todos, sobre todo a los jóvenes y a las familias. La Cuaresma es un tiempo favorable para redescubrir el bautismo y la fuerza misionera que brota de él. Pueden testimoniarlo personalmente los más de cien misioneros laicos de vuestra comunidad, que participaron en la gran Misión ciudadana como preparación para el jubileo. Todo cristiano debe sentirse comprometido en la vasta obra de la evangelización. Si sois misioneros en vuestro barrio, el Señor no permitirá que os falten vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. De modo particular, surgirán de entre vosotros, como es vuestro deseo, generosas vocaciones misioneras ad gentes.

5. Deseo dirigirme ahora a las familias. La Cuaresma es un "tiempo fuerte", que nos invita al perdón y a la reconciliación. Este esfuerzo, nada fácil, comprende también las relaciones en el seno de la familia. Vosotras, queridas familias, dejad que el Espíritu os convierta en lugares de serenidad y paz, de escucha y diálogo, de comunión y respeto a cada uno. En hogares fieles al Evangelio los jóvenes pueden hallar valentía y confianza para mirar al futuro con sentido de madura corresponsabilidad.

Queridos jóvenes, en vuestras manos está vuestro futuro y el de las familias que formaréis:  sed conscientes de ello. La Iglesia espera mucho de vosotros, de vuestro entusiasmo, de vuestra capacidad de mirar adelante y de vuestro deseo de radicalismo en las opciones de vida. Os repito las palabras de Cristo, contenidas en el Mensaje para la próxima XVI Jornada mundial de la juventud:  "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (Lc 9, 23).

Es preciso imitar a Jesús, que lucha contra el mal en el desierto; más aún, es necesario seguirlo hasta Jerusalén, hasta el Calvario.

6. "Si tus labios profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás" (Rm 10, 9).

El miércoles pasado comenzamos el itinerario cuaresmal, camino de ascesis que debe llevarnos a un renovado encuentro con Jesús, reconocido como el "Señor". Es él quien salva:  profesar la fe es, por tanto, creer en Cristo y confiar totalmente en él. Nos salvaremos (cf. Rm 10, 10), si lo acogemos a él y sus palabras de vida eterna.

Que la Virgen María, discípula fiel del Señor, nos enseñe a "avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo" (oración colecta); nos ayude a confesar con los labios que Jesús es nuestro Señor y a creer con el corazón que venció la muerte, abriendo a toda la humanidad las puertas del Reino. Así nos prepararemos a gustar, junto con todos los creyentes, la alegría y el esplendor de la Pascua de resurrección.