DISCURSO
A los padres capitulares de los
Misioneros de San Carlos (escalabrinianos), viernes 9 de febrero
Los Misioneros de San Carlos (escalabrinianos), fundados en 1887 por el beato Juan Bautista Scalabrini para proporcionar asistencia religiosa, moral, social y legal a los emigrantes, han celebrado en Roma su capítulo general tras la muerte prematura del superior general, p. Luigi Favero. Durante los trabajos, la asamblea ha elegido para sucederle al p. Isaia Birollo. Juan Pablo II recibió a los capitulares en la sala Urbano VIII la mañana del viernes 9 de febrero y les dirigió el discurso que publicamos, traducido del italiano.
Amadísimos padres capitulares escalabrinianos:
1. Me alegra este encuentro que me permite saludaros personalmente, con
ocasión de vuestro capítulo general. Habéis solicitado esta audiencia para
confirmar vuestra devoción al Sucesor de Pedro, según la línea de fidelidad
propia de vuestro fundador. Os doy a todos mi cordial bienvenida.
Hace algo más de dos años desde que nos encontramos en Castelgandolfo, en
septiembre de 1998. La muerte prematura de vuestro superior general, padre Luigi
Favero, que guió con pasión vuestra congregación, os ha traído a Roma para
elegir al nuevo superior general. Vuestros votos se han orientado hacia el padre
Isaia Birollo, al que felicito y expreso mis mejores deseos para la ardua tarea
que se le ha confiado. Al mismo tiempo, espero que vuestra reunión en Roma os
haya permitido profundizar vuestro proyecto misionero.
Diálogo y participación
2. Habéis celebrado vuestro capítulo general mientras sigue vivo el
recuerdo del gran jubileo, que nos ha introducido en el tercer milenio de la era
cristiana. Hemos vivido este momento de reconciliación y de gracia "no sólo
como memoria del pasado, sino también como profecía del futuro" (Novo
millennio ineunte, 3). En la peregrinación de la Iglesia los emigrantes son
imagen elocuente del camino de todo el pueblo de Dios hacia el Padre, que quiere
revelar su rostro a quien lo busca. Su situación adquiere un valor simbólico
sobre el que conviene reflexionar.
Las migraciones modernas ponen de relieve las consecuencias de fenómenos
sociales vastos y complejos, que afectan en mayor o menor medida a todas las
sociedades. Los desequilibrios creados por procesos económicos y sociales, que
repercuten sobre todo en los más débiles, obligan a millones de mujeres y
hombres a buscar posibilidades de supervivencia en otros lugares. Los conflictos
étnicos, los desastres naturales y la opresión política obligan a poblaciones
enteras a solicitar asilo y protección en otras naciones. Por el contrario, el
miedo al extranjero lleva a la sociedad del bienestar a restringir el ingreso de
los emigrantes, dificultando su acogida y su integración. Sin embargo, las
barreras no pueden frenar la esperanza de quien tiene derecho a un futuro mejor.
De hecho, la presencia de los emigrantes ha transformado muchos países en
sociedades multiétnicas y multiculturales. Esta diversidad se percibe a menudo
como amenaza a la identidad cultural y religiosa de los países de acogida. Esto
suscita impulsos xenófobos de aislamiento, que entrañan el peligro de
tensiones e incomprensiones, perjudiciales para la paz social. Ante el riesgo de
enfrentamientos étnicos, todos están invitados a una convivencia social con diálogo
y participación.
En efecto, la verdadera integración exige construir una sociedad capaz de
reconocer las diferencias sin radicalizarlas, y promover una generación de
ciudadanos formados en la cultura del diálogo. "En la situación de un
marcado pluralismo cultural y religioso, tal como se va presentando en la
sociedad del nuevo milenio, este diálogo es también importante para proponer
una firme base de paz" (Novo millennio ineunte, 55).
Buscar nuevas fronteras
3. Queridos padres escalabrinianos, ante estas temáticas, vuestra misión
se presenta muy actual. Estáis llamados a profundizar vuestro carisma, para
difundirlo como don de la Iglesia al mundo de la movilidad humana. Los
horizontes cada vez más amplios de las migraciones os exigen la valentía de
abriros a nuevas fronteras, a las que os llama la misión. El Dueño de la mies
no permitirá que sus hijos más débiles y dispersos se queden sin personas que
les compartan su pan y los congreguen en la unidad.
Al reflexionar en vuestro proyecto misionero, habéis tomado mayor conciencia de
que la vida fraterna en comunidad caracteriza vuestra existencia y vuestra misión
específica. También mediante este testimonio podéis ser signo, profecía y
testimonio de la Resurrección allí donde son más fuertes los signos de la
división y la injusticia. Al reunir a los emigrantes de diferentes naciones,
haréis que en las Iglesias particulares resuenen en diversas lenguas, como ya
sucedió en Pentecostés, las alabanzas a Dios por las maravillas que realiza en
la historia.
Ante el rostro sufriente de los emigrantes, sentíos comprometidos a defender y
promover sus derechos, con la participación cordial que el Espíritu suscita en
quienes ha llamado al servicio del Reino. El número creciente de emigrantes no
cristianos no puede dejar indiferentes a las comunidades eclesiales llamadas a
anunciar y testimoniar el amor salvífico del Padre. "Anunciar y
testimoniar el evangelio de la caridad constituye la trama de la misión
dirigida a los emigrantes" (Mensaje para la Jornada mundial del
emigrante del año 2001).
Anunciar la buena nueva
4. Vuestro carisma específico os impulsa a testimoniar y anunciar la buena
nueva del Reino a los emigrantes que viven más agudamente su drama. En la búsqueda
de un futuro mejor sufren a menudo la exclusión, la marginación y el fracaso.
A vosotros corresponde sostener su esperanza, haciendo que, gracias a
vuestra solidaridad y a la de muchos otros cristianos, experimenten la acción
próvida de Dios, que guía la historia hacia un futuro más humano. Así, la fe
vivida en medio de las dificultades diarias llega a ser
anuncio de la misión de Cristo, que vino para reunir a los hijos de Dios que
estaban dispersos (cf. Jn
11, 52).
El emigrante os interpela y os desafía a vivir los valores de apertura, acogida
y comunión en la diversidad, según el ejemplo de vuestro fundador, el beato
Juan Bautista Scalabrini, que supo leer la realidad de la migración desde una
perspectiva providencial y profética. Como él, mirad las migraciones con los
ojos de Dios y escuchad su palabra con el corazón del emigrante.
Pido a la Virgen María, Madre de los emigrantes, que vele por vuestros propósitos
en la realización de vuestro proyecto misionero, para que seáis, junto con los
demás discípulos de Cristo igualmente sensibles y prudentes, "centinelas
de la mañana en esta aurora del nuevo milenio" (Novo millennio ineunte,
9).
Con este deseo, os imparto a todos mi afectuosa bendición.